Aciertos y posibles errores en la transición del socialismo al comunismo.
El período de la Unión Soviética que va desde la Revolución de
Octubre hasta la muerte de Stalin ha enseñado al mundo la realización
más cabal del programa de emancipación de la clase obrera, el cual fue
esbozado por Marx y Engels en el “Manifiesto del Partido Comunista”. Fue
un gigantesco salto adelante en relación con la Comuna de París. Su
impacto internacional es imborrable y pervive en la conciencia social,
tanto la del proletariado como la de la burguesía, condicionando sus
acciones cotidianas y sus estrategias.
Tras la conquista del poder político por la clase obrera, la
revolución soviética centralizó en manos del Estado las grandes fuerzas
productivas engendradas por el capitalismo y agrupó en cooperativas a
los campesinos, realizando así el cambio cualitativo necesario para la
plena socialización de la producción y, por tanto, para poner fin a la
división de la sociedad en clases.
Completar este proceso exigía proseguir con el desarrollo acelerado
de las fuerzas productivas. Sólo con él, las condiciones de vida en el
campo y en la ciudad se podían homogeneizar, la propiedad cooperativa
podía transformarse en propiedad de todo el pueblo, las caóticas
relaciones mercantiles y dinerarias podían sustituirse por la
planificación consciente de la producción y los trabajadores podían
elevarse intelectualmente para volver superflua la división entre
obreros e intelectuales y repartir el trabajo productivo entre todos los
miembros de la sociedad. En definitiva, sólo así era posible socializar
plenamente la producción, abolir las clases e impedir lo que,
desgraciadamente, ocurrió después: que una fracción de la
intelectualidad -encabezada por el sector revisionista de la dirección
del PCUS- aprovechara la ventaja de su posición social para
desarrollarse como una nueva burguesía restauradora de la explotación
capitalista.
La palanca principal con la que los soviéticos consiguieron
desarrollar las fuerzas productivas -y en una medida mucho mayor de lo
que lo había hecho el capitalismo- fue liberar a las masas trabajadoras
de la explotación capitalista y poner la producción en sus manos. Es lo
que ahora se describiría como empoderar a estas masas, persiguiendo el objetivo de que “el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos”[1].
Como explicaba Molótov: “Basta ir a nuestras fábricas, a nuestros
talleres y a los koljoses para convencerse de que el crecimiento de la
potencia de la URSS está basado en la actividad de las masas, en la
participación de los obreros y trabajadores campesinos en toda la
edificación socialista. Nuestro partido, los sindicatos, las juventudes
comunistas y los soviets hacen todo lo posible por intensificar la
actividad de los trabajadores, por vencer las vacilaciones que se
manifiestan entre ellos, las tendencias retrógradas y la influencia
directa de los elementos burgueses, y por organizar a las masas
alrededor de las tareas decisivas de la edificación socialista”.[2]
Lo confirma el propio Alec Nove con estas palabras: “… entre las
razones de la mejora de la productividad, una de las principales fue el
llamado movimiento ‘stajanovista’… Surgió de la ‘emulación socialista’ y
de las campañas de las brigadas de choque, que se desarrollaron
rápidamente en alcance e intensidad durante el período del primer plan
quinquenal. Guardaba relación con los esfuerzos para animar a las
empresas a conseguir más progreso técnico, más producción, mayor
reducción de costes y mayor productividad que los que originariamente se
habían propuesto. Tales eran los llamados contraplanes (vstrechnye tejpromfinplani),
y a los obreros corrientes se les encomendó la tarea de asegurar que
cada empresa y cada taller se dedicase a rebasar las normas existentes.
En este contexto fue en el que un obrero de una mina de carbón, Alexi
Stajanov, consiguió en septiembre de 1935 producir catorce veces lo que
preceptuaba la norma, y lo hizo no merced a un trabajo más intenso, sino
sobre todo utilizando inteligentemente a sus auxiliares no
cualificados. El Partido hizo suya esta idea y el ‘stajanovismo’ se
extendió rápidamente a otras ramas de la economía… El efecto de todo
ello fue utilizar de manera más completa el equipo y racionalizar e
intensificar la mano de obra… Es indudable que la campaña tuvo un efecto
positivo sobre la productividad”.[3]
El movimiento stajanovista lo formaban masas de obreros que aprendían
a dirigir la producción, luchando por la superación de la división del
trabajo, tanto elevándose culturalmente como enfrentándose a la vanidad
de los intelectuales. Stalin decía de ellos: “Son principalmente obreros
y obreras,… libres del tradicionalismo y de la rutina de ciertos
ingenieros, técnicos y científicos… completan y rectifican
constantemente a los ingenieros y técnicos, frecuentemente les enseñan
algo nuevo y los empujan hacia adelante… el movimiento Stajanovista
representa el futuro de nuestra industria, que contiene el germen del
futuro ascenso cultural y técnico de la clase obrera, que nos abre el
camino que nos permita obtener los rendimientos máximos en la
productividad de trabajo, necesarios para la transición del socialismo
al comunismo y para abolir el antagonismo entre el trabajo intelectual y
el manual… Ante todo, es evidente que este movimiento ha comenzado, por
decirlo así, por sí solo, de manera casi espontánea, desde abajo, sin
presión alguna de parte de la administración de nuestras empresas. Aún
más. Este movimiento se ha desarrollado, de cierta manera, contra la
voluntad de la administración de nuestras empresas, incluso en la lucha
contra éstas”.[4]
Al lado de esta palanca principal para el desarrollo de las fuerzas
productivas, el gobierno soviético todavía tenía que recurrir a los
“estímulos materiales” heredados del capitalismo.
La mercancía como forma del producto del trabajo tuvo que mantenerse
debido a la todavía necesaria independencia económica de los koljoses y a
las relaciones comerciales con el exterior: “En una u otra medida
-observa Stalin-, la nueva política económica, con sus relaciones
mercantiles y la utilización de estas relaciones, es algo absolutamente
necesario para todo país capitalista en el período de la dictadura del
proletariado”.[5]
Aunque se hubiera podido suprimir la producción mercantil, todavía
era inevitable que se mantuviera el derecho burgués expresado en el
principio “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su
trabajo” y explicado por Marx en su Crítica del Programa de Gotha:
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir
precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta
todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el
intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.
Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la
sociedad –después de hechas las obligadas deducciones- exactamente lo
que ha dado… Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el
intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de
equivalentes… Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués….
estos defectos [derivados de la desigualdad de los individuos] son
inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como
brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso
alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura
económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella
condicionado”.[6]
Lenin deduce de ello que “persiste todavía la necesidad del Estado,
que, velando por la propiedad común sobre los medios de producción, vele
por la igualdad del trabajo y por la igualdad en la distribución de los
productos… De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste
durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso
el Estado burgués, sin burguesía!”[7]
Además, aunque dirigido por el proletariado, el Estado socialista,
por su base social, se ve necesariamente sometido a la influencia de las
capas burguesas: “La dictadura del proletariado –dice Lenin- es una forma especial de alianza de clase
entre el proletariado, vanguardia de los trabajadores, y las numerosas
capas trabajadoras no proletarias (pequeña burguesía, pequeños patronos,
campesinos, intelectuales, etc.) o la mayoría de ellas,… alianza de los
partidarios resueltos del socialismo con sus aliados vacilantes, y a
veces con los ‘neutrales’ (en cuyo caso, de pacto de lucha, la alianza
se convierte en pacto de neutralidad); es una alianza entre clases diferentes desde el punto de vista económico, político, social y espiritual”.[8]
La gran hazaña de la revolución soviética consiste en que, en la
segunda mitad de los años 30, había sabido utilizar ambos tipos de
“palancas” para conseguir acabar con las clases explotadoras. La
sociedad quedaba compuesta por dos clases trabajadoras -obreros y
campesinos cooperativistas- y una intelectualidad de extracción
trabajadora: es decir, por tres sectores sociales todavía diferentes
pero unidos, tanto por los beneficios que les aportaba el socialismo,
como contra los peligros de explotación, desempleo y ruina que les
acarrearía la restauración del capitalismo. Aunque esto era cierto para
la inmensa mayoría de la población, el proletariado de la URSS
necesitaba proseguir su lucha de clase contra quienes se oponían al
socialismo y a su desarrollo hacia el comunismo. Y un gran mérito de
Stalin y el Partido Bolchevique fue comprender esta necesidad y actuar
en consecuencia:
“Hemos destrozado a los enemigos del Partido, a los oportunistas de
todos los matices y a los nacional- desviacionistas de todo género. Pero
los restos de su ideología subsisten en el cerebro de algunos miembros
del Partido, y no pocas veces se dejan sentir. Al Partido no se le puede
considerar como algo desligado de la gente que le rodea. Vive y actúa
en el medio que le circunda. Así, no tiene nada de extraño que no pocas
veces penetren en él tendencias malsanas. Y es indudable que el terreno
para esas tendencias existe en nuestro país, aunque sólo sea porque hay
todavía algunas capas intermedias de la población, tanto en la ciudad
como en el campo, que constituyen el medio nutricio para su desarrollo.
… ¿se puede decir que hayamos vencido ya todas las supervivencias del
capitalismo en la economía? No, no se puede decir. Mucho menos puede
decirse que hayamos vencido las supervivencias del capitalismo en la
conciencia de los hombres. Eso no puede decirse, y no sólo porque el
desarrollo de la conciencia de los hombres va en retraso de su situación
económica, sino también porque existe aún el cerco capitalista, que se
esfuerza por reavivar y mantener esas supervivencias del capitalismo en
la economía y en la conciencia de los hombres de la U.R.S.S. y contra el
cual nosotros, los bolcheviques, debemos tener siempre la pólvora seca.
Se comprende que estas supervivencias no pueden dejar de ser un
terreno abonado para la reanimación, en el cerebro de algunos miembros
de nuestro Partido, de la ideología de los derrotados grupos
antileninistas. Añadid a esto el nivel teórico, no muy elevado, de la
mayoría de nuestros militantes, el débil trabajo ideológico de los
organismos del Partido, agregad aún que los dirigentes de las
organizaciones del Partido, recargados de trabajo práctico, no pueden
mejorar su preparación teórica, y comprenderéis por qué en la cabeza de
algunos miembros del Partido reina confusión en determinadas cuestiones
del leninismo, confusión que no pocas veces se desliza en nuestra prensa
y facilita la reanimación de los restos de la ideología de los
derrotados grupos antileninistas.
He ahí por qué no se puede decir que la lucha haya terminado y que no
hay ya necesidad de una política de ofensiva del socialismo”.[9] (pág. 364)
Hasta el final de su vida, Stalin impulsó esta lucha contra las desviaciones burguesas en el Partido y en el Estado soviéticos; desviaciones a las que el historiador Geoffrey Roberts se refiere como “… la rutina, la profesionalización y una burocracia creciente” instaladas después de la Gran Guerra Patria: “la capa media de los técnicos, de los gestores y de los funcionarios continuó desarrollándose, enraizando en el sistema soviético,…”.[10]
En su último artículo teórico de la primera mitad de 1952, titulado Los problemas económicos del socialismo en la URSS,
el dirigente bolchevique critica tendencias económicas que se
impondrían en el partido y en la sociedad, poco a poco, después de su
muerte. Es el caso de la tendencia a desarrollar las relaciones
monetario-mercantiles hasta restablecer las categorías económicas
propias del capitalismo (“la fuerza de trabajo como mercancía, la
plusvalía, el capital, el beneficio del capital, la norma media de
beneficio, etc.”), con el pretexto de que la sociedad socialista todavía
no había suprimido las formas mercantiles de la producción por ser un
estímulo necesario a ésta[11].
Consecuencia de esta tendencia era la propuesta de vender los tractores
y demás maquinaria a los koljoses, la cual fue llevada a efecto en
1958. Esta tendencia capitulacionista coexistía con la “optimista” que
se desentendía de las relaciones de producción en la organización de la
economía. En definitiva, volvían a levantar cabeza las dos últimas
formas de “socialismo burgués” que se habían manifestado en la URSS: el
trotskismo y el bujarinismo.
En el último Congreso del Partido al que asistió, Stalin participó en
la redacción del Informe presentado por Malenkov, el 5 de octubre de
1952, donde se ponían en evidencia los peligros que acechaban al
socialismo soviético:
“La realidad es que con motivo de la victoriosa terminación de la
guerra y de los grandes éxitos económicos alcanzados en el período de la
posguerra, en el Partido ha surgido una actitud no crítica hacia las
deficiencias y los errores en el trabajo de las organizaciones del
Partido, económicas y demás. Los hechos demuestran que los éxitos han
dado origen en las filas del Partido a un estado de ánimo de
engreimiento, a la tendencia a presentarlo todo de color de rosa, a una
mezquina placidez y al deseo de dormirse en los laureles y de vivir de
méritos pasados. Hay bastantes trabajadores del Partido que consideran
que ‘nosotros lo podemos todo’, que ‘para nosotros todo es coser y
cantar’, que ‘las cosas marchan bien’ y no hay necesidad de molestarse
en ocupaciones tan poco agradables como el descubrimiento de las
deficiencias y de los errores en el trabajo, como la lucha contra los
fenómenos negativos y morbosos en nuestras organizaciones. Este estado
de ánimo, perjudicial por sus consecuencias, ha afectado a parte de los
militantes, insuficientemente preparados y poco firmes políticamente.
Los dirigentes de las organizaciones del Partido, de los Soviets y
económicas transforman con frecuencia las asambleas, las reuniones de
los activistas, los plenos y las conferencias en pomposas solemnidades,
en lugares de autobombo, debido a lo cual no se pone al descubierto ni
se somete a crítica los errores y los defectos en el trabajo, las
dolencias y las debilidades, actitud ésta que refuerza el espíritu de
engreimiento y de placidez. En las organizaciones del Partido han
penetrado tendencias de despreocupación. Entre los trabajadores del
Partido, de las organizaciones económicas, de los Soviets y otras, se
dan casos de adormecimiento de la vigilancia, de criminal ligereza, de
divulgación de secretos del Partido y del Estado. Algunos camaradas,
absorbidos por los asuntos económicos y cegados por los éxitos,
comienzan a olvidar que subsiste todavía el cerco capitalista y que los
enemigos del Estado Soviético tratan tenazmente de infiltrar en nuestro
país a agentes suyos, de utilizar para sus viles objetivos a los
elementos poco firmes de la sociedad soviética.
… aún quedan restos de la ideología burguesa, supervivencias de la
psicología y de la moral que engendrara la propiedad privada. Estas
supervivencias no desaparecen por sí mismas, son muy vivaces, pueden
desarrollarse, y contra ellas hay que mantener una lucha enérgica.
Tampoco estamos asegurados contra la penetración en nuestro medio de
ideas, opiniones y estados de ánimo que nos son ajenos y que proceden
del exterior, de los Estados capitalistas, y del interior, de los restos
de grupos hostiles al Poder Soviético, no rematados por el Partido. No
hay que olvidar que los enemigos del Estado Soviético intentan
propagar, atizar y nutrir estados de ánimo insanos de toda índole,
descomponer ideológicamente a los elementos poco firmes de nuestra
sociedad.
Ciertas organizaciones de nuestro Partido, enfrascadas en los
problemas económicos, olvidan y dejan abandonada la labor de educación
ideológica”.
El Informe de Malenkov abogaba por un remedio cierto e indispensable contra estas peligrosas deficiencias:
“Para impulsar con éxito nuestra obra, hay que librar una lucha
resuelta contra los fenómenos negativos, orientar la atención del
Partido y de todos los ciudadanos soviéticos a la eliminación de las
deficiencias en el trabajo, para lo cual es necesario desarrollar
ampliamente la autocrítica y, particularmente, la crítica desde abajo.
(…)
Actualmente tiene particular importancia asegurar el desarrollo de la
autocrítica y de la crítica desde abajo, sostener una lucha implacable,
tratándolos como a enemigos acérrimos del Partido, contra los que
obstaculizan el desarrollo de la crítica de nuestros defectos, ahogan la
crítica y permiten que se persiga y acose a quienes la practican”.
A la hora de hacer balance de la experiencia soviética, no debemos
perder de vista que vivimos en la época del imperialismo y del
socialismo y que, mientras el comunismo no haya triunfado en el mundo,
subsistirá la posibilidad de revertir los progresos revolucionarios.
Aunque la dirección proletaria no cometiera ningún error, su éxito
depende de la correlación de fuerzas de clase.
Concretamente, la situación interna de la Unión Soviética había sido
duramente condicionada por la correlación de fuerzas de clase a escala
internacional: el conjunto de las potencias imperialistas había tensado
al máximo sus fuerzas para destruir al entonces único país del
socialismo a través del ariete nazi-fascista. Aunque no alcanzaron este
objetivo, la II Guerra Mundial había costado a la URSS unos 25 millones
de vidas, -entre los cuales, muchos de los mejores comunistas-, así como
ingentes fuerzas productivas.
Stalin tuvo que dedicar los últimos años
de su vida a dirigir la reconstrucción de lo devastado y la ayuda a las
democracias populares acosadas, en vez de concentrarse en el progreso
ulterior del país hacia el comunismo. Por si esto fuera poco, nada más
terminar la contienda, los imperialistas se unieron para imponer al
socialismo una guerra fría, que restaría enormes recursos del desarrollo pacífico de la Unión Soviética.
Por todo lo dicho hasta aquí, la primera conclusión lógica del
balance del socialismo soviético es la expresada en el Informe de
Malenkov: “… Lenin y Stalin…, habiendo penetrado profundamente en las
bases teóricas del marxismo y dominando a la perfección el método
dialéctico, salvaguardaron y defendieron el marxismo de todas las
adulteraciones y desarrollaron de manera genial la doctrina marxista.
Constantemente, en cada nuevo viraje de la historia, Lenin y Stalin
vincularon el marxismo a las tareas prácticas concretas de la época,
mostrando con su actitud creadora hacia la doctrina de Marx y Engels
que el marxismo no es un dogma muerto, sino un guía vivo para la
acción”.
La posterior derrota del socialismo no debe eclipsar este hecho ni la
obligación principal del proletariado revolucionario de defender el
legado del bolchevismo hasta 1953 y aplicarlo. Desde que la mayoría del
movimiento comunista internacional renegó de este imperativo, no ha
dejado de retroceder y de descomponerse, despejando el camino para la
contrarrevolución burguesa, el fascismo y la guerra. Ya va siendo hora
de rectificar, de rearmarse con este legado y de reunificar las fuerzas
en torno a él.
A partir de esta posición, lo siguiente a considerar es si, no
obstante la justa línea general aplicada por los bolcheviques, éstos
cometieron algún error que debilitó la dictadura del proletariado en la
URSS. En el presente trabajo, nos limitaremos a explorar el aspecto
económico de esta posibilidad, concluyendo con una hipótesis que
dirigimos al movimiento comunista internacional para su valoración.
Desde los éxitos del Primer Plan Quinquenal, los dirigentes
bolcheviques advirtieron en repetidas ocasiones contra la propensión
subjetiva a exagerar la importancia de los logros alcanzados, en
detrimento de la serena apreciación de lo que quedaba por hacer, por
cambiar y por combatir. Tan fuerte fue esta tendencia que, en los
últimos documentos mencionados, a pesar de aludir a ella[12],
la lucha contra los defectos no se vinculaba expresamente con la lucha
de clases, como si ésta hubiera pasado a un segundo plano. Stalin y sus
camaradas nunca negaron la persistencia de esta lucha en el socialismo y
nunca dejaron de practicarla; pero parece que trataron con cierta
unilateralidad la progresiva reducción de las diferencias de clase,
perjudicando así la independencia y la continuidad de la lucha de clase
de los obreros.
Desde los cambios sociales conseguidos en la URSS y constatados en su
Constitución de 1936, se hizo hincapié en que habían sido suprimidos
los antagonismos sociales; que, en la sociedad soviética, seguían
existiendo clases, pero más unidas entre sí contra a sus enemigos
comunes que enfrentadas por sus diferencias. Esto era cierto, pero no
parece que se analizaran suficientemente estas diferencias ni, por
tanto, que se educara y organizara a los obreros para vigilarlas y
combatirlas. Podemos comprender este defecto por el contexto
internacional particular de lucha entre el fascismo y la democracia
burguesa, que permitía al proletariado ganar aliados para avanzar hacia
sus objetivos revolucionarios por otro camino, dando un cierto rodeo
consistente en adoptar ciertas formas de la democracia burguesa para el
socialismo. En toda maniobra táctica, es indispensable apreciar la
realidad de manera fría, objetiva y completa, para no perder el norte;
sin embargo, en tiempos de Stalin, el programa de la revolución
proletaria se iba cumpliendo a todo vapor y no se vislumbraba que los
fenómenos retrógrados derivados de la nueva relación de clases fueran a
constituir un gran peligro.
Ahora que se completó la restauración del capitalismo en la Unión
Soviética, el contexto ha cambiado radicalmente y podemos analizar bajo
otra luz las relaciones de clase subsistentes en la URSS de Stalin.
Porque no se trata de enmendar la labor pasada de los bolcheviques, sino
de aprender de ella para estar en las mejores condiciones de completar
la revolución proletaria en el futuro. Marx, decía que “… las
revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican
constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia
marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo
desde el principio, se burlan concienzudamente y cruelmente de las
indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros
intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque
de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a
ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de
sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite
volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic
salta!” [demuestra con hechos lo que eres capaz de hacer][13]
La revolución soviética, al convertir los medios de producción en propiedad
social (a medias, en el caso de los koljoses), había hecho lo primero
para la abolición de las clases. Había suprimido todo respaldo jurídico a
la existencia de clases explotadoras, pero quedaba en pie la base
económica de la división de la sociedad en clases. Las relaciones de
propiedad son la expresión jurídica de las relaciones de producción, y
es a éstas a las que debemos remitirnos para descubrir qué queda
realmente de las clases y de la lucha entre ellas. Según Marx, “tanto
las relaciones jurídicas como las formas de Estado… radican en las
condiciones materiales de vida… (…) en la producción social de su vida
los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e
independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden
a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la
estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se
levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social”.
Por consiguiente, el análisis de clase no termina en las relaciones
de propiedad, en el reconocimiento jurídico de las relaciones de
producción, sino que debe ahondar más. Las relaciones de propiedad nos
revelan qué clases sociales se hallan plenamente desarrolladas y
constituidas, pero nada nos dicen, por ejemplo, de las capas que se
hallan en la “periferia” del proletariado y que tienden a desarrollarse
como nueva burguesía, sobre todo para ocupar el lugar de la vieja cuando
ésta ha sido expropiada y suprimida como tal clase (no en cuanto a sus
miembros individuales que siguen interviniendo en la lucha de clases con
sus “habilidades” sociales y tradiciones). En los países capitalistas,
la socialdemocracia es la expresión política más destacada de estas
capas formadas por trabajadores asalariados cuyas “ventajas” o
“privilegios” los empujan a traicionar a su clase para servir a la
burguesía[14].
En la sociedad soviética, como clases plenamente constituidas, sólo
quedaban la de los obreros y la de los campesinos koljosianos. Stalin
afirmaba: “De este modo, se van borrando las fronteras de clase entre
los trabajadores de la U.R.S.S., va desapareciendo el antiguo
exclusivismo de clase. Ceden y se borran las contradicciones económicas y
políticas entre los obreros, los campesinos y los intelectuales. Se ha
creado la base para la unidad moral y política de la sociedad. Con
arreglo a esta Constitución [de 1936], la sociedad soviética está
formada por dos clases hermanas, los obreros y los campesinos, entre las
cuales existen aún ciertas diferencias de clase”.[15]
Con esta misma visión parcialmente justa, pero más optimista que
exacta, Stalin había afirmado un par de años antes: “Los hechos
evidencian que hemos construido ya la base de la sociedad socialista en
la URSS y no nos resta más que coronarla de las superestructuras, obra
indudablemente mucho más fácil que la construcción de la base de la
sociedad socialista”.[16]
Un poco antes incluso, Molotov había detallado esta visión que
vincula las clases exclusivamente con la propiedad de los medios de
producción: “Se sabe que la tarea esencial del socialismo es la de
suprimir el capitalismo, dicho de otra manera, de suprimir las clases,
es decir, de abolir la explotación del hombre por el hombre… Sabemos
que, en lo concerniente a la gran industria y a la tierra, la
transformación de los medios de producción en propiedad del Estado ha
sido cumplida desde hace tiempo. Esta transformación se continúa todavía
ahora y, con la liquidación definitiva de los elementos capitalistas,
terminará íntegramente en las otras ramas de la economía. Por este hecho
se llevará a cabo la supresión de las causas que engendran las
diferencias de clases y la explotación.
Después de lo que acabo de decir, es evidente que la liquidación
completa de los elementos capitalistas y la abolición total de las
causas que engendran las diferencias de clase y la explotación
significan, por ello mismo, la liquidación de las clases en general. Si
no hay elementos capitalistas, es decir, si no hay más explotadores, y
si las fuentes que alimentan las diferencias de clases son suprimidas,
¿de qué clases se puede hablar entonces? No es posible hablar de clases
en el sentido propio de la palabra”.[17]
Consecuentemente, el Informe de Malenkov de 1952 sostenía que “En
nuestra sociedad soviética no hay ni puede haber fundamento de clase
para el dominio de la ideología burguesa”. Y, sin embargo, este dominio
acabó realizándose. ¿Podían los restos de las viejas clases
explotadoras y el cerco exterior hostil bastar para este crecimiento de
la burguesía y de su ideología? En caso contrario, ¿cuál era su
fundamento de clase?
“Las clases -explica Lenin- son grandes grupos de hombres que se
diferencian entre si por el lugar que ocupan en un sistema de producción
social históricamente determinado, por las relaciones en que se
encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las
leyes refrendan y formulan en su mayor parte), por el papel que
desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente,
por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social
de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede
apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un
régimen de economía social” [18].
Como se regeneró la burguesía en la URSS.
Esta definición arroja luz, no sólo sobre la contrarrevolución en la
URSS, sino también sobre fenómenos que sufre a diario la población
obrera de los países capitalistas: trabajadores asalariados y, por
tanto, sin propiedad sobre los medios de producción son también muchos
directivos, cuadros intermedios, burócratas, represores, etc., que
organizan el trabajo social en beneficio del capital, que perciben por
ello la parte de la riqueza social que éste les cede y que, en esta
medida, se apropian el fruto del trabajo productivo de la clase obrera.
En los países socialistas, los capitalistas han sido total o
parcialmente expropiados, pero los miembros de las capas intermedias de
“empleados” que subsisten en virtud de la división del trabajo heredada
del capitalismo se debaten entre ayudar a la total supresión de las
clases (y, con ello, de sus privilegios y dogmas) o ejercer ellos mismos
de capitalistas en la medida de las posibilidades legales y ensanchando
cada vez más estas posibilidades.
Lenin deduce de su definición: “… que, para suprimir por completo las
clases, no basta con derrocar a los explotadores, a los terratenientes y
a los capitalistas, no basta con suprimir su propiedad, sino que es
imprescindible también suprimir toda propiedad privada sobre los medios
de producción; es necesario suprimir la diferencia existente entre la
ciudad y el campo, así como entre los trabajadores manuales e
intelectuales. Esta obra exige mucho tiempo. Para realizarla, hay que
dar un gigantesco paso adelante en el desarrollo de las fuerzas
productivas, hay que vencer la resistencia (muchas veces pasiva y mucho
más tenaz y difícil de vencer) de las numerosas supervivencias de la
pequeña producción, hay que vencer la enorme fuerza de la costumbre y la
rutina que estas supervivencias llevan consigo”. La experiencia del
socialismo, y también del imperialismo, demuestra que hay que vencer
asimismo la resistencia de las supervivencias de la forma capitalista de
organizar la gran producción, con la división del trabajo que lleva
aparejada.
Marx y Engels describen cómo, históricamente: “…, dentro de la
división del trabajo, las relaciones personales siguen desarrollándose
necesaria e inevitablemente hasta convertirse y plasmarse en relaciones
de clase…”. Y, por consiguiente, a futuro, sostienen que “la abolición
de la independencia de las relaciones frente a los individuos y de la
supeditación de la individualidad a la casualidad, de la subsunción de
sus relaciones personales bajo las relaciones generales de clase, etc.,
está condicionada por la supresión de la división del trabajo…,
igualmente, que la propiedad privada sólo puede abolirse bajo la
condición de un desarrollo omnilateral de los individuos, precisamente
porque el intercambio y las fuerzas productivas con que se encuentren
sean omnilaterales y sólo puedan asimilarse por individuos dotados de un
desarrollo también omnilateral, es decir, en el ejercicio libre de su
vida”.[19]
“Junto a esa gran mayoría exclusivamente dedicada al trabajo –explica
Engels- se constituye una clase liberada del trabajo directamente
productivo y que se ocupa de los asuntos colectivos de la sociedad:
dirección del trabajo, asuntos de Estado, justicia, ciencia, artes, etc.
Lo que subyace a la división en clases es la ley de la división del
trabajo… Al dividirse el trabajo se escinde también el hombre. Todas las
demás capacidades físicas y espirituales se sacrifican al
perfeccionamiento de una sola actividad… ‘Anquilosa y hace del
trabajador un abnorme tullido, promoviendo la habilidad en el detalle
como en invernadero, mediante la represión de todo un mundo de impulsos y
disposiciones productivas… El mismo individuo se divide, se transforma
en motor automático de un trabajo parcial’ (Marx): en un motor que
muchas veces no consigue ser perfecto sino gracias a una mutilización,
en sentido literal, física y espiritual del obrero. La maquinaria de la
gran industria degrada al obrero hasta por debajo de la máquina,
convirtiéndole en mero accesorio de ésta. ‘La especialidad de por vida
de manejar una herramienta parcial se convierte en la eterna
especialidad de servir a una máquina parcial. Se abusa de la maquinaria
para convertir al trabajador mismo, y desde niño, en una parte de una
máquina parcial’ (Marx). Pero no solo los trabajadores quedan sometidos
por la división del trabajo al instrumento de su actividad, sino también
las clases que los explotan directa o indirectamente: el burgués de
espíritu yermo está sometido a su capital y a su propia furia de
beneficio; el jurista, a sus momificadas ideas jurídicas, que le dominan
como poder sustantivo; las ‘clases ilustradas’ en general, a las
diversas limitaciones locales y unilateralidades, a su miopía física y
espiritual, a su anquilosamiento por una educación orientada a la
especialización y por un encadenamiento perpetuo a su especialidad,
incluso cuando esta especialidad es el puro ocio”.[20]
Stalin, en cambio, no considera tan estrecho el vínculo entre las
clases y la división del trabajo una vez suprimida la propiedad privada,
ni por consiguiente aborda la superación de ésta como parte de la lucha
de clase del proletariado: “La base económica de la oposición entre el
trabajo intelectual y el trabajo manual es la explotación de los hombres
dedicados al trabajo manual por los representantes del trabajo
intelectual. Todo el mundo conoce el divorcio existente bajo el
capitalismo entre los hombres dedicados en las empresas al trabajo
manual y el personal dirigente. Se sabe que sobre la base de este
divorcio se desarrolló la actitud hostil del obrero hacia el director,
hacia el maestro, hacia el ingeniero y hacia otros representantes del
personal técnico, a los que consideraba enemigos suyos. Se comprende
que, al ser destruidos el capitalismo y el sistema de explotación, debía
desaparecer también la oposición de intereses entre el trabajo manual y
el trabajo intelectual. Y en nuestro actual régimen socialista ha
desaparecido, efectivamente. Ahora los hombres dedicados al trabajo
manual y el personal dirigente no son enemigos, sino camaradas y amigos,
miembros de una misma comunidad de producción, interesados vitalmente
en la prosperidad y en el mejoramiento de la producción. De su vieja
enemistad no queda ni rastro”.[21]
Stalin describe a los nuevos intelectuales soviéticos únicamente a
partir de su extracción de clase y de lo que tienen en común con los
obreros, pero olvidando su posición social objetivamente intermedia,
entre el proletariado dominante en la Unión Soviética y los restos de la
vieja sociedad vinculados a la burguesía dominante a escala
internacional: “Han cambiado también los intelectuales de la U.R.S.S.
Son ya, en masa, intelectuales totalmente nuevos. En su mayoría, han
salido del seno de los obreros y de los campesinos. No sirven ya, como
los antiguos intelectuales, al capitalismo, sino al socialismo. El
intelectual ha pasado a ser miembro con plenitud de derechos de la
sociedad socialista. Estos intelectuales construyen la nueva sociedad,
la sociedad socialista, del brazo de los obreros y campesinos. Son un
tipo nuevo de intelectuales, puestos al servicio del pueblo y
emancipados de toda explotación”.[22]
Sin embargo, en la práctica, el propio Stalin tuvo que combatir
sucesivas oleadas de intelectuales soviéticos burgueses; la última, la
de aquéllos que, para mejorar la producción, pedían desarrollar
plenamente las categorías mercantiles, como en el capitalismo. Y
consiguieron hacerlo tras su muerte, acabando con el socialismo y con la
propia Unión Soviética.
Stalin atribuye “una importancia primordial” a “la liquidación de la
diferencia esencial entre el trabajo intelectual y el trabajo manual”,
pero sólo plantea conseguirlo “mediante la elevación del nivel cultural y
teórico de los obreros a la altura del nivel del personal técnico”,
reduciendo la jornada de trabajo, implantando la enseñanza politécnica
general, mejorando las condiciones materiales de vida, etc. No incluye
la lucha de clase de los obreros contra las tendencias corporativas de
los intelectuales como medio de liquidación de la división del trabajo.
Además, el objetivo que le asigna a esta liquidación es sólo el de
alcanzar “cumbres inaccesibles para la industria de otros países”, es
decir, desarrollar las fuerzas productivas –que es condición
indispensable para liquidar la división del trabajo-, pero no como medio
para abolir completamente las clases.
Finalmente, Stalin combatió con razón la pretensión de superar la
división del trabajo decretando la mediocridad general: “Algunos creen,
que se podría llegar a suprimir el antagonismo entre el trabajo
intelectual y el trabajo manual por medio de una cierta igualación
cultural y técnica de los trabajadores intelectuales y manuales,
haciendo bajar el nivel cultural y técnico de los ingenieros y técnicos,
de los trabajadores intelectuales, hasta el nivel de los obreros de
mediana calificación. Eso es completamente falso. Sólo charlatanes
pequeño-burgueses pueden hacerse tal idea del comunismo. En realidad, no
se puede llegar a suprimir el antagonismo entre el trabajo intelectual y
el trabajo manual, si no se eleva el nivel cultural y técnico de la
clase obrera hasta el nivel de ingenieros y técnicos”.[23]
Pero Stalin no parecía ver más allá de esta elevación, hasta
comprender la necesidad de poner fin a la división entre obreros e
intelectuales: “Algunos camaradas afirman que, con el tiempo, no sólo
desaparecerá la diferencia esencial entre la industria y la agricultura,
entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, sino también toda diferencia
entre ellos. Eso no es cierto. La diferencia esencial entre ellos, es
decir, la diferencia en cuanto al nivel cultural y técnico,
desaparecerá, sin duda alguna. Pero, con eso y con todo eso, seguirá
existiendo alguna diferencia, si bien no esencial, aunque sólo sea
porque las condiciones de trabajo del personal dirigente de las empresas
no son las mismas que las condiciones de trabajo de los obreros.”[24]
En este punto, Stalin entra en colisión con el pensamiento socialista
resumido así por Engels: “Los utopistas estaban ya plenamente en claro
acerca de los efectos de la división del trabajo, acerca del
anquilosamiento del obrero, por una parte, y de la actividad misma del
trabajo, por otra, limitada a la repetición perpetua, monótona y
mecánica, de uno y el mismo acto. La superación de la contraposición
entre la ciudad y el campo es para Fourier, igual que para Owen, la
primera condición básica de la superación de la vieja división del
trabajo en general. Según los dos autores, la población debe
distribuirse por el país en grupos de mil seiscientos a tres mil seres
humanos; cada grupo habita, en el centro de su demarcación, un
gigantesco palacio, con comunidad doméstica. Fourier habla de vez en
cuando de ciudades, pero éstas constan simplemente de cuatro o cinco
palacios contiguos. Según los dos autores, cada miembro de la sociedad
toma parte tanto en la agricultura cuanto en la industria; en el caso de
Fourier, el papel industrial principal es desempeñado por la artesanía y
la manufactura. Owen, en cambio piensa en la gran industria, y hasta
propone la introducción del vapor y de la maquinaria en las tareas
domésticas. Pero incluso dentro de la agricultura y de la industria
exigen ambos la mayor diversidad posible de ocupaciones para cada
individuo, y, consiguientemente, la educación de la juventud es una
actividad técnica lo más multilateral posible. Según los dos autores,
tiene que desarrollarse el hombre de un modo universal mediante una
ocupación práctica universal, y el trabajo tiene que recuperar el
atractivo perdido por la división; a ello contribuirá por de pronto la
variación y la correspondiente brevedad de la “sesión” (ésta es la
expresión de Fourier) dedicada a cada trabajo particular”.[25]
Es decir, que la rotación por turnos en las diferentes tareas o
“empleos” debe tener como resultado que ya no exista una clase de
“obreros” y otra clase de “personal dirigente de las empresas”, y que
este personal también participe en el trabajo productivo, en la
producción material. Por supuesto que este objetivo estaba lejos de
poder ser alcanzado en la URSS de los años 30, 40 e incluso 50 del siglo
pasado, pero era y es necesario comprenderlo para poder llegar a él. Y
el medio para vencer las resistencias que se oponen a él es la lucha de
clase del proletariado.
Esto lo tenía claro Molotov cuando, en 1932, se
oponía a circunscribir el objetivo de la producción socialista a la
elevación del bienestar material de las masas:
“Aun asignándonos en el segundo plan quinquenal la tarea de mejorar
con un ritmo sensiblemente más rápido el bienestar de las masas obreras y
campesinas, debemos combatir los razonamientos de los que dicen que ‘el
socialismo es la producción para el consumo’… El hecho de abordar el
socialismo desde el estrecho punto de vista del consumidor no está
conforme con los intereses del Estado socialista ni con la teoría del
leninismo. El mejoramiento que debe aportar a la satisfacción de las
necesidades de las masas está indisolublemente ligado a la supresión de
los elementos sociales parasitarios”.[26]
Sin embargo, veinte años más tarde, cuando ya han sido liquidadas las
clases propietarias explotadoras, Stalin reduce “el fin de la
producción socialista” a “la satisfacción de las necesidades materiales y
culturales del hombre”, “de toda la sociedad”[27],
excluyendo de la ley económica fundamental del socialismo la tarea de
suprimir “los elementos sociales parasitarios”, la tarea de completar la
transformación revolucionaria de las relaciones de producción.
La cuestión clave
La cuestión clave es que no “toda la sociedad”, no todos los
“hombres”, están en condiciones de asegurar y dirigir el tránsito del
socialismo al comunismo. “Suponer –dice Lenin- que todos los
‘trabajadores’ están igualmente capacitados para realizar esta obra,
sería decir la frase más vacía o hacerse ilusiones de socialista
antidiluviano, pre-marxista. Porque esta capacidad no se da por sí
misma, sino que se forma históricamente y solo en las condiciones
materiales de la gran producción capitalista”. “Solo una clase
determinada, a saber, los obreros urbanos y en general los obreros
fabriles, los obreros industriales, están en condiciones de dirigir a
toda la masa de trabajadores y explotados en la lucha por derrocar el
yugo del capital, en el proceso mismo de su derrocamiento, en la lucha
por mantener y consolidar el triunfo, en la creación del nuevo régimen
social, del régimen socialista, en toda la lucha por la supresión
completa de las clases”[28].
En la etapa de Stalin, la clase obrera fue considerada dirigente de la sociedad y del Estado soviéticos[29].
Y, como tal clase, desplegó una continua lucha contra los elementos
burgueses y sus agentes revisionistas dentro del Partido Bolchevique.
Sin embargo, esta lucha se veía debilitada por cómo se exageraba lo
conseguido, y por la defectuosa comprensión de la división del trabajo
como base de la división de la sociedad en clases.
Ciertamente, quienes
capitanearon el viraje revisionista –los Jruschov, Mikoyán, Suslov,
etc.- no eran “nuevos” intelectuales, sino viejos militantes de antes de
la liquidación de las clases explotadoras (algunos de ellos, reciclados
de las oposiciones trotskista y derechista).
Pero su éxito se debió
también:
1º) al apoyo que encontraron entre muchos nuevos intelectuales y
empleados, deseosos de disfrutar apaciblemente de su privilegio de
zafarse del trabajo productivo.
2º) así como a la confusión y a la
mermada independencia política y organizativa de la clase obrera
industrial.
Será muy útil que los historiadores comunistas investiguen
el estado concreto y práctico en que se hallaba esta independencia. En
este asunto, la relación entre las amplias masas proletarias y la
composición de su partido político tiene una gran importancia, en virtud
de la división del trabajo entre los militantes obreros y el aparato de
empleados-intelectuales al servicio de dicho partido. La clase obrera
no puede prescindir de este aparato, pero también debe –a la luz de la
experiencia- organizar una vigilancia y control que le permita
reconstruir su partido cuando dicho aparato la traiciona.
En definitiva, la reanudación de la obra iniciada por la revolución
soviética y la superación de sus defectos exige al proletariado que
aplique las enseñanzas de aquélla para la reconstrucción dialéctica de
su partido político: un partido que encarne en todo momento la fusión
del socialismo científico con el movimiento obrero de masas.
Para concluir, sirva este modesto documento como exhortación al
movimiento comunista y obrero internacional:
* en primer lugar, para que
defienda abiertamente la edificación del socialismo bajo la dirección de
Stalin, explicándola a las masas.
* en segundo lugar, para que aborde
teórica y prácticamente el problema de la división del trabajo, no sólo
con el fin de devolver a nuestra clase la confianza en su capacidad de
liberarse del capitalismo, sino incluso como el medio de asegurar su
organización unificada y centralizada en cada país.
La clase obrera, y
particularmente sus masas, los militantes obreros de base, deben
mantener firmemente la dirección de la organización revolucionaria.
Notas:
[1] El Manifiesto del Partido Comunista, capítulo II, Marx y Engels: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
[2] Informe a la XVII Conferencia del PC de la URSS el 2 de febrero de 1932 sobre el Segundo Plan Quinquenal – Publicaciones Edeya-Barcelona págs. 64-65.
[3] Ibídem, págs. 243-44.
[4] Discurso de Stalin en la Primera Conferencia de Stajanovistas de la URSS, del 17-11-1935.
[5] Pleno del CC del PC(b) de la URSS del 4-12 de julio de 1928, Obras, tomo 11, págs. 121 y 181.
[6] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gotha.htm#1****, capítulo I. Stalin aplica este criterio a la sociedad soviética de su tiempo: “Hay quienes creen que sería posible consolidar el socialismo por medio de una cierta igualación material de los hombres sobre la base de una vida llena de privaciones. Eso no es correcto. Es una concepción pequeñoburguesa del socialismo. En realidad, el socialismo puede vencer solamente sobre la base de una elevada productividad de trabajo, más elevada que bajo el capitalismo, sobre la base de una abundancia en víveres y artículos de consumo de todo tipo, sobre la base de una vida de bienestar y educación para todos los miembros de la sociedad. Pero para que el socialismo pueda alcanzar esa meta y hacer de nuestra sociedad soviética la sociedad de mayor bienestar, necesitamos en nuestro país una productividad de trabajo que supere la productividad de trabajo de los países capitalistas más avanzados”. (Primera Conferencia de Stajanovistas de la URSS)
[7] El Estado y la revolución, capítulo V: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja6.htm
[8] Citado por Stalin, siendo suyos los subrayados, en Cuestiones del leninismo (1926): https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2008-15.pdf
[9] Informe de Stalin ante el XVII Congreso del Partido, 26 de enero de 1934, tomo 13, pág. 364-365.
[10] Ibídem, pág. 428.
[11] “…no comprenden que [la circulación mercantil] es incompatible con perspectiva del paso del socialismo al comunismo”. (Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952)
[12] “Les dejan atónitos las realizaciones colosales del Poder Soviético, les producen vértigo los extraordinarios éxitos del régimen soviético, y se imaginan que el Poder Soviético «lo puede todo», que «nada le es difícil», que puede destruir las leyes de la ciencia y formar nuevas leyes”. (Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952)
[13] El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte, Marx.
[14] Véase el análisis de las raíces socio-económicas en el artículo de Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm
[15] Historia del PC(b) de la URSS.
[16] Informe ante el XVII Congreso del Partido, 26 de enero de 1934, tomo 13, pág. 339.
[17] Informe del camarada Molótov a la XVII Conferencia del PC de la URSS el 2 de febrero de 1932 sobre el Segundo Plan Quinquenal – Publicaciones Edeya-Barcelona.
[18] Una gran iniciativa, Lenin.
[19] La ideología alemana, Marx y Engels.
[20] Anti-Dühring, Engels.
[21] Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952.
[22] Historia del PC(b) de la URSS.
[23] Discurso de Stalin en la Primera Conferencia de Stajanovistas de la URSS, del 17-11-1935
[24] Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952.
[25] Anti-Dühring, Engels. Aunque tres meses después, en su crítica a Yaroshenko, Stalin expresa un objetivo algo más parecido al planteado por Engels: que todos los miembros de la sociedad “puedan elegir la profesión que más les guste y no tengan que verse atados de por vida, debido a la división del trabajo existente, a una sola profesión”. (Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952)
[26] Informe del camarada Molótov a la XVII Conferencia del PC de la URSS el 2 de febrero de 1932 sobre el Segundo Plan Quinquenal – Publicaciones Edeya-Barcelona, pág. 31.
[27] Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952.
[28] Una gran iniciativa, Lenin.
[29] También lo fue formalmente después de Stalin y hasta la disolución de la URSS, aunque la dictadura del proletariado había sido sustituida por el “Estado de todo el pueblo” y el PCUS había dejado de ser un partido de la clase obrera para convertirse en un “partido de todo el pueblo”.
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