20 de abril de 2020

Desarrollo de la economía soviética desde 1936 hasta 1953 (y 3)




Aciertos y posibles errores en la transición del socialismo al comunismo.

El período de la Unión Soviética que va desde la Revolución de Octubre hasta la muerte de Stalin ha enseñado al mundo la realización más cabal del programa de emancipación de la clase obrera, el cual fue esbozado por Marx y Engels en el “Manifiesto del Partido Comunista”. Fue un gigantesco salto adelante en relación con la Comuna de París. Su impacto internacional es imborrable y pervive en la conciencia social, tanto la del proletariado como la de la burguesía, condicionando sus acciones cotidianas y sus estrategias.

Tras la conquista del poder político por la clase obrera, la revolución soviética centralizó en manos del Estado las grandes fuerzas productivas engendradas por el capitalismo y agrupó en cooperativas a los campesinos, realizando así el cambio cualitativo necesario para la plena socialización de la producción y, por tanto, para poner fin a la división de la sociedad en clases.

Completar este proceso exigía proseguir con el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas. Sólo con él, las condiciones de vida en el campo y en la ciudad se podían homogeneizar, la propiedad cooperativa podía transformarse en propiedad de todo el pueblo, las caóticas relaciones mercantiles y dinerarias podían sustituirse por la planificación consciente de la producción y los trabajadores podían elevarse intelectualmente para volver superflua la división entre obreros e intelectuales y repartir el trabajo productivo entre todos los miembros de la sociedad. En definitiva, sólo así era posible socializar plenamente la producción, abolir las clases e impedir lo que, desgraciadamente, ocurrió después: que una fracción de la intelectualidad -encabezada por el sector revisionista de la dirección del PCUS- aprovechara la ventaja de su posición social para desarrollarse como una nueva burguesía restauradora de la explotación capitalista.

La palanca principal con la que los soviéticos consiguieron desarrollar las fuerzas productivas -y en una medida mucho mayor de lo que lo había hecho el capitalismo- fue liberar a las masas trabajadoras de la explotación capitalista y poner la producción en sus manos. Es lo que ahora se describiría como empoderar a estas masas, persiguiendo el objetivo de que “el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos”[1].

  

Como explicaba Molótov: “Basta ir a nuestras fábricas, a nuestros talleres y a los koljoses para convencerse de que  el crecimiento de la potencia de la URSS está basado en la actividad de las masas, en la participación de los obreros y trabajadores campesinos en toda la edificación socialista. Nuestro partido, los sindicatos, las juventudes comunistas y los soviets hacen todo lo posible por intensificar la actividad de los trabajadores, por vencer las vacilaciones que se manifiestan entre ellos, las tendencias retrógradas y la influencia directa de los elementos burgueses, y por organizar a las masas alrededor de las tareas decisivas de la edificación socialista”.[2]

Lo confirma el propio Alec Nove con estas palabras: “… entre las razones de la mejora de la productividad, una de las principales fue el llamado movimiento ‘stajanovista’… Surgió de la ‘emulación socialista’ y de las campañas de las brigadas de choque, que se desarrollaron rápidamente en alcance e intensidad durante el período del primer plan quinquenal. Guardaba relación con los esfuerzos para animar a las empresas a conseguir más progreso técnico, más producción, mayor reducción de costes y mayor productividad que los que originariamente se habían propuesto. Tales eran los llamados contraplanes (vstrechnye tejpromfinplani), y a los obreros corrientes se les encomendó la tarea de asegurar que cada empresa y cada taller se dedicase a rebasar las normas existentes. En este contexto fue en el que un obrero de una mina de carbón, Alexi Stajanov, consiguió en septiembre de 1935 producir catorce veces lo que preceptuaba la norma, y lo hizo no merced a un trabajo más intenso, sino sobre todo utilizando inteligentemente a sus auxiliares no cualificados. El Partido hizo suya esta idea y el ‘stajanovismo’ se extendió rápidamente a otras ramas de la economía… El efecto de todo ello fue utilizar de manera más completa el equipo y racionalizar e intensificar la mano de obra… Es indudable que la campaña tuvo un efecto positivo sobre la productividad”.[3]

El movimiento stajanovista lo formaban masas de obreros que aprendían a dirigir la producción, luchando por la superación de la división del trabajo, tanto elevándose culturalmente como enfrentándose a la vanidad de los intelectuales. Stalin decía de ellos: “Son principalmente obreros y obreras,… libres del tradicionalismo y de la rutina de ciertos ingenieros, técnicos y científicos… completan y rectifican constantemente a los ingenieros y técnicos, frecuentemente les enseñan algo nuevo y los  empujan hacia adelante… el movimiento Stajanovista representa el futuro de nuestra industria, que contiene el germen del futuro ascenso cultural y técnico de la clase obrera, que nos abre el camino que nos permita obtener los rendimientos máximos en la productividad de trabajo, necesarios para la transición del socialismo al comunismo y para abolir el antagonismo entre el trabajo intelectual y el manual… Ante todo, es evidente que este movimiento ha comenzado, por decirlo así, por sí solo, de manera casi espontánea, desde abajo, sin presión alguna de parte de la administración de nuestras empresas. Aún más. Este movimiento se ha desarrollado, de cierta manera, contra la voluntad de la administración de nuestras empresas, incluso en la lucha contra éstas”.[4]

Al lado de esta palanca principal para el desarrollo de las fuerzas productivas, el gobierno soviético todavía tenía que recurrir a los “estímulos materiales” heredados del capitalismo.

La mercancía como forma del producto del trabajo tuvo que mantenerse debido a la todavía necesaria independencia económica de los koljoses y a las relaciones comerciales con el exterior: “En una u otra medida -observa Stalin-, la nueva política económica, con sus relaciones mercantiles y la utilización de estas relaciones, es algo absolutamente necesario para todo país capitalista en el período de la dictadura del proletariado”.[5]

Aunque se hubiera podido suprimir la producción mercantil, todavía era inevitable que se mantuviera el derecho burgués expresado en el principio “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo” y explicado por Marx en su Crítica del Programa de Gotha:
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad –después de hechas las obligadas deducciones- exactamente lo que ha dado… Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes… Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués…. estos defectos [derivados de la desigualdad de los individuos] son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado”.[6]

Lenin deduce de ello que “persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la propiedad común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del trabajo y por la igualdad en la distribución de los productos… De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!”[7]

Además, aunque dirigido por el proletariado, el Estado socialista, por su base social, se ve necesariamente sometido a la influencia de las capas burguesas: “La dictadura del proletariado –dice Lenin- es una forma especial de alianza de clase entre el proletariado, vanguardia de los trabajadores, y las numerosas capas trabajadoras no proletarias (pequeña burguesía, pequeños patronos, campesinos, intelectuales, etc.) o la mayoría de ellas,… alianza de los partidarios resueltos del socialismo con sus aliados vacilantes, y a veces con los ‘neutrales’ (en cuyo caso, de pacto de lucha, la alianza se convierte en pacto de neutralidad); es una alianza entre clases diferentes desde el punto de vista económico, político, social y espiritual”.[8]

La gran hazaña de la revolución soviética consiste en que, en la segunda mitad de los años 30, había sabido utilizar ambos tipos de “palancas” para conseguir acabar con las clases explotadoras. La sociedad quedaba compuesta por dos clases trabajadoras -obreros y campesinos cooperativistas- y una intelectualidad de extracción trabajadora: es decir, por tres sectores sociales todavía diferentes pero unidos, tanto por los beneficios que les aportaba el socialismo, como contra los peligros de explotación, desempleo y ruina que les acarrearía la restauración del capitalismo. Aunque esto era cierto para la inmensa mayoría de la población, el proletariado de la URSS necesitaba proseguir su lucha de clase contra quienes se oponían al socialismo y a su desarrollo hacia el comunismo. Y un gran mérito de Stalin y el Partido Bolchevique fue comprender esta necesidad y actuar en consecuencia:
“Hemos destrozado a los enemigos del Partido, a los oportunistas de todos los matices y a los nacional- desviacionistas de todo género. Pero los restos de su ideología subsisten en el cerebro de algunos miembros del Partido, y no pocas veces se dejan sentir. Al Partido no se le puede considerar como algo desligado de la gente que le rodea. Vive y actúa en el medio que le circunda. Así, no tiene nada de extraño que no pocas veces penetren en él tendencias malsanas. Y es indudable que el terreno para esas tendencias existe en nuestro país, aunque sólo sea porque hay todavía algunas capas intermedias de la población, tanto en la ciudad como en el campo, que constituyen el medio nutricio para su desarrollo.
… ¿se puede decir que hayamos vencido ya todas las supervivencias del capitalismo en la economía? No, no se puede decir. Mucho menos puede decirse que hayamos vencido las supervivencias del capitalismo en la conciencia de los hombres. Eso no puede decirse, y no sólo porque el desarrollo de la conciencia de los hombres va en retraso de su situación económica, sino también porque existe aún el cerco capitalista, que se esfuerza por reavivar y mantener esas supervivencias del capitalismo en la economía y en la conciencia de los hombres de la U.R.S.S. y contra el cual nosotros, los bolcheviques, debemos tener siempre la pólvora seca.
Se comprende que estas supervivencias no pueden dejar de ser un terreno abonado para la reanimación, en el cerebro de algunos miembros de nuestro Partido, de la ideología de los derrotados grupos antileninistas. Añadid a esto el nivel teórico, no muy elevado, de la mayoría de nuestros militantes, el débil trabajo ideológico de los organismos del Partido, agregad aún que los dirigentes de las organizaciones del Partido, recargados de trabajo práctico, no pueden mejorar su preparación teórica, y comprenderéis por qué en la cabeza de algunos miembros del Partido reina confusión en determinadas cuestiones del leninismo, confusión que no pocas veces se desliza en nuestra prensa y facilita la reanimación de los restos de la ideología de los derrotados grupos antileninistas.
He ahí por qué no se puede decir que la lucha haya terminado y que no hay ya necesidad de una política de ofensiva del socialismo”.[9] (pág. 364)


Hasta el final de su vida, Stalin impulsó esta lucha contra las desviaciones burguesas en el Partido y en el Estado soviéticos; desviaciones a las que el historiador Geoffrey Roberts se refiere como “… la rutina, la profesionalización y una burocracia creciente” instaladas después de la Gran Guerra Patria: “la capa media de los técnicos, de los gestores y de los funcionarios continuó desarrollándose, enraizando en el sistema soviético,…”.[10]

En su último artículo teórico de la primera mitad de 1952, titulado Los problemas económicos del socialismo en la URSS, el dirigente bolchevique critica tendencias económicas que se impondrían en el partido y en la sociedad, poco a poco, después de su muerte. Es el caso de la tendencia a desarrollar las relaciones monetario-mercantiles hasta restablecer las categorías económicas propias del capitalismo (“la fuerza de trabajo como mercancía, la plusvalía, el capital, el beneficio del capital, la norma media de beneficio, etc.”), con el pretexto de que la sociedad socialista todavía no había suprimido las formas mercantiles de la producción por ser un estímulo necesario a ésta[11]

Consecuencia de esta tendencia era la propuesta de vender los tractores y demás maquinaria a los koljoses, la cual fue llevada a efecto en 1958. Esta tendencia capitulacionista coexistía con la “optimista” que se desentendía de las relaciones de producción en la organización de la economía. En definitiva, volvían a levantar cabeza las dos últimas formas de “socialismo burgués” que se habían manifestado en la URSS: el trotskismo y el bujarinismo.

En el último Congreso del Partido al que asistió, Stalin participó en la redacción del Informe presentado por Malenkov, el 5 de octubre de 1952, donde se ponían en evidencia los peligros que acechaban al socialismo soviético:
“La realidad es que con motivo de la victoriosa ter­minación de la guerra y de los grandes éxitos económicos alcanzados en el período de la posguerra, en el Partido ha surgido una actitud no crítica hacia las deficiencias y los errores en el trabajo de las organizaciones del Partido, económicas y demás. Los hechos demuestran que los éxi­tos han dado origen en las filas del Partido a un estado de ánimo de engreimiento, a la tendencia a presentarlo todo de color de rosa, a una mezquina placidez y al deseo de dormirse en los laureles y de vivir de méritos pasados. Hay bastantes trabajadores del Partido que consideran que ‘nosotros lo podemos todo’, que ‘para nosotros todo es coser y cantar’, que ‘las cosas marchan bien’ y no hay necesidad de molestarse en ocupaciones tan poco agrada­bles como el descubrimiento de las deficiencias y de los errores en el trabajo, como la lucha contra los fenómenos negativos y morbosos en nuestras organizaciones. Este estado de ánimo, perjudicial por sus consecuencias, ha afectado a parte de los militantes, insuficientemente pre­parados y poco firmes políticamente. Los dirigentes de las organizaciones del Partido, de los Soviets y económi­cas transforman con frecuencia las asambleas, las reu­niones de los activistas, los plenos y las conferencias en pomposas solemnidades, en lugares de autobombo, debido a lo cual no se pone al descubierto ni se somete a crítica los errores y los defectos en el trabajo, las dolencias y las debilidades, actitud ésta que refuerza el espíritu de en­greimiento y de placidez. En las organizaciones del Partido han penetrado tendencias de despreocupación. Entre los trabajadores del Partido, de las organizaciones económi­cas, de los Soviets y otras, se dan casos de adormecimiento de la vigilancia, de criminal ligereza, de divulgación de secretos del Partido y del Estado. Algunos camaradas, absorbidos por los asuntos económicos y cegados por los éxitos, comienzan a olvidar que subsiste todavía el cerco capitalista y que los enemigos del Estado Soviético tratan tenazmente de infiltrar en nuestro país a agentes suyos, de utilizar para sus viles objetivos a los elementos poco firmes de la sociedad soviética.
… aún quedan restos de la ideología burguesa, supervivencias de la psicología y de la moral que engendrara la propie­dad privada. Estas supervivencias no desaparecen por sí mismas, son muy vivaces, pueden desarrollarse, y contra ellas hay que mantener una lucha enérgica. Tampoco es­tamos asegurados contra la penetración en nuestro medio de ideas, opiniones y estados de ánimo que nos son ajenos y que proceden del exterior, de los Estados capitalistas, y del interior, de los restos de grupos hostiles al Poder So­viético, no rematados por el Partido. No hay que olvidar que los enemigos del Estado Soviético intentan propagar, atizar y nutrir estados de ánimo insanos de toda índole, descomponer ideológicamente a los elementos poco firmes de nuestra sociedad.
Ciertas organizaciones de nuestro Partido, enfrasca­das en los problemas económicos, olvidan y dejan abando­nada la labor de educación ideológica”.

El Informe de Malenkov abogaba por un remedio cierto e indispensable contra estas peligrosas deficiencias:
“Para impulsar con éxito nuestra obra, hay que librar una lucha resuelta contra los fenómenos negativos, orien­tar la atención del Partido y de todos los ciudadanos so­viéticos a la eliminación de las deficiencias en el trabajo, para lo cual es necesario desarrollar ampliamente la auto­crítica y, particularmente, la crítica desde abajo. (…)
Actualmente tiene particular importancia asegurar el desarrollo de la autocrítica y de la crítica desde abajo, sostener una lucha implacable, tratándolos como a ene­migos acérrimos del Partido, contra los que obstaculizan el desarrollo de la crítica de nuestros defectos, ahogan la crítica y permiten que se persiga y acose a quienes la prac­tican”.

A la hora de hacer balance de la experiencia soviética, no debemos perder de vista que vivimos en la época del imperialismo y del socialismo y que, mientras el comunismo no haya triunfado en el mundo, subsistirá la posibilidad de revertir los progresos revolucionarios. Aunque la dirección proletaria no cometiera ningún error, su éxito depende de la correlación de fuerzas de clase.


Concretamente, la situación interna de la Unión Soviética había sido duramente condicionada por la correlación de fuerzas de clase a escala internacional: el conjunto de las potencias imperialistas había tensado al máximo sus fuerzas para destruir al entonces único país del socialismo a través del ariete nazi-fascista. Aunque no alcanzaron este objetivo, la II Guerra Mundial había costado a la URSS unos 25 millones de vidas, -entre los cuales, muchos de los mejores comunistas-, así como ingentes fuerzas productivas. 

Stalin tuvo que dedicar los últimos años de su vida a dirigir la reconstrucción de lo devastado y la ayuda a las democracias populares acosadas, en vez de concentrarse en el progreso ulterior del país hacia el comunismo. Por si esto fuera poco, nada más terminar la contienda, los imperialistas se unieron para imponer al socialismo una guerra fría, que restaría enormes recursos del desarrollo pacífico de la Unión Soviética.

Por todo lo dicho hasta aquí, la primera conclusión lógica del balance del socialismo soviético es la expresada en el Informe de Malenkov: “… Lenin y Stalin…, habiendo penetrado profunda­mente en las bases teóricas del marxismo y dominando a la perfección el método dialéctico, salvaguardaron y de­fendieron el marxismo de todas las adulteraciones y des­arrollaron de manera genial la doctrina marxista. Cons­tantemente, en cada nuevo viraje de la historia, Lenin y Stalin vincularon el marxismo a las tareas prácticas con­cretas de la época, mostrando con su actitud creadora ha­cia la doctrina de Marx y Engels que el marxismo no es un dogma muerto, sino un guía vivo para la acción”.

La posterior derrota del socialismo no debe eclipsar este hecho ni la obligación principal del proletariado revolucionario de defender el legado del bolchevismo hasta 1953 y aplicarlo. Desde que la mayoría del movimiento comunista internacional renegó de este imperativo, no ha dejado de retroceder y de descomponerse, despejando el camino para la contrarrevolución burguesa, el fascismo y la guerra. Ya va siendo hora de rectificar, de rearmarse con este legado y de reunificar las fuerzas en torno a él.

A partir de esta posición, lo siguiente a considerar es si, no obstante la justa línea general aplicada por los bolcheviques, éstos cometieron algún error que debilitó la dictadura del proletariado en la URSS. En el presente trabajo, nos limitaremos a explorar el aspecto económico de esta posibilidad, concluyendo con una hipótesis que dirigimos al movimiento comunista internacional para su valoración.

Desde los éxitos del Primer Plan Quinquenal, los dirigentes bolcheviques advirtieron en repetidas ocasiones contra la propensión subjetiva a exagerar la importancia de los logros alcanzados, en detrimento de la serena apreciación de lo que quedaba por hacer, por cambiar y por combatir. Tan fuerte fue esta tendencia que, en los últimos documentos mencionados, a pesar de aludir a ella[12], la lucha contra los defectos no se vinculaba expresamente con la lucha de clases, como si ésta hubiera pasado a un segundo plano. Stalin y sus camaradas nunca negaron la persistencia de esta lucha en el socialismo y nunca dejaron de practicarla; pero parece que trataron con cierta unilateralidad la progresiva reducción de las diferencias de clase, perjudicando así la independencia y la continuidad de la lucha de clase de los obreros.

Desde los cambios sociales conseguidos en la URSS y constatados en su Constitución de 1936, se hizo hincapié en que habían sido suprimidos los antagonismos sociales; que, en la sociedad soviética, seguían existiendo clases, pero más unidas entre sí contra a sus enemigos comunes que enfrentadas por sus diferencias. Esto era cierto, pero no parece que se analizaran suficientemente estas diferencias ni, por tanto, que se educara y organizara a los obreros para vigilarlas y combatirlas. Podemos comprender este defecto por el contexto internacional particular de lucha entre el fascismo y la democracia burguesa, que permitía al proletariado ganar aliados para avanzar hacia sus objetivos revolucionarios por otro camino, dando un cierto rodeo consistente en adoptar ciertas formas de la democracia burguesa para el socialismo. En toda maniobra táctica, es indispensable apreciar la realidad de manera fría, objetiva y completa, para no perder el norte; sin embargo, en tiempos de Stalin, el programa de la revolución proletaria se iba cumpliendo a todo vapor y no se vislumbraba que los fenómenos retrógrados derivados de la nueva relación de clases fueran a constituir un gran peligro.

Ahora que se completó la restauración del capitalismo en la Unión Soviética, el contexto ha cambiado radicalmente y podemos analizar bajo otra luz las relaciones de clase subsistentes en la URSS de Stalin. Porque no se trata de enmendar la labor pasada de los bolcheviques, sino de aprender de ella para estar en las mejores condiciones de completar la revolución proletaria en el futuro. Marx, decía que “… las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concien­zudamente y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta!” [demuestra con hechos lo que eres capaz de hacer][13]

La revolución soviética, al convertir los medios de producción en propiedad social (a medias, en el caso de los koljoses), había hecho lo primero para la abolición de las clases. Había suprimido todo respaldo jurídico a la existencia de clases explotadoras, pero quedaba en pie la base económica de la división de la sociedad en clases. Las relaciones de propiedad son la expresión jurídica de las relaciones de producción, y es a éstas a las que debemos remitirnos para descubrir qué queda realmente de las clases y de la lucha entre ellas. Según Marx, “tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado… radican en las condiciones materiales de vida… (…) en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”.

Por consiguiente, el análisis de clase no termina en las relaciones de propiedad, en el reconocimiento jurídico de las relaciones de producción, sino que debe ahondar más. Las relaciones de propiedad nos revelan qué clases sociales se hallan plenamente desarrolladas y constituidas, pero nada nos dicen, por ejemplo, de las capas que se hallan en la “periferia” del proletariado y que tienden a desarrollarse como nueva burguesía, sobre todo para ocupar el lugar de la vieja cuando ésta ha sido expropiada y suprimida como tal clase (no en cuanto a sus miembros individuales que siguen interviniendo en la lucha de clases con sus “habilidades” sociales y tradiciones). En los países capitalistas, la socialdemocracia es la expresión política más destacada de estas capas formadas por trabajadores asalariados cuyas “ventajas” o “privilegios” los empujan a traicionar a su clase para servir a la burguesía[14].

En la sociedad soviética, como clases plenamente constituidas, sólo quedaban la de los obreros y la de los campesinos koljosianos. Stalin afirmaba: “De este modo, se van borrando las fronteras de clase entre los trabajadores de la U.R.S.S., va desapareciendo el antiguo exclusivismo de clase. Ceden y se borran las contradicciones económicas y políticas entre los obreros, los campesinos y los intelectuales. Se ha creado la base para la unidad moral y política de la sociedad. Con arreglo a esta Constitución [de 1936], la sociedad soviética está formada por dos clases hermanas, los obreros y los campesinos, entre las cuales existen aún ciertas diferencias de clase”.[15]

Con esta misma visión parcialmente justa, pero más optimista que exacta, Stalin había afirmado un par de años antes: “Los hechos evidencian que hemos construido ya la base de la sociedad socialista en la URSS y no nos resta más que coronarla de las superestructuras, obra indudablemente mucho más fácil que la construcción de la base de la sociedad socialista”.[16]

Un poco antes incluso, Molotov había detallado esta visión que vincula las clases exclusivamente con la propiedad de los medios de producción: “Se sabe que la tarea esencial del socialismo es la de suprimir el capitalismo, dicho de otra manera, de suprimir las clases, es decir, de abolir la explotación del hombre por el hombre… Sabemos que, en lo concerniente a la gran industria y a la tierra, la transformación de los medios de producción en propiedad del Estado ha sido cumplida desde hace tiempo. Esta transformación se continúa todavía ahora y, con la liquidación definitiva de los elementos capitalistas, terminará íntegramente en las otras ramas de la economía. Por este hecho se llevará a cabo la supresión de las causas que engendran las diferencias de clases y la explotación.
Después de lo que acabo de decir, es evidente que la liquidación completa de los elementos capitalistas y la abolición total de las causas que engendran las diferencias de clase y la explotación significan, por ello mismo, la liquidación de las clases en general. Si no hay elementos capitalistas, es decir, si no hay más explotadores, y si las fuentes que alimentan las diferencias de clases son suprimidas, ¿de qué clases se puede hablar entonces? No es posible hablar de clases en el sentido propio de la palabra”.[17]

Consecuentemente, el Informe de Malenkov de 1952 sostenía que “En nuestra sociedad soviética no hay ni puede haber fundamento de clase para el dominio de la ideología bur­guesa”. Y, sin embargo, este dominio acabó realizándose. ¿Podían los restos de las viejas clases explotadoras y el cerco exterior hostil bastar para este crecimiento de la burguesía y de su ideología? En caso contrario, ¿cuál era su fundamento de clase?

“Las clases -explica Lenin- son grandes grupos de hombres que se diferencian entre si por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y formulan en su mayor parte), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un régimen de economía social” [18].

Como se regeneró la burguesía en la URSS.

Esta definición arroja luz, no sólo sobre la contrarrevolución en la URSS, sino también sobre fenómenos que sufre a diario la población obrera de los países capitalistas: trabajadores asalariados y, por tanto, sin propiedad sobre los medios de producción son también muchos directivos, cuadros intermedios, burócratas, represores, etc., que organizan el trabajo social en beneficio del capital, que perciben por ello la parte de la riqueza social que éste les cede y que, en esta medida, se apropian el fruto del trabajo productivo de la clase obrera. En los países socialistas, los capitalistas han sido total o parcialmente expropiados, pero los miembros de las capas intermedias de “empleados” que subsisten en virtud de la división del trabajo heredada del capitalismo se debaten entre ayudar a la total supresión de las clases (y, con ello, de sus privilegios y dogmas) o ejercer ellos mismos de capitalistas en la medida de las posibilidades legales y ensanchando cada vez más estas posibilidades.

Lenin deduce de su definición: “… que, para suprimir por completo las clases, no basta con derrocar a los explotadores, a los terratenientes y a los capitalistas, no basta con suprimir su propiedad, sino que es imprescindible también suprimir toda propiedad privada sobre los medios de producción; es necesario suprimir la diferencia existente entre la ciudad y el campo, así como entre los trabajadores manuales e intelectuales. Esta obra exige mucho tiempo. Para realizarla, hay que dar un gigantesco paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas, hay que vencer la resistencia (muchas veces pasiva y mucho más tenaz y difícil de vencer) de las numerosas supervivencias de la pequeña producción, hay que vencer la enorme fuerza de la costumbre y la rutina que estas supervivencias llevan consigo”. La experiencia del socialismo, y también del imperialismo, demuestra que hay que vencer asimismo la resistencia de las supervivencias de la forma capitalista de organizar la gran producción, con la división del trabajo que lleva aparejada.

Marx y Engels describen cómo, históricamente: “…, dentro de la división del trabajo, las relaciones personales siguen desarrollándose necesaria e inevitablemente hasta convertirse y plasmarse en relaciones de clase…”. Y, por consiguiente, a futuro, sostienen que “la abolición de la independencia de las relaciones frente a los individuos y de la supeditación de la individualidad a la casualidad, de la subsunción de sus relaciones personales bajo las relaciones generales de clase, etc., está condicionada por la supresión de la división del trabajo…, igualmente, que la propiedad privada sólo puede abolirse bajo la condición de un desarrollo omnilateral de los individuos, precisamente porque el intercambio y las fuerzas productivas con que se encuentren sean omnilaterales y sólo puedan asimilarse por individuos dotados de un desarrollo también omnilateral, es decir, en el ejercicio libre de su vida”.[19]

“Junto a esa gran mayoría exclusivamente dedicada al trabajo –explica Engels- se constituye una clase liberada del trabajo directamente productivo y que se ocupa de los asuntos colectivos de la sociedad: dirección del trabajo, asuntos de Estado, justicia, ciencia, artes, etc. Lo que subyace a la división en clases es la ley de la división del trabajo… Al dividirse el trabajo se escinde también el hombre. Todas las demás capacidades físicas y espirituales se sacrifican al perfeccionamiento de una sola actividad… ‘Anquilosa y hace del trabajador un abnorme tullido, promoviendo la habilidad en el detalle como en invernadero, mediante la represión de todo un mundo de impulsos y disposiciones productivas… El mismo individuo se divide, se transforma en motor automático de un trabajo parcial’ (Marx): en un motor que muchas veces no consigue ser perfecto sino gracias a una mutilización, en sentido literal, física y espiritual del obrero. La maquinaria de la gran industria degrada al obrero hasta por debajo de la máquina, convirtiéndole en mero accesorio de ésta. ‘La especialidad de por vida de manejar una herramienta parcial se convierte en la eterna especialidad de servir a una máquina parcial. Se abusa de la maquinaria para convertir al trabajador mismo, y desde niño, en una parte de una máquina parcial’ (Marx). Pero no solo los trabajadores quedan sometidos por la división del trabajo al instrumento de su actividad, sino también las clases que los explotan directa o indirectamente: el burgués de espíritu yermo está sometido a su capital y a su propia furia de beneficio; el jurista, a sus momificadas ideas jurídicas, que le dominan como poder sustantivo; las ‘clases ilustradas’ en general, a las diversas limitaciones locales y unilateralidades, a su miopía física y espiritual, a su anquilosamiento por una educación orientada a la especialización y por un encadenamiento perpetuo a su especialidad, incluso cuando esta especialidad es el puro ocio”.[20]

Stalin, en cambio, no considera tan estrecho el vínculo entre las clases y la división del trabajo una vez suprimida la propiedad privada, ni por consiguiente aborda la superación de ésta como parte de la lucha de clase del proletariado: “La base económica de la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual es la explotación de los hombres dedicados al trabajo manual por los representantes del trabajo intelectual. Todo el mundo conoce el divorcio existente bajo el capitalismo entre los hombres dedicados en las empresas al trabajo manual y el personal dirigente. Se sabe que sobre la base de este divorcio se desarrolló la actitud hostil del obrero hacia el director, hacia el maestro, hacia el ingeniero y hacia otros representantes del personal técnico, a los que consideraba enemigos suyos. Se comprende que, al ser destruidos el capitalismo y el sistema de explotación, debía desaparecer también la oposición de intereses entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Y en nuestro actual régimen socialista ha desaparecido, efectivamente. Ahora los hombres dedicados al trabajo manual y el personal dirigente no son enemigos, sino camaradas y amigos, miembros de una misma comunidad de producción, interesados vitalmente en la prosperidad y en el mejoramiento de la producción. De su vieja enemistad no queda ni rastro”.[21]

Stalin describe a los nuevos intelectuales soviéticos únicamente a partir de su extracción de clase y de lo que tienen en común con los obreros, pero olvidando su posición social objetivamente intermedia, entre el proletariado dominante en la Unión Soviética y los restos de la vieja sociedad vinculados a la burguesía dominante a escala internacional: “Han cambiado también los intelectuales de la U.R.S.S. Son ya, en masa, intelectuales totalmente nuevos. En su mayoría, han salido del seno de los obreros y de los campesinos. No sirven ya, como los antiguos intelectuales, al capitalismo, sino al socialismo. El intelectual ha pasado a ser miembro con plenitud de derechos de la sociedad socialista. Estos intelectuales construyen la nueva sociedad, la sociedad socialista, del brazo de los obreros y campesinos. Son un tipo nuevo de intelectuales, puestos al servicio del pueblo y emancipados de toda explotación”.[22]

Sin embargo, en la práctica, el propio Stalin tuvo que combatir sucesivas oleadas de intelectuales soviéticos burgueses; la última, la de aquéllos que, para mejorar la producción, pedían desarrollar plenamente las categorías mercantiles, como en el capitalismo. Y consiguieron hacerlo tras su muerte, acabando con el socialismo y con la propia Unión Soviética.

Stalin atribuye “una importancia primordial” a “la liquidación de la diferencia esencial entre el trabajo intelectual y el trabajo manual”, pero sólo plantea conseguirlo “mediante la elevación del nivel cultural y teórico de los obreros a la altura del nivel del personal técnico”, reduciendo la jornada de trabajo, implantando la enseñanza politécnica general, mejorando las condiciones materiales de vida, etc. No incluye la lucha de clase de los obreros contra las tendencias corporativas de los intelectuales como medio de liquidación de la división del trabajo. Además, el objetivo que le asigna a esta liquidación es sólo el de alcanzar “cumbres inaccesibles para la industria de otros países”, es decir, desarrollar las fuerzas productivas –que es condición indispensable para liquidar la división del trabajo-, pero no como medio para abolir completamente las clases.

Finalmente, Stalin combatió con razón la pretensión de superar la división del trabajo decretando la mediocridad general: “Algunos creen, que se podría llegar a suprimir el antagonismo entre el trabajo intelectual y el trabajo manual por medio de una cierta igualación cultural y técnica de los trabajadores intelectuales y manuales, haciendo bajar el nivel cultural y técnico de los ingenieros y técnicos, de los trabajadores intelectuales, hasta el nivel de los obreros de mediana calificación. Eso es completamente falso. Sólo charlatanes pequeño-burgueses pueden hacerse tal idea del comunismo. En realidad, no se puede llegar a suprimir el antagonismo entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, si no se eleva el nivel cultural y técnico de la clase obrera hasta el nivel de ingenieros y técnicos”.[23]

Pero Stalin no parecía ver más allá de esta elevación, hasta comprender la necesidad de poner fin a la división entre obreros e intelectuales: “Algunos camaradas afirman que, con el tiempo, no sólo desaparecerá la diferencia esencial entre la industria y la agricultura, entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, sino también toda diferencia entre ellos. Eso no es cierto. La diferencia esencial entre ellos, es decir, la diferencia en cuanto al nivel cultural y técnico, desaparecerá, sin duda alguna. Pero, con eso y con todo eso, seguirá existiendo alguna diferencia, si bien no esencial, aunque sólo sea porque las condiciones de trabajo del personal dirigente de las empresas no son las mismas que las condiciones de trabajo de los obreros.”[24]

En este punto, Stalin entra en colisión con el pensamiento socialista resumido así por Engels: “Los utopistas estaban ya plenamente en claro acerca de los efectos de la división del trabajo, acerca del anquilosamiento del obrero, por una parte, y de la actividad misma del trabajo, por otra, limitada a la repetición perpetua, monótona y mecánica, de uno y el mismo acto. La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo es para Fourier, igual que para Owen, la primera condición básica de la superación de la vieja división del trabajo en general. Según los dos autores, la población debe distribuirse por el país en grupos de mil seiscientos a tres mil seres humanos; cada grupo habita, en el centro de su demarcación, un gigantesco palacio, con comunidad doméstica. Fourier habla de vez en cuando de ciudades, pero éstas constan simplemente de cuatro o cinco palacios contiguos. Según los dos autores, cada miembro de la sociedad toma parte tanto en la agricultura cuanto en la industria; en el caso de Fourier, el papel industrial principal es desempeñado por la artesanía y la manufactura. Owen, en cambio piensa en la gran industria, y hasta propone la introducción del vapor y de la maquinaria en las tareas domésticas. Pero incluso dentro de la agricultura y de la industria exigen ambos la mayor diversidad posible de ocupaciones para cada individuo, y, consiguientemente, la educación de la juventud es una actividad técnica lo más multilateral posible. Según los dos autores, tiene que desarrollarse el hombre de un modo universal mediante una ocupación práctica universal, y el trabajo tiene que recuperar el atractivo perdido por la división; a ello contribuirá por de pronto la variación y la correspondiente brevedad de la “sesión” (ésta es la expresión de Fourier) dedicada a cada trabajo particular”.[25]

Es decir, que la rotación por turnos en las diferentes tareas o “empleos” debe tener como resultado que ya no exista una clase de “obreros” y otra clase de “personal dirigente de las empresas”, y que este personal también participe en el trabajo productivo, en la producción material. Por supuesto que este objetivo estaba lejos de poder ser alcanzado en la URSS de los años 30, 40 e incluso 50 del siglo pasado, pero era y es necesario comprenderlo para poder llegar a él. Y el medio para vencer las resistencias que se oponen a él es la lucha de clase del proletariado. 

Esto lo tenía claro Molotov cuando, en 1932, se oponía a circunscribir el objetivo de la producción socialista a la elevación del bienestar material de las masas:
“Aun asignándonos en el segundo plan quinquenal la tarea de mejorar con un ritmo sensiblemente más rápido el bienestar de las masas obreras y campesinas, debemos combatir los razonamientos de los que dicen que ‘el socialismo es la producción para el consumo’… El hecho de abordar el socialismo desde el estrecho punto de vista del consumidor no está conforme con los intereses del Estado socialista ni con la teoría del leninismo. El mejoramiento que debe aportar a la satisfacción de las necesidades de las masas está indisolublemente ligado a la supresión de los elementos sociales parasitarios”.[26]

Sin embargo, veinte años más tarde, cuando ya han sido liquidadas las clases propietarias explotadoras, Stalin reduce “el fin de la producción socialista” a “la satisfacción de las necesidades materiales y culturales del hombre”, “de toda la sociedad”[27], excluyendo de la ley económica fundamental del socialismo la tarea de suprimir “los elementos sociales parasitarios”, la tarea de completar la transformación revolucionaria de las relaciones de producción.

La cuestión clave

La cuestión clave es que no “toda la sociedad”, no todos los “hombres”, están en condiciones de asegurar y dirigir el tránsito del socialismo al comunismo. “Suponer –dice Lenin- que todos los ‘trabajadores’ están igualmente capacitados para realizar esta obra, sería decir la frase más vacía o hacerse ilusiones de socialista antidiluviano, pre-marxista. Porque esta capacidad no se da por sí misma, sino que se forma históricamente y solo en las condiciones materiales de la gran producción capitalista”. “Solo una clase determinada, a saber, los obreros urbanos y en general los obreros fabriles, los obreros industriales, están en condiciones de dirigir a toda la masa de trabajadores y explotados en la lucha por derrocar el yugo del capital, en el proceso mismo de su derrocamiento, en la lucha por mantener y consolidar el triunfo, en la creación del nuevo régimen social, del régimen socialista, en toda la lucha por la supresión completa de las clases”[28].

En la etapa de Stalin, la clase obrera fue considerada dirigente de la sociedad y del Estado soviéticos[29]. Y, como tal clase, desplegó una continua lucha contra los elementos burgueses y sus agentes revisionistas dentro del Partido Bolchevique. Sin embargo, esta lucha se veía debilitada por cómo se exageraba lo conseguido, y por la defectuosa comprensión de la división del trabajo como base de la división de la sociedad en clases. 

Ciertamente, quienes capitanearon el viraje revisionista –los Jruschov, Mikoyán, Suslov, etc.- no eran “nuevos” intelectuales, sino viejos militantes de antes de la liquidación de las clases explotadoras (algunos de ellos, reciclados de las oposiciones trotskista y derechista). 

Pero su éxito se debió también:
1º) al apoyo que encontraron entre muchos nuevos intelectuales y empleados, deseosos de disfrutar apaciblemente de su privilegio de zafarse del trabajo productivo. 
2º) así como a la confusión y a la mermada independencia política y organizativa de la clase obrera industrial. 

Será muy útil que los historiadores comunistas investiguen el estado concreto y práctico en que se hallaba esta independencia. En este asunto, la relación entre las amplias masas proletarias y la composición de su partido político tiene una gran importancia, en virtud de la división del trabajo entre los militantes obreros y el aparato de empleados-intelectuales al servicio de dicho partido. La clase obrera no puede prescindir de este aparato, pero también debe –a la luz de la experiencia- organizar una vigilancia y control que le permita reconstruir su partido cuando dicho aparato la traiciona.

En definitiva, la reanudación de la obra iniciada por la revolución soviética y la superación de sus defectos exige al proletariado que aplique las enseñanzas de aquélla para la reconstrucción dialéctica de su partido político: un partido que encarne en todo momento la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero de masas.

Para concluir, sirva este modesto documento como exhortación al movimiento comunista y obrero internacional: 

* en primer lugar, para que defienda abiertamente la edificación del socialismo bajo la dirección de Stalin, explicándola a las masas.
* en segundo lugar, para que aborde teórica y prácticamente el problema de la división del trabajo, no sólo con el fin de devolver a nuestra clase la confianza en su capacidad de liberarse del capitalismo, sino incluso como el medio de asegurar su organización unificada y centralizada en cada país. 

La clase obrera, y particularmente sus masas, los militantes obreros de base, deben mantener firmemente la dirección de la organización revolucionaria.

Notas:

[1] El Manifiesto del Partido Comunista, capítulo II, Marx y Engels: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
[2] Informe a la XVII Conferencia del PC de la URSS el 2 de febrero de 1932 sobre el Segundo Plan Quinquenal – Publicaciones Edeya-Barcelona págs. 64-65.
[3] Ibídem, págs. 243-44.
[4] Discurso de Stalin en la Primera Conferencia de Stajanovistas de la URSS, del 17-11-1935.
[5] Pleno del CC del PC(b) de la URSS del 4-12 de julio de 1928, Obras, tomo 11, págs. 121 y 181.
[6] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gotha.htm#1****, capítulo I. Stalin aplica este criterio a la sociedad soviética de su tiempo: “Hay quienes creen que sería posible consolidar el socialismo por medio de una cierta igualación material de los hombres sobre la base de una vida llena de privaciones. Eso no es correcto. Es una concepción pequeñoburguesa del socialismo. En realidad, el socialismo puede vencer solamente sobre la base de una elevada productividad de trabajo, más elevada que bajo el capitalismo, sobre la base de una abundancia en víveres y artículos de consumo de todo tipo, sobre la base de una vida de bienestar y educación para todos los miembros de la sociedad. Pero para que el socialismo pueda alcanzar esa meta y hacer de nuestra sociedad soviética la sociedad de mayor bienestar, necesitamos en nuestro país una productividad de trabajo que supere la productividad de trabajo de los países capitalistas más avanzados”. (Primera Conferencia de Stajanovistas de la URSS)
[7] El Estado y la revolución, capítulo V: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/estyrev/hoja6.htm
[8] Citado por Stalin, siendo suyos los subrayados, en Cuestiones del leninismo (1926): https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2008-15.pdf
[9] Informe de Stalin ante el XVII Congreso del Partido, 26 de enero de 1934, tomo 13, pág. 364-365.
[10] Ibídem, pág. 428.
[11] “…no comprenden que [la circulación mercantil] es incompatible con perspectiva del paso del socialismo al comunismo”. (Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952)
[12] “Les dejan atónitos las realizaciones colosales del Poder Soviético, les producen vértigo los extraordinarios éxitos del régimen soviético, y se imaginan que el Poder Soviético «lo puede todo», que «nada le es difícil», que puede destruir las leyes de la ciencia y formar nuevas leyes”. (Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952)
[13] El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte, Marx.
[14] Véase el análisis de las raíces socio-económicas en el artículo de Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm
[15] Historia del PC(b) de la URSS.
[16] Informe ante el XVII Congreso del Partido, 26 de enero de 1934, tomo 13, pág. 339.
[17] Informe del camarada Molótov a la XVII Conferencia del PC de la URSS el 2 de febrero de 1932 sobre el Segundo Plan Quinquenal – Publicaciones Edeya-Barcelona.
[18] Una gran iniciativa, Lenin.
[19] La ideología alemana, Marx y Engels.
[20] Anti-Dühring, Engels.
[21] Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952.
[22] Historia del PC(b) de la URSS.
[23] Discurso de Stalin en la Primera Conferencia de Stajanovistas de la URSS, del 17-11-1935
[24] Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952.
[25] Anti-Dühring, Engels. Aunque tres meses después, en su crítica a Yaroshenko, Stalin expresa un objetivo algo más parecido al planteado por Engels: que todos los miembros de la sociedad “puedan elegir la profesión que más les guste y no tengan que verse atados de por vida, debido a la división del trabajo existente, a una sola profesión”. (Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952)
[26] Informe del camarada Molótov a la XVII Conferencia del PC de la URSS el 2 de febrero de 1932 sobre el Segundo Plan Quinquenal – Publicaciones Edeya-Barcelona, pág. 31.
[27] Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Stalin, 1952.
[28] Una gran iniciativa, Lenin.
[29] También lo fue formalmente después de Stalin y hasta la disolución de la URSS, aunque la dictadura del proletariado había sido sustituida por el “Estado de todo el pueblo” y el PCUS había dejado de ser un partido de la clase obrera para convertirse en un “partido de todo el pueblo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario