La lucha de clases en torno a la interpretación de la historia soviética.
Como para cualquier otro acontecimiento histórico, nadie tiene un
conocimiento completo de lo que sucedió en la URSS. A lo que se sabe a
ciencia cierta, se suman las hipótesis y especulaciones, algunas
muy coherentes con los hechos conocidos y otras no. Estas últimas, sin
embargo, tienen la fuerza que les dan los prejuicios socialmente
asumidos. Aunque la revolución soviética ocurrió en el pasado, sigue
siendo muy actual porque tiene como protagonistas a las mismas clases
que componen la sociedad presente: fue el resultado dinámico de la lucha
desplegada contra la clase capitalista por parte de la clase de los
trabajadores asalariados aliados con la mayoría campesina.
Se dice que la historia la escriben los vencedores. De ahí que,
tras la derrota temporal del socialismo en varios países, domine una
versión negativa de la historia de éste. La burguesía está lejos de
haber ganado la guerra a la clase obrera, pero ha ganado una batalla. Y
aprovecha su victoria para difamar al socialismo y ensalzar su propio
régimen como el mejor o el menos malo.
Esta propaganda sólo es uno de los medios que los
capitalistas utilizan contra el proletariado. También y sobre todo, han
recurrido y siguen recurriendo a la violencia: la violencia de la
explotación, de la miseria, del hambre, de la ignorancia, de las
ejecuciones, de las torturas, de las violaciones, del apaleamiento de
manifestantes y huelguistas, de los encarcelamientos, de los destierros,
de las multas, etc. La represión cruenta del movimiento obrero ha sido
una constante en la historia de éste. Así es como, por ejemplo, la
primera revolución proletaria triunfante, la Comuna de París de
1871, fue ahogada en sangre a los pocos meses durante la Semaine
Sanglante. El calvario de los trabajadores rusos fue similar, como puede
hacerse una idea el lector a través del artículo http://aahs-100revolucion.com/index.php/2017/02/02/la-clase-obrera-es-mas-poderosa-que-la-represion/.
La clase obrera tuvo que aprender a defenderse y a tomar las
riendas políticas para construir una nueva sociedad libre de explotación
de unos seres humanos por otros. Esto es lo que, en el fondo, la
burguesía y sus lacayos condenan cuando acusan al “totalitarismo
comunista o estalinista”, procurando que la violencia por ellos ejercida
sea olvidada o justificada por el bien de la civilización, la
democracia o el progreso.
Desde que las clases trabajadoras conquistaron el poder político
en Rusia, sufrieron la agresión militar de los explotadores nacionales y
extranjeros. Y, en el resto del mundo, sufrieron la tergiversación de
esta lucha por parte de los medios ideológicos propiedad de los
capitalistas (prensa, radio, televisión, editoriales, etc.). La
propaganda anticomunista y antisoviética la empezó a producir la propia
burguesía. Pero, hizo mucho más daño al movimiento obrero la que
procedía del interior del mismo, de los dirigentes sindicales y
socialistas traidores. Pronto se sumaron a ella los trotskistas, que
eran minoría dentro del Partido Comunista ruso, pero que se presentaban
como revolucionarios más genuinos que los dirigentes bolcheviques, a
pesar de que los burgueses y socialdemócratas siempre han tomado partido
por Trotski contra Stalin.
Simultáneamente, la burguesía desarrolló la violencia extrema del
fascismo en muchos países. Durante los años 1930, la Alemania
hitleriana produjo nuevas mentiras contra la URSS. Hasta el desenlace de
la Segunda Guerra Mundial, sólo fueron secundadas por una parte de la
clase dirigente de los Estados parlamentarios, pero, después, se
convirtieron en munición para la “guerra fría” que el Occidente
capitalista le declaró al Oriente socialista. El artículo de Mario Sousa http://www.mariosousa.se/LahistorisdelossupuestosmillonesdepresosymuertosenlaUnionSovietica.html (en inglés, http://www.mariosousa.se/LiesconcerningthehistoryoftheSovietUnion.html) nos
ilustra de manera resumida sobre esta historia de la infamia en la que
se encadenan los nombres de Joseph Goebbels, William Hearst, la CIA, el
MI5, Robert Conquest, Jruschov, Solzhenitsin, Gorbachov, etc. A esta
lista de difamadores, hay que añadir otros mucho más sutiles para el
mundo académico, como E. H. Carr o C. Bettelheim, los cuales
proporcionan abundancia de informaciones ciertas destinadas a dar una
apariencia de verdad a su paradigma antisoviético.
A continuación, presentamos la traducción al castellano de un artículo de la historiadora comunista francesa Annie Lacroix-Riz
que se centra en la profundización del anticomunismo y del
antisovietismo en Occidente a partir de la ofensiva neoliberal de los
años 70-80, de la descomposición de los mayores partidos comunistas y de
la completa restauración del capitalismo en Europa del este. La autora
muestra la dependencia vital entre las ciencias sociales y el movimiento
obrero práctico.
Asociación de Amistad Hispano-Soviética (AAHS).
http://aahs-100revolucion.com/index.php/2018/04/23/la-matriz-de-las-falsificaciones-sobre-la-historia-de-la-revolucion-de-octubre-y-de-la-urss/
LA MATRIZ DE LAS FALSIFICACIONES SOBRE LA HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE Y DE LA URSS
Por Annie Lacroix-Riz, profesora emérita de historia contemporánea, Universidad de París 7. Homenaje a la Revolución de Octubre, PCB, Universidad de Lieja, 4 de noviembre de 2017.
LA INVESTIGACIÓN ANGLÓFONA SOBRE LA IMPLEMENTACIÓN DE LAS FALSIFICACIONES
La realidad sobre la Revolución de Octubre se estableció hace mucho
tiempo, y se ha mantenido, después de todo, sin muchos cambios entre el
relato “en caliente” del gran periodista estadounidense John Reed en Diez días que estremecieron al mundo[1], y las síntesis de los historiadores franceses de los años 1960-1970 evocadas en un artículo reciente para Le Drapeau rouge[2].
No voy a pasar lista aquí de las falsificaciones sobre Octubre y sus
consecuencias, sino a enumerar las principales etapas de la
derechización y de la liquidación de la historia científica acaecidas en
Francia en las últimas tres décadas. El odio inextinguible hacia la
URSS representa un aspecto importante pero no exclusivo, ya que toda la
disciplina se ha visto afectada. Mi presentación, cronológicamente
descriptiva, enfatizará el abismo en el que nos encontramos en términos
de información científica, sobre Octubre y otros temas que están
implícita o explícitamente relacionados con este evento. No podemos
conocer el proceso que llevó a esta situación sin estudiar la estrategia
que las clases dominantes han implementado, a nivel nacional e
internacional, al servicio de esta intoxicación sistemática. Un estudio
contra el cual la élite y sus auxiliares intelectuales, con un papel
decisivo en el asunto, amedrentan al público descalificándolo como una
“historia complotista”.
Para realizar este estudio, aún falta, para Francia, una clave que
solo proporcionará el estudio histórico de las universidades y de los
académicos. Sigue desconociéndose la realidad de las relaciones que las
instituciones y los individuos afectados han establecido con las
clases dominantes y con los estados, tanto a nivel nacional como
internacional (tanto con los Estados Unidos como con la Unión Europea).
Se ignora todo o casi sobre las modalidades de financiación de los
grandes proyectos de estudio directamente relacionados con la línea de
subversión de la URSS y los países socialistas (así como relativos al
combate contra las luchas de liberación nacional, contra el riesgo de
radicalización de los pueblos de “Occidente”, etc.). El tema ha sido
iniciado, en el caso de los Estados Unidos, por el historiador
Christopher Simpson, quien en 1998 dirigió una serie de comunicaciones
sobre la explotación altamente diversificada, desde 1945, de la
Universidad y de los académicos estadounidenses por parte de los
dirigentes de los Estados Unidos al servicio de un “Imperio” que
Washington pretendía consolidar o extender sin establecer límites
geográficos[3].
Tiene como corolario la historia de los intelectuales que se vieron
obligados a renunciar a sus convicciones, y, como mínimo, a su
militancia en el Partido Comunista para preservar una carrera
correspondiente a su alta cualificación. El tema ha sido tratado en 1992[4],
a partir de su experiencia personal, por Sigmund Diamond, sociólogo e
historiador, profesor de la Universidad de Columbia: las perspectivas de
un ascenso en Harvard de este brillante estudiante de doctorado en la
universidad habían sido detenidas de modo tajante a principios de la
década de 1950, aunque ya no estuviera inscrito en el “Partido Comunista
[…] del que había sido miembro de 1941 hasta 1950”, después de su
rechazo a convertirse en agente del FBI denunciando como comunistas a
sus antiguos compañeros de la universidad[5].
En una entrevista de 1977 para la revista Newsweek,
ya había revelado el chantaje al que le había sometido Dean George
McBundy, decano de Harvard y eminencia de las campañas ideológicas de la
Guerra Fría, chantaje reconocido por éste en los siguientes términos:
“Se había opuesto a contratar al Dr. Diamond como profesor a tiempo
parcial en parte [¿decisiva?] porque pensaba que la junta de Harvard ‘no
querría, aunque fuera para un mero trabajo administrativo, a un ex
comunista como semejante actitud’.” La excelente historiadora Ellen
Schrecker ha demostrado primeramente que todo el dispositivo macartista
(incluido su futuro personal) se había establecido definitivamente
cuando la firma del pacto germano-sovietico había reabierto la caza al
rojo en los Estados Unidos. Luego ha descrito los miles de casos de
personas sacrificadas privándoles de empleo por haber participado en las
luchas sociales y antirraciales y por haber expresado desde 1941 hasta
1945 su apoyo a la URSS contra el asalto de la Alemania nazi[6], como lo hacía entonces, al menos oficialmente, el Gobierno de EE. UU.
El historiador estadounidense Arno Mayer, gran investigador y autor
de una notable síntesis de la Revolución de Octubre y sus consecuencias[7]
no tiene ninguna duda de que el éxito académico y mediático requiere el
estricto cumplimiento de las reglas implícitas o explícitas
establecidas por los amos de las carreras de una manera tan
caricaturesca como la que expone El talón de hierro, novela de Jack London[8].
En una entrevista de 2002, este profesor emérito de la Universidad de
Princeton confirma la seriedad de los trabajos mencionados
anteriormente: “Debo regresar a este período, que tan profundamente me
marcó, aunque no haya sido comunista. Desmovilizado en los Estados
Unidos en 1946, era impensable convertirse en comunista, mientras que
estoy seguro de que lo hubiera sido si hubiera estado en Europa en ese
momento. El efecto del macartismo en la Universidad fue terrible: allí
estaba Kantorowicz, que era un conservador en la Alemania de Weimar[9].
Pues bien, se negó a firmar el juramento en Berkeley y se marchó. Sir
Moses Finley [especialista en la historia de la Grecia antigua] también
tuvo que irse a Inglaterra. Owen Lattimore, un especialista en historia
de China, perdió su puesto. Yo era muy joven, y cuando tomé posesión de
mi segundo destino en Harvard en 1958, tuve que firmar un juramento de
lealtad: a escala del Estado de Massachusetts, no a escala nacional.
Firmé. No debería haberlo hecho. El argumento utilizado por muchos de
mis amigos para firmar con más tranquilidad de espíritu es que era una
ley que databa del miedo al rojo de 1918-1919 y que no tenía nada que
ver con la guerra fría. Y yo firmé. ¡Pueden imaginarse la presión que
existía y que intimidó a tantos jóvenes!”.
Los detalles de estas abrumadoras presiones externas son poco
conocidos porque permanecen cuidadosamente bajo llave las fuentes sobre
la labor de socavamiento llevada a cabo por las elites “occidentales”
para destruir el sistema soviético y todos los regímenes socialistas
“satélite” de la URSS y para minar o eliminar partidos comunistas o
progresistas. Desde el principio, ha sido muy restrictiva la apertura de
los archivos que describen las tácticas de hostigamiento, incluidas las
operaciones paramilitares encubiertas, llevadas a cabo por los Estados
Unidos y sus aliados. Sigue siendo así a pesar de la supuesta “apertura”
reivindicada desde la década de los 90: el silencio sobre los hechos ha
sido organizado por los servicios especiales de los Estados en
complicidad con los historiadores oficiales o extraoficiales
complacientes, como lo ha señalado y deplorado en 2001, el historiador
británico Richard Aldrich[10].
Presuntamente “abiertos”, los archivos más demostrativos permanecen
cerrados a la investigación, como lo reconoce el investigador Gregor
Mitrovich, orgánicamente vinculado a los medios estatales
estadounidenses y especialmente al Ministerio de Defensa[11].
Describe desde el momento inmediatamente posterior a la Segunda Guerra
Mundial una línea estadounidense obsesiva de liquidación del sistema
socialista, soviético o no (alegando como causa teórica el “peligro”
soviético, tesis sobreentendida, pero no explícita), línea a la que
presta su más firme apoyo. Pero apenas va más allá de la repetición
tediosa de las consignas habituales que se suceden desde el final de la
guerra hasta 1946, destinadas a dar un golpe fatal a la URSS o sus
“satélites”. No ofrece los detalles esperados por el lector sobre “La
estrategia de Estados Unidos para subvertir el bloqueo soviético” y
“socavar los cimientos del Kremlin”. ¿Cómo lograron los estadounidenses,
solos o en compañía de los aliados y rivales ingleses, seducir a las
“élites” de los países socialistas? ¿En qué consistieron los intentos de
arruinar sus economías? ¿Qué operaciones militares de desestabilización
se llevaron a cabo? Los fondos supuestamente “desclasificados” han sido
todos censurados, según admite el autor[12].
Queda por hacer lo esencial para comprender la estrategia
multifacética de organización del “mundo libre” contra el comunismo,
siguiendo el modelo que han aplicado varios historiadores anglófonos,
desde 1999, como consecuencia de la obra mayor de Frances Saunders sobre
la “Guerra Fría cultural”, especialmente en Europa bajo los auspicios
del Departamento de Estado, desde la posguerra a 1967, a través de un
instrumento fundado y financiado por la CIA, el “Congreso para la
Libertad Cultural” (Congress for Cultural Freedom (CCF), que opera bajo el disfraz de “fundación privada”[13]).
LA SUERTE DE LA DISCIPLINA HISTÓRICA FRANCESA
Trabajando en conjunto con los Estados Unidos o no (no se sabe,
debido a la falta de fuentes, cómo se inició e implementó la
estrategia), la Unión Europea reorganizó profundamente la historia
francesa, alterando los programas escolares y universitarios y su
contenido. En octubre de 1998, el politólogo británico Michael
Pinto-Duschinsky, conservador muy de derechas, se sublevó a través del Times Literary Supplement
(TLS), la biblia de la crítica británica de las letras, contra las
consecuencias perjudiciales del “euro-optimismo” sobre la cientificidad
del trabajo histórico. Fustigó el desarrollo tentacular de la
financiación externa (estatal y patronal) de las investigaciones, la
creación de “comisiones” privadas o públicas de origen
extra-universitario, las cátedras “Jean Monnet” dedicadas a “la historia
europea”, también funestas para la independencia de los historiadores.
En los años que siguieron, el delirio ” europeísta” que se adueñó de
la historia académica francesa inspiró, entre otros, los temas y
bibliografías de oposiciones a docentes, publicados en la revista
corporativa Historiens et Géographes, editada por la Asociación
de Profesores de Historia y Geografía de la Educación Pública (APHG):
en la breve selección que encabeza la interminable bibliografía para el
temario de las oposiciones en historia contemporánea, que es la
referencia obligada para los estudiantes, las obras promovidas son
alabadas y “destacadas” algunas veces incluso antes de su publicación;
muchas de ellas provienen de la prensa de la Europa institucional
(“Oficinas de las Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas”)[14].
El destrozo de la enseñanza de la historia preparado y llevado a cabo
en Francia a lo largo de varias décadas se ha llevado a cabo a escala
de la Unión Europea, como lo han mostrado mis colegas, profesores de
educación secundaria, Gisèle Jamet y Joëlle Fontaine, en una obra de
2016: me remito a su descripción y a sus interpretaciones sobre este
trabajo de zapa de los conocimientos y de la reflexión históricos[15].
En cuanto a los términos específicos de la creación de este control
externo, sólo disponemos de algunos fragmentos, si exceptuamos las
revelaciones de Frances Saunders sobre la conquista estadounidense de
los intelectuales franceses, y de elementos sucintos sobre la carrera
americana de François Furet. Todo o casi todo queda por conocer sobre
los vínculos entre los intelectuales y los “patrocinadores” privados y
públicos que en Francia han producido trabajos de éxito, que han ayudado
a las carreras de los historiadores complacientes y que han perjudicado
o arruinado las de los reticentes.
EL VIRAJE POLÍTICO PRO-ESTADOUNIDENSE Y ANTISOVIÉTICO DE LOS AÑOS 1970-1980
Al menos podemos establecer las etapas cronológicas recientes que han
conducido al paisaje actual de ruinas y falsificaciones y que han
reemplazado el análisis crítico por un maremoto “antitotalitario”.
Desde Furet …
La ofensiva “antitotalitaria” había sido frenada durante mucho tiempo
en Francia por la doble característica, rara en “Occidente”, de un
fuerte partido comunista y de un líder político de derecha de influencia
duradera que era hostil al control estadounidense: la participación
prominente del PCF en la Resistencia nacional contra el ocupante era lo
único, junto con el peso de la URSS en la victoria militar
contra Alemania, que había permitido al muy anticomunista y
antisoviético de Gaulle superar el veto pronunciado contra él por
Washington[16]
. Este impedimento objetivo, a pesar de la rápida conversión
pro-americana de Francia desde 1946, había obstaculizado el atlantismo
unánime todas las demás fuerzas anticomunistas, desde la SFIO [partido
socialista] a la práctica totalidad de la derecha: el politólogo
holandés Kees van der Pijl ha observado precisamente que Francia había
sido en la Unión Europea el freno esencial, con el regreso al mando de
De Gaulle de 1958 a 1969, a la “fabricación de una clase dominante
atlántica” soñada por los Estados Unidos desde la presidencia de Wilson[17].
El publicista muy derechista Eric Branca, que comparte la repugnancia
de su héroe Gaulle hacia el vasallaje de Francia, va en la misma
dirección: describe, a través de una rica bibliografía y de la consulta
de fondos de los Estados Unidos (Departamento de Estado y CIA), un alto
personal francés “europeo” tan ansioso desde la Segunda Guerra Mundial
como sus pares de Europa Occidental en la carrera por obtener los
favores de Washington. Siempre encontramos a los mismos después de la
guerra, desde la extrema derecha hasta la izquierda anticomunista,
durante la era de Gaulle y más allá: de Jean Monnet a Robert Schuman, de
Jean-Jacques Servan-Schreiber a Giscard d’Estaing, de Lecanuet a Poher,
de Defferre a Mitterrand[18].
En 2004, Michael Christofferson hizo un balance de los
esfuerzos franco-estadounidenses cuyos inicios ha descrito Frances
Saunders: la conversión anti-marxista de los “intelectuales”,
especialmente la parte de ellos a la que los medios de comunicación
dieron notoriedad: “En el curso de los años 1970, una vigorosa ofensiva
contra el ‘totalitarismo de izquierda’ socavó la vida política francesa.
En sus libros, artículos y en la televisión, los intelectuales
‘anti-totalitarios’ denunciaban, con un tono dramático, una identidad
entre las concepciones marxistas y revolucionarias y el totalitarismo
[ecuación comunismo-nazismo cuya absurdo ha sido demostrado desde hace
tiempo[19]]".
Procedentes de la izquierda y temiendo solo una débil oposición por
este lado, estos intelectuales lograron marginar el pensamiento marxista
y socavar la legitimidad de la tradición revolucionaria, abriendo así
el camino a las soluciones políticas moderadas, liberales y posmodernas
que dominarían las siguientes décadas. De capital de la izquierda
europea después de 1945, París se convirtió en la ‘capital de la
reacción europea’. »[20]
Un análisis útil, pero que, a diferencia del de Frances Saunders,
describe más el discurso ideológico de los intelectuales afectados que
las condiciones políticas y materiales en las cuales han animado con
éxito durante decenios la cruzada anticomunista y antisoviética[21]:
la obra no arroja luz sobre las relaciones, especialmente de dinero,
entre los poderosos apoyos patrocinadores estatales y patronales y sus
eficaces ideólogos auxiliares. Sin embargo, el autor había comenzado el
estudio de esta cuestión en un artículo de 2001, traducido y reproducido
como apéndice de Intellectuels contre la gauche, “François Furet entre histoire et journalisme [François Furet entre historia y periodismo] (1958-1965)”[22]. Califica al ídolo de los grandes medios de la década de 1960 hasta su muerte (1997), pilar del Nouvel Observateur, semanario por excelencia de la izquierda anticomunista[23],
como periodista (bajo el seudónimo de Delcroix); desde luego que no
como un historiador-investigador, una actividad que exige tiempo y sin
visibilidad, cosa que excluían sus múltiples funciones mediáticas. La
evolución política de Furet, desde su breve pertenencia al PCF
hacia un antimarxismo y anticomunismo militante, se completó “a finales
de los años 1960”. Su mutación tomó la forma de una cruzada contra la
Revolución Francesa cuya “radicalización” indebida habría desviado “una
revolución liberal” lógica y bienvenida. La révolution française [La Revolución Francesa],
perorata contra la historiografía marxista en general y contra el gran
historiador de la Revolución Francesa Albert Soboul en particular, que
Furet publicó en 1965-1966 con “Denis Richet, su amigo y colaborador y
también excomunista”, otro redactor, también bajo seudónimo (Picot), del
Nouvel Observateur[24],
apunta a “la problemática que lo ocupará durante el resto de su
carrera: cuestionar y reemplazar la historia marxistizante –a la que
luego llamará ‘jacobina’- de la Revolución.”
Esta orientación era del mayor interés para las autoridades
estadounidenses. Christofferson evoca, sin precisión, las relaciones de
Furet con los intelectuales proamericanos como Raymond Aron, uno de los
favoritos de Washington, presente en el congreso fundacional del CCF en
1950, y una de las estrellas francesas del libro de Frances Saunders. Y
menciona el interés público que la revista Preuves [Pruebas] (creada para el público francés en 1951 y primera de una serie “europea” fundada y financiada por el tándem “cultural” CCF-CIA[25]) mostró por su libro de 1965-1966: “Furet forja vínculos con los liberales anticomunistas asociados con la revista Preuves, que publica fragmentos de su libro en su número de octubre de 1966″[26].
Los pocos datos precisos disponibles sobre el apoyo brindado a Furet
por los Estados Unidos y la gran patronal francesa son de origen
periodístico. Como “Presidente de la EHSS [Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales] de 1977 a 1985” institución estrechamente vinculada a
la financiación estadounidense, volvió a ocupar en 1982 un puesto de
editorialista en el Nouvel Observateur. Lo acumuló con el de
“profesor de Pensamiento Social en la Universidad de Chicago” desde
1985, asegurándose desde entonces “una enseñanza regular en los Estados
Unidos”. “Recibió [en el marco de estas funciones] 470.000 dólares de la
Fundación Olin en virtud de su programa de estudio de las revoluciones
americana y francesa en el momento de su bicentenario”. “Sus actividades
en América del Norte le valieron un título honoris causa de la
Universidad de Harvard”. En 1985, fue nombrado copresidente, junto a
Roger Fauroux, CEO y luego presidente honorario de Saint-Gobain, de la
“Fondation Saint-Simon”, otro activo de la conversión “social-liberal”,
proamericana y proeuropea, de los intelectuales franceses[27].
… a los libros de texto de principios de los años 80
La llegada de François Mitterrand al gobierno (1981) consagró el
éxito de la izquierda “anti-totalitaria”-CCF que practicaba desde la
Segunda Guerra Mundial la puja con la derecha anti-gaullista en los
terrenos hermanados del pro-americanismo, del anti-sovietismo y del
anticomunismo. Aliado oficialmente con los comunistas desde la década de
1970, había sido capaz de hacer que Reagan, el presidente de los
Estados Unidos, aceptara esta alianza poco apreciada demostrándole que
la presencia del PCF en el gobierno sería lo más eficiente para asfixiar
a este partido: a la vista de los impecables antecedentes de lealtad de
la SFIO a EE.UU., por una parte, y de François Mitterrand,
pro-americano procedente de la extrema derecha colaboracionista, por
otra parte, Washington no podía dudar de la sinceridad de semejante
táctica[28].
Habían conseguido enormes éxitos de propaganda en la era de
Solzhenitsyn, completando los obtenidos en los años 1950-1960. Poco
después de 1981, la historiografía escolar francesa experimentó un
importante punto de inflexión. Su brutal mutación pro-estadounidense,
contemporánea al triunfo de los elementos franceses más atlantistas, fue
pronto comentada por una politóloga estadounidense, Diana Pinto, en un
artículo publicado en marzo de 1985 por Historiens et Géographes,
revista corporativa mencionada anteriormente: “Los Estados Unidos en
los libros de historia y de geografía de las clases terminales
[pre-universitarias] francesas”[29].
Luego de haber observado meticulosamente 22 manuales de “Terminale”
editados en 1983, 11 de geografía y 11 de historia, Diana Pinto juzgó a
los respectivos autores. Los geógrafos persistían tontamente en su
simpatía por la Unión Soviética y su antipatía hacia los Estados Unidos;
presentaban a sus estudiantes “una visión simplista y negativa de
Estados Unidos”, centrada en el análisis de un supuesto “imperialismo
estadounidense” depredador: como “gigante privilegiado”, “Estados Unidos
posee todo”, explotando la “fuga de cerebros”, pero se ha privado de la
“justicia social en el interior”, se atrevían a escribir estos
geógrafos que, ignorando que los problemas “de hace diez años a menudo
[se habían…] resuelto (como la crisis financiera de Nueva York)”, los
confundían “con problemas muy recientes (como el impacto de la crisis
económica en sectores enteros de la sociedad)”. Todos estos manuales
veían en el “modo de vida americano […] el triunfo del capitalismo
(protegido además por un proteccionismo latente)”. Le oponían la
“contra-prueba de la URSS”, describiendo la división internacional del
trabajo que ésta había organizado como garantía del “más estricto
respeto por la soberanía de cada Estado”. Se atrevían a hacer una
comparación molesta en relación con la Segunda Guerra Mundial: “la URSS
sufrió terriblemente a causa de la Segunda Guerra Mundial, es ella quien
perdió veinte (sic)[30]
millones de vidas, no los Estados Unidos que se mantuvieron a salvo y
que además salieron de la guerra reforzados por el esfuerzo industrial y
militar”. “Casi todos los libros de texto, salvo dos, silenciaban las
profundas taras de la URSS: “la cuestión de las libertades […], el alto
índice de alcoholismo en la sociedad, como símbolo de sus frustraciones,
el sistema de campos de concentración del Gulag, la creación de una
casta privilegiada (la nomenklatura) y la falta real de dinámica
colectiva”. En resumen, un “prejuicio casi ideológico [era el que
motivaba] probablemente el origen de las críticas severas a los Estados
Unidos y los silencios sobre los aspectos negativos de la sociedad
soviética”.
En cambio, Diana Pinto se felicitaba por el “nuevo enfoque de los
historiadores” sobre los Estados Unidos y sobre la URSS, “a todas luces
[convertida] en ‘el imperio del mal’, aunque sólo fuera por su papel en
Europa del Este. La antigua patria de la revolución y el progreso social
[era] descrita cada vez más como una superpotencia totalitaria,
peligrosa para la paz mundial, incapaz de cambiar de rumbo, atrapada
entre su rigidez y su inmovilismo, y no teniendo otro valor supremo que
la conservación del statu quo de sus élites petrificadas”.
Continuaba
con un desarrollo sobre “la reinterpretación de la historia de los
Estados Unidos”, liberándolos de cualquier acusación de imperialismo,
ahora estrictamente atribuido a Stalin y la URSS: la Unión Soviética
aparecía como totalmente responsable del desencadenamiento y del
desarrollo de la Guerra Fría, desde Yalta hasta el Plan Marshall; este
último, al contrario, era “presentado como el fruto de un noble ideal
concebido para restablecer a toda Europa (incluido el Este y la URSS [la
cual] lo rechazó en nombre de su bloqueo) de la miseria y la guerra.
[…] Incluso el macartismo, uno de los episodios más sombríos en la
historia de Estados Unidos, [era] situado en su contexto y percibido
como un miedo colectivo al comportamiento de la URSS hacia Europa del
Este (Magnard)”.
Desde 1983, los editores de libros de texto de historia
tenían la “voluntad de mostrar que” lejos de comportarse como una
potencia imperialista, “la democracia estadounidense ha[bía] aceptado
plenamente responsabilidades globales que no buscaba y que le ha[bía]n
sido impuestas por todo el Occidente” y la OTAN había sido “creada a
solicitud de los europeos y no por los estadounidenses solamente”. La
cultura americana despertaba el mismo fervor “y sin referencia a ningún
tipo de ‘imperialismo cultural’. "¡Qué felicidad le proporcionaba este
“divorcio entre geógrafos e historiadores” que otorgaba la superioridad
democrática de estos últimos sobre los primeros, indiferentes a los
“problemas de cultura y de libertad”; esta “visión casi reaganiana del
éxito de un país con iniciativas “generosas” (Belin); “este viraje
intelectual […,] esta toma de conciencia liberal”. La historia, de ahora
en adelante, “bajo un nuevo sello más preocupado por la política y los
intereses de la democracia y la libertad, deja[ba] el crecimiento
económico en un segundo plano (un tema central hasta la década de
1970)”.
Ciertamente, “la eufórica conversión intelectual al antisovietismo”
se mostraba excesiva, al comparar los manuales franceses con los “libros
estadounidenses […] mucho menos generosos con su propio país”, pero el
celo de los neófitos era “inevitable”. La adhesión al “pro-americanismo”
se llevaba a cabo “a veces con un fervor exagerado”, pero era
conveniente retener lo esencial de “un balance tan positivo en el
tratamiento de los Estados Unidos”: era el fruto de “un nuevo enfoque
hacia una civilización y un pueblo que había sufrido las acusaciones de
una izquierda encandilada durante mucho tiempo por el espejismo de la
URSS”, un milagro que solo se había hecho posible una vez que “el mito
soviético había sido vaciado de su contenido”. La comprensión por parte
de los historiadores franceses de “los problemas estadounidenses que
subsist[ían] […] recuperaría sin duda más importancia en futuras
actualizaciones, una vez que se hubiera digerido el proamericanismo
actual” [“Digestion” abortada, como puede constatar cualquier lector de
libros de texto contemporáneos]. Consciente de la ridiculez de estos
ditirambos franceses, la Sra. Pinto concluía: “Lo que cuenta […] es
sobre todo el modo más equilibrado, carente de silencios cómplices sobre
la URSS, con el que ahora se comentan los principales virajes del
período de la posguerra. Los nuevos enfoques sobre Yalta, sobre el Plan
Marshall y sobre la defensa de Europa solo pueden contribuir a una
visión más clara de los intereses europeos y del patrimonio democrático,
social y liberal de Europa occidental.»[31]
Lo que importa no es la relevancia científica de esta intervención,
tan fantasiosa en las cuestiones soviéticas como estadounidenses, sino
su significado político: su comprensión del viraje operado en la
historiografía escolar y universitaria francesa desde el inicio de la
década de 1980, que ella presenta como exclusivamente ideológico o
político; las cuestiones que plantea esta clarividencia, o mejor dicho,
esta seguridad, sobre el futuro “occidental” de la historiografía
francesa, no por parte de una supuesta “historiadora” (sin producción
histórica), sino de una personalidad eminente asignada a la conquista
ideológica y política estadounidense de “Europa”.
Particularmente activa
en el ámbito europeo “después de la caída del muro de Berlín” (1989),
“asesora de la dirección del Consejo de Europa de Estrasburgo para sus
programas de sociedad civil en Europa del Este y en la antigua Unión
Soviética”, Diana Pinto está casada con un militante tan activo como
ella a favor de la Europa americana, Dominique Moïsi, miembro de la
Comisión Trilateral; ella formó parte, en 2007, de los miembros
fundadores del “Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), “think
tank [grupo de reflexión]” rusófobo y “americano-europeo”, financiado
oficialmente, según la tradición establecida desde 1945 a 1950 para
todos las iniciativas de propaganda estadounidense en Europa, por
“fundaciones” aparentemente privadas subvencionadas por el Departamento
de Estado y todos sus servicios[32]. El ECFR está especialmente vinculado a la fundación de George Soros (Open Society Foundations), cuyas actividades externas, intensas y multiformes, son espectaculares en Europa del Este[33].
Llegamos aquí al corazón de las transformaciones del discurso histórico
sobre la URSS (y los Estados Unidos), sin ninguna conexión con las
fechas de apertura de los archivo o con la ciencia histórica.
¿”NUEVA HEGEMONÍA”? COYUNTURA DE LA ERA FURET-COURTOIS-NICOLAS WERTH
La mutación se aceleró considerablemente con la caída de la URSS y de
la esfera socialista de Europa. La década de 1990 inauguró las grandes
operaciones mediático-políticas, extendidas a la Unión Europea, con
financiación a la vez nacional, estadounidense y “europea”. Algunos
intelectuales, historiadores y politólogos franceses desempeñaron un
papel decisivo en las campañas antisoviéticas, ampliamente
retransmitidas por la prensa dominante, tanto de derecha como de
izquierda. La prensa diaria llamada de centro izquierda, muy influyente
entre los intelectuales, Le Monde (sin olvidar su filial, el semanario Télérama) y Libération, y la revista L’Histoire,
con varias decenas de miles de lectores, profesores de
historia-geografía y estudiantes, merecen una mención especial por su
contribución a la generalización de la rusofobia y de la americanofilia
descritas en 1985 por la practicante del “americano-europeísmo” Diana
Pinto.
De esta marea, imposible de abarcar en una conferencia o en un
artículo –de la que daban testimonio los problemas editoriales, en
Francia, del gran historiador y ex marxista Eric Hobsbawm[34]-,
emergen las operaciones dirigidas por dos historiadores o considerados
como tal: Furet, ya presentado, y su segundo y sucesor después de su
prematura muerte en julio de 1997, el antiguo maoísta Stéphane Courtois,
convertido en el ídolo de la extrema derecha de Francia y Ucrania.
Al Passé d’une ilusion
[Comunista] de Furet, en 1995, ya contando con una gran repercusión
mediática, le sucedió la inmensa operación política ahora realizada por
Courtois -y Nicolas Werth-: la publicación, en septiembre de 1997, del Livre noir du communisme, crimes, terreur, répression [Libro negro del comunismo, crímenes, terror, represión],
respaldado por una tirada inicial de 100.000 copias, pero que resultó
ser insuficiente en vista de la magnitud del asunto. El libro se
benefició de un lanzamiento excepcional en toda Europa, que dio como
resultado una distribución mundial de “más de un millón de ejemplares”,
incluidos “más de 200.000 copias tres meses después de su lanzamiento
[…] en Alemania”, donde fue completado con dos capítulos sobre la RDA
que originalmente faltaban[35].
La publicidad no se limitó al mensaje dirigido a la población en
general, con el apoyo de la prensa escrita, la radio, la televisión,
sino que se extendió al mundo académico, comenzando con los
“historiadores del consenso” de Ciencias Políticas[36], que hicieron de este panfleto político un buque insignia de sus seminarios, como Pierre Milza y Serge Berstein[37].
El libro y la campaña acosadora que lo acompañó han hecho reinar de
manera incuestionada la idea de un régimen criminal por su esencia y por
sus orígenes históricos, la Revolución francesa, como madre de la
represión y el “Gulag”. La observación del gran científico Arno Mayer
define perfectamente la operación, obra de “excomunistas renegados, de
‘contrarrevolucionarios’ renovados que probablemente habrían tenido poca
importancia si no hubieran encontrado oídos receptivos, por no decir
simpatizantes, en las filas de los conservadores moderados y de los
demócratas liberales de nuevo estilo»[38].
Desde entonces, muchos otros lanzamientos ruidosos han martillado la
monstruosidad de Stalin y, más ampliamente, del socialismo soviético
desde su origen, acreditando el supuesto de la identidad
nazismo-comunismo. De la interminable lista de recordatorios escritos y
audiovisuales sobre el mal absoluto dirigidos a las poblaciones francesa
y “europea”, destacaremos dos notables episodios televisivos, de los
cuales al menos uno, el segundo, ha sido emitido en Bélgica:
1º) el “documental” de M6 de marzo de 2007, titulado “Stalin, el
tirano rojo”, que consiguió la garantía oficial de la APHG, ya
mencionada, y tenía como “asesor histórico” a Nicolas Werth, un
participante destacado en el Libro Negro del comunismo. La descripción del “Gulag” por el hijo del muy rusófilo Alexander Werth[39]
ha ido empeorando progresivamente, en el transcurso de su participación
en el vasto “proyecto colectivo iniciado por el Archivo Estatal de la
Federación de Rusia y la Fundación [estadounidense] Hoover[40]“, para escribir la Historia del Gulag estalinista
en 7 volúmenes (6.000 páginas) publicada en 2004-2005 por la editorial
Rosspen en Moscú: él co-dirigió el “primer volumen sobre ‘las políticas
represivas en la URSS desde finales de la década de 1920 a mediados de
1950’ […] de esta monumental Historia del Gulag estalinista prologada
por Robert Conquest[41] y Alexander Solzhenitsyn”[42].
Sus libros centrados en “los campos de concentración” y en el Terror
soviético llevan desde 2007 títulos cada vez más horripilantes[43].
François Ekchajzer, crítico de televisión de Télérama,
semanario que no puede ser acusado de rusofilia, juzgó en estos términos
el “documental de Mathieu Schwartz, Serge de Sampigny e Ivan
Demeulandre (Francia, 2007). 100 minutos. Inédito”: “‘Stalin para
nulidades’ podría ser el subtítulo de esta biografía del ‘padrecito de
los pueblos’, una nueva incursión de M6 en el campo del documental
histórico. Realizado a base de imágenes de archivo en color o coloreadas
(como requiere el horario de máxima audiencia), este programa destinado
a un público amplio lleva la exigencia de simplicidad hasta el punto de
reducir la historia del estalinismo a la locura de un hombre,
despreciando el contexto en el que se estableció su régimen, así como
las circunstancias del ejercicio de su poder.
Preocupados por convencernos de la barbarie del estalinismo, los
autores usan procedimientos cuanto menos llamativos. Es el caso desde la
misma presentación, que enfrenta una imagen de Maurice Thorez
expresando su ‘amor ardiente’ por Stalin a la realidad detallada de las
fechorías del tirano: 1 millón de ejecuciones, 18 millones de
prisioneros… Estas cifras se exhiben en la pantalla para marcar nuestros
espíritus, como también se graban en nuestros oídos algunas fórmulas
asesinas del ‘padrecito de los pueblos’. El resto es para rellenar.
Efectos sonoros acompañando los archivos, música omnipresente y
comentarios enfáticos contribuyen a la hiperdramatización de este
documental, cuya virtud esencial es hablar de historia en un canal y a
un horario generalmente dedicado al entretenimiento.”[44]
Sigue actualmente sin respuesta la carta que envié el 11 de marzo de
2007 (antes del visionado que resultaba peor aun de lo que François
Ekchajzer anunciaba) al “Sr. Hubert Tison, director de redacción y
redactor jefe de Historiens et Géographes, y [al] Sr. Robert
Marconis, presidente de la Asociación de Profesores de Historia y
Geografía de la Educación Pública (APHG)”, expresando mi estupor por su
apoyo, supuestamente “científico”, a una operación de pura propaganda[45].
2º) La serie “Apocalipsis Stalin”, emitida el 3 de noviembre de 2015 en el canal de televisión France 2
después de su difusión en la RTBF, acompañada por una espectacular
campaña de publicidad, ha batido el récord que tiene el “documental”
anterior en sus “tres partes” y tres horas. Me remito al texto oficial
de protesta, “La cuestión preliminar de las fuentes de ‘Apocalipsis
Stalin’ emitida en France 2”, que envié el 9 de noviembre de 2015 “al
servicio público de televisión francés”, reclamando, frente a este
escándalo de intoxicación de la opinión pública, “el ‘debate’ que
impone[ía] la deshonestidad comprobada del programa”. Cómo resistir la
tentación de citar al interlocutor al que había dirigido este
comentario, con solicitud explícita de debate y candidatura para
participar, Vincent Meslet, Director Ejecutivo de France Télévisions[46].
El error sintáctico de su respuesta (“No están sin ignorar (sic)
[en lugar de saber] que debemos respetar la independencia editorial de
los autores y de sus puntos de vista”) sonaba como una confesión de la
manipulación permanente de la información, actual e histórica, de la
cual la población es objeto[47],
tanto en Francia como en Bélgica y en otros lugares. Debate, no hubo,
según una tradición que el servicio público de televisión comparte con
su homólogo belga, ni sobre la URSS ni sobre las demás cuestiones
históricas[48].
El año 2017 no se completará sin enfatizar el carácter criminal que
los Soviets habrían revelado desde el principio, con un Lenin soñando
nada más que con masacres y terror, tema ahora tan popular como el del
satánico Stalin[49].
A Courtois, ahora erigido en especialista sobre Lenin, es a quien se le
encomendó la tarea de “demostrar” que “Lenin [era] el inventor del
totalitarismo”. Este trabajo, publicado por Perrin[50], un editor activamente asociado con la derechización radical de la historiografía francesa[51], ha tenido, no solo por parte de la extrema derecha integrista declarada[52], una impresionante cobertura mediática.
Muestra de ello es el número 3537 de Télérama
(28 de octubre – 3 de noviembre de 2017), en el que Lenin visto de
frente ocupa la portada, bajo el título general “Putin, sepulturero de
la Revolución de Octubre. Es a Lenin a quien asesinan”. Este título
sorprendente, dados los sentimientos habituales del semanario por Lenin y
la Revolución de Octubre, se completa con una página entera de un
retrato de Lenin visto de perfil por encima de estas frases: “De la
revolución de 1917, los moscovitas no se enterarán. En lugar de celebrar
a Lenin, Vladimir Putin prefiere exaltar el patriotismo ruso. Para
disgusto de los intelectuales de su país”. A continuación, de acuerdo
con la tradición, dos artículos llenos de odio, firmados respectivamente
por Olivier Tesquet, “periodista especializado en cuestiones
digitales”, “Moscú ya no cree en Lenin”, lamentando la restauración del
“homo sovieticus” y el ascenso meteórico de la popularidad de Stalin,
incluso mayor que la de Putin (“Asómbrense”) y por Guillaume Herbaut, un
fotógrafo “conocido por su trabajo en Ucrania” y apasionado “más
recientemente [por] el conflicto en Ucrania” (la operación Maidan):
“Tenía una fe [juego de palabras en francés con la expresión: Érase una
vez]: en la revolución” corona a Lenin, el inventor del totalitarismo
en cabeza de su bibliografía de tres libros (uno de Nicolas Werth),
colaboración basada en una mezcla de falsa nostalgia y de verdadero
odio: “Ya son muy pocos quienes hoy siguen animando los rescoldos de
Vladimir Ilich Uliánov, alias Lenin, personaje histórico del pasado de
una ilusión.”[53]
Por lo tanto, en Francia (como en algunos países de Europa ocupados
por el Tercer Reich renuentes a la ecuación comunismo igual a nazismo,
empeorada de hecho), fueron necesarias varias décadas para realizar un
cambio radical en la imagen positiva de la Revolución octubre y del
régimen soviético imperante, incluso en el “Oeste”, desde 1941 hasta
1945, y para reciclar la vieja asimilación entre “fascismo pardo” y
“fascismo rojo”, lugar común desde la década de 1930 en los países
anglosajones amantes de la “Red Scare” (caza a los rojos)[54].
LOS ABANDONOS HISTORIOGRÁFICOS DEL PCF DESDE EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO
La resistencia al asalto ha cedido terreno al ritmo de la erosión del
movimiento obrero “radical”, golpeado a la vez por una crisis sistémica
interminable, devastadora para la clase obrera y los asalariados
franceses, y por sus propios abandonos. La ofensiva contra la Revolución
de Octubre, nacida con ella, solo había sido combatida por el
movimiento progresista, encabezado por el Partido Comunista. Desde su
nacimiento, y aún más después de la Segunda Guerra Mundial, el PCF había
permitido a un público limitado pero sustancial acceder a una corriente
histórica científica marxista, y había utilizado para este fin todos
los canales disponibles: su propaganda corriente a través de su prensa,
la formación de sus militantes, la producción de sus ediciones,
dominadas por las Editions Sociales. Esta corriente ha
colapsado, no solo porque dichas ediciones han sufrido las consecuencias
del debilitamiento y la consiguiente ruina del PCF, sino también porque
éste ha concedido asumir únicamente el punto de vista único de la
historiografía o propaganda histórica dominante. Se ha arrepentido de su
pasado “soviético” desde la publicación del Libro negro del comunismo
(1997), así comentada por su secretario general Robert Hue: “Hubo,
después de la revolución bolchevique, inmediatamente después,
consecuencias graves, incluso en forma de terror.»[55]
El PCF desde entonces no ha parado de lamentarse por la experiencia
soviética, deplorando el Terror y proclamando el fiasco general del
“sistema” soviético. El número “extra” de L’Humanité del verano de 2017 sobre el centenario de la Revolución de Octubre[56], tomando prestado para el título un tema ahistórico pero muy de moda, “¿Qué queda de
la revolución de octubre?” “(palabras subrayadas por mí) aparece a este
respecto como el resultado lógico de veinte años de severa autocrítica.
Solo ha recurrido a los historiadores o especialistas que compartían
esta hostilidad, rebautizada como “desilusión”, hacia la URSS y el
pasado comunista, ya fueran miembros o simpatizantes del PCF o notorios
anticomunistas y antisoviéticos.
Es curioso observar que los historiadores de la primera categoría son
a veces, como el jefe de los archivos del PCF, Frédérick Genevée, y
Roger Martelli, mucho más negativos[57]
que los de la segunda categoría, como Nicolas Werth, menos
caricaturesco de lo habitual en “1917, el año que todo lo estremeció”, y
Sophie Cœuré, que me sucedió en París 7 (¿como expiación de 13 años
rusófilos?), autora de un texto desentonando con su producción habitual[58].
El artículo “Estos franceses de Rusia que optaron por la revolución” es
factual, presentando a los defensores de “la joven revolución
soviética” de una manera más bien amistosa o nunca hostil[59].
Difiere significativamente de los trabajos de la interesada, que no se
ocupa de la realidad soviética sino de la literatura entre las dos
guerras sobre la URSS producida por los intelectuales franceses que
hicieron al menos un viaje allí, ya fueran duraderamente seducidos por
el bolchevismo o (especialmente) tránsfugas del bolchevismo convertidos
en cruzados antisoviéticos. Porque la producción histórica de Sophie
Cœuré y su importante exhibición en los medios, con participación en
“debates” sobre la URSS (especialmente en Mediapart[60])
revela un odio escocido hacia el bolchevismo y la URSS. Nadie podría
sospecharlo en el “número especial” ya que, contrariamente a numerosos
autores de contribuciones, no se menciona ninguno de sus trabajos.
Su obra principal, La grande lueur à l’Est, Les Français et l’Union Soviétique [El gran resplandor en el Este, los franceses y la Unión Soviética], 1917-1939, de 1999, cuyo contenido confirmó presentando en 2012 con Rachel Mazuy, Cousu de fil rouge. Voyage des intellectuels français en Union Soviétique [Cosido con hilo rojo. Viaje de los intelectuales franceses a la Unión Soviética][61],
expresa una profunda admiración por los “testigos lúcidos, Victor
Serge, Boris Souvarine, Pierre Pascal”: los que rompieron con la URSS,
evitando describir los lazos de dependencia financiera de éstos con la
gran patronal francesa y sus órganos de propaganda establecidos después
de esta ruptura pública[62].
Por el contrario, se muestra un gran desprecio por los intelectuales
que se han mantenido pro-soviéticos, a los que se presenta como tontos
ingenuos o como canallas dependientes de Moscú. Su bibliografía da
primacía a la ideología, incluida la política exterior, reduciendo la
referencia al pacto de no agresión germano-soviético del 23 de agosto
1939 al panfleto del colaborador del Libro Negro del comunismo[63] Yves Santamaria, modelo de historia de cruzada ideológica, sin la menor fuente archivística[64].
La Sra Cœuré llega incluso a regañar al Estado francés por haber
mantenido relaciones diplomáticas con un Estado criminal al que habría
dejado libre para organizar su propaganda subversiva en Francia sin
implementar contra él la “contra-información” indispensable, observación
altamente cómica para un país donde el antisovietismo lo sumergía todo
desde 1918, y que demuestra al menos tanta ignorancia de las realidades
francesas como de las soviéticas: “Los gobiernos de la Tercera República
aceptan el establecimiento de relaciones desiguales en los campos de la
prensa o de la presencia diplomática. No se organiza ninguna
contra-información sistemática. Porque, hasta al menos el Frente
Popular, Francia no parece estar directamente amenazada. La primacía de
los retos domésticos explica en gran medida la indiferencia hacia los
sufrimientos de los pueblos soviéticos. Concebir y entender esta
violencia masiva, sin precedentes, sin ninguna justificación militar,
habría requerido de los hombres y mujeres de la época, imbuidos de la
lógica de la guerra mundial, un esfuerzo que no estaban dispuestos a
hacer, o que no estaban en condiciones de realizar. »[65]
L’Humanité ha expulsado de este balance de “Diez días que
conmovieron al siglo XX” a todo historiador no convencido de que el
socialismo soviético haya fracasado, y ha solicitado intelectuales que
juegan un papel vital en la cruzada antisoviética. Aprobadas sin
comentarios en este sentido por L’Humanité, tales
contribuciones impiden a sus lectores sospechar acerca de 1° la
problemática sobre los soviets por parte de historiadores que se
autocensuran[66];
2º las razones por las cuales su periódico, obsesionado por el
imperativo de “desembarazarse [del…] bolchevismo”, hace un balance de la
experiencia soviética con investigadores cuya promoción y cobertura
mediática han estado y siguen estando vinculadas al proceso, con origen y
propósito no científicos, de criminalizar a la URSS. Tal fraude
atestigua que la evolución en curso ha barrido todos los escrúpulos
deontológicos.
CONCLUSIÓN
Se ha instalado ahora sólidamente la leyenda de una vasta apertura
postsoviética de fuentes que hubieran sido antes cuidadosamente
ocultadas al público, la cual habría trastornado la aprehensión
científica de las realidades de la URSS. Las falsificaciones sobre la
historia soviética de las últimas décadas, sin embargo, no le deben nada
a las condiciones “técnicas” del trabajo histórico. Están ligadas a
operaciones no relacionadas con el acceso a las fuentes o con la
metodología del trabajo histórico, desplegadas implacablemente a nivel
internacional y nacional. El primer nivel, inglés y estadounidense,
comienza a ser esclarecido sobre la base de fuentes originales (y no
solo de citas de artículos o libros). El segundo casi no existe en
Francia, con la excepción de retazos que proporcionan las
investigaciones anglófonas.
Encontramos en el estado actual de la sovietología francesa la
confirmación de que la historia es una disciplina sujeta a la
correlación general de fuerzas, que determina tanto la comunicabilidad
de las fuentes como, al menos tanto, el interés de los investigadores
por consultar los fondos “desclasificados”. Sin embargo, este campo está
en Francia aún más minado que el del período de entreguerras y el de la
Segunda Guerra Mundial, cuyos fondos se hallan en gran parte abiertos,
pero la curiosidad académica es muy selectiva. ¿Qué fondos se han
liberado en Francia sobre las campañas organizadas en Francia contra la
URSS desde 1945 para los círculos académicos y en colaboración con
ellos? Suponiendo que los investigadores pudieran acceder a archivos
originales, ¿quién se atrevería a presentar aquí un tema de tesis sobre
las condiciones objetivas que presidieron y presiden la organización de
la sovietología? ¿Quién en el marco académico podría trabajar con una
independencia comparable a la que se permitió Frances Saunders para
diseccionar la “Guerra Fría Cultural” dirigida por el Departamento de
Estado y su eficaz auxiliar de inteligencia y “acción psicológica”?
La percepción de las principales características económicas, sociales
y políticas de la URSS ha dependido en gran medida de la fuerza de los
de abajo: es su debilidad o su derrota, desde hace varias décadas, lo
que ha devastado este campo del conocimiento, y no la realidad del
Estado o del sistema socialista del que la URSS había escrito los
primeros capítulos. Después de 1945 en Francia, los avances populares
habían favorecido en la historia la diversificación del campo y el
progreso de los conocimientos, habían aumentado la libertad de elección
de los temas de investigación y habían autorizado el debate histórico
(incluso entre estudiantes de doctorado y su dirección de
investigación). Es a partir de profundas transformaciones generales que
surgirá la capacidad de resistencia a la caricatura, tanto sobre la URSS
como sobre cualquier otro tema de estudio.
Notas:
[3] Simpson, Ed., Universities and Empire : money and politics in the social sciences during the Cold War, New York, New Press, 1998.
[4] Diamond, Compromised Campus : the collaboration of Universities with the Intelligence Community, 1945-55, New York, Oxford University Press, 1992.
[6] Schrecker, No ivory tower. McCarthysm and the universities, Oxford, Oxford University Press, 1986, et Many are the crimes. McCarthyism in America, Princeton, Princeton University Press, 1998.
[7] Mayer, Les Furies, 1789, 1917, Violence vengeance terreur aux temps de la révolution française et de la révolution russe, Paris, Fayard, 2002. « Un historien dissident ? entretien avec Arno J. Mayer, André Loez, Nicolas Offenstadt », Genèses, no 49, 2002/4, p. 135 (123-139).
[10] Aldrich, The hidden hand : Britain, America, and Cold War secret intelligence, London, John Murray, 2001, « Historians of secret service and their enemies », p. 1-16.
[12] Mitrovich, Undermining the Kremlin : America’s strategy to subvert the Soviet Bloc, 1947-1956, Ithaca, Cornell University Press, 2000, passim.
[13] Presentación de Saunders, The cultural Cold War : the CIA and the world of art and letters, New York, The New Press, 1999, traducción francesa : Qui mène la danse, la Guerre froide culturelle, Denoël, 2004 et de sus adversarios y seguidores anglófonos, como Hugh Wilford, The CIA, the British Left and the Cold War: Calling the Tune?, Abingdon, Routledge, segunda edición, 2013 (primera, 2003), y The Mighty Wurlitzer : how the CIA Played America, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2008, in Lacroix-Riz,
« Impérialisme français et partenaires dominants dans la construction
européenne Impérialisme français et partenaires dominants dans la
construction européenne », communication au colloque « Journées sur
l’impérialisme », université Panthéon- Assas, 8 de septiembre de 2017,
publicado en la revista Droits, 2018.
[14] Lacroix-Riz, L’histoire contemporaine toujours sous influence,
Paris, Delga-Le temps des cerises, 2012, capítulo I, págs. 17-47, y
críticas de las bibliografías oficiales de oposiciones: “Observations
sur la bibliographie de la question d’histoire contemporaine, “Les
sociétés, la guerre et la paix 1911-1946”, publicada en Historiens et Géographes, nº 383, julio-agosto 2003, La pensé,
nº 336, octubre-diciembre 2003, págs.. 137-157; “Penser et construiré
l’Europe. Remarques sur la bibliographie de la question d’histoire
contemporaine 2007-2009 editada en Historiens et Géographes nº 399”, La pensé, nº 351, octubre-diciembre 2007, págs. 145-159.
[15] Jamet y Fontaine, Enseignement de l’histoire. Enjeux, controverses autour de la question du fascisme, Adapt-Snes éditions, Millau, 2016.
[16] Lacroix-Riz, Les élites françaises, 1940-1944. De la collaboration avec l’Allemagne à l’alliance américaine, Paris, Dunod-Armand Colin, 2016 (presentación de la editorial en: https://youtu.be/pFedkdGtrGw).
[17] Van der Pijl, The Making of an Atlantic Ruling Class, Londres, Verso, 2012 (1ª edición, 1984).
[18] Branca, L’ami américain. Washington contre de Gaulle, Perrin, Paris, 2017.
[19] Referencias bibliográficas, L’histoire contemporaine toujours sous influence, págs.. 30-31, p. 27.
[20] Christofferson, French intellectuals against teh Left. The Antitotalitarian moment of 1970s, Oxford, Berghahn Books, 2004, Les intellectuels contre la gauche. L’idéologie antitotalitaire en France (1968-1981), Marseille, Agone, 2009, 2014, contraportada.
[21]
Ahí está el enfoque que distingue los trabajos de ciencias políticas
sobre “el fascismo francés” (realidad que “los historiadores del
consenso” cuestionan para las fuerzas de derecha del tablero y reservan
para los tránsfugas de la izquierda, desde Marcel Déat à Jacques Doriot)
de la problemática iniciada por Robert Soucy: ¿quién promovió y
financió el fascismo, Le Fascisme français, 1924-1933, Paris, PUF, 1992, y Fascismes français? 1933-1939. Mouvements antidémocratiques, Paris, Editions Autrement, 2004. Ver Lacroix-Riz, Le Choix de la défaite: les élites françaises dans les années 1930 [Elegir la derrota: las élites francesas en los años 1930], Paris, Armand Colin, nueva edición completada y revisada, 2010.
[22] Les intellectuels contre la gauche, págs.. 485-509.
[24] Denis Richet y François Furet, La révolution française, Paris, Hachette, 1965-1966, 2 vol.
[25] Saunders, The cultural Cold War, index Aron y Preuves. Furet no es mencionado, aunque la obra trata del escándalo público de 1967 que marcó el final del CCF.
[26] Les intellectuels contre la gauche, pág. 198, n. 1, 416 y 506-509.
[27]
Vincent Laurent, “Influencer l’intelligentsia et les médias. Enquête
sur la Fondation Saint-Simon. Les architectes du social-libéralisme”, Le Monde diplomatique, septiembre de 1998, pág. 1, 26-27; Jacques Kergoat, “La fin de la fondation Saint-Simon”, L’Humanité, 30 de junio de 1999; https://fr.wikipedia.org/wiki/Fran%C3%A7ois_Furet
sin referencias sobre sus vínculos estadounidenses, objeto de varios
artículos de la Red Voltaire de 2001 a 2004 sobre “los círculos
atlantistas en Francia” y sobre “la Guerra Fría cultural”, entre los
cuales http://www.voltairenet.org/article12431.html, http://www.voltaire.org/article14465.html, etc.
[28] Confidencias y garantías de Mitterrand a Reagan informadas por Jacques Attali, Verbatim, t. 1, Branca, L’ami américain, pág. 315; lealtad desde la Segunda Guerra Mundial, Lacroix-Riz, Le choix de Marianne: les relations franco-américaines de 1944 à 1948, Paris, Éditions Sociales, 1986, “Du bon usage de la ‘politique de la gauche non communiste’”, Cahiers d’histoire de l’institut de recherches marxistes, nº 30, 1987, págs.. 75-104, Les élites françaises, y Aux origines de carcan européen, 1900-1960. La France sous influence allemande et américaine, Paris, Delga-Le temps des cerises, réédition augmentée, 2016.
[29] Historiens et Géographes, n° 303, marzo de 1985, págs. 611-620, passim.
[30]
Las evaluaciones actuales se acercan a los 30 millones, “de los que dos
tercios son civiles”, o sea, “cerca del 14% de su población de antes de
la guerra” Stalin’s Wars: From World War to Cold War, 1939-1953, New Haven & London: Yale University Press, 2006; traducción al francés, Les guerres de Staline, Paris, Delga, 2014, p. 27-28, y, cita p. 437, Mark Harrison, Accounting for War: Soviet production, employment and the defence burden, 1940-1945, Cambridge, Cambridge university Press, 1996, p. 141, 159-161.
[31] Referencia a la n. 29
[32]
Vincularemos los propósitos de D. Pinto y de los libros de texto de
1983 a la sólida historiografía sobre el imperialismo estadounidense
citada más arriba, n. 13, Frances Saunders principalmente, como
especialista del “imperialismo cultural” de los Estados Unidos.
[34] Peripecias de la traducción francesa de L’âge des extrêmes, L’histoire contemporaine [La edad de los extremos, La historia contemporánea], p. 36.
[37] Habiendo asistido en 1996, recibí sus repetidas invitaciones, electrónicas y postales, a la actuación esperada de Courtois.
[38] Mayer, Les Furies, terreur, vengeance et violence, 1789, 1917, Paris, Fayard, 2002, p. 10-11.
[39] Gran periodista británico del Manchester Guardian, corresponsal en Francia de 1935 a 1940 (Le choix de la défaite y De Munich à Vichy, l’assassinat de la 3e République, 1938-1940, Paris, Armand Colin, 2008, index) y autor de La Russie en guerre, Paris, Stock, 1964.
[40]
Sobre la “Hoover Institution on War, Revolution and Peace, […] nº 18
(sobre 90) de los “principales think tanks de los Estados Unidos”,
íntimamente ligada al Estado norteamericano, opulentamente instalada en
cuatro edificios de la ultrarreaccionaria universidad de Stanford (con
objetivos y actividades muy militares), y cuyo objetivo primero fue la
lucha contra la URSS, sin olvidar la rehabilitación de Laval y de Vichy
en la inmediata posguerra, https://en.wikipedia.org/wiki/Hoover_Institution
[41]
Sobre Conquest, veterano de los servicios especiales británicos (MI5),
que se pasó a la CIA, heraldo de la hambruna genocida en Ucrania (Harvest of Sorrow; Investigation of the Ukrainian Famine, Washington, D.C., 1988), bibliografía en http://www.historiographie.info/ukr33maj2008.pdf y Mark Tauger, Famine et transformation agricole en URSS, Paris, Delga, 2017, index.
[44] Télérama, n° 2982 del 7 de marzo de 2007, p. 110. M6 compite con TF1 en el campo del “tiempo de cerebro humano disponible” y del reality show.
[49] Ejemplo citado más debajo de un “debate” de octubre de 2017 sobre la Revolución de Octubre realizado por Mediapart.
[50] Lénine, l’inventeur du totalitarisme, Paris, Perrin, 2017.
[52] Cuyas páginas web han convertido a Courtois en estrella, cf. Le salón beige, Contrepoints, etc.
[54]
Admirable artículo de Les K. Adler y Thomas G. Paterson, “Red fascism:
the merge of Nazi Germany and Soviet Russia in the American image of
totalitarianism, 1930’s-1950’s”, American Historical Review, vol. LXXV, nº 4, abril de 1970, p. 1046-1064.
[55]
Informe de Jean-Paul Monferran y Arnaud Spire, « Robert Hue à “La
marche du siècle”: “antistalinien jusqu’au bout des ongles” », L’Humanité, 5 de diciembre de 1997, https://www.humanite.fr/node/172045.
[56] “Número especial”, citado más arriba.
[57] Genevée, « De Lenin a Stalin, continuidad o ruptura? », ibid.,
p. 76-77 ; Martelli, « PCF y modelo soviético: cómo emanciparse de él?
», « desembaraz[ándose del] bolchevismo […,] la forma que un siglo […]
dio [al] comunismo », ibid., p. 78-79.
[58]
Werth, con un artículo de 4 páginas (un récord): obstinado con la tesis
del “golpe de Estado” bolchevique, la desmiente de hecho (describiendo
una “minoría política actuando en el vacío institucional reinante”),
antes de concluir con los “decenios de dictadura” por venir, ibid., p. 15-19.
[60]
La invitan regularmente para mostrar cuán pronto los feroces
bolcheviques martirizaron a un pueblo tan ansioso de democracia, una
tradición atestiguada por el presunto “debate” de Médiapart del 4 de octubre de 2017
https://www.youtube.com/watch?v=4rQlXw49xIA,
juego falso entre curiosos especialistas de la URSS (incluido el Sr.
Besancenot). El desafortunado publicista Christian Salmon se vio
obligado a recordar, a los 55 minutos (de un total de una hora) frente a
un presentador (François Bonnet) desatado, como de costumbre, contra el
delirio asesino de Lenin y sus cómplices en 1918 y después de que
Sophie Cœuré hubiera manifestado su desesperación porque los
bolcheviques habían sofocado tan rápidamente las “ebulliciones
democráticas” nacidas de la prometedora revolución de febrero, que la
Rusia Soviética se encontraba entonces invadida por 18 países
extranjeros (en realidad 14, entre ellos Francia, Inglaterra, Alemania,
Italia, Japón, Estados Unidos), lo que perturbaba el funcionamiento
“normal” de la democracia al igual que la invasión de la Coalición
Europea contra la Francia revolucionaria había provocado el terror.
[61] Coeuré, La grande lueur à l’Est, Paris, Seuil, 1999, Coeuré y Mazuy, Cousu de fil rouge […] 150 documents inédits des Archives russes [150 documentos inéditos de los Archivos rusos], Paris, CNRS Editions, 2012.
[62]
Los archivos policiales y judiciales acreditan los vínculos
establecidos desde los años 1930 entre el excomunista Souvarine,
expulsado del PCF en 1925, y la patronal sinárquica, encabezada por el
banco Worms, que financiaba sus imprecaciones contra los Soviets y la
España republicana en Les Nouveaux Cahiers de Jacques Barnaud
(1937-1940), órgano creado para ayudar a la escisión de la CGT
[sindicato dirigido por los comunistas franceses] (expediente “Séries de
nº des Nouveaux Cahiers”, W3, 51, Jacques Barnaud Archives nationales, y
sumario completo de contenidos hasta diciembre de 1938, PJ 40, Barnaud,
archivos de la Prefectura de Policía). Estos vínculos se mantuvieron
después de la guerra en compañía del jefe fascista Georges Albertini
subordinado de Marcel Déat protegido de Hippolyte Worms mucho antes de
su estancia compartida en la cárcel, pues la del ideólogo
colaboracionista duró más tiempo (hasta febrero de 1948) que el del gran
banquero (hasta enero de 1945), véase Le choix de la défaite,
index Boris Souvarine; “La Banque Worms, Boris Souvarine, Georges
Albertini et l’Institut d’histoire sociale “, 2008,
http://www.historiographie.info/champuk.pdf; “Léon Blum haïssait-il la
finance? [Léon Blum odiaba la finanza]?” Parte 2: “La ligne intérieure
de Léon Blum du printemps 1936 à juin 1937 [La línea interior de Léon
Blum de la primavera 1936 a junio de 1937]” Étincelles, nº 36,
febrero de 2017, p. 32-38, y nº 37, junio de 2017, p. 13-37,
http://www.historiographie.info/documents/partie2finance.pdf.
[63] Santamaria, El libro Negro, « Afrocomunismos : Etiopía, Angola, Mozambique ».
[64] Santamaria, Le pacte germano-soviétique, Bruxelles, Complexe, 1998. Pacto germano-soviético con fuentes, Le choix de la défaite, chap. 10, et De Munich à Vichy, chap. 5.
[65] Cœuré, La grande lueur à l’Est, p. 294; compárese con las dos op. cit. y con Michael Carley, 1939, the alliance that never was and the coming of World War 2, Chicago, Ivan R. Dee, 1999, traducción al francés, 1939, l’alliance de la dernière chance. Une réinterprétation des origines de la Seconde Guerre mondiale, Les presses de l’université de Montréal, 2001; Revolution and Intervention: The French Government and the Russian Civil War, 1917-1919, Kingston & Montréal, McGill-Queen’s University Press, 1983; Silent Conflict. A hidden history of early Soviet-Western relations [1918-1930], Lanham, Rowman & Littlefield, 2014.
[66]
La bibliografía de Nicolas Werth se limita a un ¿Qué sé sobre las
revoluciones rusas (2017)? A pesar de décadas de autoflagelación, no es
seguro que los lectores de L’Humanité midan la evolución del autor desde su libro de 1981 Être communiste en URSS sous Staline [Ser comunista en la URSS bajo Stalin],
París, Gallimard-Julliard, muy “antiestalinista” pero menos
apocalíptico que sus trabajos de los últimos veinte años sobre las
tendencias genocidas de Stalin, hoy curiosamente reeditado.