La
suerte es que no bajó de la Sierra y la moral histórica no será el muro
en el que se estrellen todas las críticas contra él. La suerte es que
quienes lo alaban dicen que sabe escuchar y que rara vez pierde los
papeles en una discusión; y quienes lo critican solo dicen que es gris y
demasiado parecido a todo lo demás. La suerte es que, dentro de ese
parecido, se diferencia lo suficiente, al menos para este momento.
La
suerte es que tiene la edad de mis padres, que estudió en las mismas
escuelas, fue a los mismos trabajos voluntarios y misiones
internacionalistas. En la década del noventa pasó las mismas penurias y
prefirió trabajar por lo que creía, como mis padres, en lugar de irse al
turismo, irse a una firma o, simplemente, irse. Por eso, como a mis
padres, lo entiendo a pesar de las diferencias.
La
suerte es que sus hijos, cuando niños, probablemente, comieron el mismo
pan con aceite que yo, jugaron con los mismos juguetes rusos y
guardaron las mismas envolturas de los caramelos que no se comieron
nunca. Hoy van a los mismos teatros y a los mismos bares. Por eso creo
que me entendería, como a sus hijos, a pesar de las diferencias.
Y
aunque no tiré fuegos artificiales, porque las reacciones festivas no
son lo mío, creo que Miguel Díaz-Canel es una bocanada de aire para los
que queremos que el socialismo en Cuba se arregle y lo veíamos venirse
abajo porque, salvo un par de honrosas excepciones, estaba siendo
administrado por gente que lo envejecía demasiado como para seguir
caminando sin que se le partieran espontáneamente los huesos de las
piernas.
Mi
generación, los que nunca vimos ese “antes” de bonanza que cuentan hubo
antes de 1990, tenemos la rara oportunidad de comenzar a juzgar desde
cero a la principal figura del país, mientras que él, tiene el
privilegio de recibir un cheque en blanco de un país donde crece el
desinterés cada día como una preocupante postura política.
Se equivocará, digo yo, pero es un derecho que tiene. A lo que no tiene derecho es a la inacción, a la inercia y a la desidia.
Yo
le tengo confianza, porque me lo vengo encontrando desde que era
ministro de Educación Superior, y en los espacios en los que coincidí
con él como estudiante, y luego en sus incontables reuniones con los
periodistas, era de los pocos que no daba piñazos en la mesa, que no le
ponía el cartel de gusano a un interlocutor por no estar de acuerdo, que
reconocía haber enriquecido su visión de determinado asunto en lugar de
imponer la que traía, aunque le hubieran demostrado lo contrario.
Si
ese Díaz-Canel que preguntaba, que dialogaba, que tomaba notas en su
Smartphone de lo que decía un estudiante, logra llevar eso mismo al
espacio público nacional, tendrá buena parte de la arrancada resuelta.
Cuenta
con un enorme capital simbólico que le otorgó Raúl Castro cuando
anunció que sería el primer secretario del Partido en 2021. Los
conservadores se lo pensarán dos veces antes de frenarlo con sinsentidos
porque ya saben dónde estará dentro de tres años.
Tiene
el reto de convertirse en una figura pública activa, en lugar de
aparecer mucho, pero hablar poco. Tendrá que dar discursos, entrevistas,
conferencias de prensa. Tendrá que explicarse y hacer que los demás se
expliquen.
Por su edad y su historia, le será más difícil que lo obedezcan ciegamente, pero también será más difícil engañarlo.
Cuenta
con la ventaja de que la gente no se morderá la lengua para hablar
delante de él. Tendrá que ganarse el respeto, pero tiene todo el espacio
y la mayoría del poder para hacerlo.
Yo,
que no soy la criatura más optimista ni entusiasta del planeta, creo
que puede hacerlo bien. Creo que tiene la capacidad de llamar a mis
contemporáneos a cosas más medulares que solamente cerrar filas.
Su
virtud más útil en este momento, es que se parece al siglo XXI, que lo
entiende bien y sabe comunicarse con quienes lo entienden mejor.
Un
amigo periodista me dijo el 20 de abril que por primera vez sentía que
la dirección de Cuba podía pedirle algo que fuera exactamente para lo
que él está preparado, no disciplina, sino lo mejor que puede producir y
crear. Mi amigo dice que si Díaz-Canel lo llama, él va.
Y yo también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario