Pese al derramamiento de sangre, los destrozos, las balas sobre las cabezas y las bombas explotando, Donbass continúa viviendo.
Las personas se conocen, se enamoran, se casan y tienen hijos. En el periodo comprendido entre el 1 de enero y el 15 de febrero de 2017, en la República Popular de Donetsk han nacido 1.340 niños.
Las madres de la guerra, como las de la paz, cubren a sus hijos de afecto y cuidado, soñando con un futuro brillante para ellos. Y las madres de Donbass dicen a Ucrania: “dejadnos en paz. Dejad de matarnos”.
Anya
Anya tiene 37 años. Durante muchos años
vivió con su marido, pero nunca habían tenido hijos. “Habíamos hecho
todo lo que se puede hacer, para nada”, cuenta Anya. Cuando comenzó la
guerra, el sueño de tener hijos quedó prácticamente olvidado. Entre los
ataques, vivir en el sótano, la situación simplemente era imposible. Y
entonces, de forma inesperada, a principios de 2016 supo que estaba
embarazada. ¡De gemelos!
La alegría no tenía límites. Un milagro
tan deseado desde hacía tanto tiempo en medio de la guerra. Los nueve
meses pasaron rápidamente. La mujer estaba tan feliz y envuelta en su
situación que casi dejó de prestar atención a los ataques. Pero los
ataques continuaron. Prácticamente a diario.
Anya
y su marido viven en una zona avanzada del frente, en la localidad de
Trudovsky, al oeste de Donetsk. Es habitual que algo “vuele” por el
pueblo. Un proyectil explotó bajo la ventana de la familia. Anya estaba
cerca de la casa cuando escuchó el ensordecedor ruido. Su corazón le
dijo: “es mi casa”. Corrió a casa y se encontró una imagen espeluznante.
La mitad de las paredes estaban caídas, las ventanas rotas, la cocina
cubierta de cristales rotos. Aterra pensar qué había podido pasar si
alguien hubiera estado en casa. Por suerte, la casa estaba vacía.
Bajo el fuego de los continuos ataques
ucranianos, el marido de Anya reparó la casa. Eso sí, de forma temporal.
Una de las ventanas destrozadas está cerrada con ladrillos; otra con
varias capas de plástico. Los agujeros de las paredes están cubiertos
con cemento. La reparación completa tendrá que esperar a después de la
guerra.
La familia tiene problemas económicos.
Antes de la guerra vivían relativamente bien. Anya trabajaba vendiendo
en el mercado local y su marido era minero en la mina Trudovsky. Con el
estallido de la guerra, la mina cerró y el mercado fue bombardeado.
Recientemente, el marido de Anya ha encontrado un trabajo en otra mina,
que promete un buen salario, así que la familia está contenta.
En el otoño de 2016, bajo el sonido de
los cañonazos, llegaron al mundo Igor y Maxim, dos adorables y sanos
gemelos. Sus padres están felices, su sueño por fin se ha hecho
realidad. Ahora lo más importante para ellos es que sus hijos puedan
crecer en un ambiente de paz y calma.
“Vamos a reconstruir. Nosotros mismos
construiremos una nueva vida. De Ucrania solo necesitamos una cosa: que
se vayan de nuestra tierra. Que nos dejen para que podamos criar a
nuestros hijos en paz. Basta ya de muerte”.
Marina
Antes de la guerra, todo en la vida de
Marina en Gorlovka iba bien. Tenía padres atentos y que la querían, un
marido, hijos, trabajo. La guerra entró en la vida de Marina y destruyó
todo lo que quería.
Marina perdió su empleo. La fábrica en la
que trabajaba tuvo que cerrar. Como lo hicieron otras muchas empresas
en Gorlovka, que una vez fuera el centro industrial de Donbass. Pero eso
resultó ser el menor de sus problemas.
En noviembre de 2014, los padres de
Marina, su principal fuente de esperanza y apoyo en el mundo, salieron
en coche. Y nunca volvieron: un terrible accidente acabó con sus vidas
en el acto. En aquellos terribles días, Ira, su hija mayor fue su
principal apoyo. Y también VIka, que había nacido en el último día de
paz en Gorlovka, ayudó a que no se viniera abajo. Un día después de
nacer Vika, la guerra llegó a la ciudad con los aviones ucranianos
volando en el cielo, los tanques por las carreteras y los primeros
bombardeos nocturnos. Cuidar de la recién nacida distrajo a Marina de
los terribles momentos de la guerra y después, de las sombras de sus
padres muertos.
En la primavera de 2016, Marina supo que
estaba embarazada por tercera vez. No dudó, por supuesto que tendría
otro hijo. Volverían a ser una gran familia. Su marido también estaba
contento. Pero no lo estuvo por mucho tiempo. No mucho después del
nacimiento de su hija, se marchó y las dejó por otra mujer.
Ahora Katya tiene cinco semanas. La niña
es muy tranquila, como si supiera que su madre está sufriendo, intenta
no llamarla. Marina apenas llega a fin de mes. A pesar de todo, está
feliz. Tiene a sus hijas, que le ayudan. Juntas tienen más fuerza. Ira
ayuda a su madre en la casa, con Katya. Y pese a tener solo dos años,
Vika también intenta ayudar a su hermana y a su madre a cuidar a Katya
lo mejor que puede: la acaricia y besa constantemente.
Desde una de las ventanas del piso de
Marina se ve la localidad de Zaitsevo; desde la otra, Shirokaya Balka.
Los nombres de estas localidades no salen de los partes de guerra. Cada
día, Marina y sus hijas escuchan las explosiones y ven el humo en el
cielo. Cuando las bombas se acercan a su casa, la familia simplemente se
refugia en el pasillo, donde no hay ventanas, y espera lo que haga
falta, hasta que cese el fuego. La casa no dispone de sótano. La recién
nacida Katya aún no responde a las lágrimas, pero Vika e Ira tienen
mucho miedo, aunque intenten no mostrarlo para no asustar a su madre.
Pero su madre lo ve todo.
Marina cree que sigue teniendo una buena
vida. Todo saldrá bien. Y solo quiere una cosa: que la guerra termine y
que Ucrania deje en paz a Donbass para que pueda tener la oportunidad de
educar a sus hijas en paz.
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