El capital internacional no se resignaba ante los éxitos del País de
los Soviets. En los años de construcción pacífica, las Fuerzas Armadas
Soviéticas tuvieron que defender, más de una vez, las fronteras
patrias. En 1929 se derrotó a las tropas del Kuo-Min-Tang que atacaron
al Ferrocarril del Este de China. En 1938 y 1939, las tropas soviéticas
dieron una réplica resuelta a los agresores japoneses en el lago Jasán y
en el río Jaljin Gol. Durante el conflicto armado con Finlandia,
provocado por la reacción internacional en 1939-1940, tropas del
Ejército Rojo, que actuaban en difíciles condiciones de riguroso
invierno, arrollaron a la poderosa línea de Mannerheim y garantizaron
la seguridad de Leningrado, cuna de la Revolución de Octubre.
En
junio de 1941, la guerra interrumpió todos los planes pacíficos del
pueblo soviético. “¡La Madre-Patria llama!”: así se denominaba el cartel
del pintor lrakli Toidze, que fue famoso desde los primeros días de su
aparición.
Cuando los nazis ostentaron el poder en Alemania, los círculos
dirigentes de Inglaterra y Francia, que ignoraban los llamamientos del
Gobierno soviético de crear un sistema de seguridad colectiva en Europa,
comenzaron a aplicar la política del llamado “apaciguamiento” de los
agresores fascistas. Permitieron que los nazis se apoderaran de Austria
en 1938 y que al año siguiente —por el tratado de Munich entre Alemania,
Italia, Inglaterra y Francia— se liquidara Checoslovaquia como Estado
independiente. La política de “apaciguamiento” condujo a la aparición
del “Munich del Extremo Oriente”: el tratado entre Inglaterra y Japón,
por el que Gran Bretaña reconocía la usurpación de territorios chinos
por el Japón, obstaculizó las negociaciones
soviético-inglesas-francesas en 1939 y obligó al Gobierno soviético a
aceptar la proposición de Alemania de firmar un tratado de no agresión.
Ese tratado frustraba los planes de la reacción internacional que
soñaba con crear el frente único de las potencias imperialistas contra
la URSS. Fracasaron los intentos de los “muniqueses” de solucionar las
contradicciones entre los imperialistas a costa de la Unión Soviética.
Los acontecimientos no se desarrollaron de acuerdo con el escenario que
habían preparado Inglaterra y Francia. Alemania, que en 1939
desencadenó la II Guerra Mundial, comenzó a ocupar un país
eurooccidental tras otro. La politica exterior, firme y consecuente, del
Gobierno soviético permitió ganar tiempo para consolidar la capacidad
defensiva del país. Y sólo en el verano de 1941, los nazis invadieron
pérfidamente la tierra soviética sin declarar la guerra, tratando de
apoderarse con rapidez de los centros industriales y políticos más
importantes de la URSS y creyendo en la posibilidad de llevar a cabo la
guerra “relámpago” contra “un coloso con los pies de barro”, como se
imaginaban los hitlerianos a la Unión Soviética.
En las ruinas de la fortaleza de Brest, en la frontera occidental del
País soviético, se encontró un despertador. Las agujas del reloj
fueron detenidas por una explosión a las cuatro de la madrugada del 22
de junio de 1941. Indicaban la hora cuando en el amanecer del domingo
bombarderos alemanes atravesaron la frontera de la URSS, orientando su
golpe contra ciudades, bases navales, nudos ferroviarios, aeródromos.
El alto mando de la Wehrmacht lanzó sobre las zonas fronterizas de la
URSS una racha de fuego y acero. No había desaparecido aún el polvo
levantado por los miles de proyectiles y minas, cuando las divisiones
del invasor irrumpieron en tierra soviética.
El enemigo avanzaba con toda tranquilidad, a cuerpo descubierto.
Tras ellos se encontraba la Europa batida, donde once países con 140
millones de habitantes habían sido subyugados por la Alemania fascista. Hitler lanzó contra la URSS el
ejército más fuerte del mundo capitalista. Parecía que todo estaba a
favor del agresor. El factor sorpresa y la superioridad de fuerzas: en
soldados, casi el doble; en tanques, más de dos veces; en aviones, más
de tres veces. Fábricas de casi toda la Europa continental trabajaban
para Alemania. Los generales hitlerianos, quienes casi se sentían
soberanos del mundo, pensaban derrotar a la Unión Soviética en mes y
medio o en dos meses.
Y no sólo ellos pensaban así. New York Post escribió dos
días después de comenzar la pérfida agresión de los hitlerianos contra
la URSS: “Se necesitará el mayor milagro conocido desde los tiempos bíblicos para que los rojos puedan salvarse de la derrota total en un corto plazo”.
Comenzó una etapa de pruebas sin precedentes.
Los primeros que ofrecieron resistencia al enemigo fueron los 485
puestos fronterizos. A pesar de que las fuerzas del adversario eran muy
superiores, ninguno de ellos abandonó sus posiciones antes de recibir
la orden; combatieron hasta gastar el último cartucho, la última
granada. Los puestos fronterizos lograron detener a los hitlerianos
durante unas horas preciosas, y en algunos lugares incluso durante
varios días.
Fragmento del monumento a los héroes de la fortaleza de Brest.
Contra los aviones, tanques y piezas de artillería pesada, los
defensores de la fortaleza de Brest podían oponer sólo ametralladoras,
fusiles, granadas y, además, coraje. En este fuerte combatían
representantes de más de 30 nacionalidades: rusos, bielorrusos,
ucranianos, georgianos, moldavos, armenios, kazajos, uzbecos, tártaros,
mordovios, etc. Asediados, sin víveres ni agua, rechazaron durante
casi un mes los furiosos ataques de una división fascista. El frente
había retrocedido lejos, hacia el este; los hitlerianos ocuparon Minsk,
entraron en Smolensk, pero en la retaguardia profunda continuaba
peleando la guarnición multinacional.
Tres años después, los combatientes soviéticos liberaron Brest y en
una pared encontraron esta inscripción de uno de los últimos defensores
de la legendaria fortaleza: “¡Muero, pero no me rindo! Adiós, Patria.
20/VII-41”.
Durante
los combates en las cercanías de Moscú, el Ejército Soviético detuvo la
ofensiva de las tropas fascistas alemanas del Grupo de Ejércitos
“Centro”, desangró al enemigo y el 5-6 de diciembre pasó a la
contraofensiva; el 7-10 de enero de 1942 desplegó la ofensiva general en
todo el frente. En enero-abril de 1942, las tropas soviéticas asestaron
una gran derrota al enemigo y lo arrojaron a 100-250 kilómetros. En la
batalla en las cercanías de Moscú se alcanzó por primera vez una gran
victoria sobre el ejército fascista alemán, se dispersó el mito sobre su
invencibilidad y se frustró definitivamente el plan de la guerra
relámpago, alcanzándose un viraje resuelto de los acontecimientos a
favor de la URSS, el cual ejerció gran influencia en el desarrollo
ulterior de la guerra.
En la foto, defensores de Moscú.
Durante los primeros 53 días de la contienda contra la URSS, las
tropas terrestres de Alemania perdieron más soldados y oficiales que en
todas las campañas anteriores de la II Guerra Mundial. No lograron el
paseo fácil que Hitler había prometido a sus soldados. Pero sólo era
el comienzo.
La batalla de dos meses en Smolensk, la lucha por Kiev, capital de
Ucrania, la legendaria defensa de Odesa, los 250 días de combates en las
cercanías de Sebastópol, el bloqueo de 900 días a Leningrado, los
combates en los alrededores de Moscú, en Stalingrado (Volgogrado),
Minsk, Tula, Novorossiisk y Kerch escribieron páginas gloriosas e
inolvidables en los anales inmortales de la contienda. En ella el pueblo
soviético defendía su Patria socialista y con toda razón la llama Gran
Guerra Patria.
En el otoño de 1941, las columnas de tanques enemigos retumbaban en
la carretera de Volokolamsk, a 30 kilómetros de Moscú, donde les cortó
el paso la 316 División de Infantería al mando del general Iván
Panfílov. 28 destructores de tanques de esta unidad militar —rusos,
ucranianos, bielorrusos, kazajos, kirguises— entablaron un combate
desigual. El enemigo lanzó 20 tanques contra las posiciones de los
combatientes soviéticos, pero con granadas, botellas de líquido
inflamable y el fuego de los fusiles antitanque rechazaron la
acometida. Sin contar con las pérdidas, los hitlerianos emprendieron un
nuevo ataque. El instructor político Vasili Klochkov, quien dirigía el
combate, contó esta vez 30 tanques. Es entonces cuando sonaron sus
famosas palabras:
"Rusia es grande, pero no hay a dónde retroceder. ¡A nuestras espaldas está Moscú!"
Los soldados de la Guardia no retrocedieron, cumpliendo hasta el final su deber.
Durante
el bloqueo de 900 días, los leningradenses y combatientes del Ejército
Soviético y de la Marina de Guerra rechazaron todos los intentos del
enemigo de ocupar la ciudad. El abastecimiento de la ciudad y las
tropas se logró organizar a través del lago Ládoga: “El camino de la
vida”. El 14 de enero de 1944, las tropas soviéticas rompieron el
bloqueo y en el curso de los combates de junio y agosto de ese mismo año
liquidaron totalmente la amenaza a la ciudad.
Monumento a los
leningradenses caídos, erigido en el cementerio Piskarevskoe.
El periódico Pravda escribió en octubre de 1942:
— En los encarnizados combates que se libran en Stalingrado, en las
cercanías de Leningrado y en el Cáucaso se mezcla la sangre de los
rusos y uzbekos, ucranianos y tadzhikos, bielorrusos, azerbaidzhanos,
georgianos… La fraternidad cimentada con la sangre derramada por la
Patria es la más sólida. No hay amistad más fuerte que la
fraternización. En la causa sagrada de defender la Patria se unió
fraternalmente todo el País soviético.
En las filas de las Fuerzas Armadas Soviéticas luchaban
representantes de todos los pueblos de la URSS. Sabían que de ellos
dependían el destino de la Patria socialista, la suerte de sus esposas,
madres e hijos, y la de sus compatriotas de generaciones venideras. Se
batían a muerte. Así ocurrió en Kiev y Odesa, en Sebastópol y
Leningrado.
Así sucedió en Stalingrado…
La
batalla de Stalingrado, del 17 de julio de 1942 al 2 de febrero de
1943, atrajo la atención de todo el mundo. Aquí, las tropas soviéticas
detuvieron y después, pasando a la ofensiva, cercaron y liquidaron una
gran agrupación del enemigo. La victoria en la batalla de Stalingrado
tuvo enorme significado político, estratégico e internacional. Fue el
comienzo del viraje radical en la Gran Guerra Patria y la II Guerra
Mundial; ejerció gran influencia en el desarrollo de la Resistencia en
los territorios de los Estados europeos ocupados por los invasores
fascistas.
En el mapa personal de Paulus, comandante en jefe de las unidades
alemanas en las cercanías de Stalingrado, cierta casa estaba indicada
como una fortaleza. Los prisioneros fascistas consideraban que la
defendía un batallón. Pero esa “fortaleza” era un edificio corriente de
cuatro plantas en el centro de la ciudad, y el “batallón” constaba de
24 hombres.
Los pesados y agotadores combates no cesaban ni de día ni de noche.
Un ataque seguía a otro, el enemigo lanzaba sobre el puñado de
intrépidos granizadas de proyectiles y minas, pero los combatientes
soviéticos mantuvieron la posición casi dos meses. Entre ellos no había
militares de carrera. El ruso Y. Pávlov era contable antes de la
guerra; el ucraniano I. Kiréiev, entibador en una mina; el tadzhiko M.
Turdíev, maestro; el abjasio A. Skuba, maquinista en una central
eléctrica; el kazajo T. Murzáiev, dependiente. Pero se hicieron
militares para defender su país, la ciudad en el Volga y esta casa
semidestruida de Stalingrado, que se convirtió en ejemplo de firmeza y
coraje de todos los defensores de la ciudadela del Volga.
En la foto: la casa del sargento Pávlov, que a lo largo de
toda la batalla combatió aquí, comandando una escuadra de soldados, y no
retrocedió ni un paso.
Los comunistas estaban en la línea delantera de lucha, en sus
direcciones más importantes. Más de la mitad de los comunistas
estuvieron en el ejército activo. El llamamiento ampliamente conocido
“¡Los comunistas, adelante!” fue ejemplo para todos los combatientes, y
muchos de ellos escribían en su solicitud de ingreso al partido:
“Deseo ir al combate siendo comunista”.
El partido perdió durante la guerra casi dos millones de miembros, pero su lugar lo ocuparon cinco millones.
Las batallas y los combates engendraban decenas y centenares de
miles de héroes. En la proeza masiva de los soviéticos se reflejaban
las cualidades educadas en ellos por el partido, por el modo de vida
social, la fidelidad a la Patria, el deber internacional, la dedicación y
el colectivismo.
En los documentos de los años de contienda se registraron 321
embestidas aéreas, efectuadas por aviadores audaces : el bielorruso N.
Gastelo, los rusos I. Ivanov y N. Skovorodin, el ucraniano I. Vdovenko,
el armenio P. Gazanián, el kazajo N. Abdirov y muchos otros.
Cerca de 300 combatientes soviéticos repitieron la hazaña del
soldados del Komsomol Alexandr Matrosov, quien cerró con su cuerpo la
aspillera de un fortín enemigo. Entre ellos, el kirguiso. Ch.
Tuleberdíev, el uzbeko T. Erdzhiguitov, el estonio I. Laar, los
ucranianos A. Shevchenko y A. Gerasimenko, el moldavo I. Soltis, el
kazajo S. Baimagametov, el armenio U. Avetisián, etc.
La resistencia tampoco cesaba donde había penetrado el enemigo. El
gran escritor ruso León Tolstói llamó “Garrote de la guerra popular” a
la lucha guerrillera contra las tropas de Napoleón en 1812. En la
historia de Rusia, este “garrote” golpeó duro y en reiteradas
ocasiones a los ocupantes extranjeros. Pero el movimiento guerrillero
no alcanzó jamás tal envergadura y heroísmo en masa como durante la
Gran Guerra Patria.
Los guerrilleros batallaban en regiones y territorios de la
Federación Rusa, en Lituania, Letonia, Estonia, Ucrania y Bielorrusia.
El total, muy incompleto, de la guerra en la retaguardia del adversario
asciende a cerca de un millón de muertos, heridos y prisioneros
enemigos, más de 4.000 tanques y vehículos blindados, más de 2.000
piezas de artillería y cerca de 800 aviones destruidos.
Incluso en el cautiverio, lejos de la Patria, la mayoría de los
soviéticos no cesaba la lucha. Realizaban trabajo clandestino en los
campos de concentración, participaban en la Resistencia antifascista.
Los rusos F. Poletáiev en Italia y Y. Porik en Francia, el
azerbaidzhano M. Gusen-Zade en Italia y Yugoslavia, el georgiano F.
Mosulishvili en Italia, el armenio A. Kazarián en Grecia, se
convirtieron en héroes populares de esos países. La lucha de los
soviéticos fuera de su país aproximaba la victoria general, fortalecía
la amistad entre los pueblos.
Los combatientes soviéticos sentían el apoyo de todo el pueblo en cada combate, en cada batalla.
La consigna “¡Todo para el frente, todo para la victoria!” determinaba la vida de los soviéticos.
El lugar de los obreros que habían marchado al frente lo ocupaban sus
madres, esposas, hermanas o hijos. Regresaron a la producción los
veteranos del trabajo jubilados. Olvidándose del cansancio y el
descanso, la gente trabajaba, voluntariamente 13 y 14 horas al día.
En los años de 1941-1945, Kazajstán, repúblicas de Asia Central y
Transcaucasia, los Urales y regiones del Volga experimentaron una
revolución industrial peculiar. Durante ese período, la producción
global de la industria kazaja aumentó el 150%; la uzbeka, casi 200%; la
kirguisa, cerca del 90%. La Unión Soviética, que tenía 3-4 veces menos
máquinas-herramienta, metal, carbón y energía eléctrica que Alemania y
sus satélites, duplicó en los años de la contienda la producción de
material bélico.
La donación de sangre fue una forma activa de ayudar al Ejército
Soviético. Al terminar la guerra, incluso se decía que fueron los
heridos quienes habían alcanzado la victoria. En efecto, la inmensa
mayoría de combatientes soviéticos heridos (el 72%) retornaba al
frente. En la I Guerra Mundial, el 65% de los heridos murieron a causa
de la pérdida de sangre; en la Gran Guerra Patria, sólo uno de cada
cien. Y esto era natural. Para los heridos entregaban su sangre incluso
los habitantes del Leningrado hambriento, donde las raciones
alimenticias que recibieron durante varios meses no rebasaban los
125-250 gramos al día.
Durante la contienda, cinco millones y medio de soviéticos de todas
las repúblicas donaron voluntariamente su sangre, y con frecuencia
renunciaban a la remuneración correspondiente.
Todo se hacía para el frente, para el ejército.
El 18 de diciembre de 1942 apareció en el Pravda la noticia
de que Ferapont Golovati, koljosiano de Sarátov, había entregado 100.000
rublos de sus ahorros personales para construir un avión. Algo más
tarde, un médico escocés de Edimburgo envió una carta a Golovati,
diciéndole que en el extranjero no se creía que él pudiera tener
continuadores.
Pero el koljosiano de Sarátov tenía no sólo continuadores, sino
también antecesores. En reuniones y mítines de obreros, campesinos y
representantes de la intelectualidad, celebrados en los primeros días
de la guerra, se presentaron ya las proposiciones de crear recursos
monetarios y materiales suplementarios. Por iniciativa del pueblo se
desplegó el movimiento patriótico de ayuda al frente. Fue muy grande la
cantidad de material de guerra fabricado con los medios personales de
los trabajadores. Si todo lo que se entregó al fondo de la defensa
durante la Gran Guerra Patria se expresara en dinero, resultaría que el
Ejército Soviético estuvo combatiendo más de un año a cuenta de estos
medios.
Desde el mismo momento de comenzar la guerra, la URSS prestó ayuda a
los pueblos de Europa que sufrían bajo el yugo del fascismo alemán.
Con el apoyo decisivo de la Unión Soviética, en su territorio se
formaron unidades y agrupaciones nacionales de Polonia, Checoslovaquia,
Rumania, a las que se entregaron miles de piezas de artillería y
morteros, centenares de tanques y aviones. Son ampliamente conocidas
las hazañas de los pilotos del regimiento de aviación francés
“Normandía-Niemen”, que al terminar la contienda regresaron a Francia
en aparatos obsequiados por el Gobierno soviético.
En el curso de su misión emancipadora, el Ejército Soviético liberó
total o parcialmente los territorios de diez países europeos y dos
asiáticos.
Los combatientes soviéticos peleaban fuera de su país con igual
hombría y tenacidad que en su tierra natal. No es casual que en muchos
países liberados se haya dado el nombre de héroes rusos, ucranianos,
uzbekos, georgianos, letones y otros a calles, parques, plazas.
La victoria se pagó a un precio muy alto. El pueblo soviético, que
hizo el aporte decisivo a la derrota de la Alemania nazi y sus
satélites, perdió más de 20 millones de personas en los campos de
batalla, en la lucha contra los agresores en el territorio que ocuparon
temporalmente, en los campos de concentración, en las prisiones
fascistas. La contienda dejó millones de mutilados, huérfanos, viudas;
causó dolor a cada familia. Entre quienes dieron su vida por la libertad
y la independencia de la Patria, por la vida y la felicidad de los
soviéticos, se encuentran Pável Nenarokov, profesor de literatura y
padre del autor de estas líneas, y su tío por línea materna, el
zootécnico Ervand Manucharián.
La Victoria del pueblo soviético se alcanzó a un precio muy
caro: más de 20 millones de muertos (el 40% de todos los perecidos en la
II Guerra Mundial); el daño material alcanzó la cifra de 2 billones 600
mil millones de rublos; fueron destruidas centenares de ciudades,
70.000 aldeas, cerca de 32.000 empresas.
La Unión Soviética perdió casi la tercera parte de su riqueza
nacional engendrada con el sudor de muchas generaciones. Los ocupantes
hitlerianos hurtaron o destruyeron medios materiales por el valor de
670.000 millones de rublos (en precios de anteguerra). La misma
cantidad, aproximadamente, de medios invertió la Unión Soviética en la
construcción de nuevas fábricas, centrales eléctricas, vías férreas,
sovjoses y otras empresas durante todos los años de preguerra.
Se destruyeron 31.850 empresas industriales; entre ellas, los
combinados siderúrgicos de Zaporozhie y Azov, la fábrica metalúrgica de
Mariupol, la fábrica de Makéevka y muchas otras, que eran el orgullo y
la gloria de la metalurgia soviética.
La base de combustibles y de energía sufrió un enorme daño. En las
cuencas hulleras del Donbás y de Moscú se destruyeron más de mil minas.
En las explotaciones petroleras de Grozni y del Territorio de
Krasnodar se pusieron fuera de servicio o se desmantelaron más de 3.000
pozos de petróleo. Los ocupantes volaron y demolieron 61 centrales
eléctricas grandes y considerable número de centrales pequeñas.
El enemigo causó un daño enorme a los ferrocarriles y al transporte
fluvial; voló y destruyó decenas de miles de kilómetros de vías férreas
y carreteras, estaciones, puentes, líneas de comunicación.
Se devastaron e incendiaron 1.710 ciudades y poblados obreros, más de
70.000 pueblos y aldeas. Se arrasaron los mayores centros: Leningrado,
Kiev, Stalingrado, Minsk, Járkov, Dniepropetrovsk, Smolensk, Kursk.
Como resultado, cerca de 25 millones de personas perdieron sus
hogares.
Los fascistas devastaron la Universidad Estatal de Kiev, la
Universidad Estatal de Bielorrusia, el Observatorio Astronómico
Central de Pálkovo; asolaron monumentos culturales: museos,
pinacotecas, muchos parques nacionales y haciendas, incluidas las de
Alexandr Pushkin, León Tolstói, Piotr Chaikovski, personalidades cuyas
obras son el orgullo de la cultura no sólo rusa, sino mundial.
La guerra causó profundas heridas al campo. Los ocupantes saquearon y
arruinaron más de 100.000 koljoses, sovjoses y estaciones de máquinas y
tractores (éstas prestaban servicio a los primeros con su técnica). Las
superficies de siembra en el país se redujeron en el 25%. Sufrió
muchísimo la ganadería. Por su pertrechamiento técnico, la agricultura
retrocedió al nivel de la primera mitad de los años 30. Todo esto
originó considerables dificultades a lo largo de muchos años en el
suministro de materias primas agrícolas a la industria y de productos
alimenticios a la población.
Pero el pueblo soviético volvió a ser, de
nuevo, un ejemplo de trabajo decidido.
Durante el primer quinquenio posbélico (1946-1950) se
restablecieron, construyeron y entraron en servicio más de 6.000
empresas industriales grandes, es decir, casi tantas como en los dos
primeros quinquenios. El volumen de la producción industrial aumentó
en el 73%, en vez del 48% previsto en el plan; se incrementó en un 37%
la productividad del trabajo de los obreros. Se desarrollaban a ritmos
acelerados la construcción de maquinaria y la industria del metal, la
electroenergética, la metalurgia y la industria de construcción.
En la industria, se modernizaron los equipos instalados en los años
de los primeros quinquenios. Crecía el pertrechamiento energético de la
economía. En la parte europea del país comenzó a formarse el Sistema
Energético Único.
Aumentaban los ritmos del reequipamiento técnico del transporte. En
1956 se aprobó el plan general para electrificar los ferrocarriles, que
preveía pasar —en 15 años— 40.000 kilómetros de vías férreas al sistema
eléctrico.
En 1955 apareció en las rutas nacionales e internacionales el
Tu-104, primer aparato reactivo del mundo en la aviación comercial,
diseñado por el académico Andrei Túpolev, famoso constructor de
aviones. La Unión Soviética fue el pionero en el empleo pacífico de la
energía atómica, comenzando con éxito en 1954 la explotación industrial
de la central atomoeléctrica en la ciudad de Obninsk, cerca de Moscú; en
1957 empezó a trabajar el rompehielos atómico Lenin.
El ejemplo más relevante del progreso científico-técnico de la URSS
en los años de posguerra fue el lanzamiento del primer satélite
artificial de la Tierra (4 de octubre de 1957). Con ello se comenzaron a
materializar los planes más audaces de la humanidad. En el comunicado
del Gobierno soviético se destacaba que con “el lanzamiento del primer
satélite de la Tierra, construido por el hombre, se hace un grandioso
aporte al acervo de la ciencia y la cultura mundiales”.
El
12 de abril de 1961, a las 9 horas y 07 minutos despegó la nave cósmica
con una persona a bordo. El vuelo duró 108 minutos. El primer hombre
que subió al cosmos fue Yuri Gagarin, ciudadano de la URSS.
Los lanzamientos ulteriores de satélites de la Tierra con animales,
plantas e insectos experimentales fueron el comienzo del desarrollo de
muchas ramas de las ciencias naturales y la técnica, de la aparición de nuevas disciplinas científicas (biología cósmica, medicina cósmica y física cósmica).
Los admirables logros de la ciencia soviética en física atómica,
conquista del cosmos, radioelectrónica están vinculados con los nombres
de sabios soviéticos tales como Igor Kurchátov, Mstislav Keldish,
Serguéi Koroliov, Piotr Kapitsa, Anatoli Alexandrov, Lev Landau y otros.
Con el fin de coordinar los esfuerzos de los científicos de los
países socialistas en el empleo pacífico de la energía atómica, en la
ciudad de Dubná, cerca de Moscú, se creó el Instituto Unido de
Investigaciones Nucleares. En abril de 1957 allí comenzó a funcionar el
acelerador más potente de partículas atómicas que existía entonces.
En la segunda mitad de los años 50, los científicos soviéticos
adoptaron, por vez primera, una serie de medidas encaminadas a sanear
la situación internacional y terminar con la desconfianza y la
enemistad engendradas por la política de la “guerra fría”, que llevaban a
cabo los Estados imperialistas en los años de posguerra. En la
Conferencia para el empleo de la energía nuclear con fines pacíficos,
celebrada en Ginebra en 1955, los representantes de la Academia de
Ciencias de la URSS presentaron un informe detallado sobre la
instalación y la experiencia adquirida en la explotación de la primera
central atomoeléctrica industrial del mundo. En 1956, el académico
Igor Kurchátov presentó en Inglaterra un informe sobre el trabajo de
los físicos soviéticos en el terreno de la síntesis termonuclear
dirigida. En aquellos años, esas investigaciones se consideraban
supersecretas en todos los países.
A mediados de los años 50, el partido acordó comenzar la roturación
de millones de hectáreas de tierras vírgenes y baldías en las zonas
orientales. El creciente poderío industrial de la URSS permitía
materializar, desde el punto de vista técnico, ese dificilísimo
proyecto.
Más de medio millón de voluntarios –representantes de muchas
nacionalidades— de distintas regiones del país respondieron al llamado
del Partido Comunista de roturar dichas tierras; todo el país
participó en la solución de esta tarea.
La historia de la humanidad no conocía una labor tan grandiosa para
producir cereales. En un corto plazo se roturaron 42 millones de
hectáreas; de ellas, 25 millones en Kazajstán. En 1956, esta república
ya obtuvo, por primera vez en su historia, mil millones de puds (un pud =
16,3 kg) de cereales, en lugar de los 600.000 previstos en el plan. De
las tierras vírgenes roturadas, sólo en Kazajstán el país recibió más de
6.000 millones de rublos de beneficio líquido.
En los años de posguerra, la Unión Soviética restableció la economía
destruida en la contienda y se convirtió en una gran potencia
socialista con economía altamente desarrollada, con ciencia y cultura
avanzadas. Hacia finales de los años 50, el producto social total de la
URSS aumentó 3,5 veces respecto a 1940; la producción de la industria,
4,3 veces, siendo de destacar que la producción de medios de producción
creció más de 5 veces. El volumen de la producción agrícola global
superó el nivel de anteguerra en más de vez y media. La renta nacional
aumentó casi 4 veces.
Se operaron también profundos cambios en la palestra internacional.
Con la formación y fortalecimiento del sistema socialista mundial, el
crecimiento del poderío económico y defensivo de la URSS y de toda la
comunidad socialista, se hizo evidente el carácter irreversible del
proceso de renovación socialista del mundo. Se manifestaba con cada vez
mayor diafanidad el incesante acrecentamiento de la influencia del
socialismo en el desarrollo de la humanidad[1].
Notas finales.
[1]
Lamentablemente, los progresos de la URSS y del campo socialista
deslumbraron tanto al Movimiento Comunista Internacional que éste relajó
la vigilancia sobre los elementos favorecedores de la contrarrevolución
capitalista. El tropiezo del socialismo ha sido grande pero el futuro
sigue perteneciéndole, porque el socialismo es el fruto de las
contradicciones que el régimen burgués desarrolla en sus entrañas de
manera irremediable.
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