El día de la insurrección en Petrogrado, el Partido bolchevique publicó el llamamiento “A los ciudadanos de Rusia”,
comunicándoles que el Gobierno provisional burgués había sido derribado
y que el Poder había pasado a manos de los Soviets. En la noche del día
25 de octubre (7 de noviembre, según el calendario actual), poco antes
del asalto al Palacio de Invierno y del arresto del Gobierno Provisional
allí reunido, abrió sus sesiones el II Congreso de los Soviets de toda
Rusia, con una aplastante mayoría de diputados bolcheviques.
Aprobó el Decreto sobre la paz
en el que proponía un armisticio para negociar la paz y se dirigía a
los obreros de Inglaterra, Francia y Alemania para que lucharan por
conseguirla. Luego, aprobó el Decreto sobre la tierra, en el
que declaraba “inmediatamente abolida, sin ningún género de
indemnización, la propiedad de los terratenientes sobre la tierra”; a
petición de los campesinos, además, quedaba suprimido el derecho de
propiedad privada sobre la tierra, la cual pasaba a ser propiedad de
todo el pueblo, siendo entregadas las tierras de los terratenientes, de
la Corona y de la Iglesia en disfrute gratuito a todos los trabajadores.
Finalmente, el Congreso designó el primer Gobierno soviético: el
Consejo de Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin. Una vez
clausurado el Congreso, los diputados se diseminaron por todo el país
para extender a todo él la victoria de los Soviets y de su política
revolucionaria.
La Revolución de Octubre –socialista por sus tareas políticas y
también por sus tareas económicas en la ciudad- se desarrollaba en sus
inicios por medio de una alianza entre el proletariado y el campesinado
en su conjunto, o al menos neutralizando a los kulaks. En el
campo, supuso la culminación de la revolución democrático-burguesa. Las
contradicciones de clase dentro del campesinado sólo pasarán a primer
plano varios meses después de Octubre (aunque en los meses anteriores,
son los campesinos pobres los que llevan el peso fundamental de la lucha
contra los terratenientes).
Desde
octubre de 1917 hasta febrero de 1918, la revolución soviética se
extendió con rapidez por toda Rusia, en lo que Lenin dio en llamar la
“marcha triunfal” del Poder Soviético.
En 80 de las 97 mayores ciudades,
éste se afianzó pacíficamente. No obstante, encontró a su paso una
resistencia militar en algunos puntos, Moscú entre ellos, en la que
participaban los partidos menchevique y socialrevolucionario. En el
Partido bolchevique, Kámenev, Zinóviev y otros dimitieron de sus puestos
en el Comité Central porque éste rechazó que participaran en el
gobierno los mencheviques y eseristas. Acto seguido, dimitieron también
del gobierno los comisarios afines a estos dirigentes, poniendo en
peligro la propia revolución. No obstante, la mayoría del Partido siguió
adelante por el rumbo trazado y sólo aceptó incluir en el gobierno a
ciertos socialrevolucionarios de “izquierda” cuando éstos –deseando no
perder su influencia entre las masas campesinas que simpatizaban cada
vez más con los bolcheviques- se separaron de la dirección de su
partido, ratificaron los decretos del Poder soviético y se pronunciaron
por el frente único con el Partido de Lenin.
El viejo aparato del Estado burgués fue destruido y sustituido por el
nuevo aparato del Estado soviético (aunque muchos viejos funcionarios
zaristas y burgueses se integraron posteriormente en él, sobre todo en
la Administración local y en las estructuras intermedias, saboteando las
orientaciones comunistas con su mentalidad burocrática).
Se legisló el
derecho de revocación de los diputados que hubieran perdido la confianza
de los electores, el control obrero sobre la producción y distribución
de artículos, la elección popular de los jueces, la formación de
tribunales revolucionarios para enjuiciar actividades subversivas, etc.
Fueron liquidados los residuos del feudalismo, del régimen de jerarquías
y de la desigualdad de derechos; se separó a la Iglesia del Estado y a
la escuela de la Iglesia; se reconocieron iguales derechos a las mujeres
y a las diversas nacionalidades de Rusia. Fueron aplastadas las
organizaciones y la prensa contrarrevolucionaria. Se disolvió la
Asamblea Constituyente burguesa cuyos miembros habían sido elegidos
meses antes de la revolución socialista y se oponían a las decisiones de
los Soviets. Se crearon el Ejército y la Flota Rojos, así como el
órgano para combatir la contrarrevolución y el sabotaje conocido como
“Cheka”. Se instituyó el Consejo Supremo de Economía Nacional. Se
nacionalizaron los bancos (corrigiendo uno de los grandes errores de la
Comuna de París de 1871), los grandes medios de transporte, el comercio
exterior y toda la gran industria, sin compensación y a menudo para
poner fin al sabotaje de sus propietarios. Se anularon los empréstitos
exteriores contraídos por el zar y el Gobierno provisional, los cuales
mantenían la guerra, la dependencia y la explotación de las masas
laboriosas de Rusia por parte de los capitalistas extranjeros. Se
tomaron medidas para mejorar la situación económica y laboral de la
clase obrera, como la jornada de ocho horas, los seguros de desempleo,
de enfermedad, de vejez, los permisos retribuidos por maternidad, por
vacaciones, la requisa de las casas de los ricos para alojar a las
familias obreras necesitadas, etc.
A principios de enero, el III Congreso de los Soviets de toda Rusia aprueba la Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado,
cuyo proyecto había sido redactado por Lenin. La mayoría
contrarrevolucionaria de la Asamblea Constituyente se negó siquiera a
discutirla. En ella se recogía el objetivo básico de la República de
Soviets nacida de la Revolución de Octubre: “la abolición de toda
explotación del hombre por el hombre, la completa supresión de la
división de la sociedad en clases, el aplastamiento implacable de la
resistencia de los explotadores, el establecimiento de una organización
socialista de la sociedad y la victoria del socialismo en todos los
países”. Esta Declaración sirvió de base para la Constitución de la
República Socialista Federativa Soviética sancionada por el V Congreso
de los Soviets el 10 de julio de 1918.
Pero la guerra proseguía y era necesario ponerle término para
consolidar el Poder de los Soviets y emprender la construcción del
socialismo.
Los países de la Entente (Francia e Inglaterra) no
respondían a las propuestas soviéticas de abrir negociaciones de paz,
mientras se dedicaban a urdir complots militares para derribar la
revolución. Pero, entre diciembre de 1917 y febrero de 1918, el gobierno
soviético consiguió iniciar esas negociaciones de paz con Alemania y
Austria en Brest-Litovsk, en una situación en que la economía nacional
se derrumbaba, en que todo el país estaba cansado de la guerra, las
tropas abandonaban los frentes y los imperialistas alemanes pretendían
aprovechar esto para apoderarse de amplio territorios del antiguo
imperio zarista. El Partido bolchevique decidió aceptar las condiciones
leoninas de éstos para salvar las conquistas de los obreros y los
campesinos. Lógicamente, los guardias blancos, los mencheviques, los
socialrevolucionarios y todos los demás contrarrevolucionarios,
incluidos los gobiernos aliados de Inglaterra y Francia, desplegaron una
campaña rabiosa de agitación contra la firma de la paz.
También en el
interior del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, se agruparon en
torno a Bujarin los llamados “comunistas de izquierda”, para luchar
contra la posición de Lenin y exigir la continuación de la guerra.
Asimismo, Trotski, que presidía la delegación soviética, infringiendo
abiertamente las instrucciones expresas del Partido, interrumpió las
negociaciones con los alemanes y declaró que Rusia no firmaría la paz en
esas condiciones y que, al mismo tiempo, no haría la guerra y
continuaría desmovilizando su ejército. Pretendía así animar la
revolución proletaria en Alemania, pero su indisciplina aventurera sólo
consiguió que el gobierno imperialista alemán reanudase la ofensiva y
ocupara territorios inmensos. Fue la resistencia armada que encontró por
parte del proletariado ruso la que lo obligó a firmar la paz, pero en unas condiciones mucho más
duras para el país soviético que las iniciales:
los alemanes se anexionaron Polonia, Letonia y Estonia, convirtieron a
Ucrania en un Estado vasallo suyo y obligaron a la Rusia exhausta a
pagar una contribución de guerra de 6.000 millones de rublos.
La firma de la paz –refrendada por el VIIº Congreso del Partido,
celebrado en marzo de 1918- dio a los bolcheviques una tregua de unos
pocos meses para fortalecer el Poder Soviético y poner orden en la
economía del país. Después del período de derrumbamiento de lo viejo, de
“ataque a lo Guardia Roja contra el capital” como decía Lenin,
era necesario pasar a la construcción de lo nuevo, del socialismo. Pero
Rusia estaba lejos de ser un país capitalista desarrollado y
predominaban en su economía los elementos pequeñoburgueses, los millones
de pequeños propietarios en la ciudad y en el campo que eran la base
para el afianzamiento del capitalismo. Esto es lo que llevaba a los
socialdemócratas y a los trotskistas a concluir que no era posible
conquistar allí el socialismo sin el apoyo de la revolución proletaria
triunfante en algún país imperialista de Europa.
Sin dejar de confiar en esta posibilidad y de reconocerla como la más
conveniente, Lenin y los bolcheviques defendían que era posible y
necesario abordar la edificación del socialismo en Rusia a partir de las
condiciones sociales ya creadas: la debilidad del frente de las
potencias imperialistas por la guerra, su retaguardia minada por un
movimiento obrero ascendente y solidario con la revolución de Octubre,
la experiencia de la regulación económica de los monopolios y los
Estados capitalistas durante la contienda, la concentración y
socialización de la producción de las empresas industriales más
importantes también en Rusia, etc.
Las premisas para el socialismo en un
país predominantemente pequeñoburgués podían completarse desde el
Estado de la dictadura revolucionaria del proletariado mediante un
proceso de transición que partiese de los métodos propios del
capitalismo de Estado, combinados con el control obrero sobre la
industria. Frente a la desidia en la producción y a la tendencia caótica
al mercantilismo, a la especulación y al enriquecimiento de los
pequeños propietarios a costa de la miseria del pueblo, se desplegó la
emulación socialista, se implantó el trabajo a destajo, se luchó contra
el igualitarismo ingenuo, se aplicaron medidas educativas de persuasión a
la vez que medidas coactivas, se realizó una lucha enérgica por la
disciplina, se instauró la dirección unipersonal de las empresas, se dio
empleo a especialistas burgueses mejor pagados, se aplicaron los
métodos científicos de organización del trabajo creados por el gran
capitalismo, etc.
Los mencheviques, los eseristas y los “comunistas de izquierda” se
opusieron a estas medidas, denunciando a los bolcheviques por sacrificar
la revolución internacional en Brest-Litovsk y restaurar el capitalismo
en Rusia. No comprendían que, fuera del país soviético, todavía no
había empezado la revolución y que, en él, la revolución debía engendrar
ciertas condiciones necesarias para el socialismo, condiciones que el
débil desarrollo capitalista ruso no había producido. En su crítica
pasaban completamente por alto a la mayoría de la población campesina,
su existencia pequeñoburguesa y su influencia sobre unas masas urbanas y
proletarias empleadas en industrias arruinadas por la guerra. Su
prédica contra la disciplina, el registro, el control y demás aspectos
del capitalismo de Estado servía objetivamente a la capa superior de la
pequeña burguesía que se enriquecía y que constituía el fermento
principal del capitalismo.
Ciertamente, los “izquierdistas” tenían parte de razón: los métodos
económicos propios del capitalismo desarrollado tienen un carácter
contradictorio puesto que se aplican a fuerzas productivas directamente
sociales pero desplegadas bajo relaciones de explotación; con su
implantación, el poder político concentrado en manos de la vanguardia
proletaria daría legitimidad revolucionaria a ese segundo aspecto, se
convertiría en su instrumento político y tendería a degenerar para
convertirse en un poder burgués. No obstante, en aquella situación, la
dispersión pequeñoburguesa representaba un peligro incomparablemente
mayor para la revolución que la utilización del capitalismo de Estado y
su división social del trabajo por parte de la dictadura del
proletariado. Con dicha utilización, ésta podía mantenerse más tiempo y
ensanchar su base social gracias al desarrollo de las fuerzas
productivas y al consiguiente crecimiento de la clase obrera. Además, no
existía otra alternativa mejor mientras no acudiese en ayuda de la
Rusia Soviética el socialismo triunfante en los países más desarrollados
(hecho que, lamentablemente, no llegó a producirse).
Lenin resumía así su línea estratégica: “Mientras
la revolución socialista mundial no estalle, mientras no abarque a
varios países con fuerza suficiente como para derrotar al imperialismo internacional, el deber directo de los socialistas que han triunfado en un país (en especial si se trata de un país atrasado) es no
aceptar la batalla contra los gigantes del imperialismo. Su deber es
tratar de evitar la batalla, esperar que los conflictos entre los
imperialistas los debiliten aún más y acerquen aún más la revolución en otros países.” La misión de la revolución triunfante consiste en llevar a cabo “el máximo de lo realizable en un solo país para desarrollar, apoyar y despertar la revolución en todos los países.”
Esto es lo que distingue al revolucionario proletario de sus compañeros de viaje: “Es
típico de revolucionarios pequeñoburgueses no advertir que para el
socialismo no basta con aniquilar, terminar, etc.; eso es suficiente
para el pequeño propietario, enfurecido contra el grande”.
En el campo, la Revolución de Octubre había culminado las tareas democrático-burguesas.
Los campesinos más ricos (kulaks)
habían aumentado su fuerza al apoderarse de las tierras incautadas a
los terratenientes, al explotar el trabajo de los demás campesinos y al
negarse a vender el trigo al Estado proletario a precio tasado,
provocando escasez alimentaria en las ciudades, es decir, entre las
masas proletarias que eran el baluarte del Poder Soviético. Los
campesinos pobres luchaban contra ellos, pero necesitaban ayuda: unos
80.000 obreros se movilizaron entonces para ir al campo a combatir a los
kulaks contrarrevolucionarios bajo la consigna: “¡La lucha por el trigo es la lucha por el socialismo!”; se crearon los Comités de Campesinos Pobres
que procedieron a un nuevo reparto de tierras y medios de producción en
beneficio de los más humildes; y se instauró una dictadura del
abastecimiento. Esto constituyó la primera etapa de la revolución
específicamente socialista en el campo, la cual afianzó el Poder
soviético, aportó cuadros campesinos para el Ejército Rojo y ganó a
amplios sectores de campesinos medios.
Los socialrevolucionarios de “izquierda” tomaron partido por los kulaks
y se sublevaron en Moscú y en otros lugares, cometiendo atentados
contra varias personalidades –entre ellas, Lenin, que resultó herido-,
pero fueron rápidamente aplastados. Así pues, en Rusia, mientras el
Partido bolchevique conquistaba la confianza de la mayoría de la
población, los demás partidos políticos -ya fueran
reaccionario-feudales, burgueses o pequeñoburgueses- mantenían una
actitud hostil hacia la revolución y se pasaban uno tras otro al campo
de la contrarrevolución armada sostenida por la Entente y otros Estados
imperialistas como EE.UU. y Japón. Según crecía la guerra civil y la
intervención militar extranjera, el Estado obrero y campesino se vio
obligado a prohibir y perseguir a estos partidos como medida de legítima
defensa de la revolución, conformándose así la República Soviética como
un régimen político de partido único.
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