9 de septiembre de 2017

Las primeras medidas del Poder soviético hasta el inicio de la Guerra Civil y de la intervención extranjera

El día de la insurrección en Petrogrado, el Partido bolchevique publicó el llamamiento “A los ciudadanos de Rusia”, comunicándoles que el Gobierno provisional burgués había sido derribado y que el Poder había pasado a manos de los Soviets. En la noche del día 25 de octubre (7 de noviembre, según el calendario actual), poco antes del asalto al Palacio de Invierno y del arresto del Gobierno Provisional allí reunido, abrió sus sesiones el II Congreso de los Soviets de toda Rusia, con una aplastante mayoría de diputados bolcheviques. 

Aprobó el Decreto sobre la paz en el que proponía un armisticio para negociar la paz y se dirigía a los obreros de Inglaterra, Francia y Alemania para que lucharan por conseguirla. Luego, aprobó el Decreto sobre la tierra, en el que declaraba “inmediatamente abolida, sin ningún género de indemnización, la propiedad de los terratenientes sobre la tierra”; a petición de los campesinos, además, quedaba suprimido el derecho de propiedad privada sobre la tierra, la cual pasaba a ser propiedad de todo el pueblo, siendo entregadas las tierras de los terratenientes, de la Corona y de la Iglesia en disfrute gratuito a todos los trabajadores. Finalmente, el Congreso designó el primer Gobierno soviético: el Consejo de Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin. Una vez clausurado el Congreso, los diputados se diseminaron por todo el país para extender a todo él la victoria de los Soviets y de su política revolucionaria.

La Revolución de Octubre –socialista por sus tareas políticas y también por sus tareas económicas en la ciudad- se desarrollaba en sus inicios por medio de una alianza entre el proletariado y el campesinado en su conjunto, o al menos neutralizando a los kulaks. En el campo, supuso la culminación de la revolución democrático-burguesa. Las contradicciones de clase dentro del campesinado sólo pasarán a primer plano varios meses después de Octubre (aunque en los meses anteriores, son los campesinos pobres los que llevan el peso fundamental de la lucha contra los terratenientes).

 

Desde octubre de 1917 hasta febrero de 1918, la revolución soviética se extendió con rapidez por toda Rusia, en lo que Lenin dio en llamar la “marcha triunfal” del Poder Soviético. 

En 80 de las 97 mayores ciudades, éste se afianzó pacíficamente. No obstante, encontró a su paso una resistencia militar en algunos puntos, Moscú entre ellos, en la que participaban los partidos menchevique y socialrevolucionario. En el Partido bolchevique, Kámenev, Zinóviev y otros dimitieron de sus puestos en el Comité Central porque éste rechazó que participaran en el gobierno los mencheviques y eseristas. Acto seguido, dimitieron también del gobierno los comisarios afines a estos dirigentes, poniendo en peligro la propia revolución. No obstante, la mayoría del Partido siguió adelante por el rumbo trazado y sólo aceptó incluir en el gobierno a ciertos socialrevolucionarios de “izquierda” cuando éstos –deseando no perder su influencia entre las masas campesinas que simpatizaban cada vez más con los bolcheviques- se separaron de la dirección de su partido, ratificaron los decretos del Poder soviético y se pronunciaron por el frente único con el Partido de Lenin.

El viejo aparato del Estado burgués fue destruido y sustituido por el nuevo aparato del Estado soviético (aunque muchos viejos funcionarios zaristas y burgueses se integraron posteriormente en él, sobre todo en la Administración local y en las estructuras intermedias, saboteando las orientaciones comunistas con su mentalidad burocrática). 

Se legisló el derecho de revocación de los diputados que hubieran perdido la confianza de los electores, el control obrero sobre la producción y distribución de artículos, la elección popular de los jueces, la formación de tribunales revolucionarios para enjuiciar actividades subversivas, etc. Fueron liquidados los residuos del feudalismo, del régimen de jerarquías y de la desigualdad de derechos; se separó a la Iglesia del Estado y a la escuela de la Iglesia; se reconocieron iguales derechos a las mujeres y a las diversas nacionalidades de Rusia. Fueron aplastadas las organizaciones y la prensa contrarrevolucionaria. Se disolvió la Asamblea Constituyente burguesa cuyos miembros habían sido elegidos meses antes de la revolución socialista y se oponían a las decisiones de los Soviets. Se crearon el Ejército y la Flota Rojos, así como el órgano para combatir la contrarrevolución y el sabotaje conocido como “Cheka”. Se instituyó el Consejo Supremo de Economía Nacional. Se nacionalizaron los bancos (corrigiendo uno de los grandes errores de la Comuna de París de 1871), los grandes medios de transporte, el comercio exterior y toda la gran industria, sin compensación y a menudo para poner fin al sabotaje de sus propietarios. Se anularon los empréstitos exteriores contraídos por el zar y el Gobierno provisional, los cuales mantenían la guerra, la dependencia y la explotación de las masas laboriosas de Rusia por parte de los capitalistas extranjeros. Se tomaron medidas para mejorar la situación económica y laboral de la clase obrera, como la jornada de ocho horas, los seguros de desempleo, de enfermedad, de vejez, los permisos retribuidos por maternidad, por vacaciones, la requisa de las casas de los ricos para alojar a las familias obreras necesitadas, etc.

A principios de enero, el III Congreso de los Soviets de toda Rusia aprueba la Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado, cuyo proyecto había sido redactado por Lenin. La mayoría contrarrevolucionaria de la Asamblea Constituyente se negó siquiera a discutirla. En ella se recogía el objetivo básico de la República de Soviets nacida de la Revolución de Octubre: “la abolición de toda explotación del hombre por el hombre, la completa supresión de la división de la sociedad en clases, el aplastamiento implacable de la resistencia de los explotadores, el establecimiento de una organización socialista de la sociedad y la victoria del socialismo en todos los países”. Esta Declaración sirvió de base para la Constitución de la República Socialista Federativa Soviética sancionada por el V Congreso de los Soviets el 10 de julio de 1918.

Pero la guerra proseguía y era necesario ponerle término para consolidar el Poder de los Soviets y emprender la construcción del socialismo. 

Los países de la Entente (Francia e Inglaterra) no respondían a las propuestas soviéticas de abrir negociaciones de paz, mientras se dedicaban a urdir complots militares para derribar la revolución. Pero, entre diciembre de 1917 y febrero de 1918, el gobierno soviético consiguió iniciar esas negociaciones de paz con Alemania y Austria en Brest-Litovsk, en una situación en que la economía nacional se derrumbaba, en que todo el país estaba cansado de la guerra, las tropas abandonaban los frentes y los imperialistas alemanes pretendían aprovechar esto para apoderarse de amplio territorios del antiguo imperio zarista. El Partido bolchevique decidió aceptar las condiciones leoninas de éstos para salvar las conquistas de los obreros y los campesinos. Lógicamente, los guardias blancos, los mencheviques, los socialrevolucionarios y todos los demás contrarrevolucionarios, incluidos los gobiernos aliados de Inglaterra y Francia, desplegaron una campaña rabiosa de agitación contra la firma de la paz. 

También en el interior del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, se agruparon en torno a Bujarin los llamados “comunistas de izquierda”, para luchar contra la posición de Lenin y exigir la continuación de la guerra. Asimismo, Trotski, que presidía la delegación soviética, infringiendo abiertamente las instrucciones expresas del Partido, interrumpió las negociaciones con los alemanes y declaró que Rusia no firmaría la paz en esas condiciones y que, al mismo tiempo, no haría la guerra y continuaría desmovilizando su ejército. Pretendía así animar la revolución proletaria en Alemania, pero su indisciplina aventurera sólo consiguió que el gobierno imperialista alemán reanudase la ofensiva y ocupara territorios inmensos. Fue la resistencia armada que encontró por parte del proletariado ruso la que lo obligó a firmar la paz, pero en unas condiciones mucho más  

duras para el país soviético que las iniciales: los alemanes se anexionaron Polonia, Letonia y Estonia, convirtieron a Ucrania en un Estado vasallo suyo y obligaron a la Rusia exhausta a pagar una contribución de guerra de 6.000 millones de rublos.

La firma de la paz –refrendada por el VIIº Congreso del Partido, celebrado en marzo de 1918- dio a los bolcheviques una tregua de unos pocos meses para fortalecer el Poder Soviético y poner orden en la economía del país. Después del período de derrumbamiento de lo viejo, de “ataque a lo Guardia Roja contra el capital” como decía Lenin, era necesario pasar a la construcción de lo nuevo, del socialismo. Pero Rusia estaba lejos de ser un país capitalista desarrollado y predominaban en su economía los elementos pequeñoburgueses, los millones de pequeños propietarios en la ciudad y en el campo que eran la base para el afianzamiento del capitalismo. Esto es lo que llevaba a los socialdemócratas y a los trotskistas a concluir que no era posible conquistar allí el socialismo sin el apoyo de la revolución proletaria triunfante en algún país imperialista de Europa.

Sin dejar de confiar en esta posibilidad y de reconocerla como la más conveniente, Lenin y los bolcheviques defendían que era posible y necesario abordar la edificación del socialismo en Rusia a partir de las condiciones sociales ya creadas: la debilidad del frente de las potencias imperialistas por la guerra, su retaguardia minada por un movimiento obrero ascendente y solidario con la revolución de Octubre, la experiencia de la regulación económica de los monopolios y los Estados capitalistas durante la contienda, la concentración y socialización de la producción de las empresas industriales más importantes también en Rusia, etc. 

Las premisas para el socialismo en un país predominantemente pequeñoburgués podían completarse desde el Estado de la dictadura revolucionaria del proletariado mediante un proceso de transición que partiese de los métodos propios del capitalismo de Estado, combinados con el control obrero sobre la industria. Frente a la desidia en la producción y a la tendencia caótica al mercantilismo, a la especulación y al enriquecimiento de los pequeños propietarios a costa de la miseria del pueblo, se desplegó la emulación socialista, se implantó el trabajo a destajo, se luchó contra el igualitarismo ingenuo, se aplicaron medidas educativas de persuasión a la vez que medidas coactivas, se realizó una lucha enérgica por la disciplina, se instauró la dirección unipersonal de las empresas, se dio empleo a especialistas burgueses mejor pagados, se aplicaron los métodos científicos de organización del trabajo creados por el gran capitalismo, etc.

Los mencheviques, los eseristas y los “comunistas de izquierda” se opusieron a estas medidas, denunciando a los bolcheviques por sacrificar la revolución internacional en Brest-Litovsk y restaurar el capitalismo en Rusia. No comprendían que, fuera del país soviético, todavía no había empezado la revolución y que, en él, la revolución debía engendrar ciertas condiciones necesarias para el socialismo, condiciones que el débil desarrollo capitalista ruso no había producido. En su crítica pasaban completamente por alto a la mayoría de la población campesina, su existencia pequeñoburguesa y su influencia sobre unas masas urbanas y proletarias empleadas en industrias arruinadas por la guerra. Su prédica contra la disciplina, el registro, el control y demás aspectos del capitalismo de Estado servía objetivamente a la capa superior de la pequeña burguesía que se enriquecía y que constituía el fermento principal del capitalismo.

Ciertamente, los “izquierdistas” tenían parte de razón: los métodos económicos propios del capitalismo desarrollado tienen un carácter contradictorio puesto que se aplican a fuerzas productivas directamente sociales pero desplegadas bajo relaciones de explotación; con su implantación, el poder político concentrado en manos de la vanguardia proletaria daría legitimidad revolucionaria a ese segundo aspecto, se convertiría en su instrumento político y tendería a degenerar para convertirse en un poder burgués. No obstante, en aquella situación, la dispersión pequeñoburguesa representaba un peligro incomparablemente mayor para la revolución que la utilización del capitalismo de Estado y su división social del trabajo por parte de la dictadura del proletariado. Con dicha utilización, ésta podía mantenerse más tiempo y ensanchar su base social gracias al desarrollo de las fuerzas productivas y al consiguiente crecimiento de la clase obrera. Además, no existía otra alternativa mejor mientras no acudiese en ayuda de la Rusia Soviética el socialismo triunfante en los países más desarrollados (hecho que, lamentablemente, no llegó a producirse).

 

Lenin resumía así su línea estratégica: “Mientras la revolución socialista mundial no estalle, mientras no abarque a varios países con fuerza suficiente como para derrotar al imperialismo internacional, el deber directo de los socialistas que han triunfado en un país (en especial si se trata de un país atrasado) es no aceptar la batalla contra los gigantes del imperialismo. Su deber es tratar de evitar la batalla, esperar que los conflictos entre los imperialistas los debiliten aún más y acerquen aún más la revolución en otros países.” La misión de la revolución triunfante consiste en llevar a cabo “el máximo de lo realizable en un solo país para desarrollar, apoyar y despertar la revolución en todos los países.”

Esto es lo que distingue al revolucionario proletario de sus compañeros de viaje: “Es típico de revolucionarios pequeñoburgueses no advertir que para el socialismo no basta con aniquilar, terminar, etc.; eso es suficiente para el pequeño propietario, enfurecido contra el grande”.

En el campo, la Revolución de Octubre había culminado las tareas democrático-burguesas. 

Los campesinos más ricos (kulaks) habían aumentado su fuerza al apoderarse de las tierras incautadas a los terratenientes, al explotar el trabajo de los demás campesinos y al negarse a vender el trigo al Estado proletario a precio tasado, provocando escasez alimentaria en las ciudades, es decir, entre las masas proletarias que eran el baluarte del Poder Soviético. Los campesinos pobres luchaban contra ellos, pero necesitaban ayuda: unos 80.000 obreros se movilizaron entonces para ir al campo a combatir a los kulaks contrarrevolucionarios bajo la consigna: “¡La lucha por el trigo es la lucha por el socialismo!”; se crearon los Comités de Campesinos Pobres que procedieron a un nuevo reparto de tierras y medios de producción en beneficio de los más humildes; y se instauró una dictadura del abastecimiento. Esto constituyó la primera etapa de la revolución específicamente socialista en el campo, la cual afianzó el Poder soviético, aportó cuadros campesinos para el Ejército Rojo y ganó a amplios sectores de campesinos medios.

Los socialrevolucionarios de “izquierda” tomaron partido por los kulaks y se sublevaron en Moscú y en otros lugares, cometiendo atentados contra varias personalidades –entre ellas, Lenin, que resultó herido-, pero fueron rápidamente aplastados. Así pues, en Rusia, mientras el Partido bolchevique conquistaba la confianza de la mayoría de la población, los demás partidos políticos -ya fueran reaccionario-feudales, burgueses o pequeñoburgueses- mantenían una actitud hostil hacia la revolución y se pasaban uno tras otro al campo de la contrarrevolución armada sostenida por la Entente y otros Estados imperialistas como EE.UU. y Japón. Según crecía la guerra civil y la intervención militar extranjera, el Estado obrero y campesino se vio obligado a prohibir y perseguir a estos partidos como medida de legítima defensa de la revolución, conformándose así la República Soviética como un régimen político de partido único.

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