Son días de alto octanaje dialéctico en
Venezuela. Suele suceder en estas situaciones que los argumentos más
sensatos quedan sepultados por el griterío que llega desde todas las
posiciones, como si la razón hablara en voz baja en momentos así.
En el
tumulto de este domingo pasaron desapercibidas las declaraciones del
diputado chavista Elías Jaua. En una entrevista[1] en
la que en todo momento defiende la necesidad del diálogo –nunca los
medios de comunicación internacionales recogen los continuos llamados a
la negociación de dirigentes chavistas, empezando por Nicolás Maduro-,
el ex canciller da con la clave del verdadero propósito de la derecha
venezolana: “Ellos no pueden seguir empeñados en negar el chavismo y
seguir teniendo la ilusión de que pueden borrar al chavismo de la faz de
la tierra”.
En efecto, toda la estrategia de la
derecha criolla ha tenido como único fin el aplastamiento del primer
gran movimiento de impugnación del capitalismo neoliberal que alumbró el
siglo XXI. Son las huestes de Margaret Thatcher vociferando otra vez su
acrónimo T.I.N.A (There is no alternative: No hay alternativa). Es el
Fin de la Historia decretado por Francis Fukuyama. Es la clausura de la
utopía.
Ocurre que la utopía tiene una infinita
capacidad de resistencia.
En Venezuela, la utopía ha superado golpes de
Estado, paros patronales, sabotajes petroleros, boicots electorales,
paramilitarismo, terrorismo callejero… Ahora la derecha se aferra a una
figura que empieza a tener resonancias macabras en Latinoamérica y que
este domingo se escuchó por primera vez en la Asamblea Nacional en boca
del diputado derechista Julio Borges: un juicio político para
desmantelar al chavismo.
En Paraguay todavía se recuerda la farsa
parlamentaria con la que en 2012 se derrocó a Fernando Lugo. El vodevil
exprés de aquel juicio político tuvo como sonrojante corolario el
argumento con el que se justificaban las acusaciones contra el
presidente: “Todas las causas mencionadas más arriba son de pública
notoriedad, motivo por el cual no necesitan ser probadas”[2].
En Brasil, hace apenas unos meses, una Cámara de Diputados socavada por
la corrupción destituía a la presidenta electa, Dilma Rousseff.
Ahora le toca el turno a Venezuela y
parece que el proceso, como en los casos paraguayos y brasileños,
también va a tener formas de sainete. Ya de entrada, Julio Borges ignora
–consciente o inconscientemente- que el juicio político no está
contemplado en la Constitución Bolivariana de 1999.
El resto de
argumentos que se escucharon ayer en la Asamblea y en los documentos que
se aprobaron tampoco parecen ser los propios de quienes dicen buscar
una salida dialogada: calificación de Venezuela como una dictadura,
denuncias de golpes de Estado y de persecución política, llevar a cargos
electos ante tribunales internacionales, advertencias al Ejército, la
acusación xenófoba de la supuesta nacionalidad colombiana de Nicolás
Maduro, un presunto abandono del cargo al estar realizando una gira por
Oriente Medio, petición de amparo a sus aliados internacionales… En las
alocuciones parlamentarias se esgrimieron demasiados cargos para tan
pocas pruebas. La bancada derechista parecía acogerse al subterfugio
paraguayo: las causas son tan conocidas que no necesitan ser probadas.
Nada nuevo bajo el sol.
En las
hemerotecas se puede comprobar que las acusaciones contra Hugo Chávez en
el 2004 eran las mismas: crisis, inestabilidad, promoción de una Guerra
Civil, autoritarismo, vulneración de la legalidad… El objetivo, también
entonces, no era revocar a un presidente sino destruir a todo un
movimiento político.
La embestida derechista a la
institucionalidad es grave y el chavismo no puede eludirla. La amenaza
es demasiado grande. Después de Paraguay y Brasil, Latinoamérica no
puede permitirse otro golpe institucional.
Pero sucede que la respuesta
institucional trae un efecto negativo que en el fondo es otro de los
objetivos que persigue la derecha. La continua agitación impide
concentrar las fuerzas en lo que debería ser el único motivo de atención
no sólo del Gobierno, sino de todas las facciones políticas, sociales y
económicas del país: la superación de la crisis económica.
Esa también
es otra suerte de golpismo. La derecha lo ha probado todo. Pero la
utopía, ya se ha escrito, tiene una infinita capacidad de resistencia.
Notas.
[1] http://www.eluniversal.com/noticias/politica/jaua-revocatorio-ahora-escalaria-peligrosamente-conflicto-politico_623798[2] http://www.miamidiario.com/politica/congreso/fernando-lugo-/juicio-politico/federico-franco/destitucion-de-la-presidencia/libelo-acusatorio/constitucion-del-paraguay/293630.
Fuente:
Barómetro Internacional
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