Por Marco Teruggi.
A las 5.30 h. de la mañana el charco de sangre de la vaca es rojo
fosforescente. Lo iluminan los faros del camión comunal. A su lado seis
hombres con cuchillos y hachas cortan, rompen, despedazan, abren el
animal que tiene el cuero desprendido y la cabeza inerte boca arriba
como mirando la noche cerrada que todo lo rodea. La lucha dura una hora y
media, los cuatrocientos kilos se transforman en costillares, lomos,
chinchurria, transpiración, manos con sangre carne y grasa, pedazos que
cuelgan de ganchos, salida del sol, zamuros que sobrevuelan, el llano
con árboles, ordeños, la vida que vuelve a empezar. Filmamos,
fotografiamos, buscamos planos, luces, voces, frases, olores.
Esa vaca muerta, esa comunera que la troza en kilos, ese cielo alto, son la revolución.
Hacemos reportajes, crónicas, entrevistas, análisis, ensayos,
intentamos hacer entrar lo tanto que nos rodea. Sobra realidad, falta
tiempo. Esta vez es Apure, municipio Biruaca, en las comunas ya
conocidas de Las Colonias del Viento y La Revolución en Progreso,
acompañadas por la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora. Nos espera
Nilson, referente comunero y pastor evangelista. Es una zona de mucha
presencia religiosa, templos, iglesias, domingos de alto parlante con la
palabra de Dios, y un chavismo inquebrantable. Chavismo humilde,
descalzo, de plantaciones de jojoto, sacos de muchos kilos en los
hombros, mesas abiertas a quienes están de paso, barro, viento, lluvia,
sequías. Acá Chávez vive -y el buen Señor, al parecer, también.
Vamos a estar un fin de semana. Me pregunto cómo narrar otra vez lo
que ya conté y es imprescindible mostrar una y otra vez. Hagamos una
simple pregunta a un transeúnte: ¿Qué sabe usted de las comunas? La
respuesta, salvo en zonas de fuerte presencia comunera, será casi
siempre un levantar de cejas y un no sé. La mayoría del país desconoce
la realidad del proyecto estratégico comunal planteado por Hugo Chávez.
Debería ser suficiente para volcar masivamente lápices, teclados y
cámaras en esa dirección.
¿Quiénes cuentan la revolución?
¿Qué le mostraremos a nuestros hijos de esta época que pasionamos?
Las actividades son las que suelen darse en las comunas rurales:
siembras, producciones, ventas a precio justo, asambleas, constancia,
proyectos de semillas, dolores de cabeza con Agropatria -dolores y
combates-, conucos, autoconstrucción de viviendas, carreteras,
conformación de un sujeto colectivo que gobierna su territorio. Todo es
importante: la producción para romper el mito del país improductivo, el
mercado comunal para desarmar la matriz de crisis humanitaria, el
autogobierno para explicar el poder comunal. Podría agregar la milicia
bolivariana, las arepas caseras, los Consejos Locales de Abastecimiento y
Producción etc. Todo y una pregunta: ¿Cómo contarlo?
La mayor parte de la gente lee -cuando lo hace- textos cortos, en
Venezuela más que en Argentina. No puedo escribir algo demasiado largo
para las redes sociales. La crónica, dicen, trata sobre lo que ignora el
poder constituido -toda crónica es política y suele ser relativamente
extensa. Entre mi deseo y los lectores hay una distancia siempre en
tensión: si es demasiado largo hay riesgo de desenganche, y a la vez
quiero que contenga lo que creo necesario. ¿Cómo lograr que quien lea
-con un cotidiano acelerado, 2.0, sin tiempo- llegue hasta el final? Ese
es el arte en sí. Lo mismo con los videos: entre 40 segundos y 2
minutos. Más es demasiado. ¿Cómo titular, abrir con imágenes que no
parezcan que vayan a mostrar algo lento, formato documental? ¿Es mejor
con voces en off, tipo playground con solo letras, con planos fijos y
comuneros contado su realidad? Si usted lector llegó hasta acá voy bien.
Sino tengo que preguntarme en qué lugar enflaqueció el relato.
Hay un error que no puede ocurrir: que sea aburrido -lo predecible por ejemplo es aburrido.
Es fácil decirlo, en los hechos cuesta mucho.
Es cierto que en Venezuela la idea de periodismo tal como se enseña
en las universidades quedó pulverizado -no queda ni asomo. Nadie puede
fingir estar más allá del parteaguas: revolución y contrarrevolución.
Con la infinidad de matices posibles, pero sin escapatoria posible. Como
escribió José Roberto Duque: lo que hay es propaganda, de un lado y del
otro. Con una maquinaria internacional de mass medias que no duda en
mentir sistemáticamente -mentir del todo, no redecorar la realidad.
En sí la propaganda no es buena ni mala. Importa la calidad de la
misma. La nuestra, me refiero a la que produce el Gobierno, no es buena
desde hace mucho. Ese es el problema. Es predecible, repetitiva,
uniforme, alejada de un idioma de la calle que fue mutando.
Se puede hacer propaganda sin lenguaje de propaganda -en eso es
experta la derecha. La resolución se da en cada texto: la escritura
por-venir debe ser construida en los hechos, no en los anuncios. Creo
que, entre otras cosas, debe lograr traducir ideas, conceptos, teorías,
debates críticos, en lenguajes atractivos, que enganchen, sean crosses a
la mandíbula -al decir de Roberto Arlt. Eso es romper con la
reproducción que tiene fuerza de arrastre: romper con lenguajes
académicos, tradicionales de izquierda, iguales a sí mismos.
Inventar para convencer.
Urbanos en el campo: aprendemos como niños. Cómo se mata una vaca,
se siembra arroz, se cosechan caraotas, se ordeña al alba, se hacen
cachapas caseras, balsas para cruzar ríos. Nosotros ahí metidos,
conversando, durmiendo en la Empresa de Propiedad Social, pensando cómo
contar lo que vemos, eso también es la revolución.
Luego de dos días regresamos a Caracas. Las memorias de las cámaras
llenas, la libreta también. En la comuna nos piden un material para uso
interno. Será otro video más, imprescindible. El camino de regreso es de
noche, por Apure, Guárico, Aragua hasta la capital, en la soledad del
cielo despejado que la vaca con la cabeza boca arriba miraba inerte en
el alba comunera. Vemos las fotos, conversamos sobre cómo procesar tanta
información, lo inmenso del llano, de estar en hombres y mujeres que
tienen la historia en el paladar, la certeza de la resistencia ante todo
lo que venga. Todo.
Hora de escribir. Como cada vez tendré que medirme al texto.
Y contestar una vez más la pregunta que siempre regresa: ¿cómo se cuenta una revolución?
Fuente:
Resumen Latinoamericano
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