Por Marco Teruggi. Reproducido en la Haine y Resumen Latinoamericano
“El arte revolucionario debe surgir como expresión monumental. El
pueblo que lo nutre deberá verlo en su vida cotidiana. Hay que pasar al
arte de masas, es decir, al arte”.
Romper mitos y construir épica, podría ser una manera de describir un
movimiento permanente de la Revolución. ¿Cuáles mitos? La política
pertenece a lxs políticxs, la economía a lxs economistas, el arte y su
compresión a quienes lo ejecutan, la estética a lxs especialistas, por
ejemplo. En cada uno de ellos un punto en común: la ausencia de
capacidad del pueblo, la especialización/acaparamiento en minorías.
En cuanto a la épica, presente desde el 27 de febrero de 1989, como
punto bisagra: la recuperación de poderes en manos del pueblo, el
cuestionamiento de los mitos ordenadores.
El trascurso del proceso fue ofreciendo certezas sobre algunas formas
para esa recuperación: la reabsorción de la política en el ejercicio
cotidiano de las mayorías populares, del Estado burgués al Estado
comunal, de la economía académica a las empresas de propiedad social y
el control obrero. ¿Y la estética, el arte?
“El arte revolucionario debe surgir como expresión monumental y
pública. El pueblo que lo nutre deberá verlo en su vida cotidiana. De la
pintura de caballete, como lujoso vicio solitario, hay que pasar
resueltamente al arte de masas, es decir, al arte”, era la perspectiva
que escribía Ricardo Carpani, artista plástico y militante argentino en
1959, en el manifiesto del grupo Espartaco.
Gran parte de su vida, de su trabajo había ido y seguiría en una
dirección: “La inserción activa de la imagen estética en la lucha
revolucionaria”. Fuera de los salones, los brindis lujosos, las galerías
como subastas, “del arte como mercancía de consumo individual”; junto
con una clase obrera como nunca tan enfrentada al poder capitalista
acorralado, tan cerca del suyo.
Porque la estética, como la economía y cada una de las esferas
mayores de la sociedad, le fue arrebatada al pueblo, a su vida
cotidiana. Y puesta más allá, inalcanzable: “Se ha mantenido en torno al
arte y su conocimiento una estela de misterio. A través de jergas
confusas trátase de ocultar su razón y causas materiales, mientras se
acentúa la intención de mostrarlo como algo esencialmente divino”,
reflexionaba César Rengifo, artista plástico, poeta, dramaturgo
venezolano, a mediados del siglo XX.
Inmerso en un país que se daba la espalda a sí mismo, que deseaba con
la mirada del colonizado aquello que viniera de fuera, en particular el
arte, signado por su desencuentro con las mayorías populares; Rengifo
hacía, buscaba, creaba.
***
Si la Revolución es en parte la ruptura de las apropiaciones
minoritarias, ¿quién hace, entonces, la estética que nos rodea en este
cotidiano? Porque siempre han existido propuestas estéticas en los
procesos políticos: desde aquéllas desarrolladas por Acción Democrática,
hasta las impuestas por las dictaduras cívico-militares. ¿Podría
existir la política, el intento de construcción hegemónica, sin
estética?
Si algo es seguro, y ésa fue una de las conclusiones en el Foro
Permanente de Pensamiento y Acción acerca de este debate, es que no
existe una estética sino varias, y que esa multiplicidad —como imágenes
de un país urbano, juvenil, campesino, costero, indígena, etc.— ha ido
cambiando en las diferentes etapas del proceso.
Y que, como el mismo avance revolucionario, su fuente creadora ha
residido en gran parte en el pueblo —marcado a fuego por sus relaciones
con Hugo Chávez, el Estado; sus enfrentamientos con la burguesía, el
imperialismo; su exposición a los medios de comunicación de la hegemonía
capitalista—, en su proceso de apropiación de los espacios y las cosas:
calles, paredes, edificios, vestimenta, habla, escritura, poética. La
exclusividad creadora comenzó a perderse, y la obra popular —en el
equilibrio inestable y rico entre lo individual y lo colectivo— empezó a
emerger.
Una estética hecha con contradicciones, desde el reencuentro del
pueblo con el pueblo —somos el centro de la obra, pero ¿quiénes somos?—.
El regreso del arte al espacio público reinsertándose en la vida
social, donde comenzaron a encontrar su lugar expresiones artísticas
irreverentes poniendo la estética por sobre el valor de cambio,
insumisas a cánones y órdenes rígidos destinados mantener los status quo.
¿Qué apareció en ese abrir? La historia nacional, Simón Bolívar,
Negro Primero, Ezequiel Zamora, los pueblos indígenas, las resistencias
de cada etapa histórica, la imagen del mismo pueblo y sus héroes
olvidados, un nosotrxs imperfecto y épico venido de lejos. La estética
de la Revolución se fue haciendo en diálogo con el ascenso de las masas a
la vida pública, esxs miles que no habían sido nunca, o casi, objetos
ni sujetos del arte.
***
Hay estéticas espontáneas, comunitarias, ministeriales, obras de
artistas individuales, colectivos militantes, a su vez insertos en
comunidades e instituciones. Con tensiones, como las tiene el proceso,
en su lucha entre una nueva hegemonía todavía contrahegemónica, y la
certeza de que el arte, la estética, puede ser utilizada, como afirmaba
Rengifo, para “propagar e imponer ideas; influir sobre la conciencia
colectiva, orientar o desorientar; exaltar o confundir”.
Y desde quienes producen hechos culturales/artísticos, como teatro,
música, cuentos, literatura, pintura, artes plásticas, cine, etc.,
parece haberse conformado la idea dominante de que no existe lugar para
el universo anterior: una estética destinada a galerías, muestras en
Nueva York, abstraccionismo puro, encierros existenciales negando todo
vínculo con el mundo en movimiento.
La Revolución puso sobre la mesa, como nunca antes, la necesidad de
construir lo venezolano, dejando de buscar los modelos en el extranjero
europeo y norteamericano, un nacionalismo en diálogo con el continente y
el mundo, un arte nacional, popular, desde y para la clase trabajadora,
una de las principales preocupaciones que tuvieron, entre tantxs,
Carpani y Rengifo.
Se fueron haciendo artistas buscando el diálogo con el pueblo, como
parte del pueblo, de sus luchas, desafíos, angustias, poniendo allí, en
el hombre y la mujer venezolana, la épica, el centro de la palabra, la
pintura, la escena, la vida.
¿Cómo?, ¿con qué formas, colores, técnicas, formas narrativas,
estilos musicales? Buscando algo del realismo que sostenía Rengifo: “Con
lenguaje claro, que exprese los ideales de las masas y vaya a ellas a
exaltar su vivencia y su destino”; de la certeza de Carpani: “Es
imprescindible dejar de lado todo tipo de dogmatismo en materia
estética”; y el intento por la creación como punto nodal: ¿Un arte que
no crea, es arte?
Tal vez suceda en el futuro que el arte en Venezuela, como el Estado,
la política y la economía, desaparezca finalmente como actividad
especializada, exterior a la vida cotidiana, y sea apropiada por
miles, como quehacer propio. De eso hay indicios, intentos, ensayos del
socialismo en creación.
Mientras vamos hacia lo nuevo, la Revolución seguirá creando sus
estéticas, nacidas cada vez más de lo colectivo, en movimiento,
cambiantes, contradictorias, y el arte irá encontrando sus nuevos
lugares, “ya que —decía Carpani— el destino del arte se halla
identificado con el destino de la revolución, que es como decir con el
destino de la humanización real del hombre, humanización de la cual el
arte es, precisamente, la más completa expresión”.
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