Por Ricardo Alarcón de Quesada. Publicado en "La Jornada"*
Quienes visitan Puerto Rico comprenden por qué la llaman “la isla del
encanto”. Lo palpan en el aire, en la luz, en el paisaje y también en
la gente que la habita. Algo muy diferente provoca la dramática
situación que vive su pueblo. Porque los puertorriqueños nunca han sido
dueños de ese entorno maravilloso ni tampoco de su destino, amarrados
bajo el dominio colonial, primero de España y durante los últimos 117
años de Estados Unidos.
Washington trató de engañar al mundo disfrazando la colonia con el
embeleco de un imaginario “Estado libre asociado (ELA)”, que promovía
como “una vitrina del Caribe” de las bienandanzas que la tutela norteña
ofrecía generosamente. La experiencia para los boricuas fue bien
diferente. Sus consecuencias sociales, políticas y económicas han
encontrado siempre la resistencia popular, muchas veces desconocida
fuera de la isla.
Tras recorrer un largo camino el tema llega hoy a una coyuntura
definitoria. El ELA fue rechazado por la mayoría absoluta del pueblo
puertorriqueño en el plebiscito efectuado allí en noviembre de 2012, que
las autoridades estadunidenses ignoran hasta ahora.
En los últimos años la situación se ha complicado, hasta el extremo
de que el país no puede pagar sus deudas, la economía continúa
decreciendo y urge encontrar una salida a la grave crisis financiera. La
asamblea legislativa local aprobó una ley enfilada a buscar una
solución, olvidando que ni ella ni ninguna otra institución del ELA
posee capacidad soberana.
Quienes verdaderamente mandan allá se lo recordaron. El 6 de julio de
2015 la Corte Federal de Apelaciones del primer circuito, ubicada en
Boston, Massachusetts, que es la máxima instancia judicial para Puerto
Rico, determinó la inconstitucionalidad de esa ley y la anuló
subrayando, argumento irrefutable, que es el Congreso federal
estadunidense el que tiene plenas facultades sobre ese país y no la
asamblea insular.
Hay que agradecer a los jueces del mentado tribunal haber puesto el
dedo en la llaga aunque, en rigor, repitieron lo que ya se sabía y lo
han sufrido los boricuas por más de un siglo. Sólo que el recordatorio
no llega en un momento cualquiera.
El estatus colonial fue rechazado categóricamente por la población y
ahora se comprueba igualmente que el modelo económico ha fracasado, ya
no es viable y quienes lo administran no tienen capacidad legal para
enfrentar el desastre. La quiebra de su economía es consecuencia directa
del sometimiento a Estados Unidos y cualquier medida, en las
condiciones actuales, estaría exclusivamente en manos del gobierno
federal.
La alcaldesa de San Juan, Carmen Yulin Cruz, se refirió el 15 de
julio a los problemas que afectan a Puerto Rico y de los que el gobierno
federal evade su responsabilidad y se abstiene de tomar decisión. “Su
falta de acción en cuanto a las herramientas que nos prohíbe tener y nos
niegan, como es la quiebra, lo demuestran… son una serie de instancias
en las que Estados Unidos continuamente nos ha faltado el respeto como
nación.”
Esa actitud, junto con la negativa de excarcelar a Óscar López
Rivera, hace afirmar a Carmen Yulin que “el estatus de Puerto Rico es
insostenible y el país tiene que decir basta ya”.
Por mucho tiempo la propaganda estadunidense se empeñó en presentar a
Puerto Rico como un modelo para el resto de América Latina, con su
economía supuestamente floreciente en un país libre, feliz y pacífico.
Ocultaba el verdadero rostro del ELA: la destrucción de la economía
autóctona, el dominio absoluto de las corporaciones yanquis, el
desempleo generalizado, la emigración masiva, el grave deterioro del
medio ambiente y la persecución al movimiento patriótico, víctima del
acoso y el espionaje del FBI y de otras incontables acciones hostiles,
incluyendo asesinatos que han conmovido al país pero siguen totalmente
impunes.
Hace ya más de 10 años que ese modelo entró en la crisis que ahora
alcanza titulares en la gran prensa. Desde entonces, la economía se
estanca o retrocede. Luego de saquear sus recursos, no pocos
inversionistas se han retirado de la isla; el déficit fiscal no dejó de
crecer, y más de la mitad de la población se ha visto forzada a emigrar:
quedan en la isla unos 3.7 millones y su diáspora en Estados Unidos se
acerca ya a 5 millones, según el censo oficial más reciente.
El pueblo, por su parte, ha librado una lucha admirable. Cuando por
todas partes avanzaba la ola neoliberal, en Puerto Rico las masas
trabajadoras impedían la privatización de servicios públicos esenciales.
Lograron con su lucha sacar al ejército invasor de Vieques y de otras
bases militares; fueron sus estudiantes los primeros que tomaron las
universidades y las calles exigiendo que la educación no fuera presa del
lucro; soportando la represión que nunca ha cesado y enfrentando al
imperio más poderoso, dieron su voto, en noviembre de 2012, rechazando
de modo aplastante al régimen colonial.
Ahora, mientras los políticos discuten y los grandes emporios
mediáticos descubren que Puerto Rico existe, decenas de miles de
boricuas más se van, escapan del falaz encanto. No van hacia el paraíso.
Los esperan, como siempre, la pobreza y la miseria, pero también la
discriminación, el odio racial y el desprecio en los arrabales de New
York y Chicago, en las granjas de Florida y en otras partes. Su partida
es la prueba irrefutable: la vitrina se cae en pedazos.
*Ricardo Alarcón de Quesada. Escritor, doctor en filosofía y letras y político cubano. Entre 1993 y 2013 fue presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, máximo órgano legislativo del país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario