Enviado por Federico Rubio Herrero. Difundida por el diario "El Salto".
Hace cinco años estuve en el pueblo de Sanabria (Zamora)
en labores informativas para mi libro "España, república de
trabajadores". Vi allí campesinos martirizados por el hambre. Comían
algarroba, cortezas. A orillas del lago había un restaurante para
turistas. Me enseñaron el libro de firmas de los huéspedes. Usted,
Unamuno, había escrito en sus páginas unas líneas sobre la belleza del
paisaje circundante. Español que hacía profesión de amor a su pueblo, no
supo usted ver más allá de las suaves ondulaciones del agua, del óvalo
de las colinas. No vio usted los ojos de las mujeres que apretaban
contra su pecho a los hijos medio muertos de hambre. Por entonces
escribía usted artículos profundamente estéticos en todos los periódicos
callejeros de Madrid. Hasta escribió usted un artículo sobre el hambre:
Cien renglones de investigación filológica acerca de la palabra
"hambre". Exponía usted minuciosamente como el apetito del hombre del
Sur no es el apetito del del Norte, y como el hambre descrito por Hamsun
difiere del hambre descrito por Quevedo. Se lavaba usted las manos: No
quería estar ni con los hambrientos ni con los que les alimentaban con
el plomo de las balas. Quería usted ser poeta puro y colaborador de
periódicos de gran tirada.
Han pasado cinco años. Lo más bajo de España: verdugos,
herederos de los inquisidores, carlistas dementes, ladrones como March,
han declarado la guerra al pueblo español. En Sanabria cayó en poder de
los bandidos el general Caminero, leal al pueblo. Los malaventurados
campesinos de la comarca habían huido al monte. Con armas de caza
bajaron contra las ametralladoras. ¿Que hizo usted, poeta, enamorado de
la tragedia española? De la cartera donde guardaba los honorarios de las
elucubraciones poéticas sobre el hambre saco usted, con la esplendidez
de un verdadero hidalgo, cinco mil pesetas para los asesinos del pueblo.
Dice
usted. "Me indigna la crueldad de los bárbaros revolucionarios", y lo
escribe usted en la ciudad de Salamanca. De seguro pasea usted con
frecuencia bajo los soportales de la Plaza Mayor. La plaza es preciosa y
usted ha sido siempre un enamorado del estilo renacentista. ¿No ha
visto usted paseando por la plaza el cuerpo del diputado Manso, que los
nuevos amigos de usted han ahorcado para defender la cultura de los
bárbaros?.
Usted, Unamuno, ha escrito mucho sobre la hidalguía
española. Si, yo me inclino reverente ante la hidalguía del pueblo
español, pero no son los verdugos de Salamanca sus herederos, sino los
trabajadores de Madrid, los pescadores de Malaga, los mineros de Oviedo.
Estuve,
por cierto, en Oviedo esta primavera. Ya en octubre de 1934 habían
demostrado los amigos de usted como aprecian los monumentos de su
patria. Habían colocado ametralladoras en el campanario de la catedral
gótica. Ahora han convertido la Alhambra en una fortaleza. Su mecenas el
general Franco, ha declarado que esta dispuesto a destruir media España
con tal de vencer. El probo general en su modestia no quiere
disgustarte. En realidad, esta decidido a terminar con España entera con
tal de derrotar a su pueblo.
Dice
usted que el mísero y el analfabeto hablan con entusiasmo de Rusia. "No pueden saber lo que es Rusia, cuando no conocen ni su propio pais".
Si, tiene usted razon; en su país hay muchos analfabetos, ¿ y quién
tiene la culpa de ello sino los generales, los curas y los banqueros que
han reinado siglos y siglos en España?. Cuando España ha despertado,
cuando ha sentido deseos de saber, cuando el obrero ha tenido en sus
manos un libro, cuando los campesinos han exigido escuelas, jesuitas y
españoles se han decidido a ametrallar a su pueblo desde aviones
alemanes e italianos. Cuando se tomó Tolosa, los fascistas se
apresuraron a sacar todos los libros de la biblioteca pública para
quemarlos solemnemente en la Plaza Mayor. Donante generoso, sus cinco
mil pesetas no son para escuelas sino para hogueras. Pero este usted
tranquilo, que Dios se las devolverá centuplicadas. Sus ejercicios
filosóficos sobre el hambre serán, seguramente, traducidos ahora al
alemán y al italiano.
Se sonríe usted del "misero" campesino que habla de
Moscu. Se seguro, que no sabe como viven las gentes de mi patria, no
conoce ni sus ciudades ni sus rios. Pero sabe una cosa, y es que en
Moscu no hay generales Franco, ni verdugos como los de Salamanca, ni
escritores que puedan burlarse del hambre, por esto repite con
entusiasmo el nombre de Moscu.
Los
escritores de España no van por vuestro camino. El poeta Antonio
Machado, lírico y filósofo, digno heredero del gran Jorge Manrique, está
con el pueblo y no con los verdugos. El joven poeta Rafael Alberti, al
que unos campesinos libraron de la horca de los "defensores de la
cultura", lucha valientemente contra los traidores. Los escritores se
apartan de usted, y se ha quedado con los civiles que en otro tiempo le
llevaban a la cárcel y que ahora estrechan la mano del fascista
Unamuno.
Recomienda usted
al presidente Azaña que ponga fin a su vida. El presidente Azaña está
en su puesto, como todo el pueblo español, como las muchachas de
Barcelona, como los ancianos de Andalucia. No le diré usted, Unamuno,
que se suicide para corregir así una página de la historia literaria
española. Se suicidó usted ya el día en que entró al servicio del
general Mola. Se parece usted físicamente a Don Quijote y quiso hacer su
papel: desterrado, sentado en La Rotonde, encaminaba usted a los chicos
españoles a la lucha contra los generales y los jesuitas. Ahora matan a
aquellos chicos con balas que permite comprar su dinero. No, no es
usted un Don Quijote, ni siquiera un Sancho Panza; es usted uno de
aquellos viejos sin Alma, enamorados de si mismos, que sentados en su
castillo veían como sus fieles servidores azotaban al mal aventurado
caballero.
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