Por Arturo del Villar.
LA
Generalitat Valenciana organiza unas actividades culturales para conmemorar los
ochenta años del final de la guerra librada por el pueblo español frente a los
miliares monárquicos sublevados contra la República y sus patrocinadores, las
naciones nazifascistas, Alemania, Italia y Portugal, con la complicidad y la
ayuda económica del llamado Estado Vaticano. Bajo el título general “Alicante
2019, capital de la memoria”, dedica una atención especial a Max Aub, no sólo
por ser valenciano de elección, sino porque la serie de novelas inspiradas por
la guerra constituye probablemente la mejor crónica escrita sobre el conflicto,
y expresan la voz de los vencidos con el vigor del testimonio personal.
Nacido
en París en 1903, de padre alemán y madre judía francesa, la guerra que en 1914
enfrentó al Imperio Alemán y la República Francesa animó a la familia a
exiliarse en Valencias, en donde Max
aprendió el castellano y se integró perfectamente en la sociedad local. Su vida
se transformó a causa de la sublevación militar en 1936, su consecuencia
inmediata, la guerra, y la remota, el exilio. Es lo mismo que les sucedió a
todos los españoles, con la diferencia de que él acertó a narrar lo que vio y
lo que padeció.
Le importaba la política: en 1927 se afilió
al Partido Socialista Obrero Español, y nunca abandonó esa militancia, pese a
las disensiones entre sus dirigentes, en España y en el exilio. Se implicó en
la defensa de una ideología marcada por Pablo Iglesias, apodado El Abuelo, como
partido marxista, republicano y laicista, pero manteniendo intactos sus
criterios estéticos. En sus inicios como escritor suponía factible realizar el
arte por el arte, según norma aceptada en la época. La República elegida por el
pueblo español en 1931 le obligó a modificar sus esquemas inspiradores, de modo
que el arte pasó a convertirse en un servicio social para la difusión de la
cultura entre gentes que nunca antes oyeron hablar de ella..
Por el pueblo
Colaboró con el Gobierno de la República
integrándose en las Misiones Pedagógicas, demostración de un interés por educar
a un pueblo abandonado en la incultura durante la monarquía, por deseo de la
Iglesia y el Estado. Le animó la misma intencionalidad para dirigir el grupo
teatral El Búho, organizado por la Federación Universitaria Escolar de la
Universidad de Valencia. Sin embargo, esa actitud política no trascendió
inmediatamente a la escritura. Su obra más importante en este período es Luis Álvarez Petreña, un supuesto
escritor de tono romántico, interesado únicamente por sus preocupaciones íntimas
de carácter erótico, que apareció en 1934.
En esa época de convulsiones sociales
algunos escritores adquirieron un compromiso político con el pueblo, y
pretendieron alentar la revolución proletaria con las armas a su alcance, que
eran sus escritos. No es el caso de Aub; durante la etapa republicana en paz su
escritura también era pacífica, y él mismo asistía a tertulias
literario—políticas en las que participaban personas con ideologías muy
apartadas de la suya, tanto anarquistas como falangistas. Parece que solamente
el teatro le resultaba idóneo para exponer un sentimiento aplicable a la
política. Por ese motivo se puso al frente de un grupo teatral, con la
intención de recuperar obras clásicas que en su origen fueron populares,
después olvidadas por las compañías comerciales.
A comienzos de 1936 en algunos mítines del
Frente Popular se representó una obra dramática de Aub, El agua no es del cielo, y en mayo se tiraba en una imprenta
valenciana su todavía útil Proyecto de
estructura para un Teatro Nacional y Escuela Nacional de Baile. En aquellos
años en los que el cine tenía escaso desarrollo en España y no existía la
televisión, indudablemente el teatro constituía el mejor método de educación
popular.
Guerrillero del teatro
Con la sublevación de los militares
monárquicos en el mes de julio se cancelaron todos los proyectos, y se echó
mano de la improvisación para afrontar a los agresores fascistas españoles,
alemanes, italianos y portugueses. Las Guerrillas del Teatro continuaron la
excelente labor de las Misiones Pedagógicas, y para ellas escribió Aub varias
piezas de intención educadora, a fin de comprometer a los espectadores activamente
en una guerra que implicaba a todos sin excepción posible: ¿Qué has hecho hoy para ganar la guerra? es el título de una de
ellas. Se tata de literatura de circunstancias, pero tan singulares que exigían
una literatura especial.
Los
periódicos derechistas criticaron muy negativamente las actividades de Aub, ya
que contribuían a despertar los sentimientos populares por la justicia y la
paz. La acusación más reiterada se refería a su condición de ser judío, lo que
para ellos constituía un delito, siguiendo el ejemplo de la Alemania nazi.
Los tres años escasos de la República en
armas dieron un sentido nuevo a su vida y, en consecuencia, a su escritura. Es
poco lo que escribió en ese período, pero la experiencia impresionó
decisivamente su espíritu. En Valencia, donde se instaló el Gobierno
constitucional, dirigió el periódico socialista Verdad. Nombrado después agregado cultural en la Embajada en París,
contribuyó a la organización del Pabellón Español para la Exposición
Internacional de 1937, en el que expuso Picasso su magistral Guernica, cuadro que Aub comentó
especialmente el día de la inauguración.
De vuelta a Valencia, fue secretario del
Consejo Central de Teatro, presidido honoríficamente por Antonio Machado.
Tradujo y adaptó al cine L’Espoir de
André Malraux, y colaboró en la filmación. Con el equipo cinematográfico salió
de España por la frontera francesa el 1 de febrero de 1939, perdida ya la
esperanza de una victoria republicana.
En los campos franceses
Puesto que había elegido la nacionalidad
española en 1923, y se sentía un patriota español, tuvo que abandonar la patria
de elección, conquistada por los nazifascistas, para regresar a la de
nacimiento, que muy pronto iba ser también derrotada por los nazis, sin oponer
resistencia. Sus dos patrias dejaron de serlo, puesto que deseaba vivir en
libertad, y en ninguna de las dos le era posible conseguirlo.
Francia se portó con él tan mal como con
todos los republicanos españoles. La actitud de la República Francesa ante la
República Española fue inicua durante la guerra, e inhumana respecto a los
exiliados tras ser vencidos. Gran culpa de la derrota la tuvieron la República
Francesa y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, con su criminal
política de no intervención en la guerra, cuando era notoria la intervención de
la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal salazarista, con la ayuda
económica del presunto Estado Vaticano. La disculpa dada por el Frente Popular
francés para no ayudar al español fue que se encontraba entre dos potencias
agresivas, a las que no deseaba molestar. De nada le sirvió su cobardía, porque
Francia fue invadida y el 22 de junio de 1940 se rindió ante la Wehrmacht: la
República Francesa quedó convertida en colonia de la Alemania nazi.
Denunciado por José Félix de Lequerica,
embajador de la dictadura, ante las autoridades francesas como judío y
comunista, Aub conoció los inhumanos campos de concentración franceses, a
semejanza de los alemanes. Era joven y consiguió sobrevivir en aquel ambiente hostil.
Estuvo internado en el famoso estadio de Roland Garros, convertido en gran
cárcel para la desesperanza, después en el campo de concentración de Vernet
d’Ariège, más tarde en la prisión de Niza, de nuevo en Vernet, hasta que el 25
de noviembre de 1941 fue embarcado con destino al campo de concentración de
Djelfa, en Argelia, donde el sufrimiento superó todos los padecimientos anteriores.
Consiguió evadirse el 8 de julio de 1942, y cuando pudo y como pudo embarcó
para México, adonde llegó el 1 de octubre.
México, última patria
Pasó casi exactamente treinta años exiliado
en México, puesto que falleció el 22 de julio de 1972, como ciudadano mexicano,
ya que obtuvo su cuarta nacionalidad en 1956, después de tener la alemana por
su padre, la francesa por su nacimiento y la española por elección. No
obstante, patrias efectivas no tuvo más que dos, España y México, y de ellas
fue la americana la que le mostró un mejor comportamiento. En México pudo trabajar
como profesor, dictar conferencias, colaborar en periódicos, publicar 61
libros, redactar guiones cinematográficos, estrenar piezas teatrales, y por
encima de todo, consiguió vivir en libertad.
La obra fundamental de Max Aub está hecha en
el exilio. La editada antes fue una preparación estilística, en la que ensayó
diversas expresiones en diálogo teatral, narración y verso. Le faltaba el gran
tema inspirador, que hiciera necesario un replanteamiento estético. Si durante
la etapa de la República en paz buscó el medio de servir al hombre de la calle
con su escritura como referencia, con la República en armas descubrió la razón
inspiradora, y en el exilio la puso en práctica. Al llegar a México tenía 39
años, de modo que estaba completa su formación biológica, ideológica y estilística.
La experiencia de la guerra y el exilio es el gran tema esencial de su obra
literaria, el que le hizo definitivamente escritor.
Por haber vivido aquel momento trágico, lo
describió documentalmente con viveza testimonial. Puso en boca del médico
socialista Julián Templado, en Campo de
los almendros, su opinión sobre el valor de las novelas como testimonios de
la historia:
--Los únicos documentos fehacientes: las
novelas.
--¡Pero sin son cosas inventadas! –aduce,
candoroso, Juanito Valcárcel.
--Por eso: por lo menos tienen como base una
cosa real: la imaginación. (Almendros, p.
237.)
Gracias a su imaginación colocó a unos
personajes ficticios como protagonistas de sucesos reales. Así convirtió las
novelas sobre la guerra en documentos fehacientes de la realidad, bien
redactados imaginativamente y ajustados a los hechos históricos con personajes
ficticios, pero realistas.
Escritor sin lectores
Las seis novelas integrantes de la serie El laberinto mágico, tituladas cada una de ellas como un campo, constituyen el documento principal de su obra completa: Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965), y Campo de los almendros (1968). Vamos a examinarlas como exponentes de la ética y la estética maxaubianas, un resumen de la totalidad de su obra escrita en prosa narrativa o teatral y en verso.
Nos importa saber que Aub pagaba las
ediciones de sus libros, aunque varios luzcan en la cubierta el nombre de
Tezontle, empresa del Fondo de Cultura Económica, la mayor y mejor editorial
mexicana. Es seguro que no recuperaba el coste de la publicación, cubierta con
los ingresos obtenidos con sus trabajos como profesor y periodista. Sus
ediciones tenían prohibida la entrada en España, debido a la temática que
trataban, y en los países hispanoamericanos se vendían poco. Lo reconoce el
autor en sus Diarios: el 1 de
noviembre de 1954, cuando ya contaba con una bibliografía de treinta libros
editados, anotó su extrañeza por la escasa atención que recibían:
Uno de los casos más curiosos, que no me
explico, es mi falta total de éxito. Mis libros no se venden. No tengo editor
[…] Viste mucho eso del Fondo de Cultura, lo que no sabe la gente es que los
libros los pago yo y que el Fondo de Cultura Económica únicamente los
distribuye. (Diarios, p. 252.)
Y dos años antes de su muerte, el 21 de
marzo de 1970, cuando tenía impresos 62 libros con su nombre, realizó un examen
íntimo, por la necesidad de entender por qué y para quién escribía, una
interpelación a la conciencia muy frecuente entre los escritores:
No escribo con ningún eco. Lo hago por
gusto, porque no sé hacer otra cosa, porque no hay nada que me guste más, […]
No busco el éxito, no busco renombre, no busco honores; no busco lectores
(tendría que escribir menos y corregir más). ¿Para quién escribo? No lo sé, ni creo que ningún escritor bien nacido
lo sepa. Para quien le dé la gana. (Diarios,
p. 449).
Es una confidencia muy explicativa. Confirma
que escribía por necesidad vital, que debía escribir para continuar viviendo, y
además que invertía el dinero conseguido con los restantes trabajos en pagar la
edición de sus escritos. Editar consiste en compartir ideas propias con otras
personas, lo que exige necesariamente la existencia de lectores. Sin embargo,
Aub reconocía carecer de ellos. No obstante, escribía y publicaba porque no
podía dejar de hacerlo.
Por un solo lector
Si en aquel momento resultó ignorado por los
lectores, ahora ha conseguido el reconocimiento como escritor testigo de su
tiempo aterrador, cronista de la República en armas para defender al pueblo de
los militares monárquicos sublevados, y del exilio sufrido por ese mismo pueblo
derrotado por el nazifascismo internacional. En Campo de los almendros incluyó en medio del relato novelesco unos
comentarios del autor en torno al concepto de la novela, titulados “Páginas
azules (porque habrían de ir impresas en papel de ese color)”, donde afirmó:
Ahora bien, lo que importa es que quede,
aunque sea para uno solo en cada generación, lo que aconteció y lo sucedido en
Alicante esos últimos días del mes de marzo de 1939. El autor cree que, si en
vez de escribirlo en prosa, lo cantara en ferias y plazas tendría éxito; pero
es un medio que ya no se emplea, y el cine y la televisión, que lo han
reemplazado, ignoran esos caminos. (Almendros,
p. 363.)
Como cronista, le importaba que permaneciese
para la historia el testimonio escrito de lo vivido por el pueblo. Fue una
gesta que debería ser cantada por las plazas, como hacían antiguamente los
juglares, y en épocas posteriores los ciegos. El mester de juglaría cantaba las
hazañas de los combatientes castellanos contra los invasores moros, y eso mismo
hizo Aub. Aunque no haya más que un lector en cada generación, está justificado
escribir y publicar la crónica de los sucesos, a fin de que el testimonio
perdure en la memoria de las gentes y sea conocido por las generaciones
posteriores. Vamos a examinar los testimonios declarados por Max Aub en las
novelas de El laberinto mágico, una canción
de gesta del siglo XX.
Sin republicanos
Lo primero que constató Aub es que en aquella España no
había republicanos, algo que comentó asimismo en su momento Manuel Azaña. En Campo cerrado expuso una opinión
personal como cronista, al estudiar la evolución del sentimiento republicano en
la sociedad. El asunto es de enorme interés, y nos obliga a reflexionar para
ver qué había pasado con aquel entusiasmo popular compartido por la gran
mayoría de los españoles que votó por los candidatos republicanos para expulsar
al rey dictador:
En 1930, el mundillo burgués fue
republicano. Cuando se proclamó la que había de ser panacea, un tanto por
chiripa, como si del dicho al hecho hubiese desengaño, no fue tanto: los de
buen nombre vieron aquello como un insulto personal, los de buen capital con
temor. Ser republicano con la República no vestía ya nada. Y cuando los
socialistas intentaron unas tímidas reformas, los de posibles y los radicales
se dieron la lengua y quebraron la niña. (Cerrado,
p. 124.)
Es cierto que el Gobierno formado por la
conjunción republicano—socialista, vencedora en las elecciones de 1931, actuó
con timidez a la hora de intentar poner coto a los privilegios de clase, sin
atreverse siquiera a llevar a cabo una reforma agraria a fondo, como reclamaban
los trabajadores del campo. A pesar de ello, las fuerzas de las derechas
anticonstitucionales se oponían por principio a cualquier innovación, y no
digamos la ultraderecha, azuzada por los monárquicos y los clérigos. Las
izquierdas se agrupaban en partidos con su propia ideología, la única que les
importaba. Solamente les interesaba la República para conseguir sus fines
particulares, sin atender al bien común de los ciudadanos. En cuanto a los
nacionalistas, no atendían más que a su conveniencia, sin preocuparles lo que
ocurriera en el Estado español.
Era escasa la afiliación en los partidos
estrictamente republicanos, los únicos defensores de ese ideario sin otras
connotaciones. Y alguno, como el Radical presidido por Alejandro Lerroux,
atendía a sus propios negocios económicos más que al bien público, lo que le
condujo al desastre en el caso del estraperlo.
Memoria de Azaña
El político más respetado en aquellos años
fue Manuel Azaña, elegido por eso presidente de la República el 10 de mayo de
1936. La opinión de Aub sobre él era ambivalente. En sus Diarios censuró algunas actitudes humanas y políticas del líder de
Izquierda Republicana, y criticó negativamente sus Memorias políticas y de guerra: léanse las páginas 418 a 421 para
comprobarlo. No obstante, reconocía su honradez y entrega al ideal que servía;
por ejemplo, cuando escribió: “Su amor a España, a la que llevaba dentro, le
salvará” (p. 188).
Un personaje de ficción en Campo abierto, el dramaturgo Ambrosio Villegas,
asiste a una reunión del Comité de Espectáculos Públicos UGT—CNT, mantenida en
Valencia al comienzo de la sublevación militar, y rememora el histórico mitin
de Azaña en Mestalla el 26 de mayo de 1935. El narrador le hace evocar el
sentimiento de los asistentes:
Villegas se recuerda del mitin de Mestalla.
El sentimiento conjunto, regado, machimbrado de cien mil personas. Lloró al oír
hablar a Azaña. No era la oratoria: era el deseo de aquella masa, su ilusión
idealmente solidificada, la seguridad de un mundo mejor a la vuelta de unas
semanas, por carisma. (Abierto, p.
26.)
El carisma de Azaña hacía sentir al pueblo
la realidad de la promesa de una España mejor, más justa y solidaria. Tal era
la opinión popular. Sin embargo, algunos partidos y algunos sindicatos,
entregados a sus intereses exclusivistas, denostaban su figura. Así, a una
intervención de Villegas replica el presidente cenetista: “Es una gracia de
intelectual partidario de Azaña”, y anota el narrador: “Dijo Azaña, con el
mismo desprecio que si hubiese dicho Sanjurjo.” En esa escena Aub se comporta
como un simple cronista: opone el recuerdo emocionado de un personaje al despectivo
de otro. Estaban dos españas en guerra, pero en una de ellas combatían entre sí
otras varias españas minúsculas, algunas ridículas.
Represalias contra los vencidos
Las escenas de barbarie ejecutadas en la
zona nacionalista en el nombre de Dios fueron sanguinarias. Convertida la
rebelión militar en una cruzada contra los sindiós, según dictamen de la Carta colectiva del Episcopado español, quedaba
bendecido el exterminio de los ateos, lo mismo que se hizo durante las cruzadas
medievales contra los infieles. Con una diferencia notable, como era que
aquellas cruzadas fueron promovidas para destruir a los musulmanes, y en cambio
en España los moros marroquíes combatían junto a los militares rebeldes como
soldados auxiliares fanáticos y sádicos.
En la misma novela, el maestro socialista de
Albarracín (Teruel) relata una de tantas escenas protagonizadas por los falangistas
y sus cómplices, atestiguada por las descripciones de los supervivientes en
cualquiera de los lugares conquistados por los rebeldes, siempre iguales en la
aplicación del horror como arma de guerra para exterminar a los enemigos:
Después de lo de La Puebla, unos doscientos
desgraciados de la C. N. T. intentaron meterse por Bezas. Los coparon. Y los
moros no dejaron uno para muestra. Empalaron en las bayonetas las orejas de
todos y las partes. […] Y ataviados con
estos despojos desfilaron tan majos por el Óvalo ante lo mejor del pueblo. […]
Las señoritas en los balcones y detrás los falangistas. […] El general brillaba
con todas sus cruces, la tripa partida por su fajín celeste. Y el obispo a su
lado. (Sangre, pp. 254 s.)
No es una escena inventada, porque en cada ciudad
o pueblo conquistados por los rebeldes
contaban algo parecido. Como cronista, Aub se limitó a narrar lo que vio o
escuchó a testigos presenciales. Nadie ignoraba el atroz salvajismo con que
fueron tratados los republicanos en la plaza de toros de Badajoz, superador de
las escenas vividas en el circo romano. No lo describió Aub, aunque lo recordó
al historiar la reclusión de los republicanos en la plaza de toros de Alicante,
en Campo de los almendros, la novela
de la derrota con el final de la esperanza:
Formaron grupos en el ruedo de la Plaza.
Siete mil hombres. En los tendidos, a media altura, frente a las puertas, ametralladoras
y sus servidores. Todos –con los ojos— recuerdan la Plaza de Badajoz. (Almendros, p. 495.)
Era la represalia contra los que se
mantuvieron fieles a la legalidad constitucional, por parte de los rebeldes,
Cualquier lugar se convertía en cárcel, y cualquier pared en muro de
fusilamientos. Se fusilaba por múltiples motivos, porque todo varón que no se
hubiera unido a la rebelión era acusado por los rebeldes de auxiliar a la
rebelión, una paradoja sarcástica provocadora de miles de muertes.
En Campo
de los almendros se describe la
epopeya de los derrotados por el nazifascismo internacional, en páginas llenas
de angustia, dolor y terror, continuadas en Campo
francés con nuevos detalles de horror. El nazifascismo llevó a cabo un
genocidio atroz en España, pero las naciones que presumían de ser democráticas
no querían enterarse.
Asesinatos legales
Los vencedores actuaron con absoluta impunidad, tanto durante la contienda como en la interminable posguerra. Tras la victoria publicaban los diarios las listas de los fusilamientos llevados a cabo la víspera, como una información normal; llegaron a ser tan extensas que dejaron de imprimirse. Algunos ensayistas disculpan las ejecuciones, alegando que en las retaguardias siempre se cometen actuaciones criminales, y eso es cierto, pero en este caso no cometían los crímenes sujetos incontrolados quizá depravados, sino que los ordenaban las autoridades militares vencedoras.
Aub relató la historia vivida y padecida por
él. En Campo de sangre el médico
socialista Julián Templado cuenta a un periodista extranjero cómo su padre fue
denunciado acusándole de falangista, por un amigo al que ha-bía prestado diez
mil pesetas que no deseaba tener que devolverle, como ocurriría si era
ejecutado. Le explica que casos de falsas delaciones se dieron en la zona leal,
pero en la sublevada se asesinó “legalmente”:
Aquí,
por lo general, diéronse los paseos por motivos personales y mala baba; el
resentido, vuelto delator si no tenía braveza suficiente para llevar a cabo la
realización postrera de sus reconcomios. […] No sucedió así del lado de Franco,
donde el impulso mortal era consciente, las listas previamente establecidas y
los denunciadores del mejor mundo. (Sangre,
pp. 39 s.)
Lo mismo aduce un supuesto corresponsal del
autor al final de Campo de los almendros,
sobre las muertes violentas ocurridas en las dos zonas enfrentadas, con sus
características opuestas:
[…] lo que nadie podrá ocultar, olvidar ni
borrar es que [en la zona leal] se mató porque sí. Es decir, porque fulano le
tenía ganas a mengano, con razón o sin ella. Ese es otro problema. Pero allá,
del otro lado, y aquí, cuando entraron, mataron a sabiendas de quien mandaba.
Se mataba con y por orden, con listas bien establecidas, medidas. (Almendros, pp. 542 s.)
La guerra no terminó con la victoria de los
sublevados, sino que se prolongó con la represión, mediante los consejos de
guerra sumarísimos que duraban unos pocos minutos, puesto que la sentencia era
siempre la misma: pena de muerte “por auxilio a la rebelión”. A los condenados
con amigos influyentes se les conmutaba por un elevado número de años de
prisión, que iban disminuyendo con el paso del tiempo. Toda España se convirtió
en un inmenso campo de concentración custodiado por falangistas auxiliados por
frailes. El hambre, los piojos y la tuberculosis fueron los compañeros inevitables
de los condenados.
Una canción de gesta
El pueblo español fue traicionado,
combatido, derrotado, escarnecido, encarcelado y fusilado si no consiguió
exiliarse, un pueblo que defendió con más ánimos que armas su libertad y su
dignidad. Perdió la libertad con la guerra, pero mantudo la dignidad ante el
pelotón de fusilamiento, en la cárcel o en su peregrinaje por el mundo. El
pueblo español fue el protagonista de aquella gesta contada y cantada en El laberinto mágico, porque es una
canción de gesta desarrollada en prosa, ahora que ya no hay juglares para
cantarla en las plazas de los pueblos.
Los personajes aparecen en varias escenas de
novelas distintas, pero ninguno es protagonista de la serie: el único
protagonista es el pueblo español armado de esperanza para defender a la
República. No lo consiguió, pero su gesta fue heroica. Se lo explicó un maestro
de escuela y capitán forzoso de artillería, Claudio Piqueras, a su hijo de
cinco años, en Campo de los almendros, mientras
aguardaban la llegada de una esperanza salvadora con forma de barco, que nunca
alcanzó la costa:
Estos que ves ahora deshechos, maltrechos,
furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados,
mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides,
hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos
que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo,
contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su
modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su
familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, son,
no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo.
No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides. (Almendros,
p. 405.)
No se olvidará su gesta gracias a crónicas
como El laberinto mágico. Max Aub actuó
en ese caso a la manera de un cronista narrador de unos acontecimientos observados
por él mismo o escuchados a testigos presenciales, por lo que manifiestan un
tono de veracidad y a la vez sencillez incomparables. Al unificarse los
trabajos del novelista y el historiador en una misma escritura, el relato es simple
y directo, como una crónica periodística redactada en el lugar de los hechos, al
mismo tiempo que emotiva por tratarse de unos acontecimientos que cambiaron por
completo la vida de los españoles, incluido el autor.
Bibliografía citada
Abierto: Campo
abierto, México, D. F., Tezontle,
1951.
Almendros: Campo de los
almendros, México, D. F., Joaquín
Mortiz, 1968.
Cerrado: Campo
cerrado, México, D. F., Tezontle,
1943.
Diarios: Diarios
(1939—1972), ed. de Manuel Aznar
Soler, Barcelona, Alba, 1998.
Moro: Campo del Moro, México, D. F., Joaquín Mortiz, 1963.
Sangre: Campo de
sangre, México, D. F., Tezontle,
1945.
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