EL 22 de abril, según el calendario
gregoriano, de 1870 nació Lenin, el libertador que terminó con la tiranía de
los zares en Rusia y se convirtió en modelo de revolucionarios.
Festejemos
estos 149 años de su natalicio, con la lectura de un escrito
de Antonio Machado, publicado en la revista Hora de España, número
IX, Valencia, setiembre de 1937, en el que comenta su gran
obra transformadora, continuada eficazmente por su sucesor Stalin:
"La política de Lenin y Stalin se
caracteriza, no sólo por su alcance universal, sino también por un claro
sentido de lo real, cuya ausencia es siempre en política causa de fracaso. Mas
la Rusia actual, la Gran República de los
Soviets, va ganando, de hora en hora, la simpatía y el amor de los pueblos;
porque toda ella está consagrada a mejorar las condiciones de la vida humana,
al logro efectivo, no a la mera enunciación, de un propósito de justicia. Esto
es lo que no quieren ver sus enemigos, lo que muchos de sus amigos no han acertado
a ver con claridad: el sentido generoso y fraterno, íntegramente humano, de
todas las creaciones del alma rusa, el que impera en esa magnífica Unión de Repúblicas Soviéticas, cuyo
vigésimo aniversario se celebrará en el año que corre.
Pero Rusia, la Rusia actual, que todos
admiramos y que ilumina a muchos con sus potentes reflectores enfocados hacia
el porvenir, no es, como algunos creen, un fenómeno meteórico e inexplicable,
venido de otras esferas para asombro de nuestro planeta; no es, como piensan
otros, una consecuencia asiática del pensamiento teutónico de Carlos Marx; no
es, tampoco, un engendro de la Revolución de Octubre, ni mucho menos ha salido
–la Rusia actual— acabada y perfecta, de la cabeza de Lenin, como Minerva de la
cabeza de Júpiter. No. A mi juicio no es nada de esto. […]
Cuando en el año 14 estalla la guerra,
Berlín embiste contra Moscú con la mitad de su cornamenta, y hubiera embestido
con toda ella, sin la obsesión de París que le embargaba la otra mitad. Y es el
imperio de Pedro el Grande lo que se viene abajo, la gran coraza que ahogaba el
pecho ruso, lo que salta en pedazos. Moscú, considerado como hogar simbólico del
alma rusa, ha quedado intacto y libre.
Libre, en efecto, de su imperio y de su
Iglesia, instrumentos férreos que atenazaban el corazón de Rusia. Fuerzas
autóctonas, las de su gran Revolución que se gestaba hacía ya mucho tiempo,
colaboraron desde dentro con los cañones germanos que atacaban desde fuera. […]
El marxismo contiene las visiones más
profundas y certeras de los problemas que plantea la economía de todos los pueblos
occidentales. A nadie debe extrañar que Rusia haya pretendido utilizar el marxismo
en su mayor pureza, al ensayar la nueva forma de convivencia humana, de
comunión cordial y fraterna, para enfrentarse con todos los problemas de índole
económica que necesariamente habían de salirle al paso. Tal vez sea éste uno de
los grandes aciertos de sus gobernantes.
Mi tesis es ésta: la Rusia actual, que a
todos nos asombra, es marxista, pero es mucho más que marxismo. Por eso el
marxismo, que ha traspasado todas las fronteras y está al alcance de todos los
pueblos, es en Rusia donde parece hablar a nuestro corazón".
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