A continuación os presentamos la ponencia presentada por la AAHS
el 16 de noviembre, en el C. S. Potemkin de Madrid, en un acto
celebrando el 101 aniversario de la Revolución Soviética.
En
1991, se disolvió la URSS, terminó la guerra fría y se decretó
oficialmente el fin de la historia, siguiendo al pensador norteamericano
de origen japonés Francis Fukuyama.
Desde entonces, han ido a más las guerras contra los pueblos y contra
las clases trabajadoras (Yugoslavia, Chechenia, Ucrania, Irak,
Afganistán, Líbano, Palestina, Siria, Somalia, Libia, Sudán, Congo, Malí
/ Contrarreformas laborales, de pensiones, de derechos políticos,
privatizaciones, aumento de la desigualdad económica, etc., etc.)
La conquista del botín de Europa Oriental sólo permitió aplazar la
crisis del capitalismo. Veinte años después, ésta irrumpía con una
fuerza y extensión similares a las del crack de 1929. Ahora que
se ha cumplido el décimo aniversario de esta depresión y sin que se
hayan recuperado las condiciones de vida anteriores para la mayoría la
población, los expertos nos anuncian nuevas turbulencias.
El Fukuyama de hoy corrige al de ayer. Reconoce que Marx acertó en muchas predicciones y reivindica un poco de socialismo.
La Revolución de Octubre no sólo es un acontecimiento ocurrido hace
101 años, sino que es la única cura posible para los males del
capitalismo, así pasen los años. Hasta la ministra de trabajo, Magdalena
Valerio, parece reconocer este hecho cuando confiesa que no puede
satisfacer las demandas de los empleados de Alcoa porque “no estamos en
un régimen comunista”.
Hace un par de semanas, el actor Willy Toledo era entrevistado por el
cofundador de Podemos Juan Carlos Monedero. Willy Toledo reprochaba a
Unidos Podemos que retrocediera en la defensa de los intereses
populares. Monedero intentó justificar a los suyos alegando que ya no
existe esa clase obrera que hizo las revoluciones en el pasado.
La verdadera diferencia entre el pasado y el presente es que los
bolcheviques no se pasaban el tiempo lamentando que la ideología
dominante fuera capitalista, sino dando a la clase obrera conciencia,
organización y confianza en sus propias fuerzas para luchar en contra de
los capitalistas y a favor del socialismo.
La clase obrera pudo conquistar el poder político en Rusia en 1917,
porque se encontró con las condiciones objetivas y subjetivas
necesarias.
Objetivamente, Rusia estaba más atrasada que los demás países
capitalistas, pero su atraso aumentaba la demanda popular de una
revolución democrática y antifeudal. La burguesía tenía demasiado miedo a
que esta revolución se le fuera de las manos y prefería un acuerdo con
el zar, los terratenientes y el clero. La revolución -que era burguesa
por su contenido- sólo podía llevarse a cabo si la clase obrera ponía en
pie a la mayoría campesina del pueblo. Lo hizo una primera vez en 1905,
pero las fuerzas revolucionarias resultaron más débiles que las fuerzas
contrarrevolucionarias. Ya no fue así en 1917, cuando éstas estaban
enfrentadas entre sí y debilitadas por la Primera Guerra Mundial. Todo
esto fue necesario para que triunfara la Gran Revolución Socialista de
Octubre, el 7 de Noviembre. Sin esto no habría sido posible.
Pero no era suficiente: los pocos obreros que había estaban tan
agotados y desmoralizados por la explotación capitalista como en
nuestros días. Para que actuaran como una clase capaz de poner en pie al
resto del pueblo, fue necesaria una condición subjetiva: la actividad
de su partido bolchevique y de su genial dirigente, Lenin.
Lenin y los demás bolcheviques no habrían podido existir y realizar
esta hazaña si no se hubieran dado aquellas condiciones objetivas. Y, a
la inversa, tales condiciones objetivas no habrían podido llevar la
revolución a la victoria sin las cualidades de los bolcheviques.
Otros socialistas, como los mencheviques y los trotskistas, no
confiaban en el potencial del campesinado para destruir el régimen
semi-feudal, ni en el potencial de la clase obrera de Rusia para vencer a
la burguesía y construir el socialismo. Bajo la dirección de este tipo
de partidos, habría sido imposible el Gran Octubre y su obra posterior.
Los mencheviques se opusieron a la revolución socialista desde el principio.
Los trotskistas -que estaban un poco más a la izquierda-, ayudaron a
esta revolución a defenderse cuando fue atacada por una coalición de 14
Estados capitalistas, entre 1918 y 1922. Pero lo hicieron sólo mientras
hubo posibilidades de que la revolución se extendiera rápidamente a
otros países de Europa. Cuando esta perspectiva se truncó y hubo que
armarse de paciencia y tesón, les entró el pánico y empezaron a exagerar
las dificultades, los errores, las culpas, y a propagar que el
socialismo no podría edificarse en un solo país y menos en un país
atrasado como la Unión Soviética de los años 20.
Como podéis observar, cuando cambian las condiciones objetivas a
mejor o a peor, se vuelve decisivo el papel del factor subjetivo, ya sea
para avanzar o para retroceder lo menos posible y tomar impulso.
El partido bolchevique y sus dirigentes principales, Lenin y después
Stalin, se vieron en la necesidad de enfrentarse a los trotskistas para
poder movilizar a las masas a favor de la edificación del socialismo.
La oposición de los trotskistas y derechistas tomó primero la forma
de un debate teórico, luego la forma de fracciones organizadas dentro
del Partido contra su comité central y, finalmente, la forma de nuevos
partidos que conspiraban de manera clandestina y coordinada dentro de
todas las instituciones soviéticas (partido comunista, gobierno,
ejército, órganos de seguridad del Estado, empresas, etc.), realizando
sabotajes, atentados terroristas, complots y colaboraciones con
potencias extranjeras para derrocar al Poder Soviético.
En definitiva, no se trataba de una polémica en el seno de la clase
obrera, sino de una auténtica lucha de clases entre el proletariado en
el poder y una pequeña burguesía que, asustada por los nuevos retos de
la revolución, le daba la espalda para pasarse al bando de la
contrarrevolución: Trotski asumió el programa político de las derechas
al poco tiempo de ser expulsado de la URSS, reclamando la reducción del
ritmo de industrialización y la disolución de los koljoses. La clase
obrera estaba ante una disyuntiva: o daba la batalla o sucumbía.
Las realizaciones de los años 1930 a 1953 demostraron que éste fue el
carácter de clase de aquella lucha y que la dirección bolchevique de
Lenin y de Stalin representaba bien y fielmente los intereses de la
clase obrera y del progreso social.
El
9 de junio pasado, la AAHS presentó en el Ateneo de Madrid tres
trabajos que fundamentan esta conclusión y que estamos publicando por
partes en nuestra página web.
En 10 años –de 1927 a 1937-, la URSS suprimió la propiedad privada
sobre los medios de producción y, con ella, a la clase capitalista. Se
convirtió en la segunda potencia industrial del mundo. Alcanzó el pleno
empleo, con salarios crecientes y precios menguantes, jornada de 7
horas, vacaciones, bajas y jubilaciones retribuidas, etc.
Modernizó su agricultura agrupando las pequeñas explotaciones
individuales en granjas colectivas (koljós), junto a las granjas
estatales (sovjós), a las que el Estado obrero prestaba tractores y
otras máquinas. Una vez asentada esta colectivización y superadas las
heridas de la II Guerra mundial, desaparecieron las hambrunas por mala
cosecha que se venían produciendo cada 2-3 años en el viejo imperio de
los zares y en la primera etapa del Poder Soviético (NEP).
Industria y agricultura fueron desarrollándose de un modo cada vez
más armónico según un plan económico único debatido por toda la
población. Superar la anarquía del mercado es una tarea siempre difícil,
pero más aún para la Unión Soviética que había heredado una economía
arcaica de pequeños productores.
El gobierno comunista acabó con la lacra del analfabetismo y
convirtió al país en una gran escuela. Cientos de miles de intelectuales
surgieron de las filas de la clase obrera y del campesinado. Uno de
cada tres científicos del mundo era soviético.
Ni estas gigantescas inversiones, ni los actos hostiles de los
enemigos internos y externos impidieron que el Producto Interior Bruto
soviético creciera casi un 5% anualmente durante la década de los 30,
según el reconocido estadístico contemporáneo Angus Maddison.
El ascenso al poder del fascismo en varios países presagiaba una
nueva agresión contra la URSS. La población tuvo que volver a los
sacrificios, primero para aumentar la producción de armamento y, ya
durante la guerra, con la aniquilación de millones de personas, de miles
de ciudades, de empresas, de hospitales, de centros educativos, de
medios de comunicación, etc.
Esta nueva situación objetiva puso a prueba la solidez del desarrollo
económico y el respaldo popular al régimen político en la Unión
Soviética. También dividió a los enemigos de la clase obrera en el
mundo, proporcionándole a ésta nuevos aliados. Gracias a estas dos
condiciones, el Ejército Rojo pudo derrotar los ejércitos
nazi-fascistas. También el movimiento obrero internacional y los pueblos
oprimidos consiguieron importantes avances, y se formó todo un campo de
países socialistas. Quedaba probado que la salvaguardia de la URSS era
el primer imperativo del internacionalismo proletario, puesto que el
País Soviético había sido la base de apoyo para la extensión del
socialismo a otros países.
Una vez más, se apreciaba el valor decisivo del factor subjetivo, que
se concretaba en la acertada dirección leninista-estalinista de la URSS
y del movimiento comunista internacional.
Pero, al mismo tiempo, esta nueva alianza con la democracia burguesa
internacional iba a hacer mella en una parte del campo revolucionario
que confundiría este viraje táctico con un cambio estratégico y
permanente.
Cuando los dirigentes de las democracias burguesas de EE.UU., Gran
Bretaña y Francia declararon la “guerra fría” al campo socialista, hubo
una intensificación de la lucha de clases en éste. Al principio, los
dirigentes soviéticos manejaron con firmeza este nuevo viraje de la
situación objetiva. Pero, tras el fallecimiento de Stalin, se impusieron
los que tenían propensión a ceder a las presiones imperialistas y a
desmantelar las conquistas del socialismo.
El factor subjetivo se volvió en contra del proletariado
revolucionario. Hasta entonces, se consideraba evidente que los
progresos del socialismo eran reales y que los enemigos de clase eran
los responsables de la violencia que había acompañado su consecución.
Marx ya había observado que “la violencia es la partera de toda sociedad
vieja que lleva en sus entrañas una nueva”.
Hasta entonces, era evidente que la culpa de la violencia la tenían
los capitalistas: que éstos habían ahogado en sangre las revoluciones,
las huelgas y las simples manifestaciones de protesta en el mundo
entero; que miles y miles de socialistas y de simples obreros habían
sido ejecutados, encarcelados, torturados y desterrados por el régimen
zarista; que los bolcheviques habían intentado traspasar el poder al
proletariado pacíficamente, pero la burguesía había respondido
reprimiendo las manifestaciones de masas, ilegalizando al Partido y
dando un golpe de Estado militar frustrado por la resistencia obrera;
que, una vez conquistado el poder, los bolcheviques habían tratado de
poner fin a la Primera Guerra Mundial pero las potencias beligerantes
habían impuesto a la Rusia Soviética una devastadora guerra civil que
duró 4 años; que, contra el Poder Soviético victorioso, los Estados
capitalistas decretaron un bloqueo al que llamaron “cordón sanitario”;
que auparon al poder a los fascistas en Alemania, Italia, España y otros
países, dirigiendo su agresividad contra la URSS en la Segunda Guerra
Mundial; que, tras la victoria soviética en ésta, rompieron la gran
alianza antifascista y la posibilidad de una coexistencia pacífica entre
Estados con diferente régimen político.
Sin embargo, cuando Jruschov y sus correligionarios tomaron la
dirección del PCUS, culparon a Stalin de la violencia política en la
URSS, dando la razón a la propaganda anticomunista de los burgueses y
trotskistas. La violencia política ya no era consecuencia de la
oposición de intereses entre las clases sociales, sino de la
arbitrariedad y de la maldad del principal dirigente de la clase obrera
internacional. Desde el “Informe Secreto” de Jruschov, se ha instalado
lo que el investigador estadounidense Grover Furr llama el paradigma
anti-Stalin, una gran mentira sobre la que se basa toda la conciencia
social actual, taponando la salida del atolladero capitalista. No habrá
salida sin una ofensiva directa contra el paradigma anti-Stalin.
No se puede dejar de lado este fenómeno cuando se dice que los
comunistas debemos autocriticarnos. El pasado 7 de Noviembre, el
Secretario General del PCE, Enrique Santiago desgranó los progresos de
la URSS en un homenaje a la Revolución de Octubre celebrado en la sede
del Partido Comunista de Madrid. Pero se equivocaba al reivindicar una
autocrítica en términos abstractos, es decir, sin explicitar las
condiciones necesarias para que esta autocrítica alimente la verdad y no
la mentira. Estas condiciones consisten en informaciones veraces,
apoyadas en fuentes primarias, y en una concepción del mundo comprobada
-el marxismo-leninismo- que actúe a modo de guía para ensamblar de
manera coherente estas informaciones fragmentarias.
En cuanto a la información veraz, una parte ha sido intencionadamente
olvidada y ocultada desde los años 50 pero, poco a poco, el esfuerzo
voluntarioso de unas pocas personas por todo el mundo va rescatándola y
poniéndola a disposición del público, particularmente a través de
internet. También está la información procedente de los archivos
soviéticos que se está desclasificando desde Gorbachov. Todavía queda
mucha bajo secreto, pero la que ha salido a la luz resulta tan
desfavorable a los mitos anticomunistas que los medios de comunicación
de masas no la publican.
Primero, las víctimas de la represión en la URSS de Stalin no fueron
decenas de millones, como afirmaban Conquest y Solzhenitsyn, sino
cientos de miles. Segundo, la mayor parte de ellas corresponden a la Yezhovschina,
es decir, a los años 1937-38 en que el conspirador derechista Yezhov y
sus partidarios ascendieron al frente del NKVD. Aprovecharon el
descubrimiento de los complots de aquellos años para extender el radio
de la represión a masas de personas inocentes para sumir al país en la
confusión, desprestigiar a la dirección bolchevique y así poder
derrocarla. Fueron detenidos, juzgados y ajusticiados. Casi todo este
expediente judicial continúa bajo secreto en la Rusia de Putin. Tercero,
la colectivización de los campesinos no fue forzada, ni rompió la
alianza obrero-campesina como sostenía Bettelheim. Las investigaciones
recientes del especialista en historia agrícola Mark Tauger ponen de
manifiesto que la resistencia a la colectivización no afectó a más de un
5% de los campesinos y que la mayoría de los casos se resolvieron sin
violencia. Y así sucesivamente.
Cada vez surgen más investigadores que se enfrentan a la
historiografía burguesa sobre la URSS. Algunos son partidarios del
comunismo, como Harpal Brar, Ludo Martens, Annie Lacroix-Riz, Guillaume
Suing, Grover Furr, Domenico Losurdo, Vladimir Bobrov, Yuri Zhukov, etc.
Y otros se desmarcan totalmente del marxismo y de la lucha de clases,
buscando únicamente la objetividad, como Mark Tauger, Geoffrey Roberts o
Arch Getty. Si de verdad queremos derrotar la ola reaccionaria y
fascista que se nos echa encima, tenemos que popularizar las verdades
que estos intelectuales están desenterrando.
Lo intentamos en la AAHS, en la medida de nuestras fuerzas, y también
creemos necesario comprender las condiciones que ayudaron al triunfo
del revisionismo en la dirección de la Unión Soviética. Esto permitirá
aprender su aspecto general y fortalecer la lucha por el socialismo en
el futuro. Sin duda, la dirección comunista fue debilitada por las
pérdidas de la Gran Guerra Patria y por el viraje de la “guerra fría”.
Pero también hay que valorar la hipótesis de que el aparato
revolucionario, es decir, la división del trabajo necesaria para
organizar la lucha de clase del proletariado, produjera también su
contrario: una nueva burguesía. Como decía Engels, la división del
trabajo es la base de la división de la sociedad en clases. La dirección
estalinista de la URSS practicó la lucha de clases hasta sus últimos
días, pero es necesario comprobar hasta qué punto comprendió la raíz de
ésta consistente en la división social del trabajo, una vez suprimida la
propiedad privada y la clase capitalista.
En el momento presente, estamos investigando los últimos años de la
dirección de Stalin. Este período es el menos conocido y estudiado. Acto
seguido, trataremos de esclarecer el proceso paulatino de
contrarrevolución que se inició bajo Jruschov y terminó bajo Gorbachov.
Reexaminaremos a la luz de los acontecimientos posteriores la crítica de
los comunistas chinos, albaneses y otros. Una vez más reiteramos
nuestra petición de ayuda a todos los que crean necesaria esta labor.
En el centésimo primer Aniversario de la Revolución de Octubre,
sostenemos que el legado de la URSS, de sus realizaciones y de sus
carencias, es el punto de partida insoslayable para resolver los
problemas de la humanidad.
¡Viva la lucha de la clase obrera!
¡Viva el socialismo!
¡Viva la Unión Soviética!
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