Por Osviel Castro Medel
El 26 debe verse como una marca para mirar en dos dimensiones: al
pasado y al futuro, como una luz para quitarnos lunares y seguir
edificando una patria más plena
No deberíamos nunca celebrar las fechas sin un análisis consciente de
su significado. Es decir, sin evaluar cuánto pesan o no en nuestra
vida.
A veces, por ejemplo, festejamos un cumpleaños como un rito y la
montaña de la celebración nos hace pasar por alto el valor del
onomástico, su simbolismo para el pasado y el porvenir. En otras
palabras, puede que la esencia de ese día se nos esfume.
Estos razonamientos nacen espoleados ahora por la llegada de otro 26 de Julio, fecha cumbre de la nación.
Pienso que debemos profundizar más en la equivalencia de las frases
derivadas de la conmemoración. Aquel «Siempre es 26», acuñado con tino
hace mucho, debe ser en todo tiempo superación de metas, realizaciones
concretas, recordación de héroes, filosofía y mensaje de convocatoria
perenne.
Y «Victoria de las ideas» debe ser una plataforma para reafirmar
conceptos, revisar nuestra filosofía y detenernos, aunque sea por un
instante, en las ideas que condujeron al Moncada y su vigencia para
tiempos posteriores.
Este 26 tiene una impronta demasiado especial como para dejarla pasar
por alto. En 1953, al líder principal de las acciones de Santiago y
Bayamo le faltaban 18 días para cumplir apenas 27 años, y hoy, después
de tantos sacrificios y de habernos legado su ejemplo extraordinario,
está a las puertas de los 90, edad privilegiada en cualquier latitud del
mundo.
¡Han pasado más de seis décadas!
Por eso, celebrar este nuevo
aniversario del asalto al Moncada y al Carlos Manuel de Céspedes con
Fidel vivo, no solo biológicamente sino también espiritualmente en las
entrañas del pueblo, resulta un hecho trascendente en la historia de
todas las eras; el mismo Fidel que, guiando a sus compañeros de lucha,
ayudó a refrescar y oxigenar las ideas de José Martí, relegadas durante
tanto tiempo en la «República» nacida en 1902.
Este 26 no podemos obviar que ese eterno joven encabezó la Generación
que tomó los fusiles para reformar radicalmente a una nación de 5,8
millones de habitantes con 807 700 analfabetos (más del 22 por ciento de
la población), un desempleo del 8,4 por ciento de la masa
económicamente activa, un porcentaje de bohíos de 33,3 y de
electrificación de solo 55,6.
Eso, sin hablar, como señaló él mismo en su brillante alegato de autodefensa, conocido como La historia me absolverá, el 16 de octubre de 1953, de los 500.000 obreros del campo que trabajaban solo cuatro meses, los «400.000 obreros industriales y braceros cuyos retiros están
desfalcados», los 10.000 profesionales «en un callejón sin salida», las
200.000 familias campesinas sin «una vara de tierra donde sembrar
alimentos para sus hambrientos hijos…».
Claro, no podemos emparentar el 26 de Julio y la figura de Fidel solo
con el cambio social necesario en la Cuba de entonces, algo que de por
sí es sumamente extraordinario. Hemos de ver la fecha y a su
protagonista más excelso ligados, también, al renacer de la ética, la
moral y la virtud, preceptos defendidos por Martí hasta el día final de
su existencia fecunda de 42 años. Si no lo hacemos, cometeríamos el
error de ver al Moncada con menos influjo del que tuvo y tiene.
Con su sabiduría excepcional ha escrito al respecto Armando Hart: «En
los años 50 existía un vacío ético en la superficie política de aquella
sociedad y la acción insurreccional del 26 de Julio comenzó a producir
gradualmente un ascenso moral y cultural de vasto alcance social en ese
medio».
Tenemos que ver el 26 unido, indiscutiblemente, a las ideas, una
palabra jamás abstracta, identificada con la conciencia social. Cuando
el teniente del Ejército Pedro Sarría, precisamente para proteger a su
prisionero Fidel y dos compañeros de este, dijo que las ideas no se
mataban estaba dando, sin pretenderlo, una lección filosófica en la que
todos deberíamos beber hoy.
Pero el 26 también ha de mirarse como marca para asaltar los males
que impiden el crecimiento de la nación y entorpecen su proyecto social,
«cambiar todo lo que deba ser cambiado» y trazarnos metas audaces,
aunque factibles.
Pruebas y hechos de una generación martiana
Ahora que traemos el 26 a estas páginas, con toda esa carga de
significados e incentivos, debe subrayarse que las generaciones más
jóvenes tienen, entre sus desafíos, que aprender a demostrar que aquella
generación no fue martiana por decreto o autoproclamación, sino por
pruebas y hechos.
Como también es menester que los pinos nuevos entiendan que la
Generación del Centenario no se restringió al grupo de asaltantes
arriesgados de Bayamo y Santiago, quienes representaban la indiscutida
vanguardia de una hornada más numerosa.
La generación del 68, en el siglo XIX, no la integraron solo
Céspedes, Agramonte, Gómez, Calixto y Maceo; y este punto de vista es
extensivo a los que vivificaron a Martí en el año 53 del siglo XX.
Los jóvenes necesitan estudiar más a Eduardo Chibás y a su «Vergüenza
contra dinero», fuente de inspiración para muchos de la Ortodoxia y de
otras tendencias políticas similares; él hablaba constantemente de la
regeneración moral de la República y, tal como señala Elena Álvarez en
su libro Clarinada fecunda, citaba de modo frecuente a Martí.
Chibás también estaba convencido del papel de la ética como arma de
combate contra los males de un país calamitoso y arruinado, una ética
que no se remontaba solo al Maestro sino, también, a sus predecesores y
sucesores patrióticos.
Una prueba de que Fidel siguió ese legado se encuentra en su
respuesta al asalto a los estudios del escultor Manuel Fidalgo, una
acción ejecutada por personeros del régimen de Batista, quienes
destruyeron las mascarillas de Eduardo Chibás y José Martí, con el
pretexto de que en su base tenían el exergo: «Para Cuba que sufre».
A ese hecho bochornoso replicó el joven abogado, el 5 de febrero de
1953 en la revista Bohemia: «De este modo la obra entera de Martí habrá
que suprimirla, arrancarla de las librerías y bibliotecas porque toda
ella, pletórica de amor a la patria y al decoro humano, es una perenne
acusación a los hombres que hoy gobiernan contra su voluntad soberana al
pueblo de Cuba».
Pero, por encima de esa influencia, que pudiéramos llamar teórica,
está la de la práctica, pues la casi inmolación de Martí en los campos
de Dos Ríos constituyó un modelo para aquellos que se dispusieron a dar
la vida después de vender su puesto de trabajo, su estudio fotográfico,
su laboratorio…
Casi todos sabían que podían perder la vida en las acciones
combativas, mas si eso ocurría se convertirían en clarinadas para un
pueblo necesitado de volcanes después del violento zarpazo del 10 de
marzo de 1952.
Cintio Vitier, en conferencia ofrecida en la Universidad de La Habana
en 2006, supo definir el peso de ese ejemplo martiano, de doctrinas y
hechos, cuando sentenció que «en el ideario y la ejecutoria de Martí,
exponente cimero de la tradición revolucionaria cubana, se halla el
fundamento histórico y moral de la Revolución que triunfó en 1959».
Sin callar verdades
Debemos ver el 26 a la luz de estos tiempos, lo que no equivale en
modo alguno a una nueva interpretación de su significado. Siempre
supondrá cambio, avance, revisión, valentía para hacer, mejoramiento…
Pero esos términos no pueden asumirse de la misma forma en épocas de
actualización económica que en las de la llamada ofensiva revolucionaria
de los años 60.
Ahora mismo, por ejemplo, la fecha ha de estar ligada al mil veces
mencionado cambio de mentalidad, a métodos nuevos, a la lucha contra
otro tipo de corrupción, a la batalla contra las indisciplinas sociales o
el burocratismo.
Y es innegable que precisamos continuar llenándonos de Moncadas para
superar tendencias nocivas y mejorar, incluso, aspectos que calificamos
de positivos.
En esa cuerda de pensamiento, vale mencionar de nuevo a Cintio
Vitier, quien expuso que Cuba, aun con las altas cotas educativas
logradas, aun cuando «echó a andar la reforma integral de nuestra
enseñanza, cuya primera gran victoria fue la campaña de alfabetización»,
necesita seguir mejorando su educación, que no es solo la «que se
imparte en las aulas sino también la que se manifiesta, y vive en las
calles y los campos de la patria».
La nación requiere multiplicar el 26 en su día a día para ganarle la
partida a la «incultura en las formas de vivir», enraizada en no pocos,
como nos advirtió Vitier, porque «un pueblo de costumbres incultas no
puede ser en verdad, martianamente hablando, un pueblo libre».
Necesitamos el espíritu de la fecha para mantener nuestra apuesta por la
igualdad, la preservación de los derechos y el culto a la dignidad
humana. Para percatarnos de que a pesar de todas las victorias en
diferentes ámbitos, es posible conquistar más cuotas de justicia social,
participación ciudadana, bienestar y felicidad.
Ese 26, con el torrente de sus ideas, en el que resulta clave Martí, es
importantísimo para ayudarnos a lanzar la honda contra los monstruos de
adentro y de afuera, censurarnos errores, demostrarnos que es útil el
diálogo, para que se cumplan sueños pretéritos y para seguir edificando
una patria más plena.
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