Fue
una historia de la que ya debió haberse filmado una taquillera película
de guerra. El enemigo fue más pérfido que el de Pearl Harbor. Coloreó
sus aviones como si fueran de la fuerza aérea revolucionaria cuando
aquel 15 de abril atacó la base aérea de San Antonio de los Baños, al
sur de La Habana. Destruyeron un chorro T-33, dos B-26 que estaban de
baja, un F-47, también de baja, un Catalina, un C-47, un DC-3 y un T-6.
Propulsion a chorro T-33 de la Fuerza Aerea Rebelde
Sólo
doce pilotos y nueve aeronaves tenía la Revolución dos días después,
cuando el desembarco por Bahía de Cochinos. Dos de los pilotos murieron
derribados por la artillería de los buques enemigos: Luis Silva, en su
segunda misión combativa, y el nicaragüense Carlos Ulloa, en la primera.
Ocho de los pilotos volaron 70 veces sobre Bahía de Cochinos y sus
alrededores. Cinco de ellos, además de apoyar las operaciones de
milicianos y ejército rebelde en tierra, derribaron 9 cazabombarderos
B-26 y hundieron varios buques y barcazas de la brigada 2506, organizada
por la CIA y con base en Nicaragua, país bajo la dictadura de Anastasio
Somoza,
Los
periodistas estadounidenses David Wise y Thomas R. Ross, quienes
tuvieron acceso a los archivos del gobierno de los EE.UU. y
confraternizaron con los invasores revelaron en su libro “El Gobierno
Invisible” que “había sesenta y un pilotos cubanos en Retalhueu,
Nicaragua, además de navegantes, operadores de radio y tropas de
mantenimiento. Seis asesores americanos permanecieron con los pilotos
durante los meses de adiestramiento y la invasión.”
Revelaron
que para lograr sus fines “la CIA creo una considerable fuerza aérea
(….) inicialmente dieciséis bombarderos del tipo B-26. Durante la
invasión se le agregaron ocho más, haciendo un total de veinticuatro.”
Además tenían seis C-16 y seis C-54 para lanzar paracaidistas.
Esto
sin sumar modernos cañones, ametralladoras pesadas, tanques de guerra,
morteros, parque de sobra, equipos de comunicaciones y excelente
avituallamiento para más de mil doscientos hombres bien entrenados y
seguros de ganar, tanto que pensaban que en 72 horas estarían en la
populosa esquina de L y 23, en la capital cubana, brindando en el hotel
que de nuevo sería Habana Hilton.
¿Cómo fue que fracasaron?
Cuenta
la historia que luego del alevoso ataque del día 15 de abril a la Base
de San Antonio y a la de Santiago de Cuba, donde destruyeron un T-33 y
una aeronave civil, Fidel llegó a San Antonio, se reunió con los
pilotos y jodedor, político, les pico el amor propio. Les dijo que
aviones nuevos llegarían, sin decir, por supuesto, que pensaba en
MIG-15, pero antes, como medio encabronado, preguntó qué habían hecho
los pilotos cuando el ataque, ¿se habían escondido?
Le
informaron que bajo el bombardeo despegaron dos aviones que ni siquiera
estaban de alta para volar, que despegaron de Patria o Muerte. Uno de
los pilotos le dice que si se espera un ataque en grande, por qué no se
adquiría un escuadrón de aviones ingleses Hawker Hunter y agregó que los
pilotos que estaban allí eran revolucionarios probados.
Fidel
le responde que no le pidiera aviones nuevos y, más que jodedor, le
dice que lo que te voy a meter aquí es doscientas vacas lecheras, que la
aviación ya lo tenía obstinado.
Cuenta
la historia que un piloto negro y de familia pobre, piloto de combate
gracias a la Revolución, dijo: “Lo que tienen que traer aquí son
parihuelas”. Nadie entendió. ¿Para cargar pangola para las vacas? “No,
dijo el negro, para que nos carguen los cojones de nosotros los pilotos
hasta los aviones, porque en esos aviones nosotros vamos a salir a
repeler cualquier agresión”.
Pocos
meses después, luego de la derrota más grande del imperialismo en
América Latina, llegaron embalados en cajas, los famosos Mig 15.
¿Pero
antes, con que aviones se repelió la tan bien organizada agresión de
la CIA que inició el presidente Eisenhower y que heredó John F.
Kennedy?
Veamos
algunos ejemplos. El caza Sea Fury carecía de los cartuchos de arranque
de los motores y había que arrancarlo con sogas para darle vueltas a la
hélice. Tenía adaptados bandas de frenos de camiones, carecía de los
indicadores de combustible, temperatura y aceite. A los dos T-33 los
mecánicos le hacían inventos prohibidos por la fábrica. En su máxima
potencia sus motores adquirían 175 grados centígrados de calor sobre lo
permitido: una barbaridad. Ni hablar de piezas de repuesto, ni
suficientes rockets ni otros armamentos. Los mecánicos reparaban los
inyectores con plomo: con una agujita abrían la salida del combustible.
En ruta hacia su objetivo un B-26 que hacía tiempo no volaba por su
pésimo estado, tuvo que regresar a la carrera por un cortocircuito que
comenzó a incendiarlo.
Pero
el piloto sale a combatir. Que traigan la parihuela, pues le pesan
mucho. Se ajusta la máscara de oxígeno. Desciende la cúpula transparente
que cierra la cabina. A solas ahora con su máquina. Chequea los
instrumentos que a veces se le hacen borrosos: han sido demasiadas las
misiones de combate, hasta más de diez del amanecer al atardecer. Lleva
cuatro días que prácticamente no duerme. Ha perdido hasta el apetito.
Está extenuado. Cuando él o sus compañeros aterrizan las máquinas, no se
deslizan: torpes, brincan sobre la pista. Todos físicamente están hecho
leña. Pero sus espíritus sienten lo contrario.
Levanta
vuelo. 300 kilómetros a Bahía de Cochinos. Y si entra en combate la
USAF, la gigantesca fuerza aérea estadounidense, la más poderosa del
mundo, y lanza una sola ráfaga de sus ametralladoras sobre nuestros
milicianos y rebeldes que pelean allá abajo, contra ella también
combatirá.
No
es suicidio. Es la Patria nueva, socialista, la del pueblo. Patria en
la que sobran parihuelas para llevar lo que más hace falta en un
combate. Por eso en Playa Girón se le propinó al imperialismo por
primera vez en América una gran derrota, aunque todavía falte la
película que muestre tan corajuda historia de acción, digna para
Hollywood si Hollywood no temiera al guion, obligatoriamente
revolucionario.
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