Dentro del ciclo Obras Maestras del Cine Soviético, este sábado día 19 de Junio a las 18 hs., en el Ateneo de Madrid, en la Sala de la Estafeta, calle del Prado, 21. Madrid, proyectamos esta incomparable creación.
Realizada por Elem Klimov en 1985, es su obra cumbre, donde de una forma magistral, nos transporta a través de los ojos de un adolescente soviético, de su aldea de bosques majestuosos al terror más absoluto del fascismo.
Esta considerada una de las mejores películas realizadas sobre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Cada año que pasa es más actual, por sus palabras de advertencia a la humanidad...
Ponencia.
Película de encargo para celebrar el 40 aniversario de la victoria del Ejército Rojo sobre los nazis. La película se inspira en un hecho real: la masacre de Jatyn, una sangrienta limpieza étnica auspiciada por las SS-Sturmbrigade Dirlewanger en territorio bielorruso. Hasta 628 aldeas fueron destruidas de manera similar, incendiados con sus habitantes dentro, durante la invasión alemana de Bielorrusia, solamente en el año 1943.
La cámara nos impregna de imágenes, muy contrapuestas, que son desarrolladas en tres actos: un primero de una cierta irrealidad, que a la vez es un canto de la belleza de los bosques bielorrusos pero que tras las canciones se introducen los paracaidistas alemanes tenebrosamente, cayendo como gotas de lluvia. Un segundo, de un surrealismo físico y grotesco, que nos lleva a observar el esperpento que supone la ocupación alemana (las escenas de la vaca y el monigote), en un sensación de oculto horror invisible, como un espectro que se acerca al protagonista. Y un tercero, el más descarnado que muestra la barbarie cometida por los soldados alemanes al llegar a una población.
Esta película adapta la novela Soy de una aldea en llamas, del escritor bielorruso Alés Adámovich, quien se inspiró en su propias experiencia, y de personas que milagrosamente sobrevivieron a los horrores del genocidio fascista en Bielorrusia. Adámovich, coautor también del guion, refleja lo que vieron sus propios ojos.
Además, Elem Klimov oriundo de Stalingrado, de niño fue testigo de los horrores de la Gran Guerra Patria. En varias entrevistas consigna sus recuerdos de la evacuación nocturna a lo largo del Volga, cuando, rodeado entre las explosiones de bombas, vio cómo ardía la ciudad que se extendía por muchos kilómetros a lo largo de la costa. Esas fuertes impresiones de su infancia permanecieron en Klimov para siempre, y consideró como su objetivo para la cultura humana, hacer una película sobre ese período de la historia de la URSS. Por todo ello el guión fue de los dos Adámovich y Klimov.
El adolescente protagonista (interpretado por Alexéi Kravchenko), va hacia una progresiva pérdida de la razón, por la sinrazón de la brutalidad de los SS. Conmociona emocionalmente por su realismo condensado de simbolismo, y así nos parece, que estamos viendo un diario de una persona que ha vivido ese horror, un niño bielorruso que de golpe se convierte en un anciano.
Los actores se combinan habitantes bielorrusos como intérpretes lituanos y bielorrusos profesionales, como Liubomiras Laucevicius (el comandante guerrillero Kosach), Vladas Baddonas (el guerrillero que lleva el pelele) o Victor Lorents y Jüri Lumiste (el comandante alemán y el SS).
Porqué es tan importante esta película.
Porque justificadamente, es un viaje veraz y al mismo tiempo aterrador al infierno de la barbarie, más allá de la guerra. Ven y mira no es una película sangrienta. No muestra vísceras. Apenas hay violencia. Mas, el espectador asiste a la deshumanización de unos individuos, que se aprovechan de la inocencia de los más perjudicados por el conflicto bélico, la población civil, y ningún espectador que la vimos por primera vez, por muchas películas que han hablado de la guerra, podemos olvidar…
Nos agudiza los sentidos con la precisión documental, pues el director crea la ilusión de una realidad torturante, saturando imágenes, con coloridas metáforas visuales que simbolizan el cinismo y la ideología de la muerte, del pensamiento antihumano del fascismo, por encima de la vida: Arenas movedizas llenas de cadáveres. Flotando en el cielo como un ángel de la muerte, el cuadrado con cuernos de un avión de reconocimiento alemán.
La música es de Oleg Yanchenko. Sólo en algunos momentos clave de la película se utiliza partes originales, a veces mezclada con acordes clásicos como el Danubio Azul de Johan Strauss II. También aparecen la Obertura de Tannhauser de Richard Wagner y trozos de Las Valquirias. Al final, también aparece El Requiem de Mozart “Lacrimosa”. Estas músicas dan fuerza y gravitan sobre el genocidio. Pero en contraste la felicidad soviética aparece también en el baile de Glasha (cuya intérprete fue Olga Mironova, aficionada que no realizó ninguna otra película), tiene como música de fondo el tema principal de la película “El circo” 1936, de Grígori Alexandrov.
Fotograma a fotograma nos invade la partitura musical con el esperpento del genocidio. Un campo cubierto de espesa bruma gris, del que como la cabalgada de las Valquirias emergen despiadados motoristas con el cadáver de un hombre desnudo y fusilado en un remolque. O la escena del loris juguetón en el hombro del Sturmbannführer, haciendo arrumacos mientras da la orden de destruir el pueblo…
Klimov combina la solidez narrativa y la fuerza visual del cine revolucionario soviético de los años 20 con la escuela desarrollada en los años cuarenta por los excelentes directores de cine soviéticos, que contaban “lo que desgarraba interiormente a cada ser, la guerra impuesta por el fascismo”.
Klímov sabía perfectamente que no hacía falta explicitar más aún el sufrimiento: los gritos de las madres y sus hijos ardiendo en el interior de una iglesia, la mirada vacía y embrutecida del pequeño Fliora, la abyección de los rostros de los nazis que, sonrientes, violan a adolescentes que aún no son adultas, las imágenes de un montón de cadáveres a lo lejos, apilados tras una casita de madera: todo se sugiere o se muestra en segundo plano. Klímov nunca se regodea en el sufrimiento porque no es necesario.
Detrás de la cámara está Alexéi Rodionov, quien de forma magistral utiliza las cámaras como una herramienta de lenguaje fílmico, como antes le precedieron Vertob, Eisenstéin o Pudovkin. Tomas largas y panorámicas, descriptivas, con diferentes tiempos, que resaltan distintas situaciones simultáneas en un mismo plano. Los primeros planos de frente de los personajes, colocando al espectador como interlocutor del niño, creando casi una ruptura de la cuarta pared, parece que somos conscientes que estamos tras la cámara y nos imploran socorro.
La propia historia nos lleva a la reflexión colectiva, para que nuestros hombros soporten las imágenes recibidas. Toda la narración es profundamente soviética, difícilmente reconocible en una sociedad como la actual, donde las imágenes se introducen como formas estéticas. Al contrario este filme conscientemente está muy elaborado.
Klimov estuvo buscando durante siete años la forma de retratar lo que vivió de niño, tanto lo que se muestra, lo que se narra, lo que se habla, hasta el impresionante final, que ha quedado como “Fondo Inmaterial de la Inhumanidad”.
Influencia y legados.
Como dijo en una entrevista Alés Adámovich “Teníamos que mostrarla. Klimov tras el primer montaje arguyó que las imágenes impactarían fuertemente en el espectador por su realismo y muchos no podrían verla”. Adamovich replicó “¡Que no miren. No podemos olvidar que ocurrió. Es necesario mostrarla como prueba de guerra, como una súplica de que siempre haya paz!”.
El título final procede a sugerencia de Elem del "Apocalipsis" bíblico, donde se encuentran las siguientes líneas (capítulo 6, versículo 7): “Y cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto animal, que decía: 'Ven y mira'. Y miré, y he aquí un caballo pálido, y sobre él un jinete, cuyo nombre es "muerte", y el infierno lo siguió..”. En uno de los debates televisivos en Alemania Democrática, se levantó un anciano alemán y dijo: “Fui soldado de la Wehrmacht. Además, un oficial. Recorrí Polonia, Bielorrusia, llegué a Ucrania. Testifico que todo lo que se cuenta en esta película es cierto. Y lo más terrible y vergonzoso para mí es que mis hijos y nietos verán esta película… ”.
Y así es. Porque su visionado es como asistir a una clase. Sus imágenes nos producen el mismo shok de asco que a su protagonista. Es una obra imprescindible. La mayoría de los críticos a nivel mundial, la han catalogado como una de las mejores películas de todos los tiempos, y sin lugar a dudas, la mayor obra maestra de denuncia de la barbarie a la que lleva el fascismo.
Pero también es un homenaje al pueblo soviético bielorruso, que en respuesta a las atrocidades de los invasores, formaron cientos de destacamentos guerrilleros. A finales de 1941, ya combatían 230 destacamentos con 12.000 luchadores en sus filas. El número de guerrilleros soviéticos bielorrusos al final de la guerra superó los 374 mil .. Se unieron en 1.255 destacamentos, de los cuales 997 formaban parte de 213 brigadas y regimientos, y 258 destacamentos operaban de forma independiente .
Cada año que pasa, es más apreciada. Se conserva como un triunfo de la inteligencia sobre la sinrazón. Numerosos visionados en las filmotecas (Recientemente en la española) de numerosos países, siguen congregando a miles de espectadores por todo el mundo.
Enlace para ver la película:
https://zoowoman.website/wp/
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