Rescatamos la figura de uno de nuestros Presidentes de la Asociación de Amistad Hispano Soviética, de la segunda etapa: Jesús Vicente Chamorro.
Hace veinte años, el 2 de abril de 2001, fallecía Jesús Vicente Chamorro, uno de los más lúcidos y combativos militantes antifranquistas en el mundo judicial, un activista constante por la libertad y la participación del pueblo en la vida pública. “Todo el poder y, en especial, el de la justicia ha sido construido como un sistema misterioso, propio de iniciados y profesionales”, escribirá Chamorro, glosando un libro sobre el crimen de Don Benito. El fiscal rojo, como se le llamará con cariño, dedicará toda su vida a desvelar la tramoya oculta de la Justicia, a señalar la íntima relación entre el crimen y el poder, a mostrar el conflicto de clase que se condensa en el Derecho. “Un Código Penal, unas leyes penales, son cresta de ola, canto de cuquillo, que revelan donde está el nido y el choque de fuerzas contrapuestas que se enfrentan”.
“Todo el poder y, en especial, el de la justicia ha sido construido como un sistema misterioso, propio de iniciados y profesionales”
Chamorro nace en Valverde del Fresno, en la comarca cacereña de Sierra de Gata, en 1929, y ejercerá como fiscal desde 1955. A lo largo de su carrera sufrirá el destierro y dos expedientes judiciales, así como la vigilancia sistemática de la Brigada Político-Social. Será uno de los fundadores de Justicia Democrática y participará intensamente en los movimientos populares del tardofranquismo y la Transición. Como escribe el fiscal José María Gómez, “Jesús fue un hombre de un coraje propio de los hombres de acción. No fue un intelectual contemplativo ni empeñado en justas literarias; volcó su actividad, siempre beligerante, en la defensa del débil, como fiscal comprometido”.
A lo largo de su carrera sufrirá el destierro y dos expedientes judiciales, así como la vigilancia sistemática de la Brigada Político-Social. Será uno de los fundadores de Justicia Democrática y participará intensamente en los movimientos populares del tardofranquismo y la Transición.
Su infancia estará marcada por la tragedia de la guerra civil. Su padre, médico de carabineros, es depurado en 1936 y Jesús Vicente, debido a la situación familiar, se orienta con determinación hacia el estudio. “Desde muchacho descubrí que no me quedaba otra alternativa que aprender todo lo aprendible, y cuanto más deprisa mejor. Recuerdo que lo que más me angustiaba era tener que levantarme temprano para coger los higos de la pequeña huerta familiar que luego vendía por las calles del pueblo, ofreciéndolos de casa en casa, gritando “vamus, us figus”. "A fala", el habla centenaria de Valverde del Fresno, es la lengua de la que se sirve Chamorro para expresar la inquietud que le alentaba.
Comenzará entonces el bachillerato en Salamanca e inicia también allí los estudios de Derecho. Durante sus primeros años universitarios, en 1947, ingresa en el Partido Comunista de España. “Empiezas a descubrir que eso del idealismo, como explicación, carece de consistencia, y vas pasando poco a poco a la concepción materialista del mundo y de la vida. Todo ello unido a la injusticia hiriente que había visto desde muchacho (…) y claro, descubrí que la única organización que mantenía limpia una bandera frente a toda opresión e injusticia era el comunismo”.
Acabada la carrera, Badajoz será su primer destino, en 1955. Un emplazamiento en el que Chamorro no se siente nada a gusto: una tierra con una fuerte división de clase, en la que el caciquismo lo impregna todo. “Era una sociedad embrutecida, sin ideas. Siempre las mismas conversaciones en el casino, con una pequeña clase supuestamente distinguida”. Hombres que se juegan la vida con pequeños hurtos de trigo o bellotas en las dehesas extremeñas y, como contrapunto, la ineludible sumisión de la mayoría. Al año siguiente Jesús Vicente será nombrado fiscal en la Audiencia de Alicante y, más tarde, compatibilizará esa ocupación con la de profesor de Derecho Penal en la Universidad de Valencia y en la Complutense de Madrid.
Badajoz será su primer destino, en 1955. Un emplazamiento en el que Chamorro no se siente nada a gusto: una tierra con una fuerte división de clase, en la que el caciquismo lo impregna todo.
El 19 de mayo de 1959 un acontecimiento va a sacudir al joven fiscal. “Me contó cómo asistió al garrote vil de una mujer. Pasó toda la noche con ella”, recuerda el escritor extremeño Víctor Chamorro, que mantuvo con Jesús Vicente una estrecha amistad. Aquella persona era Pilar Prades, “la envenenadora de Valencia”, la última mujer ajusticiada con garrote vil en España. A aquella pobre mujer analfabeta que había abandonado su pueblo a los 12 años para trabajar de sirvienta se le acusará del crimen de dos personas por envenenamiento con arsénico. Nunca llegará a demostrarse su culpabilidad. El verdugo, Antonio López Guerra, se niega a cumplir con la ejecución y al final tienen que emborracharle y llevarle a rastras hasta el patíbulo, tanto a él como a la condenada. El fiscal Chamorro se verá obligado a presenciar el ajusticiamiento, sustituyendo al teniente fiscal que ha intervenido en el juicio y que ha excusado su asistencia alegando problemas cardíacos. Manuel Vicent dará cuenta de ello en Tranvía a la Malvarrosa: “En el bar Los Canarios el fiscal Chamorro, entre un pincho de tortilla y una ración de boquerones en vinagre, juró casi con lágrimas que nunca pediría la pena de muerte para ningún acusado después de haber visto lo que vio”.
Los años sesenta serán decisivos para Chamorro tanto en el terreno profesional como en el militante. Jesús Vicente ha establecido una importante red de relaciones con la oposición antifranquista, sobre todo en el terreno judicial y cultural.
Uno de los espacios en los que participa es el Club de Amigos de la Unesco en Madrid (CAUM).
El CAUM constituirá durante décadas uno de los pulmones de la resistencia frente al régimen y como consecuencia será cerrado en varias ocasiones por orden gubernativa. De él formarán parte intelectuales y creadores como Caballero Bonald, Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez o Joan Miró.
El CAUM constituirá durante décadas uno de los pulmones de la resistencia frente al régimen y como consecuencia será cerrado en varias ocasiones por orden gubernativa.
En el CAUM fragua una iniciativa de la que el fiscal Chamorro será el principal promotor: el mítico homenaje a Antonio Machado en Baeza, una localidad en la que el poeta residió e impartió clase durante bastantes años. El 20 de febrero de 1966 constituye otra fecha parteaguas en la vida del magistrado. El acto de conmemoración, que está previsto culmine con la colocación de un busto del poeta, es prohibido a última hora y disuelto violentamente por la Policía Nacional. El pueblo ha sido invadido por gentes “de dudosa catadura moral”, dirá el alcalde de la localidad excusando la represión. Entre esos peligrosos individuos se encuentran personajes como Gabriel Celaya, Pedro Caba, Alfonso Sastre, Moreno Galván, Agustín García Calvo o Raimon. Tras los disturbios, 27 personas son detenidas. “El homenaje de gratitud a la obra y al comportamiento ciudadano de Machado fue tenido por subversivo, y sin duda lo era, porque exaltaba la cultura y la conducta de un hombre de alma limpia y valiente”, dirá Jesús Vicente Chamorro años más tarde, evocando aquella jornada emblemática.
La oposición a la dictadura está cuajando sobre todo en las fábricas y la universidad, pero empieza a hacerlo también en los cubiles más fortificados del régimen. En 1968 nace Justicia Democrática, una asociación clandestina de jueces, magistrados, fiscales y secretarios judiciales, que se sitúan ideológicamente en el antifranquismo. Chamorro será uno de sus fundadores. La asociación recopila y difunde información sobre corruptelas y abusos de la Administración de Justicia y se convierte en un molesto aguijón de denuncia y conciencia, que defiende una praxis jurídica alternativa, vinculada a las clases populares.
“Discrepamos del fascismo, explícito y descarado o solapado y con disfraz. Discrepamos de la persecución de la crítica, de la mudez de los que deben hablar. Discrepamos de los que consideran al pueblo un subnormal profundo al que no pueden serle dichas ciertas cosas. Discrepamos del chalaneo, del secreto, de la suplantación”, escribirá Jesús Vicente en plena pugna por las libertades.
La asociación recopila y difunde información sobre corruptelas y abusos de la Administración de Justicia y se convierte en un molesto aguijón de denuncia y conciencia, que defiende una praxis jurídica alternativa, vinculada a las clases populares.
Los pasos de Chamorro son seguidos atentamente por los custodios del régimen. El fiscal valenciano José María Gómez lo recuerda así: “Soy testigo de cómo era vigilado y controlada su correspondencia por la Brigada Político Social, de cómo a pesar de eso cuando algún amigo o compañero era detenido, por razones políticas, Jesús aparecía en la comisaría de turno para inquietar con su presencia a los captores, abrigando en lo posible a aquél; aunque eso comprometiera su carrera y su comodidad personal y hubiera podido comprometer más cosas. Me consta que otras veces fue escudo de perseguidos”.
Uno de aquellos represaliados a los que auxiliará Jesús Vicente será el periodista José Antonio Martínez Soler, director de El Doblón, secuestrado y salvajemente torturado el 2 de marzo de 1976, tras la publicación de un informe sobre los cambios en la cúpula de la Guardia Civil. Tras la bestial paliza el fiscal Chamorro le acompaña al Juzgado de Guardia a presentar la denuncia.
1978 será un año clave para el país y también para nuestro valiente letrado. Es todavía un tiempo constituyente, la partida está abierta, el pulso por la ruptura democrática continúa. La apertura de un expediente judicial por su participación en un programa de La Clave, el nombramiento como fiscal del Tribunal Supremo y su abandono del PCE serán los tres hechos que marquen el punto de giro en la trayectoria de Chamorro.
En febrero Jesús Vicente interviene en el programa sobre Errores Judiciales que emite La Clave. La participación de Chamorro que en ese momento es fiscal de la Audiencia Territorial de Madrid encoleriza a los gerifaltes del poder político y judicial.
El fiscal del Reino, Juan Manuel Fanjul, abre un expediente contra él, argumentando que no tenía la autorización oficial de sus superiores jerárquicos. Pero lo que realmente molesta a los capos es el discurso democrático de Chamorro, que arremete contra el corporativismo y contra el signo clasista de la Administración de Justicia. “Si en la cárcel estuvieran los que realmente tienen que estar sobrarían el noventa por ciento de las celdas”, afirma el fiscal rojo y estremece a la casta leguleya. Fanjul pretende llevar adelante el proceso y llama a declarar como testigos tanto al director como a los invitados al programa de televisión.
Pero, como cantaba por entonces Carlos Cano, “las dentaduras ya no están duras pa estas huesuras”, y lo que provoca la represalia es justo lo contrario, una corriente de solidaridad con Chamorro que obligará a la anulación del expediente y de la sanción un año después.
El 25 de junio Chamorro toma posesión como fiscal de sala del Tribunal Supremo, pero la derecha judicial de la Asociación de Fiscales recurre su nombramiento y trata de impedirlo a toda costa. A pesar de que todo el mundo reconoce su trayectoria, su brillantez como jurista y procesalista, Chamorro es un emblema de otra justicia posible, en verdad democrática y popular.
El episodio de La Clave y la impugnación del nombramiento como fiscal del Tribunal Supremo son sólo algunos síntomas de la dura porfía que se vive también en los Palacios de Justicia. Las togas del franquismo permanecen en la torre de mando, casi imperturbables.
“Nos encontramos con que los fascistas de antes, que están ahí y que son conocidos, se han proclamado demócratas para de esta forma seguir donde estaban. Con el cambio de palabras y de etiquetas, y no de conductas, han tenido bastante. Y en la Justicia española, del mismo modo, muchos de sus jueces conservadores y reaccionarios, que son en conjunto bastante más que los progresistas, se han lavado la cara llamándose demócratas. Y asunto concluido". Jesús Vicente reflexiona así en 1980 sobre los límites del cambio político en curso. La enaltecida Transición tiene las cartas marcadas.
Pero el desencanto de Chamorro con el resultado de la Transición no es solamente judicial. Su disidencia es de más calado y afectará incluso a la militancia partidaria a la que se ha mantenido fiel durante más de tres décadas. Con la aprobación de la Constitución en 1978 ningún magistrado puede afiliarse a fuerza política alguna. Pero Jesús Vicente puntualiza su renuncia: “Aun cuando esta prohibición no hubiera existido ya estaba decidido a abandonar la militancia del PCE por multitud de razones. Y es que la dirección del pecé está siguiendo una línea política que a mí me parece errónea”.
Chamorro sostendrá que ha dejado de pertenecer al PCE “precisamente por ser comunista”.
El 4 de enero de 1981, coincidiendo con el seísmo del V Congreso del PSUC, el diario El País publica su Carta a los comunistas del PCE, un durísimo alegato contra la dirección del partido y su política. “El PCE ya no tiene programa ni propugna una sociedad distinta”, afirma. El veterano militante ajusta las cuentas con los dirigentes de la organización, “los maestros Ciruela” que han hecho dejación de los principios (la denuncia de las bases americanas o de las multinacionales, la defensa de la reforma agraria o de la república) para ejercer de “zascandiles” del sistema, a cambio de “cuatro fotografías en periódicos, un puñado de puestos en el Congreso y ciertos palmoteos aduladores”. En su opinión, la jerigonza de la dirección, atravesada por la mediocridad y el oportunismo, “nada tiene que ver con la clase obrera o la lucha contra el imperialismo”. La ruptura se consuma y desde entonces Chamorro apoyará a la escisión encabezada por Ignacio Gallego.
Unas semanas después se produce el golpe de estado del 23F. Como recordaba recientemente José Antonio Martín Pallín, “en la Junta de los 32 fiscales de la Audiencia Territorial de Madrid, el escrito condenando el golpe militar y haciendo una declaración de apoyo a la democracia” sólo fue votado a favor por tres de sus miembros, Enrique Abad, Martín Pallín y Chamorro.
“Acaso produzca sorpresa que la jurisdicción militar sea llamada a enjuiciar los hechos que se vislumbraron el 23 de febrero”, escribirá el fiscal poco después de la intentona, llamando la atención de quienes se escandalizan con el hecho de que el juicio al golpe vaya a realizarse ante el Consejo Supremo de Justicia Militar y no ante la justicia civil.
“Se descubre que la sorpresa inicial es sólo debida a nuestra falta de información, de explicación cabal del mundo y de las leyes escritas y consensuadas que vivimos. De todas maneras, la verdad es mejor que la fábula”, concluirá Chamorro. La fábula de la Transición ya había empezado a obrar sorprendentes encantamientos y desmemorias.
“Es como un golpe suave, no a la turca, sino a la española, más sutil, que ya está teniendo efecto”, declara el irreductible fiscal en abril del 81, dos meses después del golpe, a la revista -Servir al pueblo-. “Es como si hubiésemos dado un salto de seis años hacia atrás (…) Estamos haciendo una especie de franquismo sin Franco. ¿Y cómo es esto posible? Porque los poderes políticos reales siguen siendo los mismos, porque está intacta la Administración, intacto el poder económico, el militar, el social…”
Amanecer que tardas, bajo la costra opaca de los considerandos
“Era brusco, áspero, los poderosos le tenían un miedo terrible. Era una persona de una calidad humana excepcional”. Es Víctor Chamorro quien habla. Conoció a Jesús Vicente en 1980, tras la publicación del libro Conversaciones en Extremadura. Marciano Rivero les había entrevistado a los dos, junto a un ramillete de intelectuales y políticos extremeños. Desde entonces la amistad será ya íntima.
“Era una persona con una sensibilidad y finura especial. Por un lado estaba el fiscal que se dedicaba a la política, pero por otro estaba el hombre que se acordaba de los consejos de su abuelo Escolástico, atento hasta la exageración con quienes trabajaban con él”. O con los vecinos de su pueblo, quienes también recurrirán a él en las ocasiones que tengan problemas con la administración o la justicia.
“Siempre tenía a su pueblo y a Extremadura en la boca”, rememora Víctor. En la entrevista citada, Rivero le pregunta al fiscal Chamorro, si le había marcado el hecho de ser extremeño. La respuesta revela la inteligencia y la ternura hacia los de abajo que siempre le caracterizaron: “Algunas veces me he sentido extremeño por exclusión. Jamás se me habría ocurrido distinguir, motejar, ni despreciar a nadie por el simple hecho de haber nacido en este o en aquel lugar. Nadie es más que nadie, dice un antiguo y sabio dicho (…) Y resulta que en algunas partes de España se habla del barrio de los extremeños, de los emigrantes extremeños, con un retintín que habría que calificar de intolerable. Con un tono despectivo: extremeños, ¡ya ves!, guardias civiles, policías nacionales, maestros que no saben expresarse en lengua vernácula: Tal y como si Extremadura fuera origen de males deseados. Esto me ha llevado muchas veces a la crispación (...) El pueblo no puede ser sometido primero a la emigración, y después al desprecio”.
Chamorro sostiene en ese diálogo puntos de vista muy originales, al tiempo que arriesgados, que chocan con los tópicos sobre la apatía y resignación genéticas de Extremadura: “La sumisión es producto del machacamiento continuo que el poder ha venido ejerciendo sobre el hombre extremeño”. Es esa dominación la que ha obligado a más de un millón de extremeños a “emprender el camino de la diáspora”. En Extremadura “quedaron los más sumisos, los más conformistas, o aquellos que por poseer unas cuantas hectáreas de tierra o un pequeño comercio han pensado siempre que no tienen por qué rebelarse”.
Las revueltas campesinas de los años treinta, el tiempo en el que “los yunteros extremeños ocupaban pacíficamente las tierras incultivadas, las roturaban y las sembraban” constituye parte de la memoria que debe inspirarnos. “No cabe en cabeza humana que una región que podía ser muy rica genere hombres muy pobres”, explica, al tiempo que reivindica la Reforma Agraria, eso sí, no entendida como “mero reparto geométrico de la tierra”, sino como una profunda racionalización y transformación integral de la sociedad.
Pero volvamos al relato biográfico de nuestro protagonista. Su compromiso en la coyuntura política y social seguirá siendo continúo.
Tres ejemplos de esa implicación sostenida: la denuncia de la naturaleza tramposa y represiva de las leyes antiterroristas, mediante una “turbamulta de disposiciones y criterios que cercenan derechos individuales”; la temprana demanda por corrupción contra Pujol en el caso de Banca Catalana, una iniciativa que llevaría adelante junto a Antonio Gades o Raúl del Pozo y que, como éste último explica, “se sepultó después en el osario de la razón de Estado”; y, por último, la campaña contra la OTAN, junto a los dirigentes del PCPE y a personalidades como Marisol.
“Qué tristeza de musa bolchevique a destiempo”, escribirá al respecto de Marisol la descollante Maruja Torres, pionera representante del mundillo cultural turbo-progre tan característico del felipismo, al que le urge deshacerse de los símbolos y lealtades de antaño. “He leído su ocurrencia sobre el puño de Marisol”, responderá Jesús Vicente en una breve carta: “Usted, como las damas distinguidas, no acepta que las gentes del pueblo sean lúcidas porque han de ser tontas por decreto”.
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