25 de febrero de 2020

ASÍ FUE NUESTRO BAUTISMO DE FUEGO, Ernesto Che Guevara.

Por Esteban Zúñiga.

La imagen puede contener: una persona, sombrero y primer plano

"Quizás ésa fue la primera vez que tuve planteado prácticamente ante mí el dilema de mi dedicación a la medicina o mi deber de soldado revolucionario. Tenía delante un mochila llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me separaba de las cañas." (Ernesto Che Guevara, 26 de febrero de 1969).

El 26 de febrero de 1961, dos días después de que fuera designado como Ministro de Industrias, aparecía en la revista "Verde Olivo" un texto de Ernesto Che Guevara, en el que se relataba lo sucedido en Alegría de Pío el 5 de diciembre de 1956, tres días después del desembarco de los expedicionarios del yate "Granma", donde los revolucionarios serían sorprendidos y atacados por las fuerzas del Ejército cubano a las órdenes de la dictadura de Fulgencio Batista; y que pasaría a convertirse en el bautismo de fuego del incipiente Ejército Rebelde.
 
Ernesto Che Guevara narraría las diversas peripecias de un combate claramente desigual, ya que los rebeldes, tras un largo camino por terrenos pantanosos y que había supuesto la pérdida de la mayoría de sus alimentos y medicinas, optando por llevar consigo a sus pocas armas y municiones, causaría la dispersión de los rebeldes y las bajas causadas por un enemigo superior tanto en el número como en armamento, con un resultado supondría una gran derrota para los revolucionarios, que sufrirían importantes bajas.
 
Entre los heridos, se encontraría el propio Ernesto Che Guevara, que la pensar que había llegado la hora de su muerte, cuando se vio sangrando por el cuello, sentenciaría:
"Me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido ...".

Para el recuerdo y para la historia permanecería imborrable la expresión del Comandante Revolución Juan Almeida Bosque ante el durísimo ataque del enemigo y que con el tiempo llegaría a sintetizar la decisión de los revolucionarios rebeldes y la decisión del pueblo cubano en la lucha por su libertad:
"AQUÍ NO SE RINDE NADIE C...".

Una frase que durante muchísimo tiempo se le adjudicaría erróneamente a Camilo Cienfuegos.

ERNESTO CHE GUEVARA.
"ALEGRÍA DE PÍO".
"Verde Olivo", 26 de febrero de 1961.
(Fuente: Granma.cu / Tomado del libro de Ernesto Che Guevara, "Paisajes de la Guerra Revolucionaria").

"Alegría de Pío es un lugar de la provincia de Oriente, municipio de Niquero, sito cerca de Cabo Cruz, donde fuimos sorprendidos el 5 de diciembre de 1956 por las tropas de la dictadura.
 
Veníamos extenuados después de una caminata no tan larga como penosa. Habíamos desembarcado el 2 de diciembre en el lugar conocido por la playa de Las Coronadas, perdiendo casi todo nuestro equipo y caminando durante interminables horas por ciénagas de agua de mar, con botas nuevas. Esto había provocado ulceraciones en los pies de casi toda la tropa. Pero no era nuestro único enemigo el calzado o las afecciones fúngicas. Habíamos llegado a Cuba después de siete días de navegación a través del Golfo de México y el Mar Caribe, sin alimentos, con el barco en malas condiciones, casi todo el mundo mareado por falta de costumbre al vaivén del mar, después de salir el 25 de noviembre del puerto de Tuxpan, un día de norte, en que la navegación estaba prohibida. Todo esto había dejado sus huellas en la tropa integrada por bisoños que nunca habían entrado en combate.
 
Ya no quedada de nuestros equipos de guerra nada más que el fusil, la canana y algunas balas mojadas. Nuestro arsenal médico había desaparecido, nuestras mochilas habían quedado en los pantanos. Caminamos de noche, el día anterior, por las guardarrayas de las cañas del central Niquero (New Niquero Sugar Company) que pertenecía a Julio Lobo en aquella época. Debido a nuestra inexperiencias, saciábamos nuestra hambre y sed comiendo cañas a la orilla del camino y dejando allí el bagazo; pero además de eso, no necesitaron los guardias el auxilio de pesquisas indirectas, pero nuestro guía, según nos enteramos años después, fue el autor principal de la traición, llevándolos hasta nosotros. Al guía se le había dejado en libertad al llegar al punto de descanso, cometiendo un erro que repetiríamos algunas veces durante la lucha, hasta aprender que los elementos de la población civil cuyos antecedentes se desconocen deben ser vigilados siempre que se esté en zonas de peligro. No debimos permitirle irse a nuestro falso guía en aquellas circunstancias.
 
En la madrugada del día 5 eran pocos los que podían dar un paso más; la gente desmayada, caminaba pequeñas distancias para pedir descansos prolongados. Debido a ello,se ordenó un alto a la orilla de un cañaveral, en un bosquecito ralo, relativamente cercano al monte firme. La mayoría de nosotros durmió aquella mañana.
 
Señales desacostumbradas empezaron a ocurrir a mediodía, cuando los aviones Biber (Beaver) y otros tipos de avionetas del ejército y particulares empezaron a rondar por las cercanías. Algunos de nuestro equipo, tranquilamente, cortaban cañas mientras pasaban los aviones sin pensar en lo visibles que eran dada la baja altura y poca velocidad a que volaban los aparatos enemigos. Mi tarea en aquella época, como médico de la tropa, era curar las llagas de los pies heridos. Creo recordar mi última cura en aquel día. Se llamaba Humberto Lamotte el compañero y esa era, también, su última jornada. Está en mi memoria la figura cansada y angustiada llevando en la mano los zapatos que no podía ponerse mientras se dirigía del boquitín de campaña hasta su puesto.
 
Montané y yo estábamos recostados contra un tronco, hablando de nuestros respectivos hijos; comíamos la magra ración -medio chorizo y dos galletas- cuando sonó un disparo; una diferencia de segundos solamente y un huracán de balas -al menos eso pareció a nuestro angustiado espíritu durante aquella prueba de fuego- se cernía sobre el grupo de 82 hombres. Mi fusil era de los mejores, deliberadamente lo había pedido así porque mis condiciones físicas eran deplorables después de un largo ataque de asma soportado durante toda la travesía marítima y no quería que se fuera a perder un arma buena en mis manos. No sé en que momento ni cómo sucedieron las cosas; los recuerdos ya son borrosos. Me acuerdo que, en medio del tiroteo, Almedia -en ese entonces capitán- vino a mi lado para preguntar las órdenes que había, pero ya no había nadie allí para darlas. Según me enteré después, Fidel trató en vano de agrupar a la gente en el cañaveral cercano, al que había que llegar cruzando la guardarraya solamente. La sorpresa había sido demasiado grande, las balas demasiado nutridas. Almeida volvió a hacerse cargo de su grupo, en ese momento un compañero dejó una caja de balas casi a mis pies, se lo indiqué y el hombre me contestó con cara que recuerdo perfectamente, por la angustia que reflejaba, algo así como "no es hora para cajas de balas", e inmediatamente siguió al camino del cañaveral (después murió asesinado por uno de los esbirros de Batista). Quizás ésa fue la primera vez que tuve planteado prácticamente ante mi el dilema de mi dedicación a la medicina o mi deber de soldado revolucionario- Tenía delante una mochila llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me separaba de las cañas. Recuerdo perfectamente a Faustino Pérez, de rodillas en la guardarraya, disparando su pistola ametralladora. Cerca de mí un compañero llamado Albentosa, caminaba hacia el cañaveral. Una ráfaga que no distinguió de las demás, nos alcanzó a los dos. Sentí un fuerte golpe en el pecho y una herida en el cuello; me dí a mí mismo por muerto, Albentosa, vomitando sangre por la nariz, la boca y la enorme herida de una bala cuarenta y cinco, gritó algo así como "me mataron" y empezó a disparar alocadamente pues no se veía a nadie en aquel momento. Le dije a Faustino, desde el suelo, "me jodieron", Faustino me echó una mirada en medio de su tarea y me dijo que no era nada, pero en sus ojos se leía la condena que significaba mi herida.
 
Quedé tendido; disparé un tiro hacia el monte siguiendo el mismo oscuro impulso del otro herido. Inmediatamente, me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen nítida. Alguien, de rodillas, gritaba que había que rendirse y se oyó atrás una vez, que después supe pertenecía a Camilo Cienfuegos (Nota de la Redacción: En realidad, fue Juan Almeida), gritando: "Aquí no se rinde nadie ..." y una palabrota después. Ponce se acercó agitado, con la respiración anhelante, mostrando un balazo que aparentemente le atravesaba el pulmón. Me dijo que estaba herido y el manifesté, con toda indiferencia, que yo también. Siguió arrastrándose hacia el cañaveral, así como otros compañeros ilesos. Por un momento quedé solo, tendido allí esperando la muerte. Almedia llegó hasta mí y me dio ánimos para seguir; a pesar de los dolores, lo hice y entramos en el cañaveral. Allí vi al gran compañero Raúl Suárez, con su dedo pulgar destrozado por una bala y Faustino Pérez vendándoselo junto a un tronco; después todo se confundía en medio de las avionetas que pasaban bajo, haciendo algunos disparos de ametralladora, sembrando más confusión en medio de escenas a veces dantescas y a veces grotescas, como la de un corpulento combatiente que quería esconderse tras de una caña, y otro que pedía silencio en medio de la batahola tremenda de los tiros, sin saberse bien para qué.
 
Se formó un grupo que dirigía Almedia y en el que estábamos además Ramiro Valdés, en aquella época teniente, y los compañeros Chao y Benitez; con Almeida a la cabeza, cruzamos la última guardarraya del cañaveral para alcanzar un monte salvador. En ese momento se oían los primeros gritos: "fuego", en el cañaveral y se levantaban columnas de humo y fuego; aunque esto no lo puedo asegurar, porque pensaba más en la amargura de la derrota y en la inminencia de mi muerte, que en los acontecimientos de la lucha. Caminamos hasta que la noche nos impidió avanzar y resolvimos dormir todos juntos, amontonados, atacados por los mosquitos, atenazados por la sed y el hambre.
 
Así fue nuestro bautismo de fuego, el día 5 de diciembre de 1956, en las cercanías de Niquero. Así se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde."

Enlace original:
https://www.facebook.com/esteban.zuniga.5686/posts/1029577064064588

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