"Quizás ésa fue la primera vez que tuve planteado prácticamente ante mí
el dilema de mi dedicación a la medicina o mi deber de soldado
revolucionario. Tenía delante un mochila llena de medicamentos y una
caja de balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé
la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me
separaba de las cañas." (Ernesto Che Guevara, 26 de febrero de 1969).
El 26 de febrero de 1961, dos días después de que fuera designado como
Ministro de Industrias, aparecía en la revista "Verde Olivo" un texto de
Ernesto Che Guevara, en el que se relataba lo sucedido en Alegría de
Pío el 5 de diciembre de 1956, tres días después del desembarco de los
expedicionarios del yate "Granma", donde los revolucionarios serían
sorprendidos y atacados por las fuerzas del Ejército cubano a las
órdenes de la dictadura de Fulgencio Batista; y que pasaría a
convertirse en el bautismo de fuego del incipiente Ejército Rebelde.
Ernesto Che Guevara narraría las diversas peripecias de un combate
claramente desigual, ya que los rebeldes, tras un largo camino por
terrenos pantanosos y que había supuesto la pérdida de la mayoría de sus
alimentos y medicinas, optando por llevar consigo a sus pocas armas y
municiones, causaría la dispersión de los rebeldes y las bajas causadas
por un enemigo superior tanto en el número como en armamento, con un
resultado supondría una gran derrota para los revolucionarios, que
sufrirían importantes bajas.
Entre los heridos, se encontraría el
propio Ernesto Che Guevara, que la pensar que había llegado la hora de
su muerte, cuando se vio sangrando por el cuello, sentenciaría:
"Me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido ...".
Para el recuerdo y para la historia permanecería imborrable la
expresión del Comandante Revolución Juan Almeida Bosque ante el
durísimo ataque del enemigo y que con el tiempo llegaría a sintetizar la
decisión de los revolucionarios rebeldes y la decisión del pueblo
cubano en la lucha por su libertad:
"AQUÍ NO SE RINDE NADIE C...".
Una frase que durante muchísimo tiempo se le adjudicaría erróneamente a Camilo Cienfuegos.
ERNESTO CHE GUEVARA.
"ALEGRÍA DE PÍO".
"Verde Olivo", 26 de febrero de 1961.
(Fuente: Granma.cu / Tomado del libro de Ernesto Che Guevara, "Paisajes de la Guerra Revolucionaria").
"ALEGRÍA DE PÍO".
"Verde Olivo", 26 de febrero de 1961.
(Fuente: Granma.cu / Tomado del libro de Ernesto Che Guevara, "Paisajes de la Guerra Revolucionaria").
"Alegría de Pío es un lugar de la provincia de Oriente, municipio de
Niquero, sito cerca de Cabo Cruz, donde fuimos sorprendidos el 5 de
diciembre de 1956 por las tropas de la dictadura.
Veníamos
extenuados después de una caminata no tan larga como penosa. Habíamos
desembarcado el 2 de diciembre en el lugar conocido por la playa de Las
Coronadas, perdiendo casi todo nuestro equipo y caminando durante
interminables horas por ciénagas de agua de mar, con botas nuevas. Esto
había provocado ulceraciones en los pies de casi toda la tropa. Pero no
era nuestro único enemigo el calzado o las afecciones fúngicas. Habíamos
llegado a Cuba después de siete días de navegación a través del Golfo
de México y el Mar Caribe, sin alimentos, con el barco en malas
condiciones, casi todo el mundo mareado por falta de costumbre al vaivén
del mar, después de salir el 25 de noviembre del puerto de Tuxpan, un
día de norte, en que la navegación estaba prohibida. Todo esto había
dejado sus huellas en la tropa integrada por bisoños que nunca habían
entrado en combate.
Ya no quedada de nuestros equipos de guerra nada
más que el fusil, la canana y algunas balas mojadas. Nuestro arsenal
médico había desaparecido, nuestras mochilas habían quedado en los
pantanos. Caminamos de noche, el día anterior, por las guardarrayas de
las cañas del central Niquero (New Niquero Sugar Company) que pertenecía
a Julio Lobo en aquella época. Debido a nuestra inexperiencias,
saciábamos nuestra hambre y sed comiendo cañas a la orilla del camino y
dejando allí el bagazo; pero además de eso, no necesitaron los guardias
el auxilio de pesquisas indirectas, pero nuestro guía, según nos
enteramos años después, fue el autor principal de la traición,
llevándolos hasta nosotros. Al guía se le había dejado en libertad al
llegar al punto de descanso, cometiendo un erro que repetiríamos algunas
veces durante la lucha, hasta aprender que los elementos de la
población civil cuyos antecedentes se desconocen deben ser vigilados
siempre que se esté en zonas de peligro. No debimos permitirle irse a
nuestro falso guía en aquellas circunstancias.
En la madrugada del
día 5 eran pocos los que podían dar un paso más; la gente desmayada,
caminaba pequeñas distancias para pedir descansos prolongados. Debido a
ello,se ordenó un alto a la orilla de un cañaveral, en un bosquecito
ralo, relativamente cercano al monte firme. La mayoría de nosotros
durmió aquella mañana.
Señales desacostumbradas empezaron a ocurrir a
mediodía, cuando los aviones Biber (Beaver) y otros tipos de avionetas
del ejército y particulares empezaron a rondar por las cercanías.
Algunos de nuestro equipo, tranquilamente, cortaban cañas mientras
pasaban los aviones sin pensar en lo visibles que eran dada la baja
altura y poca velocidad a que volaban los aparatos enemigos. Mi tarea
en aquella época, como médico de la tropa, era curar las llagas de los
pies heridos. Creo recordar mi última cura en aquel día. Se llamaba
Humberto Lamotte el compañero y esa era, también, su última jornada.
Está en mi memoria la figura cansada y angustiada llevando en la mano
los zapatos que no podía ponerse mientras se dirigía del boquitín de
campaña hasta su puesto.
Montané y yo estábamos recostados contra un
tronco, hablando de nuestros respectivos hijos; comíamos la magra
ración -medio chorizo y dos galletas- cuando sonó un disparo; una
diferencia de segundos solamente y un huracán de balas -al menos eso
pareció a nuestro angustiado espíritu durante aquella prueba de fuego-
se cernía sobre el grupo de 82 hombres. Mi fusil era de los mejores,
deliberadamente lo había pedido así porque mis condiciones físicas eran
deplorables después de un largo ataque de asma soportado durante toda la
travesía marítima y no quería que se fuera a perder un arma buena en
mis manos. No sé en que momento ni cómo sucedieron las cosas; los
recuerdos ya son borrosos. Me acuerdo que, en medio del tiroteo, Almedia
-en ese entonces capitán- vino a mi lado para preguntar las órdenes
que había, pero ya no había nadie allí para darlas. Según me enteré
después, Fidel trató en vano de agrupar a la gente en el cañaveral
cercano, al que había que llegar cruzando la guardarraya solamente. La
sorpresa había sido demasiado grande, las balas demasiado nutridas.
Almeida volvió a hacerse cargo de su grupo, en ese momento un compañero
dejó una caja de balas casi a mis pies, se lo indiqué y el hombre me
contestó con cara que recuerdo perfectamente, por la angustia que
reflejaba, algo así como "no es hora para cajas de balas", e
inmediatamente siguió al camino del cañaveral (después murió asesinado
por uno de los esbirros de Batista). Quizás ésa fue la primera vez que
tuve planteado prácticamente ante mi el dilema de mi dedicación a la
medicina o mi deber de soldado revolucionario- Tenía delante una mochila
llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho peso para
transportarlas juntas; tomé la caja de balas, dejando la mochila para
cruzar el claro que me separaba de las cañas. Recuerdo perfectamente a
Faustino Pérez, de rodillas en la guardarraya, disparando su pistola
ametralladora. Cerca de mí un compañero llamado Albentosa, caminaba
hacia el cañaveral. Una ráfaga que no distinguió de las demás, nos
alcanzó a los dos. Sentí un fuerte golpe en el pecho y una herida en el
cuello; me dí a mí mismo por muerto, Albentosa, vomitando sangre por la
nariz, la boca y la enorme herida de una bala cuarenta y cinco, gritó
algo así como "me mataron" y empezó a disparar alocadamente pues no se
veía a nadie en aquel momento. Le dije a Faustino, desde el suelo, "me
jodieron", Faustino me echó una mirada en medio de su tarea y me dijo
que no era nada, pero en sus ojos se leía la condena que significaba mi
herida.
Quedé tendido; disparé un tiro hacia el monte siguiendo el
mismo oscuro impulso del otro herido. Inmediatamente, me puse a pensar
en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido.
Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado
en un tronco de árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al
saberse condenado a muerte por congelación, en las zonas heladas de
Alaska. Es la única imagen nítida. Alguien, de rodillas, gritaba que
había que rendirse y se oyó atrás una vez, que después supe pertenecía a
Camilo Cienfuegos (Nota de la Redacción: En realidad, fue Juan
Almeida), gritando: "Aquí no se rinde nadie ..." y una palabrota
después. Ponce se acercó agitado, con la respiración anhelante,
mostrando un balazo que aparentemente le atravesaba el pulmón. Me dijo
que estaba herido y el manifesté, con toda indiferencia, que yo también.
Siguió arrastrándose hacia el cañaveral, así como otros compañeros
ilesos. Por un momento quedé solo, tendido allí esperando la muerte.
Almedia llegó hasta mí y me dio ánimos para seguir; a pesar de los
dolores, lo hice y entramos en el cañaveral. Allí vi al gran compañero
Raúl Suárez, con su dedo pulgar destrozado por una bala y Faustino Pérez
vendándoselo junto a un tronco; después todo se confundía en medio de
las avionetas que pasaban bajo, haciendo algunos disparos de
ametralladora, sembrando más confusión en medio de escenas a veces
dantescas y a veces grotescas, como la de un corpulento combatiente que
quería esconderse tras de una caña, y otro que pedía silencio en medio
de la batahola tremenda de los tiros, sin saberse bien para qué.
Se
formó un grupo que dirigía Almedia y en el que estábamos además Ramiro
Valdés, en aquella época teniente, y los compañeros Chao y Benitez; con
Almeida a la cabeza, cruzamos la última guardarraya del cañaveral para
alcanzar un monte salvador. En ese momento se oían los primeros gritos:
"fuego", en el cañaveral y se levantaban columnas de humo y fuego;
aunque esto no lo puedo asegurar, porque pensaba más en la amargura de
la derrota y en la inminencia de mi muerte, que en los acontecimientos
de la lucha. Caminamos hasta que la noche nos impidió avanzar y
resolvimos dormir todos juntos, amontonados, atacados por los mosquitos,
atenazados por la sed y el hambre.
Así fue nuestro bautismo de
fuego, el día 5 de diciembre de 1956, en las cercanías de Niquero. Así
se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde."
Enlace original:
https://www.facebook.com/esteban.zuniga.5686/posts/1029577064064588
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