Para
EB White la democracia era la sospecha recurrente de que más de la
mitad de las personas están en lo correcto, más de la mitad de las
veces. El triunfo cercano de un candidato presidencial fascista y
autoritario en Brasil, pone a prueba las palabras de White. Comparto
aquí unos apuntes de madrugada sobre la construcción de los estados
nacionales y la democracia en América Latina, acompañado de mi
valoración sobre Brasil.
Los
orígenes de la crisis democrática en este continente quizás comenzaron
desde 1808 con el colapso de la monarquía española. Robert Holden señala
en Beyond mere war varios
problemas vinculados a la legitimidad y autoridad en la formación de
los estados latinoamericanos y su cariz. Explica cómo en nuestro
continente, las expresiones de poder no están atadas a las instituciones
y el estado sino a fuertes individuos y sus organizaciones. Donde
gobiernos de rapiña debilitan las instituciones y el estado en general
resulta incompetente.
Holden
acierta en su descripción, pero falla al omitir la condición
desventajosa en que dejó el colonialismo español a nuestras tierras, y
las características particulares de la burocracia y rapiña española, en
comparación con otras potencias de la época. Pero hay otro factor que
podría ayudarnos a entender el estado institucional y democrático en la
región.
La guerra es una variable en la formación de los estados nacionales que Charles Tilly
hizo famosa. Su aforismo “la guerra hizo el Estado y el Estado hizo la
guerra” describe el papel que jugaron ciertos conflictos bélicos en
Europa para solidificar fronteras e instituciones. Si bien los estados
de nuestro continente ya tienen varios siglos de violencia interna, esta
ha sido más causa de desestabilización que mecanismo para alcanzar su
solidez.
Miguel Centeno ofrece
una explicación de qué hace a América Latina distinta. El poder estatal
en el continente siempre fue superficial y muy disputado, esto hizo que
los estados raramente se involucraran en grandes conflictos bélicos
internacionales y terminaran así: débiles, subdesarrollados y
generalmente incompetentes. La ausencia de instituciones políticas
sofisticadas capaces de participar en las guerras internacionales,
terminó siendo un problema mayor. Sin guerras no hubo construcción
estatal eficaz.
Esta teoría fue disputada por Jorge Domínguez,
quien argumenta que no es que nuestras naciones evitaran guerras
internacionales desde su independencia, sino que la “paz” solo llegó a
nuestros países a finales del siglo XIX. Como sea, no cabe dudas de que
la formación de los estados y su desempeño ha sido trascendental en
nuestras instituciones y nuestra relación con la democracia.
Que
en menos de un siglo (1898-1994) Estados Unidos haya intervenido para
cambiar exitosamente 41 gobiernos en América Latina (como refiere John Coatsworth),
sin importar que fueran democráticamente electos o no, a razón de un
gobierno intervenido cada 28 meses, no ayudó. Nuestras instituciones se
hicieron aún más débiles, primó el escaso respeto a la ley y una
limitada efectividad burocrática.
Las
deficiencias en la formación de los estados latinoamericanos (junto a
otras que no menciono para no alargar el texto) explican parte del
pasado siglo y el presente de nuestras naciones. Entonces tenemos a
Brasil, donde la mayoría de los votantes prefiere a un autócrata y no al
representante del partido político que sacó a 28 millones de ciudadanos
de la pobreza en solo una década. Los escándalos de corrupción del PT y
el fantasma de Venezuela, han traído millones de votos de castigo.
Votos suicidas.
Jair
Bolsonaro es el único candidato con tendencias autoritarias en las
elecciones de Brasil, y va ganando por mucho. Acostumbrados a políticos
de derecha como Macri y Temer, muchos no perciben la diferencia radical
en este militar de reserva. Los casos de corrupción y la exclusión de
Lula en el proceso electoral no amenazan la frágil y manipulada
democracia brasileña como hace Bolsonaro. La debilidad institucional que
describimos anteriormente, sumada a un personaje que parece más
dictador que político, en el país más grande de América del Sur, es la
receta al desastre.
El
militar ha declarado abiertamente su respaldo a dictaduras militares y
el potencial cierre del Congreso brasileño. Apoya el uso de la tortura y
asesinatos extrajudiciales, sin reconocer un resultado electoral que no
sea el de su victoria. Dice que la dictadura en su país debió haber
asesinado a 30 000 personas, incluyendo al expresidente Fernando
Henrique Cardoso, a quien llama corrupto junto a Lula. Anuncia que
tratará el Movimiento sin Tierra como una organización terrorista. Y
gana la mayoría de los votos.
Bolsonaro
no respeta las reglas de una democracia que de por sí ya estaba en
crisis, incita a la violencia y niega la legitimidad de sus rivales
políticos. Tampoco parece respetar las libertades civiles de sus
oponentes. Fallaría cualquier examen de democracia liberal y tendría
menos en una democracia socialista. La intelectualidad occidental está
nerviosa por lo que significa un Brasil autocrático en sus manos, pero
las élites económicas celebran. Al día siguiente de la primera ronda
electoral en su país, la bolsa de valores brasileña subió
significativamente y el WSJ lo elogió como un populista conservador que “drenará el pantano” en Brasil.
Cuando las oligarquías tienen que elegir entre sus objetivos políticos y económicos a corto plazo, y la defensa de la democracia nacional a mediano y largo plazo, gana la primera opción
La
percepción de que un presidente propenso al autoritarismo es bueno para
la economía y preferible a una opción más progresista, tampoco es
nueva. El mismo error ocurrió en la Italia de los años 20, la Alemania
de los años 30 y en Estados Unidos hace dos años. Que la falta de visión
política y compromiso nacional siga siendo un rasgo característico de
las oligarquías, no debería sorprendernos, es su naturaleza. Pero que
más de la mitad de las personas en un país vecino opten por el
autoritarismo en lugar del civismo, es la tragedia democrática actual en
América Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario