Por Amaro Villanueva
Vea don Nemesio: yo, d’ eso, poco entiendo. Y no me aflijo. Trabajo,
me pagan y sanseacabó. Las cuentas claras, ¿sabe? Lo demás es puro
enredo. Dejemos eso pa los dotores y los políticos, que entienden la
letra menuda y saben sacar provecho jorobando a los pobres… ¡qué quiere!
-Estás errao, muchacho: si precisamente con lo que hay que acabar es
con el enredo, empezando por aclararnos el asunto. Y, siguiendo tu
parecer, vamos a ir a parar en que somos edénticos a los bichos, a los
animales… Sí, señor. Vos, muchas veces, me has ponderao mi caballo, qu’
es todo mi lujo…
-Así es, don Nemesio: su doradillo es un lindo
pingo, verdaderamente. Créame que muchas veces me da lástima verlo en
las varas del carretón…
-Y güeno: mi caballo (perdóname la
comparancia ¿no?) también trabaja, come y descansa. Y sanseacabó. Pero,
por más lindo que sea mi doradillo, ni a mí, ni a vos, ni a naides le
gusta que lo tengan en la condición de caballo. Y un poco ‘e la lástima
que le tenemos al pingo debemos dejarla pa nosotros mismos.
-Oh!... Es moy distinto, don Nemesio… ¡Moy distinto! A mí me pagan mi
trabajo con plata. Y yo gasto mi plata como me parece mejor: atiendo a
mi familia, me doy algún gusto y hasta, sin ser fantástico, m’ empilcho
más o menos…
-¡Ajáh!... claro: a vos, igual que a mí, Laureano,
no te dan una ración de maíz, o de alfa, sinó que te pagan con plata. Y
por eso ya se te hace que la cosa es muy distinta. Las cuentas claras,
me decís. Pero, ponete a sacar cuentas, muchacho, que p’algo sirve haber
pasao el tercer grado.
-Las cuentas las hacen ellos, don
Nemesio, las hacen los patrones. Yo sé cuándo están bien y cuando están
mal. Si están bien, bien; y si están mal, reclamo y me hago pagar lo que
deben pagarme.
-Eso es muy cierto, eso que has dicho: las
cuentas las hacen los patrones. Muy cierto: las hacen los que manejan la
plata. ¿Y nunca te ha dao la curiosidá por fijarte cómo las hacen?...
Mirá, yo te viá decir: las hacen como yo se las hago a mi caballo. Yo a
mi caballo lo cuido pa que siempre se mantenga en buen estao, porque lo
preciso todos los días pa’l carretón de reparto. Y hasta algún domingo,
si mal no viene, lo ensillo, como la gente, pa dir a visitar un amigo’el
campo, por acá cerca no más, claro. Y güeno: lo mesmito hacen con
nosotros los que manejan la plata. Creeme Laureano: nos pagan pa que nos
mantengamos y podamos seguir burriando y rindiendo en el trabajo lo más
posible. Eso es todo m’hijo.
Hay un silencio largo. Laureano
mira hacia abajo, como sin ver. Mira pensando. Es un hombre joven, que
no debe tener ni treinta años, de linda planta y moreno rostro
simpático. Don Nemesio Burgos es hombre ya de edad y debe andar pisando
los sesenta, que, aunque muy bien llevados, se denuncian en su frente
espaciosa de calvo -una frente clara y austera- y en las hebras blancas
que salpican su pequeña barba en punta. Viste con pulcra sencillez
obrera. En su cara atezada, de criollo, brillan unos ojos vivos, con esa
lucecita cordial con que miran los antiguos. Y fuma con reposada
lentitud, como olvidándose del cigarrillo fuerte. Amigo íntimo del
finado padre de Laureano, siguen siendo vecinos, ahí por donde se ha
formado ahora el barrio del Frigorífico Municipal.
-Algo de razón le hallo -dice, por fin, Laureano-. Pero es bastante esagerao su modo de compararnos…
-¡Esagerao! -arguye el de más edad-. Ponete a sacar cuentas, a ver si
esagero. Mirá, vos ganás como 40 pesos de jornal, ¿no es así? Güeno: y
trabajás entre 22 y 26 días al mes. Ponele 25. Y te redondiás al mes
unos 1.000 pesos, cuando ganás más. Y… ¿querés decirme qué te quedan,
después de todo?
-¿Qué nos queda? Unos 100 pesos pa los vicios,
que son el cigarrillo y alguna copa el día domingo. Y p’alguna güelta
que vamos al cine, o salimos por ahí, con la patrona y los dos chicos.
Eso me queda.
-Y te queda… porque tironiás bastante la rienda ‘e
tus necesidades. Y porque tenés una mujer reguapa, que cincha en las
casas, de sol a sol, y sabe desempeñarse en la cocina, pa hacerte los
gustos, sin cair en gastos mayores.
-Eso es verdad, don Nemesio.
Y güeno… pero ahura verás lo que no le ves a la cosa: a vos te pagan 40
pesos por día, (¿no es así?, qu ’en realidá son por las ocho horas de
trabajo, ¿sabés?...
-¡Y claro, don Nemesio! ¡No me van a pagar por las horas que no trabajo!
-No se apure, amigo: despacito por las piedras, como dice el pato
Bogado. A vos te pagan por las ocho horas de trabajo y ganan con el
trabajo que vos hacés, ¿no?
-¡Seguro! Si no ganaran no me tendrían de pión, pues.
-Güeno, ganan con tu trabajo, con lo que hacés en las ocho horas que te
pagan por día. Vos trabajás esas 8 horas y después te vas a tu casa, a
descansar. Pero a tu casa no te la pagan ellos. Te la pagás vos, ¿no es
cierto? Güeno: y ahí te van sacando otra ganancia, de la plata ‘e tu
trabajo. Vos llegás a tu casa, te sentás en una banquilla y te prendés
con el mate que ya te tiene preparao tu patrona, mientras te fumás un
cigarrillo a gusto. Y ni al fuego en que se calienta l’agua, ni al mate,
ni al cigarrillo te lo pagan ellos, sino que te lo pagás vos. Y ahí ya
te sacan otra ganancia más de la plata de tus 8 horas de trabajo.
Después llega la hora de cenar, y vos, tu mujer y tus dos muchachos se
sientan a comer un guiso, un puchero o un asao. Y sos vos el que paga la
leña o el carbón, y la carne, y el fideo, y todo lo demás, en lo que
también te van sacando otra ganancia. ¿Comprendés? Porque la comida no
te la pagan ellos…
-¡Pero, seguro! Si es pa mí y pa mi gente. La pago yo.
-Aguardate. Eso es dos veces por día. Todos los días, trabajés o no
trabajés. Y cuando no trabajás es pior; porqu’ellos no te pagan el día
que no trabajás. Y si es un domingo, que te encontrás con unos amigos,
toman la copa y vos pagás una güelta, o dos, correspondiendo, ya t’están
sacando otra ganancia en eso, los que manejan la plata. Y si te vas al
cine o a pasiar, por ahí, con tu mujer y tus chicos: que por el ómnibus,
que por las entradas p’al cine, que porque la convidás a tu mujer con
un chop y a los chicos con unas galletitas o con caramelos, ya vas
dejando en cada cosa otras ganancias pa los que manejan la plata.
Agregale que tu chiquilín más grande ya v’a la escuela, desde hace dos
años, y que guardapolvo, y que zapatillas, y que cuaderno, y que libro y
libreta, y que goma y lápiz, qu ’estampilla p’al ahorro, y seguile
echando, qu ‘en todo eso le vas dejando más ganancias a los que manejan
la plata. ¿No es así?
-Así que…
-¡Y!... Que desde que te
levantás hasta que te acostás, y hasta cuando estás durmiendo, t’están
sacando ganancia m’hijo, los que manejan la plata. Porque, ¿qué te queda
al fin del día, y ahí está lo cierto, de los cuarenta pesos? O, ¿qué te
queda, al fin del mes, de los novecientos y tantos? ¡Nada, che! Quiere
decir que te han hecho trabajar y no has ganao nada.
-Pero ¿y lo que me han pagao?
-¿Y no has visto? Lo que te han pagao, igual que lo que me pagan a mí,
es como la ración de maíz o de alfa que yo le doy a mi doradillo pá que
pueda seguir tirando del carretón de reparto. Te han pagao, pero vos no
has ganao nada, al fin de cuentas. Toda la ganancia ‘e tu trabajo, y
hasta los cuarenta pesos del salario que te pagan cuando trabajás, al
fin del día están con ellos, con los que manejan la plata. Lo hemos
visto bien clarito.
-Y sí, no hay nada que hacerle. Pero la verdá es que no caigo, don Nemesio, en cómo es que nos embroman tan fiero…
-Mirá, nos pagan por día, dicen, pero no nos pagan más que las horas
que trabajamos, ¿no es así?, y vos trabajás hoy, pongamos por caso, pero
pa trabajar mañana otra vez precisás descansar, asearte, tener una
muda’e ropa, comer, dormir y, si es posible, distrairte un poco, lo que
se llama reponer tu fuerza, tus energías, porque si no, al otro día no
hay pión, o hay un pión que no rinde. ¿No es verdá?... Y güeno, eso te
quiere decir qu’el descanso, la comida, la ropa, el sueño y todo lo
demás que precisás pa reponer tus energías, lo precisás pa poder cinchar
las ocho horas de trabajo al día siguiente, así como precisás las
herramientas, ya sea una pala, una llave, un cepillo o un torno, pa’l
trabajo que te mandan hacer. A la herramienta te la dan, pa que trabajés
mejor y rindás más en el trabajo, pero no te dan la comida, ni el
descanso, ni todo lo otro que precisás pa reponerte en las horas que no
trabajás. A eso te lo cobran, y de yapa, te le sacan ganancia, igual que
a tu trabajo. Así que te pagan pa que podás dir tirando, y nada más. Y
vos, encima d’eso, tenés que criar tus hijos, pa qu ’ellos, los
platudos, tengan piones a quienes sacarles el jugo mañana, cuando vos ya
no des. ¿Me has comprendido?
Laureano, que está muy pensativo,
dice que sí con un movimiento de cabeza, que traduce, al mismo tiempo,
su íntimo asombro al comprender, con tanta claridad, el problema que le
explica su compañero. Don Nemesio continúa:
-Es como si yo dijera
que le pago a mi mancarrón… O qu’el doradillo gana algo, trabajando por
mi cuenta… Los únicos que ganan son los que tienen la plata, cremeló. Y
ahura verás el tuétano d’este caracú, porque, como decía el finao
Martín Fierro, “vamos dentrando recién a la parte más sentida…” Tu
patrón te paga un salario ¿no? Entonces, ¿qu’es lo que vos le vendés, o
qu’él te compra, por ese salario? Te compra la fuerza, m’hijo, tu
energía y tu baquía pa’l trabajo. Pero lo que vos producís trabajando,
ya sea que hagás alpargatas o sombreros, cuchillos de mesa o mecheros pa
calentadores, vale más que la fuerza y la baquía que vos gastás en
hacerlo. Porque vos bien sabés que no vale lo mismo un cuero ‘e vacuno
qu’el lazo que podés hacer con él, o los pares de botas que podés hacer
con ese cuero. Como no vale lo mismo un tronco de árbol que los muebles
que podés sacar d’ese tronco… Por lo consiguiente, con lo que vos
producís trabajando cuatro horas, pongamos por caso, quedarías a mano
con tu patrón, por el salario que te paga. Y a pesar d’eso tenés que
trabajar otras cuatro horas, vale decir, el doble, pa enterar la jornada
‘e trabajo. Y lo que vos producís en esas otras cuatro horas ya es
ganancia limpita qu’el patrón le saca a tu trabajo. Y se la embolsica
nada más que porque tiene plata p’hacerte trabajar por su cuenta,
¿m’entendés? Así que, nada más que porque tiene plata pa pagarte, él
gana en el día, con tu trabajo, por lo menos tanto como lo que te hacen
creer que vos ganás chorriando la gota gorda. Pero como tu patrón tiene
otras cuarenta o cincuenta personas que trabajan, como vos, por el
salario que les paga, él s’embolsica en el día, con el trabajo de esa
gente, una ganancia igual a los cuarenta o cincuenta salarios de sus
piones ¿sabés?... Y, ahura, calculá lo que ganarán aquellos patrones que
tienen plata p’hacer trabajar por su cuenta a mil o a diez mil obreros…
Porque los platudos son los únicos que ganan, haciendo trabajar por su
cuenta a los demás. Y de ahí que sean también los que cada día tienen
más plata, pa explotar a más gente pobre, mientras que los trabajadores,
los que le producimos esa ganancia, seamos más pobres cada vez.
Don Nemesio toma ahora del brazo a Laureano para reiniciar la caminata interrumpida. Y ya de camino, le dice:
-Estas son las cuentas claras, Laureano, como las hacen los patrones.
Hace un rato, cuando vos me contestaste así, yo me acordé del finao tu
padre, que fue’l que m’hizo ver cómo eran las cosas. El qu ’era tan
letor desde que la parálisis l’envaró las piernas y lo tuvo sentado más
de cuatro años, hasta que lo tragó el hoyo, fue’l que m’ enseñó lo qu
t’he dicho. Entonces, cuando no pudo manejar más el martillo con el que
hacía aquellas rejas de fierro que parecían un ramo ‘e flores, se dio a
ler, p’ayudarnos a entender nuestras cosas. Los domingos nos juntábamos
en tu casa unos cuantos obreros, qu ’íbamos a visitarlo, y él nos leía y
nos esplicaba lo que no entendíamos. Vos eras chiquito, pero a lo mejor
te acordás… yo, qu ‘era vecino, m’iba todas las santas tardes, después
del trabajo a pasar un rato con él, matiando, leyendo y conversando. Y,
una güelta, cuando conseguimos entender esto de que hemos hablado, me
acuerdo patente, como si juera ayer, el finao me dijo: “Mirá, Nemesio:
¡esta cuenta si qu’ es clara! Y ya sabés qué dice el refrán: “las
cuentas, claras, y el chocolate, espeso”. Y se le llenaron los ojos de
alegría, lo que habíamos llegao a saber, por fin, como era la cosa, como
es que hacen esto que se llama la explotación del hombre por el hombre.
¡Amigo! ¡Qué hombre de linda cabeza era el finao tu padre, che
Laureano!...
Y, con el sol a la espalda, un sol ya de horizonte,
las siluetas de los dos vecinos del barrio del frigorífico se agrandan,
como sus sombras, en el fraternal regreso a las casas, identificados en
una misma conciencia de porvenir.
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