Por Franco Vielma, en Misión Verdad
¿Cómo no recordar a Chávez un 5 de marzo? ¿Cómo no extrañarlo
hoy, que el silencio de las cuatro de la tarde nos lleva a momentos y
lugares en que nos arropó la absoluta circunstancia? El quinto
aniversario de la siembra del Comandante Hugo Chávez es por defecto una
fecha que conmueve emociones. Pero es un acontecimiento que nos obliga a
pensar y actuar con la cabeza.
Aunque
la política sigue siendo nuestra interacción por la definición de la
cosa pública y el ordenamiento económico y social del país, en Venezuela
ésta ha alcanzado la categoría de ser una instancia moduladora de
nuestra realidad sociocultural a niveles profundos, al punto de
constituirse como cuestión identitaria. Esto hablando del chavismo.
Por mucho, el chavismo es un referente denominador del entramado
social en instancias incluso más allá de él. Además de ser una
construcción desde y para el devenir que se define en función de un
ideario y una praxis marcada alrededor de la figura de Chávez y el
acompañamiento político que tuvo desde grandes sectores sociales.
Así que una sinopsis sobre Chávez pasa por el reconocimiento del
chavismo como una identidad más que política, para ser también una
entidad emocional, sociocultural. Chávez es hoy las conclusiones que
tenemos sobre él. En ellas persiste, en ellas perdura, en ellas se
preserva.
¿Qué es y seguirá siendo Chávez para la realidad venezolana? ¿Un
referente? ¿Un momento? ¿Un proceso de largo aliento? ¿Cómo se conjuga
su nombre en los nuevos momentos que hoy transita su herencia?
Chávez y nuestras circunstancias
No hay discusiones. Los momentos actuales de la República Bolivariana
de Venezuela luego del periplo de Chávez por estas tierras nos convocan
a efectuar un corolario político. Irremediablemente éste desemboca en
que ahora, como tantas otras veces, Chávez tuvo razón. Son estas las
horas de las que nos alertó en su último discurso ante la nación, pues
no nos han faltado ni las "circunstancias de nuevas dificultades", ni
quienes han tratado de aprovecharlas para intentar empujarnos a la
restauración del oprobio.
Son estos los tiempos en que el enemigo real y profundo de la
Revolución Bolivariana salió de las sombras para sumir con mano propia
su escalada destructiva contra el chavismo. Decretos, sanciones,
acciones de asfixia financiera y comercial. Circunstancias económicas
adversas. El aparataje y la variante económica de la desestabilización
interna. El asedio diplomático. La nefasta componenda política interna.
Violencia fascista brutal, paramilitarizada y articulada. El intento de
empuje del país todo a una gran conmoción, al conflicto, a la guerra
total en su versión armada. ¿Hay alguien que duda de la magnitud del
tiempo en que vivimos?
¿Cuántas veces se vio amenazada la República como hoy? ¿Cuántas
oportunidades en la historia ha tenido la dignidad venezolana para
enfrentar poderes absolutos y reales de manera consistente y descarnada?
Sin duda, vivimos en circunstancias inusuales y extraordinarias, que
bien podemos lamentar o por otro lado atesorar como símbolo irreductible
de nuestro momento. Los atributos del salto a la historia que dimos con
Chávez son lo que son. De nosotros depende su lectura.
Desde esta lectura es preciso concluir que lo que Chávez es hoy para
el chavismo y más allá de él, para la realidad nacional, yace en nuestra
síntesis del momento conjugado con visión de la política y la sociedad
venezolana.
Desde 1998 y durante un primer ciclo revolucionario en Venezuela
hasta 2003, se produjo la gran ruptura venezolana de nuestro tiempo.
Antes del ascenso de Chávez a la presidencia, el poder en Venezuela era
una sola entidad con un espacio político y otro económico. Uno se
subordinaba al otro en una especie de binomio inseparable, regido por
una gendarmería nacional que a su vez servía a intereses extranjeros. Al
llegar Chávez, la ruptura se produjo de manera que el poder político
quedó en una instancia y el económico en otra, dando paso con ello a
situaciones inéditas en la vida nacional que definieron una hoja de ruta
hasta nuestros días.
Dicho de otra manera, emprendimos una hoja de ruta histórica que hoy
nos trae fuertes coletazos. Así que, en medio de las consideraciones de
la coyuntura venezolana, el antichavismo tiene razón en una frase mas no
en su contenido: "Lo que hoy ocurre en Venezuela es culpa de Chávez",
pero no desde la narrativa de sus acciones por mano propia, sino por los
demonios que desató su accionar, que fue el nuestro. El del
atrevimiento. El de pensar y construir una República sin los designios
de la plutocracia nacional anclada a los poderes hegemónicos
extranjeros.
Vale la pena recordar una lección de Chávez: ninguna guerra se gana llorando
Esto extrapola el sentido del 5 de marzo que se simplifica alrededor
de Hugo Chávez en una dirección que debemos revisar. El legado de Chávez
no es el legado de Hugo Chávez, léase bien: el legado de Chávez en
realidad es nuestro legado. En él persiste el chavismo, porque el
chavismo persiste en sí mismo, persiste en su propio peso político, en
su propia responsabilidad histórica, en su propio accionar, en la
síntesis que se constituye en nuestros días como una senda trazada y una
determinación al atravesarla.
En realidad Chávez fue resultado de un proceso político y en él
recayó el resumen, anclado en un cuerpo físico, de una aspiración
proveniente de nuestro cuerpo social. Literalmente lo parimos para
liderar una causa política enorme, de proporciones sociales a largo
plazo. Esas circunstancias hemos creado y en ellas persistimos. Como
ocurre en cada uno de nosotros cuando interiorizamos nuestras
responsabilidades por lo hecho por nuestra propia mano, y las asumimos,
así debemos emprender la tarea de asumirnos responsables, herederos y
baluartes de nuestro devenir, desde nuestro cuerpo colectivo.
Nuestra elección política
Puede elegir usted entre extrañar, reflexionar o llorar alrededor del
nombre de Chávez. A estas horas las indagaciones no se hacen esperar.
Muchos tienen algo que opinar sobre lo que se ha dicho, sobre lo que no
se ha hecho o sobre lo que hay que hacer luego de su ausencia física y
los avatares que nos han abordado.
Pero las placas tectónicas del poder mundial se estremecen. El
hemisferio acude a importantes y acelerados cambios geopolíticos. Y
apenas hay unos pocos puntos de choque de estas grandes fuerzas
telúricas. Uno de esos nudos críticos de la política mundial somos
nosotros. Estas instancias nos obligan a mirar más allá de los avatares
de nuestro frente interno, nos constriñen a superar la miopía política
de observar nuestro "aquí" y nuestro "ahora" sin reconocer nuestro
contexto. Venezuela se encuentra bajo asedio, ya sabemos, por nuestra
relevancia geopolítica, por ser un pivote energético global, en fin.
Pero Venezuela es también un punto de convergencia de grandes
infamias nacionales e internacionales por haber dado un paso legítimo en
la historia, por el reacomodo de nuestras visiones de la política y del
mundo, y por haber consagrado una revolución genuina, "por culpa de
Chávez", por nuestra gran culpa, debemos confesar con gusto ante
nosotros y ante el mundo.
¿Son estos momentos escenarios para el romanticismo de la nostalgia?
¿Son estas horas el punto de partida correcto para evaluar la política
desde las ausencias, los pesares y las inconformidades? Definitivamente
no.
Cinco años han transcurrido desde la siembra de Chávez, y aunque su
fuerza, su ideario y su conexión emocional profunda con nosotros nos
convoquen, lo que más debemos recordar son las lecciones ya aprendidas
con él y gracias a él. Pues para tiempos como éstos fue el aprendizaje:
nuestro sentido de la sagacidad política, inteligencia, oportunidad,
creatividad y pragmatismo.
El sentido del privilegio de la preservación del objetivo
estratégico, por encima de los métodos y las tonalidades convencionales,
es una realidad que signa este momento político en el chavismo. Y aquí
no hay mayor espacio para ternuras. El chavismo prevalece, contra muchos
pronósticos y a expensas de situaciones jamás conocidas. Ese es el
saldo, con matices dolorosos, producto de grandes presiones, fuertes
contracciones y grandes emociones. Tal cual como un parto.
Junto al presidente Nicolás Maduro, en las horas difíciles (las más
inadecuadas para dudar), nuestra elección política debe ser asumida
sobre la inercia de una realidad inocultable e imposible de evadir:
Venezuela está en guerra.
Y en este punto vale la pena recordar una lección de Chávez: ninguna
guerra se gana llorando. Toda guerra se gana, apenas recordando el
ideario de nuestros héroes y mártires, para luego desplegar la
estrategia, el conocimiento, la pericia y el aplomo en el terreno.
Claro que nos duele Chávez. Pero nuestra racionalidad debe ser
impoluta. A cinco años de la partida de Chávez, resistimos, así debemos
entenderlo. Seguimos de pie. "Que nadie se equivoque".
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