Por José Israel Hernández, recogido de Antorcha.org
La Revolución de febrero de 1917 libera a Stalin de su confinamiento en Siberia. Regresa a Petrogrado (antigua Petersburgo) el 12 de marzo y se instala en un modesto apartamento de la calle Fontaka que comparte, junto con su mujer, su hijo, Molotov y Dzerzhinski. El Comité Central le nombra delegado bolchevique en el Comité Ejecutivo del Soviet y, además, le encomienda la dirección de Pravda junto con Kamenev.
Pero sus posiciones políticas, tras varios años de destierro, no responden a las necesidades de la revolución en aquel momento. Stalin, como el resto de la dirección bolchevique en el interior, continúa hablando de república democrática y de presionar al gobierno provisional para exigirle la apertura inmediata de negociaciones de paz. Estaba anclado en el pasado, mientras las posiciones leninistas habían dado un salto adelante gigantesco, lo mismo que toda la situación, interna e internacional.
En abril Lenin llega a Petrogrado, regresa a Rusia después de muchos años de exilio. En la misma estación sus camaradas le saludan con discursos protocolarios de bienvenida. El zarismo había sido reemplazado por la República, la autocracia por la democracia; los bolcheviques podían actuar libremente entre los obreros y eso les llenaba de satisfacción. Hasta los mencheviques y los eseristas, es decir la izquierda, alcanzaron cargos en el nuevo gobierno. Pero Lenin no estaba nada contento con la postura adoptada por la dirección del Partido ni por el Prava entre febrero y abril. A pesar de lo avanzado de la noche y del cansancio, reunió inmediatamente a la dirección del Partido en un hotel. Su alocución no fue nada complaciente y duró dos horas, en las que criticó duramente a sus camaradas.
Lenin sostenía que la Revolución de Febrero había creado una dualidad de poder: por un lado los soviets obreros y, por el otro, el gobierno burgués, con el que no cabía ninguna clase de contemplaciones: había que llamar a su derrocamiento, había que reclamar todo el poder para los soviets y, en suma, había que dar un giro estratégico a la línea del Partido, poniendo en primer plano la lucha por la revolución socialista.
No contento con ese jarro de agua fría, Lenin dijo que por su colaboración con la burguesía durante la guerra imperialista, el socialismo estaba podrido en todos los países: había que crear partidos comunistas enteramente nuevos.
Lenin redacta sus Tesis de abril en las que condensa esas nuevas posiciones, pero el choque es tan fuerte que Kamenev no sólo no las publica en Pravda sino que las critica y continúa defendiendo la naturaleza meramente democrática de la revolución proletaria.
Stalin, por el contrario, rectificó y asumió la nueva línea leninista, pero fue el único porque en el Comité Central seguían prevaleciendo las viejas posiciones.
Con la Revolución de Febrero no todos regresaron a la batalla política desde Siberia, como Stalin. Además de Lenin, volvieron otros exiliados, las viejas figuras políticas, más conocidas en los cenáculos de París y Berlín que entre los obreros de Rusia. Habían huido despavoridos de las detenciones y las cárceles y ahora querían gozar de su oportunidad de encumbrarse al calor de la nueva República burguesa. En este sentido, no se puede admitir ningún paralelismo entre Trotski y Stalin ni histórica ni políticamente. En febrero de 1917, cuando estalla la revolución, mientras Stalin permanecía recluido en Siberia, Trotski estaba en Nueva York, editando la revista Novi Mir (Nuevo Mundo). Este simple detalle lo define todo. Mientras la vida de Stalin casi se confunde con la del mismo Partido bolchevique, la estancia de Trotski dentro del mismo no fue más allá de unos pocos años.
Desde Nueva York, Trotski trató de embarcar hacia Rusia, pero su viaje fue interrumpido en Halifax al resultar detenido por el gobierno de Canadá durante un mes. Fue liberado a petición del gobierno provisional de Kerenski. También los imperialistas británicos presionaron para liberar a Trotski y que lograra volver a Rusia, según el espía británico Bruce Lockhart, para poder utilizar sus disensiones con Lenin. En sus memorias Lockhart criticó la postura del gobierno británico: No tratamos a Trotski con astucia. En el momento de estallar la primera revolución estaba en el exilio en América. No era bolchevique ni menchevique... Era lo que Lenin llamaba un trotskista, es decir, un individualista y un oportunista. Revolucionario con un temperamento de artista y sin ninguna duda dotado de un gran coraje físico. Nunca había sido y no podía nunca ser un hombre serio de partido. Su actitud ante la primera revolución fue severamente condenada por Lenin... En la primeravera de 1917, Kerenski pidió al gobierno británico que facilitara el regreso de Trotski a Rusia... Como de costumbre en nuestra postura respecto de Rusia, adoptamos medidas desastrosas. Trotski fue tratado como un criminal. En Halifax fue internado en un campo de concentración. Y después de provocar su amargo resentimiento, fue cuando le permitimos regresar a Rusia.
En mayo Trotski llega a Petrogrado desde Nueva York y, después de 14 años de exilio, con una Revolución por medio, no ha sido capaz de constituir un partido. Sigue siendo fiel a sí mismo, un personaje con la cabeza llena de ideas, pero eran sólo teorías; nadie le sigue, carece de apoyos de ningún tipo. Falto de su propia organización, se vio obligado a adherirse a la organización de los llamados mezhrayontsi, socialdemócratas que vacilaban entre los bolcheviques y los mencheviques. El 10 de mayo Lenin acudió a una reunión con este pequeño grupo para plantearles las condiciones para su integración en el Partido bolchevique y tomó notas de la reunión. En ellas Lenin dice que después de exponerles esas condiciones tomó la palabra Trotski fuera del orden del día pactado para manifestar que él no era bolchevique y que no aceptaba la condiciones de ingreso. El grupo no aceptó entonces la unificación, pero, tres meses después, en agosto, los mezhrayontsi declararon que no tenían discrepancias con los bolcheviques e ingresaron en el Partido. A pesar de la oposición de algunos viejos cuadros bolcheviques, como Kalinin, junto con ellos también entraron en el Partido Trotski y sus escasos seguidores. Fueron muchos los mezhrayontsi que, al sumarse a las filas bolcheviques, rompieron para siempre con el oportunismo. Pero el ingreso de Trotski y de algunos de sus adeptos en el Partido fue, como demostraron los acontecimientos posteriores, puramente formal: en la práctica, siguieron defendiendo sus opiniones equivocadas, infringieron la disciplina y minaron la unidad ideológica y orgánica del Partido.
La insistencia de Lenin en admitir a Trotski dentro del Partido era puramente táctica.
Se habían acabado las pequeñas reuniones conspirativas; la legalidad del Partido bolchevique requería personas capaces de hablar ante auditorios numerosos. Por otro lado, los avatares de Pravda demostraban que el Partido también carecía de buenos escritores y periodistas. Se imponía abrir el Partido a los intelectuales y por eso entró Trotski.
En junio Stalin asiste al I Congreso de los Soviets, resultando elegido miembro del Comité Ejecutivo Central y de su Buró Permanente en representación de la minoría bolchevique. También interviene en la Conferencia de las organizaciones militares del Partido.
Un mes después el Comité Central le encomienda organizar la huida de Lenin y queda al frente del funcionamiento del Partido, organizando el VI Congreso, el primero en la legalidad aunque, en realidad, se celebró casi clandestinamente. Stalin leyó el informe de la dirección y pronunció el discurso de clausura sobre la cuestión nacional. En ausencia de Lenin, fue Stalin quien ocupó su puesto al frente del Partido.
El Congreso rechazó las propuestas de Preobrajenski, quien negaba la posibilidad de que la revolución socialista triunfara en Rusia que, en su opinión, sólo era posible si el proletariado de los países de Europa occidental se levantaba. En la misma línea, Bujarin manifiestó que la revolución era imposible porque los campesinos formaban un bloque con la burguesía y no seguirían a la clase obrera.
El Congreso eligió una nueva dirección que, al incorporar al pequeño núcleo trotskista, se amplió considerablemente a 21 miembros, más otros 10 suplentes. Su composición no podía satisfacer a Lenin. Se trataba más de un órgano deliberante que del estado mayor de la revolución que Lenin exigía.
El problema se puso de manifiesto durante la reunión del Comité Central celebrada el 15 de setiembre, cuando Kamenev propuso quemar dos cartas enviadas desde el extranjero por Lenin para preparar la insurrección. Stalin, por el contrario, reclamó que ambas cartas se comunicaran y se discutieran en las organizaciones del Partido, pero su propuesta fue rechazada.
El 8 de octubre se entrevista clandestinamente con Lenin para perfilar los detalles de la insurrección. Dos días después el Comité Central aprueba la consigna insurreccional y, para prepararla, se crea un centro dirigido por Lenin y Stalin. Además Stalin también organiza un comité militar revolucionario y transmite la consigna insurreccional a los responsables bolcheviques del trabajo sindical.
Los preparativos insurreccionales de Lenin fueron aprobados en la reunión del Comité Central de 10 de octubre. Se eligió un centro político para dirigirla (al que se llamó Buró Político) formado por Lenin, Stalin, Zinoviev, Kamenev, Bubnov y Sokolnikov.
Pero poco después, en una nueva reunión del Comité Central, Zinoviev y Kamenev se oponen a la insurrección y la traicionan al publicar los preparativos en la prensa. Lenin exigió la inmediata expulsión de ambos del Partido y, ante el incumplimiento de sus exigencias, llegó a enviar una carta de dimisión a la dirección del Partido.
La siguiente reunión del Comité Central se celebró seis días más tarde y fue ampliada a 25 personas. Se eligió un centro práctico para llevar a cabo la insurrección, formado por Sverdlov, Stalin, Dzerzhinski, Bubnov y Uritski.
Stalin, protagonista directo de aquellos hechos y más ecuánime juzgando a Trotski de lo que la propaganda imperialista nos ha presentado, narraba así el papel de Trotski en aquellas jornadas: Estoy lejos de negar el papel indudablemente importante desempeñado por Trotski en la insurrección. Pero debo decir que Trotski no desempeñó, ni podía desempeñar, ningún papel particular en la insurrección de octubre, y que, siendo presidente del Soviet de Petrogrado se limitaba a cumplir la voluntad de las correspondientes instancias del Partido, que dirigían cada uno de sus pasos. Más adelante añade: Trotski peleó bien en el periodo de octubre. Pero en el periodo de octubre no sólo Trotski peleó bien; ni siguiera pelearon mal gentes como los eseristas de izquierda, que entonces marchaban hombro con hombro con los bolcheviques. Debo decir, en general, que en el periodo de la insurrección triunfante, cuando el enemigo está aislado y la insurrección se extiende, no es difícil pelear bien. En esos momentos hasta los elementos atrasados se hacen héroes.
Pero la lucha del proletariado no es una ofensiva continua, una cadena de éxitos constantes. La lucha del proletariado tiene que pasar también por sus pruebas y sufrir sus derrotas. Y verdadero revolucionario no es quien da muestras de valor en el periodo de la insurrección triunfante, sino quien, peleando bien cuando la revolución despliega una ofensiva victoriosa, sabe asimismo dar muestras de valor en el periodo de repliegue de la revolución, en el periodo de derrota del proletariado; quien no pierde la cabeza y no se acobarda ante los reveses de la revolución, ante los éxitos del enemigo; quien no se deja llevar del pánico ni cae en la desesperación en el periodo de repliegue de la revolución.
Trotski también propuso aplazar la insurrección para sincronizarla con el II Congreso de los Soviets, delatando la fecha de inicio de la revolución. Con ese proyecto, el Gobierno Provisional podía ganar tiempo para agrupar a todas las fuerzas contrarrevolucionarias, dejaba el comienzo de la revolución en manos de mencheviques y eseristas, que en aquellos momentos controlaban los Soviets, y podían aplazar su Congreso. El mismo día en que se inició la insurrección, el 24 de octubre, Trotski se opuso a ella en la reunión de la minoría bolchevique del II Congreso de los Soviets, diciendo que la detención del Gobierno Provisional no está en el orden del día. Lenin, por el contrario defendía que todo está pendiente de un hilo: en el orden del día figuran cuestiones que no pueden resolverse por medio de conferencias ni de congresos, sino únicamente por los pueblos, por las masas, por medio de la lucha de las masas armadas.
La misma noche
de la revolución, el 25 de octubre, se reunió el II Congreso de los
soviets que aprobó la formación del Gobierno, entonces llamado Consejo
de los Comisarios del Pueblo, declarándolo responsable frente al nuevo
Comité Ejecutivo Central, también nombrado por el mismo Congreso.
Lenin había propuesto a los socialistas revolucionarios de izquierda entrar a formar parte del nuevo Gobierno, pero éstos no habían aceptado alegando que solamente se integrarían en un gobierno de coalición integrado por todos los partidos socialistas. Se opuso a esta pretensión, ya que consideraba que los mencheviques y los eseristas de derecha eran unos agentes del imperialismo, que habían sido los principales enemigos de la insurrección y que intrigaban en contra del Poder soviético.
Los mencheviques y los eseristas presionaban al Gobierno revolucionario, alegando que era puramente bolchevique y no soviético. El día 29 el Vikzel, el Comité Ejecutivo del Sindicato de los Ferroviarios, dominado por los oportunistas, difundió un comunicado, en el que admitía que el Gobierno Kerenski ha sido incapaz de mantener el poder pero se añadía que el Consejo de Comisarios del Pueblo formado en Petrogrado con el apoyo de un sólo Partido no puede ser reconocido y apoyado por todo el país. El comunicado afirmaba que era necesario un Gobierno que tuviera la confianza de todos los demócratas.
Ante esta postura Zinoviev y Kamenev, que se habían reincorporado al Comité Central en el momento de la insurrección, junto con otros miembros de Comité Central, vacilaron y criticaron la formación del nuevo gobierno, aceptando los argumentos de los oportunistas. En la reunión del día 29 (en la que Lenin y Stalin estaban ausentes) el Comité Central recomendó la ampliación del Gobierno y el ingreso en el Comité Ejecutivo Central de los Soviets de los oportunistas y de los representantes del Vikzel. Kamenev comenzó a negociar con los oportunistas su entrada en el Gobierno.
Lenin se negó a hacer concesiones porque no consideraba a eseristas y mencheviques como demócratas y socialistas, sino agentes de la reacción que estaban tratando de debilitar el poder soviético, que trataban de introducirse en el Gobierno como un caballo de Troya. Dijo que había que interrumpir toda clase de negociación, que el gobierno bolchevique era un gobierno soviético legítimo porque había sido elegido en el Congreso de los Soviets, que el Vikzel era un sindicato oportunista y que lo fundamental era que las masas apoyaban al Gobierno soviético. Por tanto, buscar el apoyo de los oportunistas era un absurdo. Concluyó su intervención con estas palabras: Hemos propuesto al Vikzel transportar las tropas a Moscú. Se ha negado. Tenemos que dirigirnos a las masas y ellas lo derrocarán.
Sin embargo, Trotski logró que la proposición de Lenin fuera rechazada, propugnando, en cambio, que la oposición ingresara en el Gobierno en una proporción del 25 por ciento. Logró también que el Comité Central decidiera seguir negociando con el Vikzel para desenmascararle. Como siempre Trotski adoptaba una posición intermedia, conciliadora y oportunista.
Pero al día siguiente, Lenin ganó en toda la línea. El Comité Central adoptó una resolución en la cual se afirmaba que la oposición que se ha formado en el interior del Comité Central se ha apartado íntegramente de todas las posiciones fundamentales del bolchevismo y, en general, de la lucha proletaria de clases y que el Comité Central confirma que es imposible renunciar a un gobierno puramente bolchevique sin traicionar la consigna de ‘todo el poder a los Soviets’, puesto que la mayoría del II Congreso Panruso de los Soviets, sin ninguna exclusión, ha entregado el poder a este Gobierno.
El 3 de noviembre la mayoría del Comité Central, de la cual formaba parte Stalin, lanzó un ultimátum a la minoría instándola a someterse a las decisiones del Comité Central. En respuesta, la minoría (Kamenev, Zinoviev, Rikov, Miliutin y Noguin) dimitió del Comité Central afirmando que no podía asumir la responsabilidad de una política desastrosa y que se reservaban el derecho de dirigirse a las masas para promover un gobierno de todos los partidos soviéticos.
De nuevo Zinoviev, Kamenev y los demás habían creado una facción separada del Partido que pretendía actuar con su propia línea. La minoría afirmaba que sin un acuerdo con los demás partidos socialistas existe un único camino: el mantenimiento de un gobierno puramente bolchevique sobre la base del terror político.
En realidad Zinoviev y Kamenev seguían sin estar convencidos de la posibilidad por parte de los bolcheviques de mantener el poder. Las mismas vacilaciones que habían tenido en vísperas de la insurrección las mantuvieron después. Sería un error sin embargo pensar que las contradicciones en el seno del Comité Central fueran divergencias tácticas, de apreciación de la situación y que la diferencia estribaba en que Lenin, Stalin y la mayoría del Comité Central tenían simplemente una mayor confianza en la solidez del nuevo gobierno soviético. Evidentemente existía este elemento. La obsesión de los cinco de la minoría en pedir un acuerdo con los oportunistas reflejaba una incomprensión absoluta de la situación que se había creado, del desprestigio de los oportunistas y de la fuerza que el apoyo de las masas proporcionaba al poder soviético. Pero, por encima de todo ello existía una contradicción sobre una cuestión de principio: sobre la naturaleza de la política de los partidos revisionistas.
Muchos años después Stalin escribiría:
¿En qué consiste la regla estratégica fundamental del leninismo? Consiste en reconocer:
1) Que cuando se avecina un desenlace revolucionario, los partidos conciliadores constituyen el más peligroso apoyo social de los enemigos de la revolución.
2) Que es imposible derribar al enemigo (al zarismo o la burguesía) sin aislar a estos Partidos.
3) Que por ello en el periodo de preparación de la revolución los principales golpes deben dirigirse a aislar a estos Partidos, a separar de ellos a las grandes masas trabajadoras (21).
En esto estriba la divergencia. Kamenev y Zinoviev en el mes de octubre se habían opuesto a la insurrección alegando que, por agudizarse las contradicciones, mencheviques y eseristas se verían necesariamente arrastrados a apoyar la revolución. Este es el punto de vista que mantienen después de la insurrección.
Lenin estaba en total desacuerdo con esto: su opinión era que los revisionistas eran agentes de la contrarrevolución y que al profundizarse la revolución les arrojaría cada vez más en brazos de la reacción. Se trataba, pues, de una divergencia de fondo.
Fuente original:
http://web.archive.org/web/
1 comentario:
no es de mi autoria camarada sino de una biografia del pce r
http://web.archive.org/web/20070925061217fw_/http://www.antorcha.org/galeria/lenin.htm
Publicar un comentario