Por Gavroche, en Unión Proletaria.
La
celebración del Centenario de Octubre por parte de los comunistas ha
puesto en evidencia los progresos y carencias de nuestro movimiento. Lo
positivo es la recuperación del prestigio de la puesta en práctica del
marxismo-leninismo bajo la dirección de Stalin y el desprestigio de las
insidias trotskistas, jruschovistas y eurocomunistas. Cada vez hay más
unidad entre los comunistas en torno a esta cuestión, aunque todavía
queda mucha confusión entre las masas obreras. No obstante, incluso
éstas empiezan a desconfiar del relato burgués y revisionista sobre la
historia de la URSS.
Sobre
esta base, hay mejores condiciones para la unidad de acción entre
comunistas e incluso para la discusión de nuestras divergencias. En
Madrid, por ejemplo, se consiguió realizar una nutrida manifestación
agitativa que discurrió por el barrio más obrero del centro de la
capital hasta la Puerta del Sol, cuando hace 10 años sólo pudimos
concentrarnos allí en número mucho menor.
No
obstante, el vínculo con las masas obreras es todavía muy débil porque
sigue predominando entre los comunistas una deficiente comprensión de la
teoría del marxismo-leninismo [1]
y de la importancia que tiene su difusión entre ellas. En su mayoría,
siguen prisioneros del empirismo y del espontaneísmo. Ahora es el
conflicto catalán entre la democracia y el imperialismo español el que
anteponen a nuestro cometido principal. Es cierto que puede beneficiar a
la revolución proletaria, pero sólo es una reserva de ésta [2].
Antes, hace falta que la clase obrera exista como sujeto político, que
haya empezado a ponerse en movimiento en pos del socialismo, y esto no
puede resultar del desarrollo espontáneo de su movimiento sindical.
Como Lenin explica, "La
historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en
condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una
conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario
agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al
gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los
obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de
teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por
intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. (...)
tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente
igual que la lucha de clase del proletariado; y lo mismo que esta
última, dimana de la lucha contra la pobreza y la miseria de las masas,
pobreza y miseria que el capitalismo engendra. Pero el socialismo y la
lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se
derivan el uno de la otra. La conciencia socialista moderna sólo puede
surgir de profundos conocimientos científicos. (...) los proletarios
destacados por su desarrollo intelectual... lo introducen luego en la
lucha de clase del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten.
De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera
(...) en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido
espontáneamente (...) dentro de ella. De acuerdo con esto,... es tarea
de la socialdemocracia [entiéndase, de los comunistas] introducir en el
proletariado la conciencia (...) de su situación y de su misión" [3].
¿Por
qué se mantiene esta desorientación entre los militantes comunistas?
Sobre todo, porque hace decenios que carecen de una sólida formación
marxista-leninista desde que los revisionistas usurparon la dirección de
los partidos comunistas y los destruyeron como escuelas de
marxismo-leninismo. A partir de este momento, además, penetraron con
facilidad en nuestras filas individuos no proletarios que trajeron a
ellas concepciones propias de sus clases de origen [4], aumentando la confusión sobre las tareas que nos corresponde realizar.
Esta
confusión atañe particularmente a la línea de masas y a la conquista de
la hegemonía sobre ellas por parte del proletariado. ¿Cómo ganar a cada
sector de las masas -con qué reivindicaciones y consignas- para avanzar
rumbo a la revolución y no hacia ilusorias reformas?
Las
organizaciones comunistas principales suelen limitarse a oponer la
propaganda del objetivo estratégico a las reivindicaciones espontáneas y
a los reformistas que las adulan, o bien la relegan en beneficio de
otro objetivo más inmediato y asumible por masas más amplias (p.ej., la
república, un proceso constituyente, la independencia de las
nacionalidades periféricas, etc.). Unión Proletaria criticó tiempo atrás
esta metafísica y procuró una relación dialéctica entre el programa
mínimo y el máximo. Y, ya como integrantes del Partido del Trabajo
Democrático, promovimos el criterio expuesto por Lenin en Tareas de los
socialdemócratas rusos [5]
para centrar nuestra atención inmediata en el proletariado
principalmente fabril. Sin embargo, no pudimos avanzar mucho más, sobre
todo porque nuestros compañeros de unidad no tenían realmente interés en
desarrollar la conciencia revolucionaria de los obreros industriales y
sí en utilizarlos para alcanzar una mayoría electoral limitada a
objetivos democráticos, en la línea de Podemos. Nos opusimos a
intervenir entre el proletariado fabril de otra manera que no fuera por
medio de una propaganda marxista-leninista y construyendo la
organización de vanguardia proletaria con quienes la fueran asumiendo.
Debemos
aprender a desarrollar la unidad entre la difusión general del
marxismo-leninismo y la atención prioritaria al núcleo industrial de la
clase obrera. Esta unidad se concreta en la relación que debe establecer
la clase de vanguardia con el resto de clases o fracciones de clase,
tanto las que debe derrotar como las que debe atraer a la futura
revolución popular que le permita conquistar el poder político. La
formación de una mayoría es necesaria, no sólo para gobernar bajo la
dictadura burguesa, sino más aun para instaurar la dictadura del
proletariado. Pero, para este fin, no puede ser una mayoría cualquiera:
tiene que consistir en una relación correcta entre la clase de
vanguardia y el resto del pueblo, dentro del cual hay incluso sectores
que sólo podemos aspirar a neutralizar.
En
el momento actual, para nuestras pequeñas organizaciones comunistas,
todavía prima la necesidad de reclutar a individuos capaces de asumir y
aplicar el marxismo-leninismo entre las masas. En consecuencia, podemos
lanzar nuestra propaganda indistintamente hacia todas las clases, pues
en todas ellas los hay con esa capacidad. Se trata de individuos y no de
clases. Para esto, nos basta internet y cualquier otro canal de
propaganda indiscriminada. No será suficiente, claro está, cuando se
trate de construir un partido enraizado en el proletariado.
Pero,
mirando la cosa más de cerca, tampoco lo es ahora mismo, porque no nos
permite educar a esos individuos en cuál debe ser el contenido concreto
de su actividad, ni nos permite entresacar a los comunistas más
consecuentemente proletarios de entre los muchos comunistas influidos
por las concepciones pequeñoburguesas de nuestro entorno, ya sean de
derecha o de "izquierda". Así, por ejemplo, ¿cómo podemos emprender la
construcción de un partido de tipo bolchevique con comunistas que
abandonan al proletariado fabril para entregar casi todas sus energías a
las luchas democráticas [6]
o con comunistas que abandonan a la mayoría de las masas obreras
afiliadas a los sindicatos por hacerlo en CCOO y UGT (sindicatos cuyas
direcciones, ciertamente, no practican la lucha de clases sino la
sumisión de los trabajadores a la patronal y a su gobierno)?
¿Cuál es la clase revolucionaria?
El
materialismo dialéctico nos exige definir la línea de masas sobre la
base de la situación objetiva de éstas. La clase revolucionaria de la
sociedad actual es la clase obrera, el proletariado [7].
Pero, ¿quiénes lo forman?, ¿quiénes reúnen las condiciones materiales
que hacen de ella la clase revolucionaria?, ¿cuáles son esas
condiciones?
La
primera condición es carecer de propiedad sobre los medios de
producción y verse entonces obligado a convertir la propia fuerza de
trabajo en una mercancía que se vende a cambio de un salario. Si sólo
consideramos esta característica básica, tres de cada cuatro miembros de
una sociedad de capitalismo desarrollado como la española lo son de la
clase obrera. Entonces, al constituir ésta la mayoría de la sociedad,
los obstáculos a la revolución socialista serían sobre todo externos a
nuestra clase: a saber, la dominación política y cultural de la
burguesía. No obstante, desde el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y
Engels, advertían de la necesidad de que los comunistas nos
enfrentáramos a las contradicciones internas que precisamente dificultan
la acción de clase del proletariado (nacionalidad, generaciones,
oficios, etc.). Y éstas no sólo debilitan la unidad de las masas
obreras, sino incluso la acción conjunta de los comunistas cuya misión
específica es destacar y reivindicar “los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado” y mantener “siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto” [8].
La causa de la unidad ideológica y política de los comunistas exige
comprender las causas objetivas que dividen a las masas obreras y,
gracias a ello, poder neutralizarlas en beneficio de la acción de clase
del proletariado por el derrocamiento de la burguesía.
Ya
existían los trabajadores asalariados con anterioridad a que apareciera
el modo de producción capitalista, sin que se convirtieran en la clase
revolucionaria. Lo que convierte decisivamente a los proletarios
modernos en la clase revolucionaria de la sociedad capitalista es su
unidad orgánica con las fuerzas productivas sociales engendradas por
ésta, la cual los convierte en la única fuerza capaz de liberarlas de
los límites que la propiedad privada capitalista impone a su desarrollo.
En este sentido, las masas de la clase revolucionaria se encuentran más
en los grandes colectivos laborales que manejan modernos medios de
producción que en los pequeños colectivos laborales basados en
herramientas y métodos artesanales. Es fácil deducir de esto que la
proporción de miembros de una sociedad como la nuestra que reúnen esta
segunda característica ya no es de tres de cada cuatro, sino
considerablemente más baja.
Pero
es necesario acotar aún más. No todos los trabajadores asalariados
producen bienes materiales, valor y plusvalía. Como explicó Marx en la
sección sobre el capital comercial del libro tercero de El Capital, hay
trabajadores asalariados que operan únicamente en la esfera de la
circulación de mercancías o de la distribución del producto social. El
trabajo de éstos no produce bienes materiales, no añade valor a los
medios de producción empleados (ni plusvalía), sino que se limita a
realizar en el mercado el valor de mercancías producidas con
anterioridad. Aunque también sean explotados por cuanto su trabajo
realiza una masa de plusvalía mayor que el valor de su propia fuerza de
trabajo, dependen por entero del capital industrial en vez de ser éste
el que depende de ellos, como sí ocurre con los obreros fabriles. Como
observa Marx: "El
acrecentamiento del producto neto abre al trabajo improductivo nuevas
esferas que vivirán del producto de los obreros y cuyo interés se liga
más o menos directamente al de las clases explotadoras" [9].
Esta división del trabajo hace depender a los trabajadores que no
producen valor (ni plusvalía) de la explotación a la que el capital
somete a los obreros fabriles y, por consiguiente, debilita la unidad de
acción entre trabajadores asalariados.
La
importancia de esta contradicción crece bajo el imperialismo, por
cuanto crece en los países dominantes la proporción de este tipo de
asalariados no productivos, sobre todo durante los períodos de crisis
económicas estructurales, en detrimento del proletariado productivo,
cuya proporción aumenta, por contra, en los países oprimidos. Los
trabajadores del sector servicios -comercio, finanzas, administración,
sanidad, educación, etc.-, sobre todo en los países imperialistas, no
están en contacto con las verdaderas fuerzas productivas sociales y
reproducen su fuerza de trabajo con mercancías cuya fabricación radica, a
menudo, en el extranjero y particularmente en los países dominados.
Esta situación cada vez más frecuente oscurece en ellos la perspectiva
de resolver sus problemas inmediatos a través de una revolución
socialista proletaria. Al contrario, parece vincular su suerte a la
dominación y explotación que su propia burguesía ejerce sobre los
pueblos por ella empobrecidos. De ahí la posibilidad que tiene la
burguesía imperialista de seducir a grandes masas de asalariados con
aventuras militares dirigidas a dominar otros países para vivir a
expensas de ellos. Los ejemplos históricos más extremos de ello han
sido, por ahora, la Alemania nazi, el Japón militarista y los Estados
Unidos de América.
El
imperialismo distorsiona el alineamiento de las fuerzas de clase.
Superficialmente, aparece una paradoja: cuanto más crece el número de
asalariados y su proporción en la sociedad, menos luchan contra los
capitalistas. Este fenómeno afecta negativamente a la conciencia y a la
moral de clase, incluso del núcleo industrial de la clase obrera y de
los propios comunistas. En realidad, se debe a que la capacidad de la
burguesía para alienar la conciencia de los obreros ha crecido debido,
por una parte, al desarrollo de los medios de difusión cultural y, por
otra parte, a la corrosión revisionista de las organizaciones
comunistas. Esta causa subjetiva se ha visto potenciada por la división
internacional del trabajo llevada a cabo por el imperialismo. De ahí la
enorme importancia de promover entre los proletarios de nuestro país la
solidaridad internacional con la lucha de los proletarios y de los
pueblos oprimidos. Y esta solidaridad no debe tener un enfoque
humanitario-caritativo, ni limitarse a su contenido democrático, sino
que debe explicar sobre todo la identidad de clase de los proletarios
del mundo y la necesidad de considerar como parte de la nuestra la lucha
de todas las clases, pueblos y Estados contra el imperialismo, porque
él es el sostén fundamental de la explotación capitalista también en
todos los países.
La
proporción de obreros productivos de la gran industria sobre el total
de la población baja a menos de uno de cada cuatro. Éste es el sector
más capaz, por su situación objetiva, de desplegar la lucha de clase de
todo el proletariado y del cual el Partido Comunista debe extraer el
núcleo más seguro de sus militantes. En los últimos años, su papel de
vanguardia se ha podido evidenciar durante las huelgas generales y las
luchas contra las reconversiones industriales.
Esto
no quiere decir que este sector de la clase obrera no padezca
conflictos internos entre nacionalidades, sexos, religiones,
generaciones, fijos-eventuales, etc. Además, no todos los asalariados de
la industria son igualmente explotados: los ingenieros y ciertos
cuadros técnicos colaboran incluso con la explotación de los obreros [10].
De todos los conflictos que enfrentan a unos obreros fabriles con
otros, el más grave, por ser antagónico, es el que enfrenta a la gran
mayoría obrera con la exigua aristocracia obrera corrompida y comprada
por los capitalistas imperialistas para tomar la dirección de los
sindicatos y partidos proletarios. Sólo la lucha organizada contra ella
sobre la base del marxismo-leninismo puede evitar o revertir esta
usurpación.
Además
de otros explotados, los obreros fabriles encontrarán el apoyo
combativo de multitudes de desempleados y subempleados (que son obreros
en potencia, con una existencia miserable y mucha energía contenida) a
medida que su lucha alcance una dimensión de clase y, por tanto,
política.
Por
consiguiente, aunque los asalariados seamos la mayoría de la sociedad,
la mayoría de los mismos se halla en una situación objetiva que
dificulta su identificación con los intereses de su clase. No
comprenderlo es condenarse a fracasar [11].
En cambio, si lo comprendemos, podremos hacer progresar nuestra causa
revolucionaria al priorizar al proletariado industrial y al definir
nuestra agitación y nuestra propaganda comunistas atendiendo a las
contradicciones de este núcleo, tanto en su seno como con otros sectores
de nuestra clase e incluso del pueblo en general. En definitiva, se
trata de aplicar a nuestras condiciones la estrategia de lucha por la
hegemonía del proletariado que Lenin y los bolcheviques desplegaron con
las diferentes clases y capas de la población rusa.
Tareas principales
La
propaganda indiscriminada de las verdades generales del comunismo (a
través de internet, por ejemplo) es necesaria, pero no basta. También
hay que salir al encuentro del proletariado fabril en sus lugares de
trabajo, de residencia, de organización sindical (a pesar y en contra de
sus jefes sindicales traidores), etc., con nuestra educación socialista
comprensiva de sus condiciones objetivas de existencia. Hay que hacerlo
y exigírselo a las demás organizaciones comunistas como una de las
bases irrenunciables de unidad, junto con otras como la definición más
concreta del centralismo democrático en el proceso de reunificación del
partido revolucionario de la clase obrera.
No
basta con que los comunistas intentemos deducir de la teoría
marxista-leninista un programa, unas consignas, una táctica y un tipo de
organización adecuados a la situación social. No hay ninguna garantía
de que acertemos por cuanto no hemos conseguido todavía enraizarnos en
las masas obreras más genuinamente representativas de nuestra clase.
Nuestra principal tarea debe determinarse por el hecho de que el núcleo
fabril del proletariado ignora desde hace muchos años lo más general y
básico de la teoría del marxismo-leninismo. Por eso, no deberíamos
enredarnos en los pormenores de la política -cuyos únicos sujetos son
actualmente burgueses y pequeñoburgueses-, en detrimento de la educación
de las masas de nuestra clase en los fundamentos de su ideología. Si se
los aportamos, podemos confiar en que, a partir de ello, decenas de
obreros e intelectuales se incorporen a nuestros esfuerzos por
aplicarlos a las condiciones actuales, incrementando las probabilidades
de acierto teórico y de éxito práctico.
Los
comunistas rusos se pasaron años difundiendo y defendiendo los
principios generales del marxismo antes de "hacer política". Las
cuestiones políticas y sindicales inmediatas han de considerarse por los
comunistas de hoy como menos urgentes que la "devolución" a las masas
obreras de las bases ideológicas de su conciencia de clase. Para
comprenderlo, basta con tener presente la difamación creciente de la que
éstas son objeto a través de todos los medios con los que la burguesía
procura someter el pensamiento y la actitud de la población: escuela,
iglesia, televisión, radio, prensa, ciencia, arte, etc.
Hay tres tareas insoslayables para los comunistas actuales:
1º)
Esclarecer, difundir y defender lo fundamental de la historia del
socialismo, principalmente en la URSS y en China como los países en los
que la revolución fue más lejos en extensión y profundidad.
2º) Abrir el debate programático con el objetivo de la unidad y la reconstitución del Partido Comunista.
3º)
Educar la conciencia de clase de los obreros con las obras clásicas del
marxismo-leninismo (principalmente, El Manifiesto del Partido
Comunista, El Capital, Anti-Dühring, El imperialismo, fase superior del
capitalismo, El Estado y la revolución, Fundamentos del leninismo e
Historia del PC(b) de la URSS).
Advertencia final
A
cada vez que se exige tener en cuenta las condiciones objetivas para
evitar el voluntarismo estéril, hay quien lo interpreta de manera no
dialéctica, como si esas condiciones objetivas debieran traer el
socialismo por sí solas, sin lucha, sin tensión, sin iniciativa, etc.
Algunos lo hacen para justificar su reformismo y otros, los
"izquierdistas", para renegar del materialismo y de la ciencia cuando
éstos ponen de manifiesto los obstáculos que se alzan en el camino de la
revolución.
He
explicado que los asalariados, incluso los que son explotados, incluso
los que forman la propia clase obrera, no se encuentran a menudo en las
condiciones objetivas óptimas para asumir una actitud favorable a la
revolución socialista. Los reformistas deducen que, como que no hay una
mayoría espontáneamente identificada con el socialismo, no hay
condiciones para organizar la revolución y hay que esperar a que la
"clase trabajadora" se vuelva más homogénea en sus condiciones de
existencia. Como esa tendencia no se está realizando, se conforman con
defender una política democrática que pueda gozar del consenso de la
mayoría del pueblo. Y, como los más explotados no son actores políticos
porque están demasiado ocupados en sobrevivir, esa política democrática
se adecuará sin falta a las capas medias pequeñoburguesas.
Quedaría
en pie una tenue esperanza revolucionaria consistente en que, ganando
las elecciones esa mayoría social, el gobierno que así se formara
tomaría medidas que ayudaran a unir a la clase obrera y, en torno a
ella, al pueblo en pos del socialismo. La experiencia histórica enseña
que todo eso son esperanzas vanas en los países imperialistas, que el
capital dispone de medios para impedir esa victoria electoral y que, si
aun así se consiguiera, sería al precio de concesiones fundamentales que
hipotecarían la acción de ese gobierno o éste no tardaría en verse
derrocado por un golpe de Estado más o menos violento. Pero lo peor no
serían las vicisitudes que tendría que atravesar ese gobierno
filantrópico, sino que este camino no prepara a la clase obrera para una
revolución, para una verdadera lucha por conquistar y ejercer el poder
político hasta la transformación comunista completa de la sociedad.
La
comprensión realmente marxista-leninista de la complejidad de la
estructura de la clase obrera consiste en que existen dificultades que
deben resolverse metódicamente, en un proceso de organización del
ejército político para la revolución socialista. Desde la Revolución de
Octubre que se produjo hace 100 años, hemos entrado en una época de
transición entre dos formaciones económico-sociales: el capitalismo y el
comunismo. Estamos en la época del imperialismo y de la revolución
proletaria mundial. Mientras no culmine nuestra época con el triunfo
definitivo de la clase obrera, tanto el capitalismo como el socialismo
son, a la vez, viables e inestables (hasta que éste se imponga
definitivamente sobre aquél): en cuanto al capitalismo, lo evidencia la
historia desde 1917; en cuanto al socialismo, el Manifiesto del Partido
Comunista expresa su proceso de realización como un conjunto de "medidas
que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e
insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte
propulsor y de las que no puede prescindirse como medio para transformar
todo el régimen de producción vigente".
Hay
momentos puntuales en que el imperialismo se debilita y es entonces
cuando debemos golpearlo y conquistar el poder. Pero no cabe esperar un
debilitamiento tal del imperialismo que permita al socialismo caer del
cielo. Después de esos momentos puntuales de debilidad, como fueron las
dos guerras mundiales, el imperialismo se recompone y se refuerza para
continuar su lucha contrarrevolucionaria. Por eso, no hay que esperar a
esos momentos para organizar la revolución, porque entonces será tarde
para derrocar la dominación burguesa (como ocurrió en Alemania, a
diferencia de lo que pasó en Rusia).
Tener
en cuenta la realidad objetiva, sus dificultades y sus oportunidades
nos permite trabajar por la revolución de manera eficaz desde el primer
momento, aunque el momento de llevarla a efecto todavía esté lejos. Si
no "empujamos" a las masas obreras -con todas nuestras fuerzas y también
toda la inteligencia de nuestra teoría científica- hacia la revolución,
ésta no podrá producirse. El capitalismo no se irá voluntariamente.
Antes, acabará con todo el progreso social del que es producto. Como
dice Manifiesto del Partido Comunista, la lucha de clases "conduce en
cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o
al exterminio de ambas clases beligerantes".
De nosotros depende que
esto último no ocurra. La actual situación pudre todo el organismo
social, precisamente por estar tan maduras las condiciones materiales, y
tan confusa la conciencia de la clase obrera. Ayudemos a las masas
proletarias a desbloquearla.
Notas:
[1]
El marxismo-leninismo se ha demostrado la guía eficaz para poder
derrocar la dominación burguesa, pero también y sobre todo, para ejercer
la dictadura del proletariado hasta cambiar la base de la sociedad,
mejorando las condiciones de vida de la inmensa mayoría. La importancia
de este segundo aspecto es la que explica por qué la burguesía critica
cada vez más la lucha de clase del proletariado a través del
falseamiento de la experiencia de edificación del socialismo. Por eso,
sin defender la verdad sobre ésta, será imposible desarrollar plenamente
la lucha obrera.
[2]
Stalin señala que las reservas de la revolución proletaria son de dos
tipos: las directas, entre las que menciona "a) el campesinado y, en
general, las capas intermedias del país; b) el proletariado de los
países vecinos; c) el movimiento revolucionario de las colonias y de los
países dependientes; d) las conquistas y las realizaciones de la
dictadura del proletariado, ..."; y las indirectas, que consisten en "a)
las contradicciones y conflictos entre las clases no proletarias del
propio país, contradicciones y conflictos que el proletariado puede
aprovechar para debilitar al adversario y para reforzar las propias
reservas; b) las contradicciones, conflictos y guerras (por ejemplo, la
guerra imperialista) entre los Estados burgueses hostiles al Estado
proletario, contradicciones, conflictos y guerras que el proletariado
puede aprovechar en su ofensiva o al maniobrar, caso de verse obligado a
batirse en retirada". (Los fundamentos del leninismo).
[3] ¿Qué hacer?, Lenin.
[4]
Estas influencias no proletarias deben ser continuamente combatidas por
el partido comunista. Cuando éste tomó una dirección revisionista y
dejó de contrarrestarlas, las taras ideológicas de los nuevos reclutas
inclinaron todavía más la balanza en contra de la orientación
marxista-leninista del movimiento obrero. Es lo que pasó, por ejemplo,
cuando el movimiento anti-revisionista de los años 60 y 70, a la vez que
combatió las desviaciones de los partidos comunistas y de los Estados
socialistas, incurrió, por su parte, en graves errores "izquierdistas",
semi-anarquistas y sectarios, que son errores cuya naturaleza es
pequeñoburguesa.
[5] www.bcn.cl/obtienearchivo?id=d ocume..., así como http://unionproletaria.net/spi p.php....
Lenin sostuvo la necesidad de dirigirse primero a las masas obreras
fabriles, a pesar de que éstas eran minoritarias en Rusia y a pesar de
que la revolución inmediatamente factible allí no era socialista
proletaria sino democrático-burguesa.
[6]
Por muy justas que sean las luchas democráticas, es poco probable que
tengan éxito, en países de capitalismo plenamente desarrollado como el
nuestro, si no existe un movimiento obrero independiente y
revolucionario que les preste apoyo. Es el caso evidente de las luchas
por el derecho de autodeterminación de Euskadi y Cataluña frente a la
fuerza represiva del Estado imperialista español.
[7]
"No se trata -según Marx y Engels- de lo que este o aquel proletario, o
incluso el proletariado en su conjunto, pueda considerar de vez en
cuando como su meta. Se trata de lo que el proletariado es y de lo que
está obligado históricamente a hacer, con arreglo a ese ser suyo. Su
meta y su acción histórica se hallan clara e irrevocablemente
predeterminadas por su propia situación de vida y por toda la
organización de la sociedad burguesa actual." (La Sagrada Familia, Marx y
Engels)
[8] El Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels.
[9] Marx, Histoire des doctrines économiques, Paris, Alfred Costes, 1947, t. 5, p. 158
[10] "Las clases -explica Lenin- son
grandes grupos de hombres que se diferencian entre si por el lugar que
ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado,
por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de
producción (relaciones que las leyes refrendan y formulan en su mayor
parte), por el papel que desempeñan en la organización social del
trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que
perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son
grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro
por ocupar puestos diferentes en un régimen de economía social." (Una gran iniciativa)
[11]
Es lo que ha ocurrido con todas las "aventuras" democráticas que se han
emprendido como alternativa al punto de partida marxista-leninista para
la acumulación de fuerzas revolucionarias: ya sea la anhelada "ruptura"
en los años 70, la lucha contra el ingreso de España en la OTAN y
contra las reconversiones industriales en los 80, el movimiento
anti-globalización y anti-bélico en los 90 e inicios de este siglo, el
movimiento republicano e indignado de los últimos diez años y, ahora, el
movimiento catalán por el derecho de autodeterminación (versión
pacífica de su precedente vasco).
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