Tras años en los que algunos quisieron ver en la disolución de la Unión Soviética el fin de la historia, la victoria total de un mundo moldeado a la imagen de Estados Unidos, líder único e indiscutible de esta época, la crisis ucraniana ha vuelto a traer a la actualidad, contra todo pronóstico, la figura de Lenin. En un momento en que la lucha entre dos visiones irreconciliables de Ucrania ha explotado en un golpe de Estado y una guerra civil, los monumentos al primer líder soviético se han convertido en símbolo de la lucha entre quienes ven en el legado soviético una parte de su identidad y quienes quieren eliminar toda referencia a esa etapa de la historia del país. Estos monumentos, aún comunes en muchas ciudades de muchas de las repúblicas de la antigua Unión Soviética, se han convertido en arma de guerra e incluso en blanco de las bombas.
En otro tiempo protegida por dos Berkut y por el Partido Comunista de Ucrania, dos de las víctimas de la revolución de Maidan, la última estatua de Lenin de Kiev ha desaparecido ya del paisaje urbano de una ciudad que tendría que eliminar demasiados edificios para poder negar su pasado ruso. El derribo esa estatua de mármol se convirtió en uno de los primeros símbolos de la revolución de Maidan, que meses después desembocaría en el derrocamiento del presidente Yanukovych y el inminente estallido de las protestas en el este, descontento por el golpe de Estado que había derrocado al presidente elegido por las urnas y había implantado un poder cuyas primeras medidas indicaban una agenda nacionalista que poco tendría en cuenta los intereses y derechos de la población de habla rusa, tan autóctona como la población de habla ucraniana y cuya identidad e historia siguen amenazadas hoy.
En esos primeros momentos del nuevo régimen, antes de que el primer ministro llamara subhumanos a los ciudadanos de habla rusa, antes de que hablara en directo de la invasión rusa de Ucrania y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial o que amenazara con designar a la Unión Soviética como fuerza ocupante en los libros de historia, grupos de manifestantes defendían con sus cuerpos los monumentos a Lenin en Járkov o en Donetsk.
A punto de cumplirse el primer aniversario de la llegada al poder de las nuevas autoridades, han caído en Ucrania más de 150 monumentos que recuerdan la herencia rusa o soviética, se han censurado películas rusas por su contenido supuestamente anti-ucraniano, se han cerrado o atacado medios rusos o de habla rusa mientras se llama terroristas a quienes luchan contra el ejército ucraniano que sigue bombardeando las ciudades que aún siguen fuera de su control.
Solo una parte de la rebelión de Donbass lucha bajo la bandera roja. Se mezclan tanto en la milicia como en los representantes políticos de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk distintos intereses y distintas banderas, rusas, soviéticas o incluso imperiales, pero frente a la insistencia ucraniana de destruir todo el legado soviético, la población de habla rusa en Donbass defiende la herencia soviética, no solo como época de industrialización y crecimiento, sino como parte de su identidad.
Hace meses que el monumento a Lenin de Járkov, que hace ya varios años que fue digitalmente eliminado de un vídeo promocional para la Eurocopa de 2012, cayó a manos de grupos de extrema derecha, con la bendición del ministro del interior y a costa de la salud de un hombre que se atrevió a defender el monumento. En esos días, algunos ciudadanos depositaron flores en la base del monumento, dejando claro que la unanimidad a la que el Gobierno alude al eliminar símbolos soviéticos no es tal. Días después, la reivindicación era más clara y más acorde con los tiempos: “Vivo. Me he unido a la milicia. Volveré pronto”, decía una pintada.
En su afán de destruir el pasado antes de construir un futuro para el país, los monumentos a Lenin siguen siendo una obsesión de la extrema derecha, al igual que la herencia soviética lo es para el Gobierno. Las estatuas son demolidas en las ciudades liberadas por el ejército ucraniano como actos de exaltación de la cultura y la identidad ucraniana al margen de la opinión de la población local.
En un momento de crisis y destrucción, en el que no parece haber proyecto de futuro, algunos símbolos soviéticos se han convertido, no solo en el este de Ucrania sino también en muchas zonas deprimidas de la antigua Unión Soviética, en símbolo de todo lo contrario. Por eso, más allá de la ideología, incluso en el Donbass controlado por el ejército ucraniano, algunos vecinos siguen defendiendo que el monumento a Lenin siga presidiendo las plazas, por ejemplo, de Slavyansk, tan castigada por los bombardeos ucranianos en verano y bajo control del Gobierno desde el 4 de julio.
El nuevo Gobierno de Ucrania, más preocupado por borrar el legado soviético y por eliminar toda referencia positiva a esa parte de la historia, ha decidido ya implantar un modelo de Estado centralizado en el que la cultura ucraniana sustituya a toda herencia rusa, olvidando que el país nació de la unión de provincias ucranianas y provincias rusas, a las que más tarde se unió Crimea. Pero por encima de todo, la nueva Ucrania quiere olvidar que fue Lenin quien cedió esas tierras industrializadas del este que tanta riqueza han dado al país en estos años desde la independencia.
Ese gesto de Lenin representa por una parte la importancia de Ucrania para Moscú, que no podía permitirse entonces perder el granero de la Unión Soviética, como tampoco ahora puede permitirse perder un país de 40 millones de habitantes, que ha sido, hasta ahora, uno de sus principales socios comerciales. Pase lo que pase en Donbass, y aunque Rusia trabaje con rapidez para sustituir las importaciones de productos industriales ucranianos, la elección ucraniana de optar por la Unión Europea en lugar de la Unión Euroasiática es clara. Está aún por ver si también es una derrota para Ucrania.
El gesto de Lenin representa además un compromiso al que la Ucrania de hoy, que tampoco puede permitirse perder otra parte del país, no está dispuesto a aceptar. Ante su agenda nacionalista y la imposición de la cultura ucraniana como única en el país, toda referencia al pasado soviético, que en realidad es una referencia a la historia ucraniana del siglo XX, es un estorbo para la construcción de la nueva identidad del país. Porque la guerra que Ucrania libra en el este no es contra Rusia, contra el pasado soviético o contra sí misma, sino que es una guerra en la que un modelo de Ucrania trata de destruir, por la fuerza militar o a base de amenazas, la identidad de la otra. Con la destrucción como método, todo elemento soviético, recuerdo de un país que, con todos sus errores y contradicciones, buscaba crear y crecer, es un estorbo. A los 91 años de su muerte, toda imagen de Lenin es, en Ucrania, un incómodo recuerdo de que la Ucrania de cultura y lengua única y alejada de Moscú que el nuevo Gobierno trata de crear no es fruto de la historia, sino una manipulación de la misma.
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