Por Nestor Guadaño.
En estos “tiempos de nubes de langostas”, quiero reivindicar el pensamiento, el viento de libertad, que supuso la voz del poeta, que se convirtió en el más amado de varias generaciones que luchan contra la actual hipócrita sociedad: Miguel Hernández.
Sus versos resuenan, quizás con más fuerza que en su tiempo. Porque sus advertencias no se tuvieron en cuenta, y lamentablemente se cumplieron.
Mas, ahora, se sigue ocultando ante la mayoría de la población este viento que se arremolina libre, barriendo conventos, covachas de intelectuales y las mordazas de la burguesía reinante.
Si, sigue gobernando la burguesía. Pero si la poesía hubiese roto los marcos establecidos desde las cumbres, y fuese común patrimonio desde la cuna, estaríamos entendiendo su mensaje. Si, los poetas republicanos fueron una catarata fecunda de libertad. Si esta tempestad de sentimientos hubiese inundado las escuelas, las fábricas, hasta la universidad, hoy tendrían los trabajadores un sistema social diferente.
Miguel, es el representante más preclaro de este movimiento proletario. Prácticamente todos los escritos que he leído sobre su persona, me hablan de un ser inmensamente rico de valores. Honrado, sincero, arrebatado por su pasión de conseguir una mejor sociedad, más humana, consiguió con su pluma, que en los duros años que vivió, se convirtieran en un recuerdo hermoso para los jóvenes.
En el libro Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, de Josefina Manresa, publicado en 1980, desfilan, bellamente, infinidad de recuerdos. Escritores como Pablo Neruda o María Teresa León, hablan del “pastor poeta”, así le llamaban en Madrid, sobre su virginal voz y atrevida incursión en la realidad del pueblo, para liberarse de las cadenas opresoras del capitalismo.
Nacido en Orihuela en 1910, apenas fue a la escuela un par de años, de 1924 a 1925. Pastor como su padre, tras su rebaño de cabras, va entendiendo el cambio de las estaciones, el devenir de la existencia de sus semejantes, la vida nueva que tenía que despuntar, y con veinte años le llegó la vía para expresar todo su mundo: el advenimiento de la república.
En medio de las ráfagas de entusiasmo, se une al huracán de jóvenes que quieren construir un mundo más justo para todos los habitantes de nuestra tierra.
En 1931 llega a Madrid, para enseñar lo que ha escrito en sus años pastoriles, pues estaba seguro que tenía una noción diferente de la realidad. Aprende, desarrolla sus concepciones, se codea con lo más granado del saber de su tiempo en tertulias, cafés, conferencias y debates con la juventud entusiasmada por los cambios sociales que tenían que realizarse.
Con gran esfuerzo, gracias a la calidad de su pluma, publica algunos poemas en revistas como Estampa y La Gaceta literaria. Tras volver a Orihuela, en el año 34 vuelve, instalándose en una pensión, y realizando trabajos literarios de encargo.
Pero, consigue abrirse camino entre los mejores poetas de su tiempo al publicar también sus libros, Perito en lunas y El rayo que no cesa, más sus obras teatrales Quién te ha visto y quién te ve, y sombra de lo que eras, en la revista Cruz y raya que dirigía José Bergamín.
Madrid, atalaya entonces mundial de la renovación de la cultura, es su mecenas. Allí va puliéndose, y absorbiendo como una esponja los hallazgos estilísticos, nuevos, de Neruda, Lorca, Bergamín, Aleixandre, Mª Teresa León, Alberti, Cernuda, Altolaguirre, Zambrano, etc. Otras miradas, otros lenguajes, denunciadores de las herencias porosas de la miseria, convirtiéndose en esforzados baluartes de la renovación cultural española.
Pablo Neruda, se sorprende cuando le conoce “cuando llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras.” Entendiendo la necesidad de que sus coetáneos reconozcan su expresiva voz, publica poemas de Miguel en la revista Caballo Verde.
La poesía de Miguel Hernández, va destilando una pasión, nunca antes hollada.
Poemas que llegan a entreteger su búsqueda de sensaciones con la mentalidad de los trabajadores: habla del mundo rural, de la sexualidad, de la tauromaquia, del paisaje castellano, de la esperanza en el cambio social, como ejemplo su “Juramento de la alegría” (1):
Juramento de la alegría
Sobre la roja España blanca y roja,
blanca y fosforescente,
una historia de polvo se deshoja,
irrumpe un sol unánime, batiente.
Es un pleno de abriles,
una primaveral caballería,
que inunda de galopes los perfiles
de España: es el ejército del sol, de la alegría.
Desaparece la tristeza, el día
devorador, el marchitado tallo,
cuando, avasalladora llamarada,
galopa la alegría en un caballo
igual que una bandera desbocada.
A su paso se paran los relojes,
las abejas, los niños se alborotan,
los vientres son más fértiles, más profusas las trojes,
saltan las piedras, los lagartos trotan.
Se hacen las carreteras de diamantes,
el horizonte lo perturban mieses
y otras visiones relampagueantes,
y se sienten felices los cipreses.
Avanza la alegría derrumbando montañas
y las bocas avanzan como escudos.
Se levanta la risa, se caen las telarañas
ante el chorro potente de los dientes desnudos.
La alegría es un huerto del corazón con mares
que a los hombres invaden de rugidos,
que a las mujeres muerden de collares
y a la piel de relámpagos transidos.
Alegraos por fin los carcomidos,
los desplomados bajo la tristeza:
salid de los vivientes ataúdes,
sacad de entre las piernas la cabeza,
caed en la alegría como grandes taludes.
Alegres animales,
la cabra, el gamo, el potro, las yeguadas,
se desposan delante de los hombres contentos.
Y paren las mujeres lanzando carcajadas,
desplegando su carne firmamentos.
Todo son jubilosos juramentos.
Cigarras, viñas, gallos incendiados,
los árboles del Sur: naranjos y nopales,
higueras y palmeras y granados,
y encima el mediodía curtiendo cereales.
Se despedaza el agua en los zarzales:
las lágrimas no arrasan,
no duelen las espinas ni las flechas.
Y se grita ¡Salud! a todos los que pasan
con la boca anegada de cosechas.
Tiene el mundo otra cara. Se acerca lo remoto
en una muchedumbre de bocas y de brazos.
Se ve la muerte como un mueble roto,
como una blanca silla hecha pedazos.
Salí del llanto, me encontré en España,
en una plaza de hombres de fuego imperativo.
Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña...
Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.
Es ya un trabajador incansable por renovar la cultura, que vibra ante la injusticia, que escucha a los poetas, que ya han tomado el rumbo para acabar con este sistema social. Crucial es su detención en Enero de 1936, por la Guardia civil en la orilla del Jarama. Golpeado con las culatas de los fusiles, amenazándole de muerte y conducido después al cuartel de San Fernando, allí le siguen maltratando.
Numerosos poetas denuncian la barbarie con él cometida: denunciamos al ministro de la Gobernación, y protestamos, no de que la guardia civil exija sus documentos a un ciudadano que le parezca sospechoso, sino la forma brutal de hacerlo […] maltratándole y hasta amenazándole de muerte. Protestamos de la vejación que representa el abofetear a un hombre indefenso. Protestamos de esta clasificación entre señoritos y hombres del pueblo que la guardia civil hace constantemente. En este caso que denunciamos, Miguel Hernández es uno de nuestros poetas jóvenes de más valor. Pero, ¡cuántas arbitrariedades tan estúpidas y crueles como ésta se cometen a diario en toda España sin que nadie se entere! Protestamos, en fin, de esta falta de garantías que desde hace tiempo venimos sufriendo los ciudadanos españoles.
La declaración es firmada por Pablo Neruda, Maria Teresa León, Federico García Lorca, José Bergamín, Ramón J. Sénder, César M. Arconada, Rosa Chacel, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, entre otros muchos. En ese momento, la República en manos del bienio negro derechista, había llenado las cárceles de miles de luchadoras y obreros, tras la Revolución de Octubre del 34.
Miguel Hernández en adelante, toma conciencia, de la sociedad real que existe. De la diferencia de la mayoría de los trabajadores y el execrable desprecio de los ricos por las penurias del pueblo.
Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero, se afilia al Partido Comunista.
Pero los militares, iglesia y empresarios no quieren una República de Trabajadores, y dan un golpe de estado. Miguel consciente de que no había vuelta atrás, se incorpora como voluntario a las milicias comunistas, en el célebre Quinto Regimiento, con el que defenderá Madrid en los primeros meses de la guerra, su célebre verso “Puente de los Franceses, Puente de los franceses, nadie te pasa…”. Está en la Casa de Campo, Ciudad Universitaria… y después galvanizará a las tropas republicanas en Andalucía, Extremadura, Teruel.
Por aquel año, escribe la delicada y entrañable “Canción del esposo soldado”:
Canción del esposo soldado
He poblado tu vientre de amor y
sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
Soldado de la poesía, da fuerza a los combatientes, recitando sus versos, tanto en los frentes como en las ciudades. Sus composiciones, son ya replicadas por la población, en las trincheras, como la comida y el abrigo, son necesarias.
En aquellos tristes meses, comprueba todo el proletariado español, que hay una lucha de clases contra ellos, pues las repúblicas “¡tan democráticas de Europa y América!” con el pretexto de la No Intervención, dan alas al fascismo. Solamente México y principalmente la URSS, ayudan. Meses terribles. Con la intervención de las potencias fascistas, van jalonando de cadáveres las ciudades y aldeas por donde pasan los militares.
Sus poemas son ya inmortales, como “Sentado sobre los muertos”.
Sentado sobre los muertos
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.
Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse:
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.
Aunque le faltan las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.
Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
O la “Elegía primera” dedicada a García Lorca:
Elegía primera
Atraviesa la muerte con
herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.
Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.
Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.
Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue!
¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.
Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.
Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.
Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.
Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.
Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.
Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.
Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.
No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.
Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.
Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.
Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García
Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.
Hay un atronador triunfo del pueblo que no se somete, que lucha por mantener la sociedad libre de explotadores, germinando en el arrebatador Vientos del pueblo cuyo vigor recorre todos los frentes:
Vientos del Pueblo
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me avientan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién el rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpago,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
váis de la vida a la muerte,
váis de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
las águilas, los leones
y los toros, de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
En aquellos meses, vestido con el uniforme del Quinto Regimiento, acompaña al Comandante Carlos, enviándole donde es más importante su palabra. Pues tan importantes son las balas como sus versos. Señalan el triunfo del Socialismo, el esfuerzo de todos por la defensa de la República, la lucha contra el terror del fascismo. Es ya un destacado representante del pensamiento comunista.
Miguel trabaja en el “Altavoz del Frente”. En Marzo del 37 se casa con Josefina Manresa, y en diciembre, nace su primer hijo, fallecido un año después. Con singular entereza y dolor, lo describe en Cancionero y romancero de ausencias.
“Ropas con su olor,
paños con su aroma.
Se alejó en su cuerpo,
me dejó en sus ropas.
Lecho sin calor,
sábana de sombra.
Se ausentó en su cuerpo,
se quedó en sus ropas.
Irá al IIº Congreso Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura, que se celebró en Valencia. También el 1 de Septiembre hasta el 5 de Octubre, viajará a la Unión Soviética, al Vº Festival del Teatro Soviético, en una delegación de la República.
Escribió diversos artículos sobre su estancia, y varios poemas. Uno de
los artículos, fue publicado con posterioridad en la revista comunista Nuestra Bandera el 10-XI-1937, donde expone
sus impresiones en un artículo titulado precisamente: “La URSS y España, fuerzas hermanas”, y del que extraigo los
siguientes y significativos pasajes:
“En los pueblos de la URSS como en los de España late un sentimiento familiar, fraternal de la vida, cegado en otros países, y en los del dominio fascista sobre todo, por un resentimiento de castrados incapaces de convivir con sus semejantes y sólo capaces de hacer arma mortífera de sus calamidades y defectos [...].
En los trenes, en las calles, en los caminos, donde
menos se esperaba, el pueblo soviético venía hacia nosotros con los brazos tendidos
de sus niños, sus mujeres, sus trabajadores. España y su tragedia tienen una resonancia
profunda en el corazón popular de la URSS; y yo he traído de allá una emoción y
una decisión de vencer, exasperada por el entusiasmo que vi reflejado en cada
boca, en cada
mirada,
en cada puño de aquellos habitantes que aprendieron desde lejos gritándola
nuestra dura consigna de no ser vencido: ¡No pasarán!
Y es el antecedente del poema “Rusia”.
RUSIA
En trenes poseídos de una
pasión errante
por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
recorro la nación del trabajo y la nieve.
De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
sale una voz profunda de máquinas y manos,
que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.
Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
De cada aliento sale la ardiente bocanada
de tantos corazones unidos por parejas.
Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.
De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.
Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.
Polvo para los zares, los reales bandidos:
Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.
Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
quemados por la sangre de los trabajadores.
Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
y cantan rodeados de fábricas y flores.
Y los ancianos lentos que llevan una huella
de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
por desplumar alegres su alta barba de estrella
ante el fulgor que remoza su ocaso.
Las chozas se convierten en casas de granito.
El corazón se queda desnudo entre verdades.
Y como una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de ciudades.
La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
como un arma afilada por los rinocerontes.
La metalurgia suena dichosa de garganta,
y vibran los martillos de pie sobre los montes.
Con las inagotables vacas de oro yacente
que ordeñan los mineros de los montes Urales,
Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
para los hombres llenos de impulsos fraternales.
Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
legiones malparidas por una torpe entraña,
los girasoles rusos, como ciegos planetas,
hacen girar su rostro de rayos hacia España.
Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la trilita
de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
y que del vientre mismo de la madre los quita.
Dormitorios de niños españoles: zarpazos
de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de inocencia.
Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
sangrienta de repente y erizada de astillas.
¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!
Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.
Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
panes y juventud sobre la tierra.
Su segundo hijo, “Manolillo o Cuqui” como le llamará en sus cartas, nacerá en 1939, nunca le llegará a ver. Escribió pensando en él, sus celebérrimas Nanas de la Cebolla.
Nanas de la cebolla.
La cebolla es
escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del
hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer
morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi
casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me
hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la
espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne
aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de
ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo
tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes
ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de
los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en
la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Miguel Hernández consciente comunista, denuncia hasta el final de sus escritos, el aire siniestro que va envolviendo la piel de toro, los fusilamientos al amanecer, los cementerios de las cunetas carreteriles, las costuras de prisiones y campos de concentración de la posguerra fascista.
La más increíble proeza artística de Miguel, son unos versos llenos de vivos reflejos de la vida que absorbió, entregados, íntimos, doloridos y con la esperanza de que otras generaciones de mujeres y hombres, liberen las ataduras, de la irracional persecución de la memoria, de los forjadores de una nueva sociedad.
Condenado a muerte, pena que sería conmutada por treinta años de reclusión, y en otoño de 1940 es destinado a la cárcel de Palencia y, después, al siniestro penal de Ocaña, donde conocerá a otro poeta comunista Marcos Ana. Enfermo, en 1941 es trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante, y, finalmente, muere en la cárcel de Alicante, en 1942. Tenía 31 años.
Neruda, como la mayoría de los escritores no admite que su legado quede proscrito de la cultura de la humanidad. Dijo de él que era un escritor “salido de la naturaleza, como una piedra intacta” y que “su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra.”
A pesar de la amargura de la derrota de la República, la enfermedad, la cárcel, la ausencia de los suyos, no consiguen vencer a Miguel Hernández, aunque le afectan hasta lo más hondo.
En uno de sus últimos poemas, “Eterna sombra”:
Eterna sombra
Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.
Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.
Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.
Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad de rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.
Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.
Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.
Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.
Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.
Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.
confiesa su temor por la oscuridad que se ha impuesto a los trabajadores.
Miguel Hernández es ese rayo inquieto que no cesa, denunciando el rostro criminal de los tiranos, el cantor de los oprimidos, de los niños que antes que ser hombres son yunteros, y de la mano perdida de Rosario la dinamitera. Poeta de larga cordura, desprendido, generoso y cúspide del amante enamorado, que horada las conciencias. El comunista que luchaba contra el derrotismo, reformismo y pactos con la clase enemiga, cercenador de la impotencia, es una ventana a la esperanza, a la entereza, cantando como los ruiseñores la alegría por el nuevo ser.
Notas:
1.- “Poesías completas” Miguel Hernández. Madrid. Editorial Aguilar.1979
No hay comentarios:
Publicar un comentario