Por Nina Koulikova, en Ría Novosti, traducido por Voltairenet.org.
De la retaguardia soviética en
los años de la Segunda Guerra Mundial se acostumbra a decir menos que de
las operaciones desarrolladas por el Ejército Rojo. Lo cual es
comprensible porque el desenlace de toda guerra se decide en primer
término
en los frentes. Con todo, es precisamente en la retaguardia donde se
hacía lo imposible, a costa de un esfuerzo sobrehumano, por que el
Ejército tuviera armas, municiones, alimentos y uniforme.
El pueblo se organiza para combatir a los nazis. Un millón de mujeres toman las armas o ayudan en la industria.
Al desencadenarse la guerra, la Unión Soviética movilizó el engranaje
nacional en su conjunto, antes que nada, la economía y el sector
social. La consigna de la época era «¡Todo para el frente, todo para la
victoria!» Mucha gente entregaba su dinero y joyas
personales al fondo de la defensa, donaba la sangre y asistía en las
actividades de defensa antiaérea. Millones de mujeres fueron enviadas
para cavar las trincheras, fosos anticarro y otras fortificaciones
defensivas.
Se procedió al traslado de las empresas hacia el Este, a las
provincias del Volga, Urales y Siberia. La situación de la industria de
defensa soviética en los primeros meses de la guerra era extremadamente
complicada.
La Alemania nazi usaba en el conflicto los recursos de los Estados
satélites y de las naciones ocupadas de Europa, lo cual le proporcionaba
una considerable ventaja económica, mientras que la Unión Soviética
tenía sus principales capacidades industriales
concentradas en la parte occidental del país, en la línea de
Leningrado-Moscú-Tula-Briansk- Jarkov-Dnepropetrovsk, de manera que
más del 80% de las empresas de defensa, y en particular, un 94% de las
plantas aeronáuticas se vieron al poco tiempo en la zona
de las hostilidades o limítrofe con el frente.
Más de 2.000 fábricas fueron desplazadas hacia el Este en el período
de 1941-1942 y tuvieron que salvar obstáculos enormes para reanudar las
operaciones. Muchos obreros habían sido llamados a las filas o se habían
enrolado como voluntarios, de modo que el
trabajo en la retaguardia se endosó sobre las mujeres, ancianos y
adolescentes que a menudo se veían obligados a colocarse encima de algún
cajón para alcanzar el mango de la maquinaria. Esas personas muchas
veces no tenían ninguna profesión fabril e iban aprendiendo
sobre la marcha.
A pesar de la falta de equipos, materiales, energía eléctrica, piezas
de repuesto y mano de obra cualificada, las fábricas se las ingeniaban
para reanudar la producción en plazos muy reducidos. A menudo se
planteaba la tarea de reiniciar las operaciones
dos semanas después de efectuado el traslado. Algunas de las empresas
evacuadas se ponían en marcha sobre las ruedas, a cielo descubierto.
La gente trabajaba catorce horas al día incluidos los fines de
semana, sin vacaciones, en unas condiciones de sobrecarga física, estrés
y escasez de alimentos. Sin reparar en los bombardeos aéreos que la
Luftwaffe realizaba contra los centros industriales
en la retaguardia soviética. Las fábricas de la zona del Volga, que
producían carros de combate y aviones de guerra, fueron sometidas en
primavera de 1943 a los bombardeos aéreos especialmente frecuentes.
- Obreros constructores de blindados T-34 se convierten al mismo tiempo en tanquistas, 1942.
Los obreros de la Fábrica Nº.85 de Briansk, que en aquellos años se
encargaba de reparar los carros de combate y cañones autopropulsados,
recuerdan que después de iniciada la guerra la empresa pasó a trabajar
las veinticuatro horas al día. A pesar del bombardeo,
la gente no abandonaba los talleres y seguía haciendo sus tareas. Nadie
hablaba de la jornada laboral, uno continuaba trabajando mientras podía
sostenerse en pie. De los fines de semana ni se acordaban.
Cuando la planta fue trasladada a la zona del Volga, hubo que
trabajar a la intemperie, bajo la lluvia y la nieve. Operando en esas
condiciones, la empresa consiguió en varios meses cuadruplicar el
volumen de la producción en comparación con la época de
preguerra.
En los Urales, antigua zona industrial de Rusia en la que se
instalaron más de la mitad de las empresas evacuadas, fue creado un
fuerte complejo económico de defensa. Era la única zona de la URSS que
lo producía todo, empezando con los calcetines militares
y terminando con la maquinaria más moderna. Hasta un 40% de la
producción enviada al frente en los años de la guerra procedía de los
Urales. Al mismo tiempo, se iban desarrollando las investigaciones
fundamentales y aplicadas. Precisamente la zona de los Urales
fue la cuna de los primeros obuses autopropulsados soviéticos en
aquellos años.
Otra de las importantes bases de retaguardia era la República de
Tatarstán, en la región del Volga. Más de 70 empresas se trasladaron a
esa zona desde la parte occidental de la URSS. En Tatarstán se arraigó
la industria aeronáutica, de construcciones navieras
y de equipos, así como la producción de municiones. En la capital
tártara, Kazan, se fabricaba el modelo legendario U-2, avión que
enseguida se hizo imprescindible en el frente.
En un principio, esa nave no estaba habilitada para las misiones de
combate y se usaba para el transporte de los heridos pero más tarde la
transformaron en un bombardero ligero. Las «Tortugas Aéreas», que es
como los rusos llamaban cariñosamente a los U-2,
provocaban primero sonrisas escépticas entre los alemanes pero al poco
tiempo, cuando los bombardeos nocturnos de las posiciones nazis se
hicieron regulares, los mandos alemanes anunciaron una recompensa de
5.000 marcos para cualquiera que lograse derribar
esos aviones.
Hacia finales de 1942, las empresas industriales de la URSS habían
superado el nivel de la producción bélica de preguerra y para 1944
cubrían por completo las demandas del Ejército, aparte que los nuevos
equipos militares desarrollados en el país resultaban
más baratos y más sencillos que los alemanes. La Unión Soviética
consiguió una superioridad económica sobre el adversario y pudo hacerlo
gracias a la faena ardua de todos aquellos que estaban en la
retaguardia.
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