15 de marzo de 2016

Aunque naciera en la luna

Por: René Fidel González García, La Joven Cuba
 solidaridad-cuba-puerto rico
 
"La memoria despierta para herir
a los pueblos dormidos
que no la dejan vivir
libre como el viento"
 León Gieco

En 2005, después de que el FBI cercara, disparara y dejara desangrar lentamente a Filiberto Ojeda Ríos, tuve la oportunidad de ver en su funeral a una anciana – luego alguien me comentaría era Lolita Lebrón – diciendo, a modo de despedida del luchador independentista puertorriqueño y ante una multitud de personas muy jóvenes que se arracimaban alrededor del féretro: que a dónde él iba le estaba esperando José Martí. El rugido que provino al instante de la multitud, ni siquiera fue el preludio de lo que después vendría. A medida que aquella mujer desgranaba, con voz imperturbable y pausada, los nombres de Máximo Gómez y Antonio Maceo, el torrente de emoción que aquellos nombres despertaban en los presentes no hizo más incrementarse, hasta acabar en una ovación cerrada, que portaba mucho más que los visos de la rabia colectiva por el burdo asesinato del viejo revolucionario.
Mi generación sabe perfectamente lo que significa Puerto Rico para Cuba. Siente, de un modo diferente a las nuevas generaciones de cubanos y cubanas, la presencia de un mar banderas puertorriqueñas en los conciertos de Marc Anthony; traduce y entiende en un orgullo íntimo las palabras de una Olga Tañón, comprende, lo que significan las letras de Calle 13, su lealtad y el valor de su irreverencia, su coherencia. Crecimos fascinados con la semejanza de su bandera con la nuestra, viendo a Elpidio Valdés regresando con una expedición a Cuba en un pequeño vapor llamado Puerto Rico Libre, recibimos los ecos tardíos de la masacre de Ponce, recuperamos a Vieques como si recuperáramos lo que aún nos falta.
Por mis maestros, pero sobre todo por mis padres, entendí desde muy pequeño que nuestro sueño independentista estaba incompleto sin la soberanía plena de Puerto Rico, que la traición a la Revolución martiana ocurrida en la manigua fue a un mismo tiempo, o primero, la traición a Puerto Rico, al sacrificio de sus hijos, a los que dejaron su sangre aquí y lanzaron su destino al turbión de una guerra primera, porque luego iríamos allá, como uno solo y eso bastaba. Por eso de adolescente no me sorprendieron las bases originales del Partido Revolucionario Cubano, ni la carta inconclusa de Dos Ríos, ni la profecía de amor de una confederación antillana compuesta por muchos mambises junto con Betances y Hostos.
Los cubanos tenemos mucho que agradecerle a un norteamericano, Alexis E. Frye, el Superintendente de Escuelas de la primera ocupación. Considerado por Leonard Wood un hombre peligroso por su influencia sobre los maestros cubanos, él fue fundamental en impedir aquí, junto a un grupo de pedagogos, maestros y funcionarios cubanos, la estrategia desnacionalizadora y anexionista que en Puerto Rico se impuso exitosamente ya desde el Manual del Maestro para las escuelas públicas, de Víctor S. Clark.
Algunos podrán decir que los independentistas en Puerto Rico son una cifra pequeña del total de la población políticamente activa, que nostálgicos de una idea sucumbirán más temprano que tarde, atrapados sin remedio, dentro de esa falacia poderosa y moderna que es el Estado Libre Asociado y el aplastante e intencionado influjo de la cultura yanqui, qué es cosa de tiempo, sólo de tiempo.
El tiempo, en cambio, dice lo contrario. Ellos siguen estando ahí. Han estado de generación en generación alimentando el viejo sueño, pero también nuestro antiguo compromiso por la libertad de ellos, la deuda adquirida con nosotros mismos, que continúa ahí, irresuelta.
Yo no sé qué pasará cada vez que se olvida entre nosotros ese compromiso, cada vez que la mención de los nombres de Martí, Gómez y Maceo, ya no arranca y arremolina los mismos sentimientos que entre los puertorriqueños independentistas. Y no hablo, ésta vez, del Gobierno Revolucionario en Cuba, que ha mantenido intacta, y en su raíz, la vocación independentista cubana para con Puerto Rico, y un decidido y generoso apoyo a la causa boricua a lo largo de su existencia. Hablo de todos nosotros, sobre todo de nosotros, y de los que nos sucederán.
Hace muchos años conocí a una joven estudiante de Derecho puertorriqueña. Se llamaba Ángela y me confesó no saber quién era Pedro Albizu Campos y su asombro porque yo lo supiera. Había llegado a Santiago de Cuba, a conocer Cuba, me dijo, junto a un grupo de sus compañeros de estudios. Todavía recuerdo el pánico con que me describió el momento en que nuestros aduaneros intentaron asentar en su pasaporte su entrada al país. Después me diría que ellos, los yanquis, les habían robado primero la memoria antes de cambiarles los sueños.
Ahora que restablecemos relaciones con el viejo y común enemigo de Cuba y Puerto Rico, ahora que les tendremos de muchas formas en casa, ahora que regresan una vez más con su plan, sus diplomáticos y su manera de tomar y luego narrar las cosas, habría que pensar mucho en lo que ella dijo.
A finales de mes volverá a Cuba después de mucho tiempo un Presidente estadounidense. No es para amargarle la visita, mucho menos para que algunos se escandalicen por la ruptura de los protocolos tan cuidadosamente acordados, pero puede que algún cubano aparezca a lo lejos con un cartel que diga ¡Viva Puerto Rico libre! No sé. Nunca se sabe.
Exigirles una vez más la independencia de Puerto Rico puede no sea en sentido estricto un asunto de Derecho Internacional a resolver entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos, como sí lo es la devolución de las tierras de Guantánamo. Pero no por eso dejan de ser, ambos temas, una cuestión de dignidad, vergüenza y decoro. Ese ejercicio de memoria, es quizás crucial para nuestro pueblo a futuro.
Por lo pronto me iré pensando en el fragmento de un poema que aprendí de oídas siendo un niño y que recito – en memoria – cada año a los más jóvenes:
¨…y al echón que me desmienta
que se ande muy derecho,
no sea que, en lo más estrecho,
de un zaguán pague la afrenta,
pues según alguien me cuenta,
dicen que la luna es una,
sea del mar, o sea montuna
y yo sería borinqueño,
sin nada, pero sin quebranto,
aunque naciera en la luna¨
Esto, esto es también, un guiño a una lectora que no entiende, cuando digo en lo que creo.

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