9 de marzo de 2014

Chávez

Por René Camilo García Rivera, enviado de La Joven Cuba.


Cuando el emperador Octavio Augusto fenecía en su lecho, con una frase consoló el dolor espiritual que le causaba morir: “Encontré una Roma de ladrillos –dijo- y dejé una Roma de mármol”. Con esa breve, pero simbólica frase, el político ofreció una lección que ha predominado en el ideario Occidental durante casi dos milenios: en la trascendencia de las obras del hombre, más allá de su época y de sí mismo, se halla la verdadera grandeza de las personalidades.
Los jóvenes creemos entonces que el mayor culto, que el mayor homenaje a Hugo Chávez, radicaría en sostener y materializar el ideario del líder bolivariano. Pero para ello, primero habríamos de preguntarnos: ¿qué nos enseñó Hugo Chávez en su accionar político?; ¿dónde radicaban las  principales fortalezas de su teoría revolucionaria?; en el contexto cubano, ¿de qué ideas chavistas podríamos apropiarnos? La reflexión es harto extensa, pero pretendamos sintetizar en pocas líneas las directrices cardinales del mapa transformador que guiaba al revolucionario venezolano.
Recordemos, en primer lugar, cómo asumió el poder político de su país. Tras una fallida acción cívico-militar en 1992, se vio obligado a guardar prisión durante dos años; pero antes de entregarse a las autoridades, ofreció una alocución televisiva a todo el pueblo en la que se responsabilizaba de las acciones y anticipaba –con ese “por ahora” antológico- que la lucha recién comenzaba. La lectura dialéctica más certera sobre ese suceso, y en especial sobre esa declaración, versa sobre el criterio chavista de la voluntad popular como principal fuerza transformadora de la realidad.
El criterio fue validado posteriormente, pues esa misma voluntad popular -manifestada en consenso- lo llevó, cinco años después, a la primera magistratura del país con el 56 por ciento del apoyo de los votantes. Luego, desde el poder, Chávez siempre fue coherente y profundizó ese principio de respeto absoluto al consenso popular. Y creemos que ahí radica la primera gran enseñanza del líder bolivariano, pues durante su gestión se realizaron 16 consultas directas a los electores, para aprobar temas y elegir cargos que determinarían el futuro de la vida pública de la nación.
De todas esas consultas, sus propuestas ganaron en ¡15 ocasiones!, lo que a nuestro juicio, valida la segunda hipótesis de lo que podríamos denominar “Teoría chavista de la revolución social”, y es que la transformación socialista puede vencer –en un terreno de consenso directo de las masas- al inmovilismo retrógrado de las fuerzas reaccionarias.
Es más, podríamos decir que el consenso directo y sistemático entre la vanguardia revolucionaria y la base de las fuerzas chavistas fue la carta de triunfo indiscutible ante las numerosas encrucijadas a que se ha visto enfrentado el proceso venezolano. El caso más paradigmático resultó la derrota al golpe militar de abril del 2002.
En aquella ocasión, gracias al reclamo de multitudes enardecidas, retornó a Miraflores el presidente secuestrado; lo cual no fue obra y gracia de la casualidad, sino el reclamo justo y natural de un pueblo que consideraba enteramente legítimo al gobierno de Chávez. La noción del respeto absoluto al consenso popular rindió frutos, y demostró que el pueblo es el principal guardián de las conquistas obtenidas por la revolución, lo cual nos llevaría a una tercera tesis del pensamiento chavista sobre la revolución social: solo una sociedad civil bien articulada, de manera dinámica, fluida y autóctona, podrá ser una fuerza lo suficientemente poderosa como para neutralizar las amenazas internas y externas de la revolución.
Claro, eso no es una tarea fácil ni exenta de riesgos, pero demostró ser la carta de triunfo más segura para paliar crisis políticas, de las cuales difícilmente el gobierno bolivariano habría podido salir bastándose únicamente de sus propios esfuerzos. En ello la Comunicación desplegada por las fuerzas dominantes resultó clave.
La Comunicación chavista, y por tanto auténticamente marxista y revolucionaria, comprende a estos procesos como un marco de reafirmación ideológica y de legitimación social; pero también como un espacio de diálogo entre la vanguardia revolucionaria y la base transformadora, como una oportunidad de rectificación y corrección de políticas fallidas, como un termómetro auténtico para medir el consenso popular. Creemos que el mayor estandarte de esta concepción lo reflejan los programas Aló Presidente, que Chávez ofreció cada domingo desde que asumió el poder en 1999.
El éxito arrollador de esta experiencia radicó, aparte del carisma magnetizador del líder bolivariano, en la identificación que sintieron amplios sectores populares con un presidente que sistemáticamente rendía parte directo de su gestión frente al país, así como de la de sus ministros y demás colaboradores. Y que, además, lo hacía de una manera auténtica e improvisada, pero segura y fiable. Creemos entonces los jóvenes que aquí radica la cuarta enseñanza trascendental que nos legó Hugo Chávez: la Comunicación como espacio de diálogo negociador entre la base revolucionaria y la vanguardia ejecutiva, la Comunicación como medidor de políticas fallidas y como termómetro del consenso de la voluntad popular.
Hasta aquí, hemos señalado cuatro directrices del pensamiento transformador chavista: el respeto total al consenso popular de las masasla determinación de ese consenso mediante consultas directas a los electoresla comunicación como espacio de diálogo, generación y negociación de ese consenso; y la articulación autóctona y fluida de la sociedad civil como principal garante del respeto al consenso obtenido.
En la “Teoría chavista de la revolución social”, estos principios serían puntos cardinales, brújulas para guiarse, pero el destino final estaría mucho más allá de lo que ellos consiguen manifestar por sí mismos en la actualidad. Hoy, su verdadera función nos es más que la de educar y preparar a una sociedad capitalista, que se prepara para el salto hacia la emancipación socialista del siglo XXI.  En ese socialismo de poder horizontal, donde desde las Comunas se gestione la esfera económica, jurídica, y del resto de la vida social de las personas, el hombre tiene que estar preparado para ser un agente activo y participativo de las tomas de decisiones que le atañen directamente.
Ese propio destino es el valor más noble y elevado, a nuestro juicio, del pensamiento revolucionario de Hugo Chávez: preparar al pueblo para que, una vez obtenido el poder político y tras una fase de transformación social, este mismo lo detente con sus manos y sea capaz de ejercerlo directamente en beneficio de su propio porvenir.
Como diría el Apóstol cubano, “las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes”, por eso en este primer aniversario de su partida física, hemos considerado como el mejor de los homenajes un análisis al legado de sus ideas políticas. Por las mismas que vivió y por las que, quizás, murió también. Seamos un poco más chavistas y seremos mucho más revolucionarios.

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