"Tellito" en la portada del semanario 'Estampa' (1936). Cortesía de la familia
Por Nestor Guadaño
Se llamaba Palmira Julia Tello Landeta, pero para los camaradas siempre fue Amaya Tello.
Palmira Julia, nació en Madrid, en el barrio de Cuatro Caminos. Aunque su familia era socialista, con 14 años empezó a militar en las Juventudes Socialistas Unificadas. Trabajó como aprendiz en un taller de sastrería situado en la calle Alcalá número 16.
Tello se integró en un célula, especializada en AgitProp, Agitación y Propaganda, junto a su camarada Dionisia Manzanero, una de Las Trece Rosas. Tras el Golpe Militar del 36, recorría los pueblos movilizando a la población, realizando mítines, reuniones, y llamando a los hombres y mujeres para la creación de milicias. El 31 de octubre de 1936, una foto suya vestida de miliciana apareció en la portada de la conocida revista Estampa con el siguiente titular: "¡Todos los hombres y mujeres en servicios de guerra y retaguardia!', es la voz que ha sonado por barrios, mercados y fábricas de Madrid". Esta imagen fue utilizada en carteles de combate y en la portada del libro de Mary Nash, Mujer y movimiento obrero en España, 1931-1939. No está claro que dijera exactamente las palabras que aparecen en la portada de la revista, su hijo Gregorio Párraga Tello compartió la siguiente cita, de su madre:
Después de la guerra
Cuando terminó la guerra, en abril de 1939, ya en Madrid, empezó a trabajar en una sastrería. El 5 de agosto de 1939 fueron fusiladas Las Trece Rosas. También por esas fechas se enteró de que la policía franquista la estaba buscando. En una redada arrestó en su casa a sus dos tías, Margarita y Carmen, pues su madre ya estaba presa en la cárcel de Ventas. Tello estuvo escondida en el domicilio de una camarada clandestina. Los militares en el poder, intentaban destruir las fuerzas del interior, y sobre todo desmantelar las células de la JSU. Ante el número considerable de detenciones que había por todo Madrid, partió hacia Zaragoza. Para pasar desapercibida cambió su nombre por el vasco de Amaya, en homenaje a su abuelo Lázaro Landeta, dueño de un caserío de Buia, y de una hija de Dolores Ibárruri..
Tellito retratada en el cuadro 'Perdimos la guerra' de Ciriaco Párraga. Cortesía de la familia.
En Zaragoza trabajó como modista. Integrada en organización clandestina aragonesa del partido, allí conoció a Ciriaco Párraga, pintor retratista, camarada de Blas de Otero, también comunista y que se convertiría en su compañero el resto de su vida. Fue modelo en muchos cuadros del pintor, como el que realizó en 1940 Perdimos la guerra y Maternidad 1940. Más tarde se trasladaron a Bilbao.
En Bilbao su casa del barrio de Begoña, se convirtió en un lugar habitual de reunión de las células comunistas, y de la imprenta vietnamita que sacaba sin parar el Mundo Obrero -la revista del PCE-, que se camuflaba tras los bártulos y caballetes del artista, a la vez que se distribuía la revista Euskadi Roja que llegaba de Francia hasta 1950.
En 1958 Ciriaco fue detenido y enviado a prisión por su pertenencia al EPK, Partido Comunista de Euskadi.
En aquellos años de Guerra Fría, con un apoyo de las potencias imperialistas al régimen franquista, el EPK y el conjunto de las organizaciones del PCE eran la principal, casi única fuerza de oposición real a la dictadura en el interior y desde el exterior.
En su lucha clandestina, el EPK y su militancia desarrollarán un gran trabajo entre la clase trabajadora, siendo una pieza fundamental de la organización obrera en los centros de trabajo. Un proceso que acabaría creando las Comisiones Obreras.
Amaya durante todos aquellos años siguió vinculada, a pesar de la vigilancia continua, al Partido. El EPK impulsará y participará en las diferentes huelgas de 1956, 1958, o 1962.
En 1968, hay un fuerte debate interno en el EPK, por los sucesos de Checoslovaquia, se produce la expulsión de centenares de miembros incluído el dirigente de Guipúzcoa Agustín Gómez.
Mientras, paralelamente son relatados en una entrevista a la Unión Civica por la Republica, los recuerdos de la infancia de su hija Victoria, vividos como una aula abierta, que le va enseñando lo que la escuela ocultaba. Así en los veranos que pasaban en casa de su tía Carmen en San Sebastián, cada mañana su abuela, su madre y sus tías hacían las camas de toda la familia: "Las oía reír, discutir de política, de hablar de esto y lo otro, yendo de una habitación a otra". Siempre terminaban llorando. "Para esas mujeres la dictadura suponía muchos sueños truncados y luchas, para luego acabar siendo amas de casa", explica la hija de Amaya.
Además de arrinconar a la población femenina a la esfera privada del hogar, la dictadura impuso que ante cualquier atisbo de independencia, las mujeres respondían primero ante sus padres y después ante sus maridos. Cuando Amaya fue a la comisaría a sacarse el pasaporte para visitar a su hermana en París, un policía se presentó en su casa para hablar con Ciriaco.
"Su mujer no solo dice que no tiene su permiso para sacarse el pasaporte, sino que encima dice que es soltera", dijo el agente.
"Anda, como yo", respondió el pintor.
Vivian como compañeros de vida, como comunistas en pareja. Solo accedieron a contraer matrimonio , cuando en 1973 a Ciriaco le quedaban pocos días de vida, y como forma de facilitar todo el papeleo posterior.
Últimos años
Amaya Tello en San Francisco, 2003, contra la guerra de Iraq. Foto cortesía de la familia.
En los últimos años de la dictadura y en los primeros de la democracia, Amaya se implicó en todos los movimientos vecinales que lucharon por mejorar las condiciones de vida de los barrios urbanos más desfavorecidos.
Por su cercanía a Madrid, Amaya junto con otras comunistas, construían las relaciones sociales para que las mujeres rompieran las ataduras culturales conservadoras de la dictadura.
"Era una persona dura, supongo que por todo lo que había perdido, pero siempre fue íntegra y una gran defensora de la justicia, la igualdad y los derechos humanos", cuenta Victoria, quien recuerda que junto a su casa había poblados de chabolas donde vivían muchos gitanos, que provocaban rechazo entre la gente. "Tú, nunca los desprecies", le advertía siempre.
Un día Gregorio le dijo a su madre: "Eres la versión femenina de Juan sin Miedo". Ella le respondió: "No hijo, yo he pasado mucho miedo, pero he reaccionado de una manera distinta porque había que tirar para adelante".
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