En
uno de sus textos, el poeta y luchador revolucionario salvadoreño Roque
Dalton definió el comunismo con una de las formulaciones más hermosas
de las que se tiene noticia: dijo que este sería una aspirina del tamaño
del sol. Hoy en día, aquí en Cuba, pareciera que ya nadie se acuerda
del comunismo, a pesar de que se supone que estamos en un proceso de
transición hacia esa forma de sociedad. Existe una especie de acuerdo
tácito sobre no hablar del tema. Sin embargo, ya va siendo hora de que
nos hagamos cargo de esa utopía, sobre todo porque se supone que la
búsqueda de su realización es lo que constituye la esencia de nuestro
modelo de sociedad.
Vale
la pena volver a hablar del comunismo, sobre todo ahora que, a la
altura del siglo XXI, después de tantas victorias, errores y caídas,
podemos revisitar de un modo crítico la teoría heredada. Ya estamos en
condiciones de disolver algunos mitos, e incluso de hacerle acotaciones a
algunas de las tesis que nos dejaron los clásicos.
Existe una especie de acuerdo tácito sobre no hablar del comunismo
Lo
primero que habría que precisar es que el comunismo nunca fue planteado
por Marx como un paraíso metafísico o una Nueva Jerusalén. El comunismo
siempre tuvo un significado muy concreto: una asociación de productores
libres, que le daría una forma consciente y racional al conjunto de las
relaciones sociales. Lejos de tratarse de una utopía abstracta, en las
condiciones actuales del mundo la organización racional de la sociedad
constituye una necesidad.
La
destrucción del medio ambiente es una realidad. El desarrollo
tecnológico descontrolado ha desembocado en fenómenos como la producción
de alimentos transgénicos, la creación de armas nucleares y biológicas,
la realidad virtual, el mejoramiento del cuerpo humano a través de la
tecnología, etc. En el horizonte amenazan con hacerse realidad los
sueños-pesadilla de la inteligencia artificial, la "trascendencia" de
una mente humana a un soporte digital, la prolongación casi infinita de
la vida. La falta de una gobernanza racional de las relaciones entre el
hombre y la tecnología, a escala mundial, puede llevar al ser humano a
una catástrofe antropológica.
Son
pocos los que, desde el mundo académico, proponen el comunismo como una
solución a los desafíos actuales. Se habla mucho sobre una revolución
contemporánea del saber, sobre la teoría de la complejidad y las
epistemologías de segundo orden. Pareciera que en la sociedad del
conocimiento se van a resolver todos nuestros problemas. Sin embargo, no
importa cuánto varíen nuestros paradigmas epistemológicos, si no se
ataca el problema de reformar las relaciones sociales no se puede llegar
muy lejos. Mientras la inmensa mayoría de los hombres tengan una
relación enajenada con el Leviatán de la producción social, y mantengan
esa falsa conciencia que encubre a los muy reales explotadores del
trabajo ajeno, no podrá hablarse de una verdadera sociedad racional.
Algunas ideas sobre la construcción del comunismo no hacen más que confundir y entorpecer el camino
El
comunismo hace posible la racionalidad de las relaciones humanas porque
es, ante todo, el reino de la libertad. Se supone que en ese modo de
producción la voluntad de todos los individuos se encuentre realizada en
el devenir social, de modo que la democracia no sea solo política sino
también económica. La democracia se entiende aquí, por supuesto, no como
gobierno de la mayoría sino como gobierno del pueblo. Con la
democratización de las formas económicas el comunismo hace posible la
abolición de las clases sociales, así como la eliminación del Estado.
Resulta evidente que el tránsito hacia ese modo de producción puede y
debe ser un ideal perseguido por todos los seres humanos; sin embargo, a
lo largo de los años se han acumulado representaciones sobre lo que
significa la construcción de ese sistema, las cuales no hacen más que
confundir y entorpecer el camino.
Es
ingenuo creer, como desgraciadamente todavía muchos creen, que la
quintaesencia del socialismo es expropiar a los burgueses. La
destrucción de las bases del poder material de la burguesía puede ser
una necesidad de la lucha de clases, pero no puede ser considerada el non plus ultra de
la política socialista. Por otro lado, la imagen que muchos tienen del
comunismo se encuentra deformada por una mala interpretación de la
famosa frase "de cada cual según su trabajo, a cada cual según sus
necesidades". Algunos han sacado de ahí la consecuencia de que la
llegada al comunismo es un problema solo de la forma de distribución, lo
cual no puede estar más alejado de la verdad, ya que para Marx la
producción siempre es lo primero y la distribución se rige siempre por
las relaciones de producción.
Lo
fundamental en el modo de producción comunista es la creación de nuevas
formas de organización de la producción, en las cuales la colaboración
libre y fraterna entre productores sea más eficaz que el cálculo de las
empresas capitalistas. Y que conste que se trata de eficacia y no de
eficiencia, pues el objetivo no puede ser competir con la producción
capitalista en su propio terreno. Ese fue el principal error que se
cometió en el socialismo real.
Si
hay algo en el pensamiento de Marx con lo que deberíamos establecer una
distancia, es la tendencia a considerar el comunismo como hijo del
crecimiento continuo de las fuerzas productivas. En lugar de poner el
énfasis en la abundancia de objetos de consumo que nos espera al final,
como si se tratara del tesoro al final del arcoíris, deberíamos recordar
que lo esencial es eliminar la dominación y la explotación como
componentes de las relaciones sociales de producción y, por tanto, como
partes de la estructura misma de las fuerzas productivas. Es muy
probable que, mirada con una óptica capitalista, una sociedad en
transición al comunismo experimente un decrecimiento económico. Pero se
trataría en todo caso de un decrecimiento racional. La transición solo
es posible con una transformación total del sistema de necesidades. En
esas circunstancias, desaparecerían toda una serie de necesidades que
solo tienen sentido en el capitalismo, con lo que la sociedad, a pesar
de la reducción en la cantidad neta de producción, sería más feliz.
El principal error que se cometió en el socialismo real fue competir con la producción capitalista en su propio terreno
El
primer paso en la construcción del comunismo está en la creación de una
nueva relación social de producción, basada en la colaboración y en la
socialización de los medios de producción. Las relaciones capitalistas,
todavía existentes al comienzo de la transición, deben ser suplantadas
como relaciones dominantes, generadoras fundamentales tanto de poder
como de sentido. Eventualmente, esas relaciones deben desaparecer. Las
relaciones monetario-mercantiles, que no son un sinónimo de capitalismo,
probablemente sobrevivan aún mucho tiempo más, hasta que se encuentre
un sistema de distribución tan desarrollado que pueda prescindir del uso
del dinero.
La
sociedad cubana es, en la actualidad, una de las pocas que aun
proclaman el comunismo como el ideal que luchan por construir. Sin
embargo, todo parece indicar que no nos hemos detenido a pensar en qué
entendemos bajo ese concepto. Esto es algo grave, porque poco a poco los
ideales que deberían ser centrales se transforman en palabras vacías.
Nos vamos olvidando de que las utopías son también necesarias. Cuba sola
no va a alcanzar el comunismo, por supuesto, pero vale la pena soñar
con esa aspirina. Vale la pena recordar cada día las utopías que le dan
sentido a nuestro sufrimiento.
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