Por Valentina Rushnikova, para Pravda. Traducido del ruso por Josafat S. Comín
Hace 20 años los destructores del País de los Soviets consiguieron culminar el golpe de estado y comenzar la restauración del capitalismo en nuestro país. Mucho antes de 1991 ya se había creado y estaba en pleno funcionamiento la “quinta columna”, inculcando progresivamente en la conciencia de la gente el irrespeto por el modo de vida socialista, a menudo originando problemas de un modo artificial. No solo operaba la propaganda antisoviética, que se servía de determinadas dificultades del sistema socialista, también estaba en marcha la actividad saboteadora, oculta hasta ese momento.
Una de las direcciones fundamentales para exacerbar la tensión en la sociedad fue la creación artificial de problemas relacionados con el suministro de bienes de consumo, en primer lugar con productos de alimentación. Desde mediados de los 80, en muchas ciudades y núcleos urbanos comenzaron a escasear los productos de alimentación en muchos aparadores de las tiendas, y no solo las exquisiteces, sino también los productos de consumo diario. Era un proceso que iba en aumento de año en año, con la única excepción de la capital, donde la variedad de productos de alimentación se mantenía a un nivel decente.
Ese sesgo a favor de Moscú en cuanto al abastecimiento de artículos de alimentación, generaba otros muchos problemas. Comenzaron a llegar a la capital flujos de gentes venidas de las regiones cercanas a la capital, e incluso de regiones del país más alejadas. Los viajes por sistema a la capital para conseguir embutido, las interminables colas en las tiendas, agotaban a la gente y motivaban el descontento con la situación, tanto entre los moscovitas, como entre los que venían de fuera. Eso era lo que buscaban los “jefes de obra de la perestroika”.
Así, para los actuales detractores del periodo soviético, el principal argumento contra el socialismo ─después de la “represión estalinista”─ fue la supuesta escasez generalizada de productos de alimentación y otros bienes de consumo. Sin embargo esos mismos detractores olvidan mencionar, de manera premeditada, la verdadera causa de esa escasez.
Intentemos arrojar algo de luz en esta cuestión, echando mano de la estadística.
Es bien sabido, que desde finales de los 60 y hasta mediados de los 80, no se produjo en el país nada parecido a esa escasez generalizada de comestibles, ni tampoco esos desplazamientos masivos de la población en busca de productos de alimentación. La estadística certifica que año tras año, la producción de esos productos no hacía más que crecer. En el país se garantizaban elevados tiempos de crecimiento del volumen de producción en la industria alimentaria. Una tendencia que se mantuvo también a mediados de los 80.
Así por ejemplo, en 1987 el volumen de producción de la industria alimentaria, en comparación con los indicadores de 1980, había crecido en un 130%. En el sector cárnico, ese crecimiento ─en comparación con 1980─ había sido de un 135%, en el sector de lácteos fue de un 131%, en el de pescado de un 132% y en el de derivados de la harina, de un 123%. En ese mismo periodo de tiempo, el crecimiento de la población fue de un 6,7%, mientras que el salario medio en la economía creció de media un 19%. En consecuencia, la producción de productos de alimentación en nuestro país iba muy por delante del incremento de población y del poder adquisitivo.
Todas las empresas de la industria alimentaria trabajaban a plena capacidad, estaban garantizados los suministros de productos agrícolas y de otros tipos de materias primas necesarios para su funcionamiento, así como la mano de obra. Significa esto que el desarrollo de la industria alimentaria en modo alguno pudo ser el causante de la escasez de género en las tiendas de comestibles.
Por eso solo cabe hacer una deducción: la escasez fue generada de modo consciente, artificial, pero no en la etapa de la producción, sino en la esfera de la distribución. El objetivo era crear tensión social en el país. Por cierto, que nuestra generación recuerda bien el programa “600 segundos”. En él, en 1990, se mostraron reportajes bastante elocuentes de cómo se destruía embutido, mantequilla, aceite y otros productos que ya eran deficitarios en ese momento. En una de las publicaciones de la época, el entonces alcalde de Moscú y hoy consejero del alcalde (!?), Gabril Popov, reconocía esos casos en que se destruían productos de alimentación con el objetivo de generar escasez en la ciudad. En la prensa se informaba de cómo se habían detenido al unísono, para ser reparadas, todas las empresas que producían tabaco y detergente.
En general seguimos sin conocer sus nombres, siguen en la sombra, los instigadores, organizadores y ejecutores de aquel sabotaje económico. Sigue siendo un misterio de qué modo y en qué dirección desapareció esa enorme cantidad de productos de alimentación. Las escasas publicaciones que hay sobre el tema, solo dan pie a presuponer cómo se generó la escasez.
El sabotaje tuvo éxito y el modo capitalista vino a sustituir al modo socialista de producción. La propaganda burguesa delibera permanentemente sobre los aparadores repletos de productos en las tiendas y sobre la abundancia de productos de alimentación.
Podría pensarse que los problemas de escasez están resueltos. ¿Pero cómo? Desde luego no ha sido gracias al desarrollo del sector agroindustrial, sino mediante la importación del extranjero de productos de alimentación, así como ─y esto es lo principal─ gracias a la baja capacidad de compra de la población. La escasez permanece, solo que de un modo oculto.
Además las importaciones que se hacen del exterior (a excepción de las provenientes de Bielorrusia), son de una calidad más que dudosa, que nunca se hubiera admitido en la URSS. En comparación con el periodo soviético, ha empeorado notablemente la calidad de la producción nacional. Para sustituir a la materia prima natural, llegaron los sucedáneos, los agregados y los equivalentes. Como resultado ha descendido la calidad del producto en lo gustativo. A menudo la producción alimentaria no es del todo segura para la salud del consumidor. El número de productos que cumplen los requerimientos de calidad del estado ha descendido sensiblemente. Han sido sustituidos por condiciones técnicas.
El sector agroalimentario ha sido destruido, la seguridad (autosuficiencia) alimentaria se ha perdido.
El PCFR en su programa electoral se fija como prioridad el renacimiento del campo ruso y el incremento de la producción agraria. Eso sería un potentísimo impulso para el desarrollo de la industria de transformación.
Tras llegar al poder, el gobierno garantizará que la población tenga acceso a productos de calidad de fabricación nacional. La seguridad alimentaria será restituida.
V. Rushnikova es una antigua trabajadora del Comité estatal agroindustrial.
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