Por Liu Shulin
Una oleada de reformas se diseminó por los estados socialistas en los años 80. Sin embargo, como siempre habrá mayor riesgo de caer cuando se corre que cuando se camina, las reformas en los países socialistas pronto demostraron su vulnerabilidad intrínseca.
Las lecciones derivadas de los errores cometidos por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) tienen valor para China, que hoy está experimentando su propia reforma.
En primer lugar, el Partido no debe renunciar a su liderazgo del país durante las reformas. El PCUS, aunque había estado plagado por la corrupción en alto grado, habría podido resucitarse. Pero al calor de la “Glasnost,” el PCUS había perdido su control sobre la intelectualidad, los círculos académicos y la prensa.
En segundo lugar, la reforma no debe abandonar el principio de la propiedad pública como fundamento económico. La propiedad pública socialista ha determinado la naturaleza del socialismo y garantizado el autosostenimiento de la población. Es también la parte más sustancial del sistema socialista. En tanto se mantenga la posición de la propiedad pública, perdurará la base de los países socialistas, sin importar cómo procedan las reformas.
El 1 de julio de 1991, el Soviet Supremo de la Unión Soviética aprobó una ley de privatización, según la cual las empresas propiedad del gobierno se podrían convertir en empresas colectivas o de accionistas, y podrían ser vendidas o subastadas.
En el mismo mes, el líder soviético Mijaíl Gorbachov escribió a la cumbre del G7 para informarles que durante los primeros dos años del plan, 80 por ciento de las empresas medianas o pequeñas serían vendidas a individuos, tras lo cual se promovió la modalidad de empresas privadas masivas.
La privatización generó la clase privilegiada y produjo la diferenciación de clases en la Unión Soviética, lo que podía conducir solamente a dos resultados: un agudo reajuste del país debido a la transformación sufrida por la política del partido gobernante, o a una sociedad que reaccionara con ira ante la nueva realidad.
En tercer lugar, la reforma no significa simplemente negar a los líderes anteriores. Nikita Jruschóv denunció a José Stalin en el “discurso secreto” de 1956. Y desde entonces la corriente antiestalinista perduró por varias décadas en la Unión Soviética, y condujo a las consecuencias desastrosas de negar la historia de país, hasta desembocar en la oposición al sistema y las metas del comunismo.
Sin embargo, la mera negación del pasado no ayuda a solucionar el problema. Durante las reformas de los años 80, Gorbachov cambió el rumbo de la Unión Soviética acudiendo a un denominado “nuevo pensamiento.”
¿Cuál era el propósito último de la reforma? ¿Debe la reforma persistir en los principios del socialismo? Al respecto, Gorbachov sólo demostró una ceguera total.
En cuarto lugar, la reforma no debe descansar en potencias externas. EEUU nunca cambió su meta de intentar la “transformación pacífica” de la Unión Soviética y otros países socialistas. Tomó medidas para aplicar la presión ideológica sobre dichos países, mientras que los líderes de la Unión Soviética que apoyaban las reformas no tomaron ninguna precaución.
Gorbachov se preocupaba de recibir la evaluación y alabanza de EEUU, y sus esfuerzos de promover la Glasnot, Perestroika y una supuesta “autonomía cultural” se encaminaban todos a obtener el apoyo de EEUU.
Por otra parte, se afirma que cuando los militantes de línea dura le propinaron el fallido golpe de estado, en 1991, lo primero que hizo Gorbachov fue llamar a EEUU, y sólo abandonó su arresto domiciliario después de solicitar instrucciones al presidente de EEUU.
*El autor es profesor del Colegio de Ciencias Sociales de la Universidad Tsinghua.
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