Fidel
Castro siempre fue identificado con su uniforme verde olivo. Aunque más
simbólico que jerárquico, era un uniforme militar sin dudas. Eso podía
relacionar al líder revolucionario con la guerra de una manera absoluta.
A
los que le acusan de crear una Cuba de odio y de abismo entre cubanos.
Habría que recordarles que esa separación existe desde hace 150 años. Es
parte de la identidad divisoria ante el concepto de nación desde su
propio surgimiento.
En
las Guerras de Independencia, los patriotas cubanos no se enfrentaron
solamente al ejército enviado por Su Majestad, sino también a miles de
integrantes del Cuerpo de Voluntarios, cubanos sin sentimiento nacional
que defendían a la metrópoli. Fueron ellos los que descargaron su odio
en los bárbaros Sucesos del Teatro Villanueva y los que exigieron el
fusilamiento de los Estudiantes de Medicina.
Martí
sufrió prisión bajo trabajo forzado por escribir una carta
recriminatoria a un compañero de estudios que entró a las filas del
grupo paramilitar. A lo largo de su vida revolucionaria, Martí tuvo que
enfrentar a anexionistas y autonomistas, más las intrigas entre los
propios independentistas.
En
el combate de Dos Ríos, los primeros enemigos en llegar al cuerpo sin
vida del Apóstol no fueron los quintos españoles, si no
contraguerrilleros cubanos pagados al servicio de la Corona.
Años
atrás las familias criollas de la sacarocracia colonial habían salido a
regodearse en el espectáculo del cuerpo de Ignacio Agramonte arrastrado
por las calles.
Ya
en la República, liberales y conservadores fueron a la Guerrita de
Agosto, blancos y negros a la de los Independientes de Color, antes de
que la farsa republicana desembocara en la sangrienta dictadura
machadista y la violenta revuelta de 1933.
Los
torturadores al servicio de Machado no fueron llevados a juicio, la
muchedumbre enardecida se encargó de ajusticiarlos. Una foto
iconográfica perpetuó al soldado sublevado que acabó con la vida del
Jefe de la Porra machadista, con su fusil en alto y el cuerpo casi
levitando como en éxtasis.
Después vino Atarés, el Morrillo fatal, Orfila. La guerra entre los grupos que parecía no tener fin. Hasta el golpe batistiano.
Había
entre Auténticos y Batistianos un desprecio mutuo: Los primeros,
blancos y nacidos en el occidente, representantes de la burguesía y de
una clase política tradicional y corrupta; los segundos en su mayoría
mestizos orientales de origen pobre sin ilustración ni escrúpulos,
ávidos de fortuna a toda costa.
La
sentencia entre ambos era a muerte y tras la toma del poder muchos
auténticos debieron exiliarse o vivir bajo acoso con el peligro de ser
asesinados.
En
medio, los Ortodoxos que buscaban por la vía política lograr el rescate
moral de la República, se dividieron al morir su líder Eduardo Chibás.
Entonces
nace una fuerza nueva, minoritaria, con la calidad como premisa más que
la cantidad de sus integrantes. Así surgió la Generación del Centenario
que luego se convirtió en Movimiento 26 de Julio y de una FEU
pusilánime salió un puñado de valientes que crearon el Directorio
Revolucionario.
Todo
eso en medio de una Cuba hecha de odio, de un odio mucho mayor y
cotidiano, que es el odio más profundo y el que ha intentado sanar la
Revolución. El odio entre los ricos y los pobres, entre el desprecio
paternalista de los señores blancos y el odio callado de su empleada
negra. Entre el bodeguero y el que no tenía para comprar un pan, entre
el soldado que se enrolaba para dar de comer a sus hijos sabiendo que
estaba eligiendo por el hambre o el desprecio y el civil atropellado que
lo despreciaba. La Cuba tremendamente dividida entre el que tenía para
salvarse la vida ante una enfermedad y el que estaba condenado por ser
pobre sabiendo que había cura.
La
Cuba de una división mucho más honda y lacerante, la de las familias
donde el hijo varón era enviado a estudiar y la hija hembra condenada a
los deberes del hogar. Así de generación en generación.
La
del empleado que soportaba con los dientes apretados la humillación de
cada día de su patrón para poder llevar un mísero salario a su hogar.
Hasta que se hizo miliciano y sintió un enorme placer al poner sobre la
fachada del comercio un cartel de ¨Nacionalizado¨
En
la Cuba en que vivimos queda algo de aquellos males o han incluso
resurgido. Somos conscientes de ello. Preservar valores contra ese
resurgir no es ser conservador, si no tan revolucionario como luchar por
lo que debe cambiarse. El cambio de mentalidad que se exige hoy es
administrativo, porque el cambio de mentalidad moral, de mentalidad
social, de mentalidad histórica que son los más difíciles hace tiempo lo
hizo la Revolución.
No es necesario ser revolucionario, basta con entender la revolución.
Quién
no entienda nada de esto, no podrá nunca comprender la Revolución
Cubana. Como una joven ignorante (por desconocedora, no por joven) que
reprochaba que en la Cuba de hoy hubiera diferencias entre ricos y
pobres. Pensé al escucharla: No sabe ella que gran elogio le está
haciendo a la Revolución. Porque este era un país dividido entre los
ricos tremendamente ricos y los pobres miserablemente pobres.
Una
clase media alienada se debatía entre los dos. Vivía como viven las
clases medias, entre el sueño enajenante de ser ricos y la pesadilla
permanente de caer en la pobreza. Fue solo cuando esa clase media buscó a
los pobres y se unió a ellos que se pudo hacer la Revolución. Todo lo
anterior fue frustración.
Pero
menos aún se logrará entender la enorme paz que esa Revolución nos
trajo. La paz tremenda que viene de la victoria de una fuerza sobre otra
100 años después de 1868.
En
1965, cuatro años después de Girón, se capturó en la Sierra del
Escambray al último grupo armado contra la Reforma Agraria. Desde
entonces solo el terrorismo y las ayudas en tierras lejanas enlutaron en
Cuba a los cubanos.
Esa
ha sido la paz que ha vivido desde entonces mi generación y bajo la
cual está naciendo la generación siguiente. Ninguno de mis compañeros de
edad o estudios saben lo que es reconocer a un familiar entre un grupo
de cadáveres, ninguno ha tenido que ir a una fosa común, ninguno ha
visto morir a nadie de una muerte atroz, como ninguno ha disparado un
arma más allá de los varones en el formal acto del servicio militar.
La
generación de Julián del Casal no pudo decir lo mismo, la de Villena
tampoco, ni la de los Hermanos Saíz. Nosotros sí podemos, mientras nos
dedicamos a polemizar desde dentro o fuera de Cuba.
Entre
mis amigos y colegas tengo muchos contrarios políticos como tengo
muchos compañeros. No por eso dejo de tener sentimientos de amor y
simpatía hacia ellos.
El
líder de mi bando, imperfecto y criticable, se ha ido. Esperemos que no
se vaya con él nunca la paz que logró y que nunca volvamos al campo de
batalla en nuestros roles históricos de revolución y contrarrevolución.
Esperemos que la luz del civismo nos ilumine. Será difícil.
Si no ocurre, ojalá alguien ore por nosotros.
Que lo haga doble por nuestros enemigos.
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12 de diciembre de 2016
La paz en Cuba
Por Javier Gómez Sánchez, en La Joven Cuba.
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