12 de diciembre de 2016

La paz en Cuba

Por Javier Gómez Sánchez, en La Joven Cuba.

Asaltantes al cuartel Moncada. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate
Fidel Castro siempre fue identificado con su uniforme verde olivo. Aunque más simbólico que jerárquico, era un uniforme militar sin dudas. Eso podía relacionar al líder revolucionario con la guerra de una manera absoluta.
A los que le acusan de crear una Cuba de odio y de abismo entre cubanos. Habría que recordarles que esa separación existe desde hace 150 años. Es parte de la identidad divisoria ante el concepto de nación desde su propio surgimiento.
En las Guerras de Independencia, los patriotas cubanos no se enfrentaron solamente al ejército enviado por Su Majestad, sino también a miles de integrantes del Cuerpo de Voluntarios, cubanos sin sentimiento nacional que defendían a la metrópoli. Fueron ellos los que descargaron su odio en los bárbaros Sucesos del Teatro Villanueva y los que exigieron el fusilamiento de los Estudiantes de Medicina.
Martí sufrió prisión bajo trabajo forzado por escribir una carta recriminatoria a un compañero de estudios que entró a las filas del grupo paramilitar. A lo largo de su vida revolucionaria, Martí tuvo que enfrentar a anexionistas y autonomistas, más las intrigas entre los propios independentistas.
En el combate de Dos Ríos, los primeros enemigos en llegar al cuerpo sin vida del Apóstol no fueron los quintos españoles, si no contraguerrilleros cubanos pagados al servicio de la Corona.
Años atrás las familias criollas de la sacarocracia colonial habían salido a regodearse en el espectáculo del cuerpo de Ignacio Agramonte arrastrado por las calles.
Ya en la República, liberales y conservadores fueron a la Guerrita de Agosto, blancos y negros a la de los Independientes de Color, antes de que la farsa republicana desembocara en la sangrienta dictadura machadista y la violenta revuelta de 1933.
Los torturadores al servicio de Machado no fueron llevados a juicio, la muchedumbre enardecida se encargó de ajusticiarlos. Una foto iconográfica perpetuó al soldado sublevado que acabó con la vida del Jefe de la Porra machadista, con su fusil en alto y el cuerpo casi levitando como en éxtasis.
Después vino Atarés, el Morrillo fatal, Orfila. La guerra entre los grupos que parecía no tener fin. Hasta el golpe batistiano.
Había entre Auténticos y Batistianos un desprecio mutuo: Los primeros, blancos y nacidos en el occidente, representantes de la burguesía y de una clase política tradicional y corrupta; los segundos en su mayoría mestizos orientales de origen pobre sin ilustración ni escrúpulos, ávidos de fortuna a toda costa.
La sentencia entre ambos era a muerte y tras la toma del poder muchos auténticos debieron exiliarse o vivir bajo acoso con el peligro de ser asesinados.
En medio, los Ortodoxos que buscaban por la vía política lograr el rescate moral de la República, se dividieron al morir su líder Eduardo Chibás.
Entonces nace una fuerza nueva, minoritaria, con la calidad como premisa más que la cantidad de sus integrantes. Así surgió la Generación del Centenario que luego se convirtió en Movimiento 26 de Julio y de una FEU pusilánime salió un puñado de valientes que crearon el Directorio Revolucionario.
Todo eso en medio de una Cuba hecha de odio, de un odio mucho mayor y cotidiano, que es el odio más profundo y el que ha intentado sanar la Revolución. El odio entre los ricos y los pobres, entre el desprecio paternalista de los señores blancos y el odio callado de su empleada negra. Entre el bodeguero y el que no tenía para comprar un pan, entre el soldado que se enrolaba para dar de comer a sus hijos sabiendo que estaba eligiendo por el hambre o el desprecio y el civil atropellado que lo despreciaba. La Cuba tremendamente dividida entre el que tenía para salvarse la vida ante una enfermedad y el que estaba condenado por ser pobre sabiendo que había cura.
La Cuba de una división mucho más honda y lacerante, la de las familias donde el hijo varón era enviado a estudiar y la hija hembra condenada a los deberes del hogar. Así de generación en generación.
La del empleado que soportaba con los dientes apretados la humillación de cada día de su patrón para poder llevar un mísero salario a su hogar. Hasta que se hizo miliciano y sintió un enorme placer al poner sobre la fachada del comercio un cartel de ¨Nacionalizado¨
En la Cuba en que vivimos queda algo de aquellos males o han incluso resurgido. Somos conscientes de ello. Preservar valores contra ese resurgir no es ser conservador, si no tan revolucionario como luchar por lo que debe cambiarse. El cambio de mentalidad que se exige hoy es administrativo, porque el cambio de mentalidad moral, de mentalidad social, de mentalidad histórica que son los más difíciles hace tiempo lo hizo la Revolución.
No es necesario ser revolucionario, basta con entender la revolución.
Quién no entienda nada de esto, no podrá nunca comprender la Revolución Cubana. Como una joven ignorante (por desconocedora, no por joven) que reprochaba que en la Cuba de hoy hubiera diferencias entre ricos y pobres. Pensé al escucharla: No sabe ella que gran elogio le está haciendo a la Revolución. Porque este era un país dividido entre los ricos tremendamente ricos y los pobres miserablemente pobres.
Una clase media alienada se debatía entre los dos. Vivía como viven las clases medias, entre el sueño enajenante de ser ricos y la pesadilla permanente de caer en la pobreza. Fue solo cuando esa clase media buscó a los pobres y se unió a ellos que se pudo hacer la Revolución. Todo lo anterior fue frustración.
Pero menos aún se logrará entender la enorme paz que esa Revolución nos trajo. La paz tremenda que viene de la victoria de una fuerza sobre otra 100 años después de 1868.
En 1965, cuatro años después de Girón, se capturó en la Sierra del Escambray al último grupo armado contra la Reforma Agraria. Desde entonces solo el terrorismo y las ayudas en tierras lejanas enlutaron en Cuba a los cubanos.
Esa ha sido la paz que ha vivido desde entonces mi generación y bajo la cual está naciendo la generación siguiente. Ninguno de mis compañeros de edad o estudios saben lo que es reconocer a un familiar entre un grupo de cadáveres, ninguno ha tenido que ir a una fosa común, ninguno ha visto morir a nadie de una muerte atroz, como ninguno ha disparado un arma más allá de los varones en el formal acto del servicio militar.
La generación de Julián del Casal no pudo decir lo mismo, la de Villena tampoco, ni la de los Hermanos Saíz. Nosotros sí podemos, mientras nos dedicamos a polemizar desde dentro o fuera de Cuba.
Entre mis amigos y colegas tengo muchos contrarios políticos como tengo muchos compañeros. No por eso dejo de tener sentimientos de amor y simpatía hacia ellos.
El líder de mi bando, imperfecto y criticable, se ha ido. Esperemos que no se vaya con él nunca la paz que logró y que nunca volvamos al campo de batalla en nuestros roles históricos de revolución y contrarrevolución.
Esperemos que la luz del civismo nos ilumine. Será difícil.
Si no ocurre, ojalá alguien ore por nosotros.
Que lo haga doble por nuestros enemigos.

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