25 de febrero de 2020

ASÍ FUE NUESTRO BAUTISMO DE FUEGO, Ernesto Che Guevara.

Por Esteban Zúñiga.

La imagen puede contener: una persona, sombrero y primer plano

"Quizás ésa fue la primera vez que tuve planteado prácticamente ante mí el dilema de mi dedicación a la medicina o mi deber de soldado revolucionario. Tenía delante un mochila llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me separaba de las cañas." (Ernesto Che Guevara, 26 de febrero de 1969).

El 26 de febrero de 1961, dos días después de que fuera designado como Ministro de Industrias, aparecía en la revista "Verde Olivo" un texto de Ernesto Che Guevara, en el que se relataba lo sucedido en Alegría de Pío el 5 de diciembre de 1956, tres días después del desembarco de los expedicionarios del yate "Granma", donde los revolucionarios serían sorprendidos y atacados por las fuerzas del Ejército cubano a las órdenes de la dictadura de Fulgencio Batista; y que pasaría a convertirse en el bautismo de fuego del incipiente Ejército Rebelde.
 
Ernesto Che Guevara narraría las diversas peripecias de un combate claramente desigual, ya que los rebeldes, tras un largo camino por terrenos pantanosos y que había supuesto la pérdida de la mayoría de sus alimentos y medicinas, optando por llevar consigo a sus pocas armas y municiones, causaría la dispersión de los rebeldes y las bajas causadas por un enemigo superior tanto en el número como en armamento, con un resultado supondría una gran derrota para los revolucionarios, que sufrirían importantes bajas.
 
Entre los heridos, se encontraría el propio Ernesto Che Guevara, que la pensar que había llegado la hora de su muerte, cuando se vio sangrando por el cuello, sentenciaría:
"Me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido ...".

Para el recuerdo y para la historia permanecería imborrable la expresión del Comandante Revolución Juan Almeida Bosque ante el durísimo ataque del enemigo y que con el tiempo llegaría a sintetizar la decisión de los revolucionarios rebeldes y la decisión del pueblo cubano en la lucha por su libertad:
"AQUÍ NO SE RINDE NADIE C...".

Una frase que durante muchísimo tiempo se le adjudicaría erróneamente a Camilo Cienfuegos.

ERNESTO CHE GUEVARA.
"ALEGRÍA DE PÍO".
"Verde Olivo", 26 de febrero de 1961.
(Fuente: Granma.cu / Tomado del libro de Ernesto Che Guevara, "Paisajes de la Guerra Revolucionaria").

"Alegría de Pío es un lugar de la provincia de Oriente, municipio de Niquero, sito cerca de Cabo Cruz, donde fuimos sorprendidos el 5 de diciembre de 1956 por las tropas de la dictadura.
 
Veníamos extenuados después de una caminata no tan larga como penosa. Habíamos desembarcado el 2 de diciembre en el lugar conocido por la playa de Las Coronadas, perdiendo casi todo nuestro equipo y caminando durante interminables horas por ciénagas de agua de mar, con botas nuevas. Esto había provocado ulceraciones en los pies de casi toda la tropa. Pero no era nuestro único enemigo el calzado o las afecciones fúngicas. Habíamos llegado a Cuba después de siete días de navegación a través del Golfo de México y el Mar Caribe, sin alimentos, con el barco en malas condiciones, casi todo el mundo mareado por falta de costumbre al vaivén del mar, después de salir el 25 de noviembre del puerto de Tuxpan, un día de norte, en que la navegación estaba prohibida. Todo esto había dejado sus huellas en la tropa integrada por bisoños que nunca habían entrado en combate.
 
Ya no quedada de nuestros equipos de guerra nada más que el fusil, la canana y algunas balas mojadas. Nuestro arsenal médico había desaparecido, nuestras mochilas habían quedado en los pantanos. Caminamos de noche, el día anterior, por las guardarrayas de las cañas del central Niquero (New Niquero Sugar Company) que pertenecía a Julio Lobo en aquella época. Debido a nuestra inexperiencias, saciábamos nuestra hambre y sed comiendo cañas a la orilla del camino y dejando allí el bagazo; pero además de eso, no necesitaron los guardias el auxilio de pesquisas indirectas, pero nuestro guía, según nos enteramos años después, fue el autor principal de la traición, llevándolos hasta nosotros. Al guía se le había dejado en libertad al llegar al punto de descanso, cometiendo un erro que repetiríamos algunas veces durante la lucha, hasta aprender que los elementos de la población civil cuyos antecedentes se desconocen deben ser vigilados siempre que se esté en zonas de peligro. No debimos permitirle irse a nuestro falso guía en aquellas circunstancias.
 
En la madrugada del día 5 eran pocos los que podían dar un paso más; la gente desmayada, caminaba pequeñas distancias para pedir descansos prolongados. Debido a ello,se ordenó un alto a la orilla de un cañaveral, en un bosquecito ralo, relativamente cercano al monte firme. La mayoría de nosotros durmió aquella mañana.
 
Señales desacostumbradas empezaron a ocurrir a mediodía, cuando los aviones Biber (Beaver) y otros tipos de avionetas del ejército y particulares empezaron a rondar por las cercanías. Algunos de nuestro equipo, tranquilamente, cortaban cañas mientras pasaban los aviones sin pensar en lo visibles que eran dada la baja altura y poca velocidad a que volaban los aparatos enemigos. Mi tarea en aquella época, como médico de la tropa, era curar las llagas de los pies heridos. Creo recordar mi última cura en aquel día. Se llamaba Humberto Lamotte el compañero y esa era, también, su última jornada. Está en mi memoria la figura cansada y angustiada llevando en la mano los zapatos que no podía ponerse mientras se dirigía del boquitín de campaña hasta su puesto.
 
Montané y yo estábamos recostados contra un tronco, hablando de nuestros respectivos hijos; comíamos la magra ración -medio chorizo y dos galletas- cuando sonó un disparo; una diferencia de segundos solamente y un huracán de balas -al menos eso pareció a nuestro angustiado espíritu durante aquella prueba de fuego- se cernía sobre el grupo de 82 hombres. Mi fusil era de los mejores, deliberadamente lo había pedido así porque mis condiciones físicas eran deplorables después de un largo ataque de asma soportado durante toda la travesía marítima y no quería que se fuera a perder un arma buena en mis manos. No sé en que momento ni cómo sucedieron las cosas; los recuerdos ya son borrosos. Me acuerdo que, en medio del tiroteo, Almedia -en ese entonces capitán- vino a mi lado para preguntar las órdenes que había, pero ya no había nadie allí para darlas. Según me enteré después, Fidel trató en vano de agrupar a la gente en el cañaveral cercano, al que había que llegar cruzando la guardarraya solamente. La sorpresa había sido demasiado grande, las balas demasiado nutridas. Almeida volvió a hacerse cargo de su grupo, en ese momento un compañero dejó una caja de balas casi a mis pies, se lo indiqué y el hombre me contestó con cara que recuerdo perfectamente, por la angustia que reflejaba, algo así como "no es hora para cajas de balas", e inmediatamente siguió al camino del cañaveral (después murió asesinado por uno de los esbirros de Batista). Quizás ésa fue la primera vez que tuve planteado prácticamente ante mi el dilema de mi dedicación a la medicina o mi deber de soldado revolucionario- Tenía delante una mochila llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me separaba de las cañas. Recuerdo perfectamente a Faustino Pérez, de rodillas en la guardarraya, disparando su pistola ametralladora. Cerca de mí un compañero llamado Albentosa, caminaba hacia el cañaveral. Una ráfaga que no distinguió de las demás, nos alcanzó a los dos. Sentí un fuerte golpe en el pecho y una herida en el cuello; me dí a mí mismo por muerto, Albentosa, vomitando sangre por la nariz, la boca y la enorme herida de una bala cuarenta y cinco, gritó algo así como "me mataron" y empezó a disparar alocadamente pues no se veía a nadie en aquel momento. Le dije a Faustino, desde el suelo, "me jodieron", Faustino me echó una mirada en medio de su tarea y me dijo que no era nada, pero en sus ojos se leía la condena que significaba mi herida.
 
Quedé tendido; disparé un tiro hacia el monte siguiendo el mismo oscuro impulso del otro herido. Inmediatamente, me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen nítida. Alguien, de rodillas, gritaba que había que rendirse y se oyó atrás una vez, que después supe pertenecía a Camilo Cienfuegos (Nota de la Redacción: En realidad, fue Juan Almeida), gritando: "Aquí no se rinde nadie ..." y una palabrota después. Ponce se acercó agitado, con la respiración anhelante, mostrando un balazo que aparentemente le atravesaba el pulmón. Me dijo que estaba herido y el manifesté, con toda indiferencia, que yo también. Siguió arrastrándose hacia el cañaveral, así como otros compañeros ilesos. Por un momento quedé solo, tendido allí esperando la muerte. Almedia llegó hasta mí y me dio ánimos para seguir; a pesar de los dolores, lo hice y entramos en el cañaveral. Allí vi al gran compañero Raúl Suárez, con su dedo pulgar destrozado por una bala y Faustino Pérez vendándoselo junto a un tronco; después todo se confundía en medio de las avionetas que pasaban bajo, haciendo algunos disparos de ametralladora, sembrando más confusión en medio de escenas a veces dantescas y a veces grotescas, como la de un corpulento combatiente que quería esconderse tras de una caña, y otro que pedía silencio en medio de la batahola tremenda de los tiros, sin saberse bien para qué.
 
Se formó un grupo que dirigía Almedia y en el que estábamos además Ramiro Valdés, en aquella época teniente, y los compañeros Chao y Benitez; con Almeida a la cabeza, cruzamos la última guardarraya del cañaveral para alcanzar un monte salvador. En ese momento se oían los primeros gritos: "fuego", en el cañaveral y se levantaban columnas de humo y fuego; aunque esto no lo puedo asegurar, porque pensaba más en la amargura de la derrota y en la inminencia de mi muerte, que en los acontecimientos de la lucha. Caminamos hasta que la noche nos impidió avanzar y resolvimos dormir todos juntos, amontonados, atacados por los mosquitos, atenazados por la sed y el hambre.
 
Así fue nuestro bautismo de fuego, el día 5 de diciembre de 1956, en las cercanías de Niquero. Así se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde."

Enlace original:
https://www.facebook.com/esteban.zuniga.5686/posts/1029577064064588

24 de febrero de 2020

La continuación de la Revolución de Octubre

Historia Ilustrada de la Revolución Soviética: Continuación de la causa del Gran Octubre 

La unidad y comunidad del pueblo soviético fueron preparadas por la lucha re­volucionaria conjunta del proletariado de Rusia. En esa lucha actuaban en un fren­te único rusos, ucranianos, bielorrusos, pueblos del Báltico y Transcaucasia, de Asia Central y Kazajstán, del Cáucaso del Norte y regiones del Volga, de Siberia y Extremo Norte.

Este nexo no pudieron quebrantarlo ni la caída temporal del Poder soviético en algunas repúblicas y zonas del país durante los años de la guerra civil desencadena­da por la contrarrevolución interna y la intervención militar extranjera, ni el desen­frenado nacionalismo y la arbitrariedad de los partidos pequeñoburgueses que os­tentaron el poder con la ayuda y beneplácito del capital extranjero.

Todas las fuerzas del mundo caduco se emplearon para derrumbar el primer po­der obrero y campesino en la historia de la humanidad. Y todas ellas se disiparon frente al poderío y a la unidad de los trabajadores, pues éstos defendían a su Esta­do, sus campos, sus fábricas, y les fortalecía la fe en su causa justa.

Uno de los regimientos del Ejército Rojo. 1919.
Después de cada derrota, ellos cohesionaban aún más sus filas; después de cada victoria tensaban aún más sus fuerzas para rematar por completo al enemigo. Ellos promovieron a sus jefes militares, cuyos nombres entraron en los manuales de la historia militar: Mijaíl Frunze y Vasíli Bliujer, Iona Yakír y Stepán Vostretsov, Yan Fabritsius y Klim Voroshílov, Semión Budioni y Vasili Chapáiev. A su lado figuran, con todo derecho, nombres de oficiales del antiguo ejército prerrevolucio­nario, quienes prestaron servicio de manera voluntaria y fiel al nuevo poder: Mijaíl Tujachevski, Alexandr Egórov, Serguéi Kámenev, Ioakim Vatsetis, Vasili Altfater, Evgueni Berens y muchos otros.

El Consejo de la Defensa Obrera y Campesina, presidido por V. I. Lenin era el órgano dirigente para derrotar las fuerzas unidas de la contrarrevolución interna y externa. Este coordinaba toda la actividad de los departamentos militares y civiles en el centro y en las localidades, aseguraba la unidad del ejército y la retaguardia, la movilización de todos los medios y fuerzas para alcanzar la victoria.

"...Hacia dónde debería orientarse en primer término el golpe del Ejército Rojo… —escribió Serguéi Kámenev, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la re­pública en los años de la guerra civil— debía decidirlo, sin duda, quien dirigía toda la política del país… Esta dificilísima tarea se solucionó bajo la dirección de Vladi­mir Ilich".

El famoso cartel de D. Moor “¿Te alistaste voluntario?”. 1920.
La derrota de las principales fuerzas contrarrevolucionarias —los ejércitos de Kolchak, Denikin, Yudénich, Wran­guel, Polonia burguesa-terrateniente, fuerzas intervencionistas en el Norte, Sur y Extremo Oriente— determinó la li­beración de las antiguas regiones perifé­ricas nacionales. El proletariado de la Rusia soviética acudió en ayuda de los pueblos del país en su lucha emancipa­dora.

A comienzos de 1920 se liquidaron los destacamentos de guardias blancos e intervencionistas en la zona del Trans­caspio. El pueblo insurrecto de Jorezma (Jiva) derrocó el poder del Jan y el 1 de febrero proclamó la República Popular Soviética de Jorezma.

En agosto de 1920 comenzó la insu­rrección popular contra el emir de Buja­rá, insurrección apoyada por unidades del Ejército Rojo, comandadas por Mijaíl Frunze, y terminó con la victoria to­tal. El 6 de octubre se creó la República Popular Soviética de Bujará.

El Poder soviético triunfó así mismo en Transcaucasia. El 28 de abril de 1920 se sublevaron el proletariado de Bakú y los trabajadores de Azerbaidzhán. Se disolvió el Gobierno del partido nacionalista pequeñoburgués Musavat (“Igualdad”). El Comité Militar Revo­lucionario proclamó en Bakú la Repú­blica. Soviética y solicitó ayuda al Gobierno de la Federación Rusa para combatir la contrarrevolución.

Con el triunfo del Poder soviético en Azerbaidzhán se fortaleció el estado de ánimo revolucionario en la vecina Ar­menia. Bajo la presión de las masas, el Comité del partido de la ciudad de Ale­xandrópol, el mayor centro bolchevique de la república, izó la bandera de la in­surrección. Los comités revolucionarios proclamaron el Poder soviético en va­rios lugares, pero la información al res­pecto llegó tarde a Bakú y Moscú, por lo cual no se pudo ayudar a los insurrec­tos. Las acciones de los trabajadores de Armenia fueron ahogadas en sangre y pasados por las armas sus dirigentes, entre otros: Stepán Alaverdián y Gukas Gukasián.

Cartel de V. Deni “En la tumba de la contrarrevolución”. 1920. En las cruces sepulcrales figuran los nombres de los dirigentes del movimiento antisoviético.

La derrota de la insurrección de mayo de 1920 no logró detener el creciente im­pulso de la revolución socialista en Ar­menia. Su carácter masivo era prueba de la decisión inflexible que tenían los trabajadores de derrotar al Gobierno antipopular del partido nacionalista pe­queñoburgués Dashnaktsutiun (“Alian­za”) y consolidar la alianza con la Rusia revolucionaria. La nueva insurrección en ese mismo año condujo, el 29 de no­viembre, a la proclamación de la Repú­blica Socialista Soviética de Armenia.

El Poder soviético triunfó en Georgia el 25 de febrero de 1921. Se derrocó al Gobierno menchevique y el poder pasó a manos del Comité Revolucionario de Georgia, integrado por Filipp Majarad­ze (presidente), Alexéi Geguechkori, Serguéi Kavtaradze, Amayak Nazare­tián, Mamia Orajelashvili, Shalva Elia­va y otros. A los insurrectos les presta­ron ayuda decisiva las unidades del 11º Ejército, enviadas por indicación de Le­nin para apoyar a los destacamentos rebeldes.

En noviembre de 1922, el Ejército Popular Revolucionario de la República del Extremo Oriente, instituida en 1920 en las regiones de Transbaikalia, Amur y Primorie como Estado “tapón” entre la Rusia soviética y Japón, culminó la li­beración de Primorie. El jefe de este ejército era Vasíli Bliujer y la victoria fue total y definitiva. El 14 de noviem­bre, la República del Extremo Oriente se reunificó con la Federación Rusa.

Así como resultado de la enorme ten­sión de las fuerzas materiales, militares y espirituales de los obreros y campesi­nos del País de los Soviets, dirigidos por V. I. Lenin, fueron derrotadas por completo las fuerzas unificadas de los intervencionistas y la contrarrevolución interna. La RSFSR no sólo salvaguardó su sistema estatal, sino que también ayudó a los pueblos hermanos en su lu­cha contra el enemigo común.

El verdadero día de unión, de cohesión de las fuerzas para restablecer la economía nacional, de unificación del poderío militar y las posibilidades fi­nancieras y económicas de las repúblicas, de su transformación en una fuerza respetable, capaz de influir en la situa­ción internacional en bien de los traba­jadores, fue el 30 de diciembre de 1922. Ese día el I Congreso de los Soviets de la Unión de Repúblicas Socialistas Sovié­ticas proclamó la fundación del Estado socialista soviético multinacional, basa­do en los principios leninistas de igual­dad, soberanía y fraternidad.

El II Congreso de los Soviets de la URSS (enero de 1924) ratificó la Cons­titución del país, concluyendo así la creación de un Estado federal único, co­mo federación de repúblicas soviéticas soberanas. La asociación voluntaria se enfatizaba al conservarse el derecho, que tenían todas las repúblicas socialis­tas existentes o que surgieran, de salir e ingresar libremente en la Unión. El nue­vo Estado puso en práctica las ideas le­ninistas de internacionalismo proleta­rio, igualdad y fraternidad; concedió a los pueblos del país la posibilidad de co­menzar a materializar el plan leninista para construir el socialismo, que era una especie de testamento dejado por el gran guía, fallecido el 21 de enero de 1924.

 Con la aprobación del primer plan quinquenal (quinquenio) se desplegó el movimiento de todo el pueblo por su cumplimiento anticipado. En la foto: una de las brigadas obreras con la Bandera Roja circulante, en cuyo lienzo está escrito: “Por la aspiración tenaz a cumplir el quinquenio en 4 años”.

La unión fraternal de los pueblos se ha ampliado y robustecido con el correr de los años. Aumentaba, de modo con­secuente, el proceso de desarrollo políti­co, económico y cultural de los pueblos de la URSS, surgían nuevas repúblicas federadas y autónomas, regiones autó­nomas y comarcas nacionales.

En octubre de 1924, como resultado de la delimitación nacional-estatal, se formaron en Asia Central las repúblicas socialistas soviéticas de Turkmenia y de Uzbekia.

En 1929 se convirtió en república fe­derada la República Socialista Soviética Autónoma de Tadzhikia, que antes era parte de Uzbekistán, y en marzo de 1931 entró en la composición de la URSS.

En 1936, con la aprobación de la Constitución de la URSS, que refrendó las bases para construir el socialismo, se transformaron en repúblicas federadas Kazajstán y Kirguizia; Azerbaidzhán, Georgia y Armenia, que hasta entonces integraban la Federación de Transcau­casia, entraron en la Unión. En 1940 se unieron a la familia de los pueblos de la Unión Soviética Letonia, Lituania y Estonia. Después de reunificarse el pueblo moldavo, surgió ese mismo año la repú­blica federada de Moldavia.

Hoy [hasta la desaparición de la URSS] componen la Unión de Repúbli­cas Socialistas Soviéticas la Federación Rusa, las repúblicas federadas de Ucra­nia, de Bielorrusia, de Uzbekistán, de Ka­zajia, de Georgia, de Azerbaiyán, de Lituania, de Moldavia, de Letonia, de Kirguistán, de Tadyikistán, de Armenia, de Turkmenistán y de Estonia; las repúblicas autónomas de Najicheván, de Abjazia, de Adzharia, de Kara-Kalpakia, de Bashkiria, de Buriatia, de Daguestán, de Kabardino-Balkaria, de los Calmu­cos, de Carelia, de los Kornis, de los Maris, de Mordovia, de Osetia del Nor­te, de Tartaria, de Tuya, de Udmurtia, de Checheno-Ingushetia, de Chuvashia y de Yakutia; las regiones autónomas de Nagorni Karabaj, de Osetia del Sur, de los Adigués, de los Hebreos, de Gor­ni Badajshán, de Gorni Altái, de Kara­cháevo-Circasia y de Jakasia; las co­marcas autónomas de los Koriakos, de Chukotka, de Taimir, de los Evenkos, de los Janti-Mansies, de los Buriatos de Aguinskoe, de los Nenets de Yamal, de los Komi-Permiakos, de los Nenets y de los Buriatos de Ust-Ordinski.

El Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que mantiene conse­cuentemente el curso orientado a forta­lecer el Estado multinacional soviético, se guía por los intereses generales y tiene en cuenta las condiciones de desarrollo de cada república que lo integra, asegu­ró la prosperidad consecuente y la apro­ximación de los pueblos de la URSS en su fomento económico y cultural.

La fuerte cohesión y ayuda mutua de los pueblos aceleraron el progreso de to­das las repúblicas. Muchas de ellas pa­saron del atraso precapitalista a la civili­zación socialista. En este aspecto, si cada pueblo tuviera que apoyarse sólo en sus propias fuerzas, en sus logros na­cionales, muchos de ellos hubiesen nece­sitado siglos para alcanzar el nivel ac­tual. Gracias a la ayuda directa, entre otros pueblos, del ruso, las naciones y nacionalidades atrasadas pudieron al­canzar este nivel en varios decenios.

Con los esfuerzos de todas las repúblicas hermanas, hacia finales de 1925 el País soviético logró, en lo fundamental, restablecer la economía destruida en los años de la I Guerra Mundial, de la gue­rra civil y la intervención. En esta tarea adelantó considerablemente a los Esta­dos europeos avanzados. Alemania, por ejemplo, cuyas pérdidas totales fueron mucho más bajas, solucionó la tarea análoga en ocho años, empleando incluso medios procedentes del extranje­ro.

 Mapa del plan inicial de electrificación del país, que fue el primer plan perspectivo estatal único de restablecimiento y desarrollo de la economía nacional del país.

Bajo la dirección del Partido Comu­nista, en 1929 se desenvolvió un heroico trabajo para cumplir el primer plan quinquenal, que ocupó un lugar desta­cadísimo en la materialización del programa leninista de edificación del socia­lismo en la Unión Soviética. 

El sistema planificado es obra del socialismo, la ex­presión de sus ventajas radicales. Sus bases fueron determinadas por el gran Lenin, bajo cuya dirección se confeccio­nó el primer plan económico nacional en la práctica mundial: el plan de la Co­misión Estatal para la Electrificación de Rusia (GOELRO).

Podríamos decir que el primer plan quinquenal fue el fundador de la pléya­de de quinquenios soviéticos, que per­mitieron a la URSS pasar del atraso económico-técnico a las cumbres del progreso económico, científico-técnico y social. Cada quinquenio ha tenido sus características, reflejado los rasgos in­confundibles de la época, ha sido una etapa en el alcance de metas socioeco­nómicas concretas. Pero a todos ellos les unía y ahora les une, igual que antes, la indisolubilidad de la tarea general: ¡Ascendiendo por los escalones de los quinquenios, hacia el socialismo y el comunismo!

Las nuevas obras en construcción de los primeros quinquenios… Casi todas ellas comenzaban en las mismas con­diciones: tiendas de campaña, viviendas en cuevas, barracones. Principales instrumentos de trabajo: la pala, el pi­co, la barra, la azada; los medios de transporte eran la carretilla y el carrua­je. No existían las altas grúas, los poten­tes aplanadores ni los camiones volque­tes tan habituales hoy. Pero existían personas en cuyas manos los instrumen­tos primitivos se convertían en podero­sas palancas que arrollaron al mundo caduco.
 
 
 De acuerdo con el plan de electrificación, una de las primeras centrales fue la de Shatura (región de Moscú). Potencia proyectada: 1.150 megavatios; combustible: turba y mazut. La inauguración oficial de la central eléctrica se realizó el 6 de diciembre de 1925.

Estas personas materializaron con éxito el plan leninista GOELRO. En 1931 terminó la historia multisecular de la tea en la aldea, que hasta no hacía mucho había sido el “ingenio de alum­brado” más difundido en Rusia. Las 30 lámparas que, en 1920, en el mapa de la electrificación, alumbraban sólo a los delegados del VIII Congreso de los So­viets de toda Rusia, se convirtieron en 30 centrales eléctricas que dieron luz a millones de personas. Las centrales de Boz-Súisk (Uzbekistán), Rióni (Geor­gia), Shatura (Federación Rusa), Dzo­raget (Armenia) y otras dieron energía eléctrica a centenares de aldeas y se con­virtieron, tal vez, en la propaganda más eficaz y evidente en favor de la vida nue­va, que se desenvolvía con ímpetu en to­dos los rincones del inmenso país.

Haciendo caso omiso a las heladas y las ventiscas, los montones de arena y las desbordantes crecidas de los ríos, es­tas personas establecieron un récord en el tendido de la vía férrea Turkestán-Si­beria, de 1.500 kilómetros. Fueron ellas quienes en menos de cinco años cons­truyeron la central hidroeléctrica del Dniéper, entonces la mayor de Europa, a pesar de que los especialistas extranje­ros consideraban que se necesitarían unos siete u ocho años como mínimo. Con sus manos erigieron los altos hor­nos del Combinado Metalúrgico de Magnitogorsk, al que con cariño se le llama “Magnitka”; la Fábrica de Cons­trucción de Maquinaria Pesada de Kra­matorsk; el Canal de Ferganá; el Com­binado Químico de Kirovokán; el Com­binado de Enriquecimiento Minero de Norilsk. Como si fueran ladrillos, una obra tras otra asentaban los cimientos de la industria socialista.
En 1927-1932 se construyó la primera etapa de la central hidroeléctrica del Dniéper, en Zaporozhie (Ucrania), con la potencia de 650 megavatios. En la foto: el momento del mitin solemne en ocasión de inaugurarse la central. Hace uso de la palabra G. Ordzhonikidze, Comisario del Pueblo de la Industria Pesada. A su lado, M. Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo Central de la Unión Soviética y de la comisión gubernamental.
"Me descubro la cabeza ante vuestra tenacidad bolchevique, ante vuestra ingenio­sidad virtuosa e intrepidez técnica", dijo el representante de una gran compañía estadounidense, uno de los especialistas extranjeros que consideraban un “bluff” la construcción de “Magnitka”.

El impetuoso ritmo en el que vivía el país era dictado por la inexorable nece­sidad. Cuando la Unión Soviética se en­contraba cercada por Estados capitalis­tas, sólo la industria pesada podía asegurarle su independencia económica, pero la historia le concedió muy poco tiempo para solucionar esta tarea, y a eso se debe el que los constructores de los primeros quinquenios tuvieran una consigna única: “¡Tiempo, adelante!"
Una de las primeras empresas de la industria socialista fue el Combinado Metalúrgico de Magnitogorsk, en la región de Cheliabinsk (los Urales). Se construyó en 1929-1934.
El 20 de enero de 1929, el periódico Pravda publicó el artículo de Lenin ¿Cómo debe organizarse la emulación?, escrito en las postrimerías de 1917. Este llamamiento encontró amplia repercu­sión en los corazones de millones de obreros.

Los mineros de la cuenca hullera del Donbás y los de la zona de Shájtinsk (Territorio del Cáucaso del Norte) fir­maron ya en verano de este año uno de los primeros contratos de emulación, en la cual participaban más de 200.000 hu­lleros. Este movimiento se convirtió en movimiento de todo el pueblo.

“Bulle, demoliendo las rocas, el tra­bajo de choque”, se cantaba entonces. En efecto, el trabajo de choque barría todos los obstáculos en el camino que conducía al cumplimiento anticipado de las tareas.

Los metalúrgicos de “Magnitka” emulaban con sus colegas ucranianos de Dniepropetrovsk; el colectivo de la construcción de la central eléctrica del Dniéper, con los constructores del fe­rrocarril Turkestán-Siberia; los obreros de las minas de Chiatura (Georgia), con los de Krivoi Rog (Ucrania); los cons­tructores de la central hidroeléctrica de Leninakán (Armenia), con los de la planta de Zerno-Avchalsk (Georgia); los colectivos de la industria maderera de Bielorrusia, con las empresas afines de Moscú y Kiev.
Regalo laboral para el 1º de Mayo, fiesta del trabajo y la solidaridad: una locomotora reparada anticipadamente por los jóvenes de un depósito.

El 31 de agosto de 1935, Alexéi Stajá­nov, minero del Donbás, arrancó du­rante un turno 102 toneladas de carbón, es decir, cumplió 14 normas. Este cons­tituyó un récord mundial en la producti­vidad del trabajo minero.

El récord de Stajánov fue la chispa que encendió la llama del más amplio movimiento patriótico. Lo denomina­ron movimiento stajanovista. Millones de trabajadores, innovadores de la pro­ducción, comenzaron a emular entre sí para alcanzar un alto rendimiento labo­ral.

El movimiento stajanovista crecía, cobraba fuerzas. Lograron resultados excepcionales Alexandr Busíguin, forja­dor (fábrica de automóviles de Nizhni Nóvgorod); Nikolái Smetanin (fábrica de calzado “Skorojod, Leningrado); Iván Gudov (fábrica de construcción de máquinas-herramienta de Moscú); Evdokía y María Vinográdova (tejidos de algodón de Víchuga); Pável Krivo­nos, en el transporte.

Apoyaban el desarrollo de la indus­tria pesada no sólo los obreros, sino también los campesinos, interesados en recibir más tractores, automóviles, cose­chadoras, abonos químicos, energía eléctrica, para ampliar la producción agrícola y elevar el nivel de vida.

En la lista de los artículos que se ad­quirían en el extranjero figuraba —en los primeros años postrevolucionarios— la azada habitual, simple instrumento que sirve para remover la tierra y que se puede hacer en media hora en cualquier fragua de una aldea. Pero entonces no había metal y era necesario importar azadas. Lenin dijo: “Si mañana pudié­ramos proporcionar 100.000 tractores de primera clase, dotarlos de combusti­ble y encontrar para ellos conductores (de sobra saben que, por ahora, esto es una fantasía), los campesinos medios dirían: “Voto por la comuna” (es decir, por el comunismo)".

Cuando comenzaron a funcionar las fábricas de tractores de Stalingrado y de Járkov, la agricultura del país recibió los 100.000 tractores en los que soñaba Lenin. En el campo aparecieron tam­bién las primeras cosechadoras soviéti­cas de la famosa fábrica de Rostov del Don. La técnica dijo su palabra de peso a favor de la colectivización.

A comienzos de los años 30, cerca del pueblo de Permsk, en el río Amur (Territorio de Jabárovsk, en el Extremo Oriente), aparecieron los primeros komsomoles que habían llegado voluntariamente para construir una ciudad nueva, la cual debería inspirar una vida nueva a estos lugares alejados de Rusia Central.
En 1939 se inauguró en Moscú la pri­mera Exposición Agrícola Nacional, en la que se mostraron los logros de las re­públicas federadas, y frente a uno de los pabellones se exhibió el tractor de oru­gas de la Fábrica de Járkov. Sin esta máquina, sin la producción análoga de las empresas de Stalingrado y Chelia­binsk, sin las cosechadoras de Rostov del Don y Gómel, habría sido inconcebible la transformación de la agricultura de las repúblicas en ramas económicas alta­mente mecanizadas.

Hace unos cien años, la Exposición Agrícola de toda Rusia, inaugurada en 1895, cabía en un picadero. En 1939, los 52 pabellones de la Exposición Agrícola de la Unión Soviética se instalaron en un territorio de varias decenas de hectáreas.

En el detallado informe de balance de la exposición de 1895, publicado en la revista de agricultura y economía Jo­ziáin (“El Dueño”), no se encontraba el vocablo “campesino”. La agricultura nacional de entonces la representaban los terratenientes Stebut y Shatílov, el conde Pokler, los príncipes Kurakin y Urusov. Cuarenta años después, la re­presentaban los koljóses y sovjóses de zonas que en su tiempo se consideraban irremediablemente atrasadas. Sus lo­gros se apoyaban ahora en el poderío industrial del multinacional Estado so­viético. Así fue como en cortísimos plazos, los de los quinquenios de anteguerra, se solucionó la tarea general de la cons­trucción socialista: acabar con la des­igualdad entre los pueblos de la URSS.

En la esfera de la cultura se lograron también éxitos semejantes.

En primer término se planteaba liqui­dar el analfabetismo masivo, lo peor que el Poder soviético había heredado de la Rusia prerrevolucionaria. Tres de cada cuatro habitantes no sabían leer ni escribir, y particularmente se trataba de habitantes de las regiones nacionales: entre los tadyikos, el 96,1%; uzbekos, el 98%; kazajos, el 99%; turkmenos, el 99,3%; kirguises, el 99,4%. En Asia Central existía este triste proverbio: “Aquí es más fácil encontrar un oasis en el desierto que a una persona alfabetiza­da”. Y esto lo decían pueblos que en el pasado habían dado al mundo des­tacados pensadores y científicos, como Ibn Sína, Navoí, Biruní, Ulugbek, Firdusi.

No todos tenían siquiera escritura, y en algunas de sus lenguas no existía el verbo "estudiar”. Entre los pueblos del Norte había estos razonamientos: “Hay que enseñar al reno, hay que enseñar al perro. ¿Pero para qué enseñar a una persona?” Ella misma —decían— sabe cómo cazar y cómo vivir. En uno de los apuntes del Comisariado del Pueblo pa­ra los Asuntos de las Nacionalidades se indicaba que la población del Nor­te temía, más que nada y en especial, “tres cosas: el papel escrito y con sello, el servicio mili­tar y la escuela”.

 Hacia 1926, el número de alfabetizados en la URSS alcanzaba ya el 56,6% y, en 1939, el 87.4%.

En el desarrollo de las culturas nacio­nales fue muy importante la creación de escrituras para los pueblos que carecían de ellas. Lingüistas rusos estudiaron las lenguas y dialectos nacionales, y confec­cionaron alfabetos sobre la base de la grafología cirílica y latina. En los años 20, los abazintsis, laktsios, balkarios, tuvinos, adiguéos y muchos otros pue­blos obtuvieron por primera vez en su historia libros y materiales didácticos en su lengua materna. Durante los 15 a 20 años siguientes al triunfo de la revolución, se creó una escritura para más de 40 nacionalidades.

En 20 años —de 1921 a 1940— se alfa­betizaron unos 60 millones de personas. Según el censo de 1939, la población al­fabetizada del país superaba el 87%. In­cluso en las repúblicas de Asia Central el número de personas que sabían leer y escribir oscilaba entre el 70 y el 80%.

El Estado soviético logró organizar en plazos muy cortos el sistema de ins­trucción pública, único a nivel nacional. En 1933 se implantó en la URSS la en­señanza primaria general de cuatro años y, a finales de esta década, era ya obligatoria la enseñanza general de siete años.

El Poder soviético comenzó a solu­cionar los problemas de la enseñanza mucho más tarde que los Estados capi­talistas desarrollados. En EE.UU., por ejemplo, la ley de la enseñanza general se adoptó en 1852-1900; en Francia, en 1882; en Inglaterra, en 1870. Pero los ritmos alcanzados en este campo en la Unión Soviética fueron mucho más rá­pidos que en cualquier país occidental. La historia no había conocido antes semejantes ritmos.

Ante los ojos del mundo admirado, la antigua Rusia “patana” se convertía en una vigorosa potencia altamente culta, llegando a ocupar el primer lugar de Eu­ropa y el segundo del mundo por el vo­lumen de la producción industrial.

"Nuestros éxitos —señaló Mijaíl Ka­linin, compañero de lucha de Lenin y primer presidente del Presidium del So­viet Supremo de la URSS— son el resul­tado del triunfo de la línea general del partido, el resultado de una lucha muy tenaz de los pueblos de la Unión Soviética".

21 de febrero de 2020

Siempre fuimos adultos, fin de la vida pacífica

Publicado en ¡Leninismo, nuestra bandera!, traducción N. G.


De los recuerdos de María Zosimovna.

En junio de 1941, me gradué de la escuela secundaria y fui a Gomel a comprar mi traje para el baile de graduación. En Gomel, la guerra me atrapó. Viajé a la ciudad en tren, y tuve que regresar a pie, bajo el bombardeo. Los refugiados caminaban por los arroyos: ancianos, mujeres, niños, y yo junto a ellos. Cerca del pueblo de Milcha, un "Messerschmitt" voló sobre nosotros. La muchedumbre se apresuró a dispersarse por un campo enorme, y en un vuelo rasante derramó plomo sobre nosotros.

Me caí, y desde entonces me metí de lleno en esta acelerada situación, el susto, por supuesto, fue salvaje. Pero aun así, volví la cabeza, y cuando el avión, volteando, comenzó a bajar nuevamente, vi en la cara del piloto alemán una sonrisa, disparaba a las personas mientras corrían.

Tuve suerte. Seguí con vida, y cuando me levanté, vi una imagen terrible: madres llevando a sus niños muertos en brazos, niños pequeños que rasgaban los senos de sus madres asesinadas, como un grito de desesperación. La vida pacífica terminó, e inmediatamente me convertí en una adulta. Juré que, como pudiera, lucharía contra ese enemigo.

Esto no quiere decir que la guerra fuera inesperada para mí. Mi padre, soldado experimentado que pasó por tres guerras así lo intuía. Cuando se firmó el pacto de no agresión con Alemania, dijo: "¡Mentiras, habrá guerra!" Y así sucedió.

Lo único que no pensamos fue que estaríamos tan pronto, porque cantabamos: "¡No queremos una pulgada de la tierra de otros pueblos, pero no renunciaremos a nuestro suelo!"

Por supuesto, no me llevaron al frente: solo tenía 16 años. Pero cuando regresé a la aldea de Rechitsa, descubrí que se estaba creando un destacamento de milicias, bajo el mando de Makar Fedorovich Turchinsky. Se convirtió en uno de los primeros organizadores del movimiento de resistencia en la región de Gomel. Inmediatamente me inscribí en este destacamento, y mi cometido era atender el teléfono del Soviet de la aldea. El destacamento participó en las batallas contra los alemanes que avanzaban, y cuando ocuparon la región de Gomel, el destacamento se unió a las unidades del Ejército Rojo, pero nosotros permanecimos, bajo la ocupación.

NOSOTROS, RECIBIMOS LAS NOTICIAS GRACIAS A BORÍS
 

Al principio, estaba perdida, no sabíamos qué podíamos hacer, aunque había mucha determinación para luchar contra el enemigo, pues ya, era miembro de Komsomol.

Descubrí, más tarde, que mi primo Borís escondió un receptor soviético en la aldea. Comenzamos a escuchar los informes del Buró de Información Soviético, y gracias a él, teníamos al tanto de los frentes a la población. Al mismo tiempo, varias fuentes nos comentaban, lo que habían escuchado a los prisioneros, etc. Y todos estos mensajes, lacónicos, impregnaron al pueblo para que literalmente sus hombros se enderezasen. De hecho, en los primeros días de la guerra, cuando vimos el poder de la máquina militar alemana, muchos dudaron que pudiera ser derrotada. Además, vimos cómo se retiró nuestro ejército.

Ayudamos a retirarse a nuestras fuerzas: las mujeres los acogieron, alimentaron y vendaron sus heridas. Por cierto, nuestras mujeres soportaron de todo. La mujer rusa es más fuerte que todas las mujeres del mundo. Lo sentí yo misma, cuando estaba en la guerra, en el destacamento clandestino. A pesar de las medidas punitivas, con la prohibición nazi más severa de ayudar a los partisanos, las campesinas nos apoyaban lo mejor que pudieron. Sin este apoyo, el movimiento guerrillero simplemente no podía existir.

Pero eso fue más tarde. Ahora Borís y yo continuamos escuchando los informes y contándolo al poblado, cómo luchaba el Ejército Rojo. Ni siquiera sospechábamos que estábamos involucrados en actividades clandestinas, nosotros, los resistentes, éramos enemigos ardientes del régimen de ocupación. Pero nos delataron, y lo peor que fue la madrastra de Borís.

Cuando quedó claro que había un grupo, que distribuía informes de los frentes, los alemanes comenzaron a buscar a quienes lo hacían. Y la madrastra de Borís, suponiendo que estaba involucrado en ello, buscaba su rastro. Así pues, llevamos la radio a una granja abandonada donde vivía Borís, y allí, en el sótano, escuchabamos Moscú.

Y la madrastra perfidamente. mirando la recompensa material que los alemanes prometían para la captura de los partisanos, fue a la policía para informarles de su hijastro. Creo que los alemanes incluso sospechaban ya antes, especialmente de mí, porque siempre fui activista, y antes de la guerra, me convertí en miembro del Komsomol, trabajando como responsable de pioneros en la escuela. Pero no tenían hechos concretos, y ahora les llegaba de regalo una denuncia.

Pero tuvimos suerte. Cuando la madrastra llegó al puesto de policía, informándoles que ella sabía quién distribuía los informes y dónde estábamos ubicados, resultó que todos los agentes de policía se habían marchado a Vasilevich, y solo un oficial de servicio permanecía en el puesto.

Un buen amigo mío, a quien, irónicamente, la madrastra le preguntó dónde estaba el puesto de policía alemana, se dio cuenta inmediatamente que estábamos en gran peligro. Pudo advertirnos a tiempo. Borís y yo nos apresuramos a ocultar todo: el receptor, granadas, y un rifle. Pero no pudimos evitar el arresto, por lo que terminamos en prisión, en Vasilevich.

Borís fue golpeado en el primer interrogatorio. Literalmente lo desangraron, no tenía lugar donde apoyarse. Ni siquiera podía descansar sobre sus pies. En la celda, Borís me dijo: “Manechka, este es el final. ¡Espera y prepárate para cualquier cosa!" No me golpearon, pero inmediatamente me llevaron a ver la horca y me dijeron que allí había un lugar para mí. Querían que dijera quién nos estaba guiando. No se les ocurrió que dos adolescentes pudieran actuar de manera independiente en tal situación. Callábamos, y decidieron acabar con nosotros como castigo, la ejecución fue designada para el 9 de mayo de 1942. Pero luego todo sucedió como en una película.

Por la noche, escuchamos un sonido de un candado que se rompía, se abrió la puerta de la celda y se escuchó un susurro: "¡Camaradas, salgan!" No entendimos de inmediato lo que sucedía. Pensamos que los policías venían a por nosotros. Pero luego resultó que eran los nuestros. Más tarde nos dijeron que habíamos sido liberados por el grupo clandestino del Komsomol de Roslikov, que antes de la guerra trabajaba en la serrería del río, y vivía en nuestro apartamento. Actuaban en la clandestinidad, y cuando descubrió que nos iban a colgar, organizó la acción en la prisión.

Era imposible volver a casa, entendimos que nos estaban buscando. La tía Arina, que vivía en el pueblo de Gogali, albergó y rescató a Borís, escondiéndonos, y luego mi vecino Timofei Bibik, padre de mi amigo, nos ayudó a ir con los guerrilleros.

Borís se unió también con los partisanos. Pero lo primero que hizo, cuando fortaleció su organismo, es ir a donde estaba su madrastra, pues se escondía con sus familiares. Borís la encontró y la golpeó hasta la muerte. Sin embargo, la tortura en prisión debilitó su salud, ya que no vivió mucho y murió poco después de la guerra.

¡NO ENTREGARSE AL ENEMIGO!
 

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Había muchas chicas en el destacamento clandestino, y cada una hizo su trabajo: algunas en la cocina, otras en la unidad médica, y hasta en labores de inteligencia. Luché en el pelotón de Makar Onipko, quien más tarde se convirtió en el comandante de la brigada partisana, y mi mejor amigo fue Volodia Isayenko, apodado Raven.

Recibí mi primer bautismo de fuego en una dura batalla cuando los alemanes atacaron nuestro campamento en los pantanos cerca del pueblo de Lesnoye. Se apoderaron de un niñó de enlace y el pequeño no pudo soportar la tortura. Tontamente se jactó que él pertenecía como explorador de los guerrilleros, aunque su pdre servía a la policía. Y después de saber dónde se encontraba la base del destacamento, las fuerzas punitivas querían rodearnos en silencio. En ese momento fui a recoger arándanos rojos y los percibí. Inmediatamente corrimos al campamento, levantamos la alarma y adoptamos la defensa, en semicírculo. A la derecha, a la izquierda y al frente nos cercaban los alemanes, y en la parte posterior había un pantano. Y nuestra sección de ametralladoras estaba en la cima de este semicírculo. No pudimos librar una larga batalla. No había defensa posible. Y no se sabe cómo hubiese terminado si no fuera por el comisario político herido. Los alemanes comenzaron a apretar la mitad del círculo de cerco y avanzar a lo largo del borde del pantano hasta el centro del campamento, donde permanecieron disparando 8 guerrilleros: seis hombres y dos muchachas. Todos los demás fuimos abandonando el cerco por el pantano. Nuestro comandante de pelotón Kostia ordenó prepararse para una defensa circular, puso su arma en el suelo y dijo: “Luchad hasta el final. ¡Quién sobreviva, acabará con los heridos y no se rendirá!" Y luego el oficial político herido, que estaba cerca, con voz débil pero firme, ordenó: “¡Jóvenes partisanos, abran camino con granadas hacia el pantano! ¡Alguien sobrevivirá!" Lo cual hicimos. Lanzamos granadas y nos precipitamos locamente hacia el pantano. Los alemanes también nos arrojaban granadas, pues aparentemente esperaban llevarnos vivos, y al mismo tiempo temían matar a los suyos. Lanzamos granadas a izquierda y derecha y nos abrimos paso. Los nervios estaban tan tensos que parecía que me iba a estallar la cabeza. Por supuesto, era la primera vez que dejé de ser niña, abandonando ese infierno.

Saltamos al pantano, yo fui la última. Caminé, caminé y caí en un agujero de fango, me arrodillé y volví a caer. No recuerdo nada más. Y Vasily Isaenko, que caminaba al frente, sintiendo que no me encontraba por ningún lado, ni delante ni detrás, retrocedió. Y como más tarde me dijo, vio mis botas, que se hundían en un hoyo de fando. Me sacó del atolladero, me puso en su espalda, me arrastró debajo de las balas y me llevó a tierra firme. Entonces él me salvó, le debo la vida.

Es cierto, la sangre manaba por la bota, fui herida por mi propia granada, pero no sentí dolor. Me vendaron en el destacamento, y al día siguiente regresamos a un campamento en tierra firme. La vista fue terrible.

Encontramos el cuerpo del instructor político, literalmente hecho pedazos. Aparentemente, estaba herido de muerte, porque tenía una bolsa de los intestinos en la mano. Pero los alemanes se burlaron de él cuanto pudieron: le cortaron la cabeza por la mitad, tenía muchas heridas de arma blanca. Los bolsillos estaban al revés, los alemanes encontraron un boleto de fiesta, y supieron por los documentos donde vivía su familia, y le dispararon. Era hermano de Vasily Isaenko, estuvo bien que entonces no se hallara con nosotros. Incluso hoy, no es fácil de recordar esos momentos.

Y hay muchos episodios de este tipo. En el otoño de 1943, nuestra primera brigada perdió contacto con la segunda brigada de Ivan Borunov. Contra ellos, los alemanes enviaron una expedición punitiva a gran escala y los cercaron. El destacamento creó un grupo especial, dirigido por mi futuro esposo Valentin Lozichny, y se envió a establecer contacto con la segunda brigada. Al cruzar el ferrocarril, nos atacaron, y luego Vasia Vorona me salvó la vida por segunda vez. Pero se abrieron paso, encontramos a los camaradas y durante tres meses luché en la brigada de Borunov.


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ÚLTIMA EMBOSCADA

Recuerdo cómo nos conocimos el 7 de noviembre de 1943, el aniversario de la Gran Revolución de Octubre: teníamos la ropa destrozada, las botas envueltas con trapos, no teníamos nada que comer. Bloqueados. No había un sitio donde sentarse en el pantano. Un abuelo de los residentes locales se abrió paso entre el fango hasta nosotros y dijo: "He desenterrado papatas, pero ¿cómo traerlas?"

Hubo un par de temerarios, se arrastraron hasta donde estaban las patatas, encendimos dos fuegos y decidimos hornear las patatas. Pero antes de que tuviesen asadas, la batalla comenzó, y Vasia Raven agarró los tubérculos sin terminar en su bolsillo. Y cuando terminó la batalla, me llamó y me dijo, que mientras disparaban, su bolsillo se quemó y las patatas se desparramaron por el suelo. Solo quedaba una. Pero no la comimos, se la dimos a los heridos. Y decidimos que después de la guerra, no importa cuán rica sea la mesa, siempre habría patatas al horno. Y siempre cumplimos con nuestro compromiso.

Y pronto nos unimos a las unidades del Ejército Rojo. Nuestros tanques se abrieron paso, y los alemanes fueron "pisoteados" a lo largo de los caminos rurales, a donde quieran que fuesen. Nos volvieron a tejer una emboscada, enfilábamo el camino de Rechitsa-Gomel. Hacía frío, la ropa estaba mojada y congelada pues se convirtió en una concha, y al lado había un pajar. Quería arrastrarme hacia él, subirme, calentarme y quedarme dormida. Sin embargo, los alemanes no continuaron la persecución por la carretera, y para mí, la guerra realmente acabó. Fui al hospital en Gomel, porque tenía problemas con mi columna vertebral. Me trataron y comencé a trabajar en el comité de distrito del Komsomol. Gomel se levantó de las ruinas, y continué con mi vida pacífica. 
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