30 de noviembre de 2023

Recuperando la memoria, Mª Teresa León

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Por Nestor Guadaño

María Teresa León es una de las más avanzadas escritoras españolas, desconocida por la mayoría de los trabajadores, que ocasionalmente aparece como la compañera de Rafael Alberti. Y sí, fue el cariño que profesaba por el escritor, hasta que el Alzheimer le borró la memoria incluso de él, por quién vivió y mantuvo una relación dificil, pues él silenció su imperecedera figura y obra.

La producción de María Teresa León Goyri es una de las más impresionantes conocidas, de las jóvenes escritoras de la llamada "Generación del 27". Y fue en tiempos de la República, cuando su capacidad de crear, de innovar, frente al conservador rigor cultural en que se mantenía a la mujer española, sobresalió especialmente.

Se casó cuando tenía diecisiete años (1920). Tuvo dos hijos, separándose de su marido nueve años más tarde, y en Mallorca unió su vida con Rafael Alberti ese mismo año de 1929. En su tiempo fue muy atacada, pues fue una de las primeras mujeres que se divorciaron en España.

Pero más que contar la vida con Rafael, quiero centrarme en su privilegiada labor como escritora y fecunda trabajadora de la cultura. Pues su relación con la cultura soviética, que para ella fue una revelación, le animó a introducirse en múltiples campos artísticos, donde la burguesía mantiene una férrea cadena de tópicos. Aún hoy, que sepa, no se han editado juntas sus obras completas.

Su encendida confianza en el pueblo soviético.

María Teresa León, 1903-1988

En 1932, dos meses permanecieron los dos en la Unión Soviética, enviados para estudiar el teatro ruso y el nuevo teatro soviético. Posteriormente volvieron en 1934, formando parte de la delegación española al 1º Congreso de Escritores soviéticos, y posteriormente en 1937. Recorrieron sus repúblicas, aprendieron como se construía el socialismo, hablaron con la mayoría de sus escritores y artistas, especialmente con los genuinos representantes del arte que se estaba gestando.  Conversaron con los principales gestores de la sociedad, incluido José Stalin. La influencia de estos viajes les acompañó toda su vida.

En aquellos meses ella estuvo enviando crónicas al Heraldo de Madrid, donde publicó ocho artículos sobre su estancia. Y otras tres crónicas las envió a la revista francesa Regards.

Posteriormente publicó otros dos artículos para el Heraldo: Dos años de progresos separan lo que yo vi, de lo que veo ahora y La tensión del esfuerzo ha cedido.

En todos sus escritos sobre la construcción del socialismo soviético, mantuvo hasta el último hilo de conciencia, que el sueño por la Revolución Proletaria en el mundo es posible. 

En su crónica sobre el 1º Congreso de Escritores soviéticos escribe:

«Calmado el entusiasmo, en la tribuna se hace oír la voz del partido comunista: 'El Congreso es un triunfo más de la construcción socialista. Sin ella este Congreso no hubiera podido celebrarse', 'Nuestra literatura es la más bella porque educa a las masas y las acompaña en su gran obra', 'Como el retraso en la transformación de la conciencia retrasa las formas de vida, del mismo modo la literatura retrasa su historia si no asimila su tiempo', 'Hay que buscar, como un ingeniero, la técnica del arte de escribir. No basta poder sentir, sino saber expresar. Recoger la experiencia histórica y, con estilo propio, expresar la hora en que el escritor vive en forma de arte...»

A una entrevista en la revista Futuro, María Teresa León incide: 

«Hemos estado en la URSS en dos ocasiones: en invierno de 1932 a 1933 y entre agosto a octubre del 34. Observamos durante el año y meses que separan nuestras dos visitas, una favorable transformación en sentido positivo hacia la realización de los Planes Soviéticos hacia el Comunismo».

En aquel viaje del 34, con escritores e intelectuales, su aportación al enlazamiento de los dos estados fue importante. Realiza mítines, sesiones de encuentros con las sociedades de amistad de la URSS con la España Republicana, conversaciones con los más eminentes trabajadores del arte soviético, asiste a representaciones teatrales, etc.

María Teresa, realizó dentro de las celebraciones del 8 de Marzo, día de la Mujer Trabajadora, un recordado discurso en el Teatro Bolshoi. Hablando de la Guerra Nacional Revolucionaria, que se estaba dando por la supervivencia de las ideas sociales progresistas en la República, uno de los pasajes es singularmente lírico y descriptivo pronunciando: 

«cómo [en España] se moría de pie, porque no habían podido arrodillarnos»

"la sala, repleta de mujeres, lloró fraternalmente unida al destino de un país lejano del que sabía poco", texto sacado de su Memoria de la Melancolía.

Y añade:

En la estancia donde nos recibió Stalin, sobre una pared "se extendía un gran mapa de España lleno de señales, en otra pared, un plano de Madrid. Los puntos de colores eran batallas, bombardeos”.

Pero lo más singular de aquel viaje fue el contacto con el pueblo soviético. Rafael Alberti retrata como junto a ella, como van relacionándose con los trabajadores soviéticos:

Nos invitaron una tarde, a mi compañera y a mí, los trabajadores de la fábrica Thaelmann, de encajes. En el salón de actos, la camarada Kaganovich, con motivo del día de la mujer, leía un detallado informe a un extenso auditorio, compuesto en su mayoría de trabajadoras. En primera fila, las más viejas obreras de la fábrica vestían los antiguos trajes populares. 

Cuando aparecimos, estalló una inmensa ovación, coronada de vivas a España, de calurosas manifestaciones de simpatía y amor hacia nuestra lucha y sus héroes. Tocando una trompeta plateada, aparecieron formados los pioneros. Después de saludarnos, se destacaron dos, subiendo a la tribuna. La ceremonia fue sencilla, llena de ingenuidad y gracia. Empinándose y alzando los brazos, mientras nosotros curvábamos el cuerpo, nos rodearon el cuello con la roja corbata que les distingue, anudada por un pequeño broche plateado, haciéndonos el honor de nombrarnos pioneros, rejuveneciéndonos con esto hasta la más primera adolescencia. Las viejas trabajadoras, con una agilidad imprevista, cimbreándose y cantando a la vez, bailaron al son de una antigua melodía que recordaba los villancicos españoles. Los saludos, los discursos, las más pequeñas intervenciones, todos los aplausos fueron para España. Aquel Moscú, aquellos ciudadanos soviéticos que tenía ante mis ojos se exaltaban por mi país, me llevaban a él, dejándomelo clavado ya toda la noche en la memoria. Y así, por todos los sitios, esa misma sensación de España transparentándose a través de Moscú, fundiéndose en un solo entusiasmo, en una sola cosa.

Entre la intelectualidad europea progresista, estaba muy extendida la convicción que solamente el comunismo podría detener a la barbarie fascista, que se extendía no solamente en Alemania, sino por muchos otros países.

Especialmente fue muy querida su actividad entre el proletariado español. En 1936, realiza junto a J. Ledesma la traducción de la novela de Mijaíl Shólojov "Campos roturados".

En Marzo de 1937 volvió a la Unión Soviética, retratando su conversación con el estadista José Stalin :

«Dos horas y veinte minutos permanecimos sentados frente a él. Dos horas y veinte minutos ante la viva lección política, sin debilidades ni claudicaciones, que representa el camarada Stalin. (...) Sus palabras sobre la situación española, sobre sus problemas más latentes, son una lección de precisión política, de esperanza. 'España está en la vanguardia del mundo', repite (...) Creo que es una consigna de buen gobierno el dar por añadidura más de lo prometido: se ofreció el pan y se dio la libertad y la democracia en la admirable Constitución soviética».

 

Su extraordinaria actividad cultural


Miembros de la Generación del 27. Entre ellos María Teresa León en primera fila.

Miembros de la Generación del 27. Entre ellos María Teresa León en primera fila.

María Teresa León Goyri fue secretaria de la esencial Alianza de Intelectuales Antifascistas. Posteriormente es nombrada Directora del Teatro de Arte y Propaganda (heredero de la primogénita compañía Nueva Escena), representando diferentes obras de vanguardia en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid. 

Sus representaciones fueron proféticas. Llevó a escena bajo su dirección Los títeres de Cachiporra, de Federico García Lorca, La tragedia optimista, de Vsevolod Vishnevsky, La destrucción de Numancia, que fue una adaptación teatral que hizo su compañero Rafael Alberti de la obra de Miguel de Cervantes, Numancia. 

Justo tenemos una opinión, de Salvador Arias, actor de las Guerrillas del Teatro, sobre la puesta en escena de La destrucción de Numancia:

María Teresa León, aún se superó al dirigir La destrucción de Numancia […] abriendo en dos el suelo del escenario para hacer surgir o desaparecer, según las escenas, una gran muralla que separaba el pueblo numantino […] ¡Muralla, que por cierto, había que subirla y bajarla a brazo desde el foso!​

El gobierno republicano por aquellas fechas crea el Consejo Central del Teatro, para organizar y difundir los nuevos montajes teatrales de acceso popular entre los trabajadores, desarrollando la idea de instaurar un Teatro Nacional. María Teresa León fue vicepresidenta segunda de este Consejo, junto a Antonio Machado, Max Aub, etc.

Pero no todo era trabajo de oficina. Teresa se vincula a la compañía itinerante “Guerrillas del Teatro del Ejército del Centro”, realizando montajes de educación rápida de los soldados y el pueblo semianalfabeto, convirtiéndose en una de las mejores herramientas de propaganda republicana en los frentes de combate, sumando muchas más trabajadores a la cultura y el arte.

Edmundo Barbero (actor de la compañía), expone en un detallado texto como se realizaba este tipo de teatro:

Desde allí salimos para los frentes que se nos mandaba o que nos solicitaban […] Llevábamos un escenario desmontable que armábamos los mismos actores: unos biombos de colores que se cambiaban nos servían para los distintos decorados. No sólo trabajábamos en nuestro escenario desmontable que nos había construido el cuerpo de ingenieros, sino en pequeños teatros y cines de los pueblecitos cercanos, así como en locales improvisados.​

Como actriz, con la compañía “Guerrillas del Teatro”, interpreta al personaje de Belisa en la pieza "Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín" de Federico García Lorca y también actúa en la obra Cantata de los héroes y la fraternidad de los pueblos, de Rafael Alberti.​

Su relación con el cine fue continua y muy apreciada.

En 1937, León dirigió para la compañía de Teatro de Arte y Propaganda la representación de La tragedia optimista de Vsevolod Vishnevsky, basada en la película de Efim Dzigan, Los marinos de Kronstadt. En la representación se incluyeron en la escena diversas proyecciones cinematográficas a cargo del escenógrafo Santiago Ontañón. Así se unieron dos forma de expresión, para que fuesen un conjunto singular de comunicación con los espectadores.

Mucho más tarde en Argentina en 1943, junto a su compañero Rafael elaboran el guión de la película de Luis Saslavski, basada en la obra de Jean Sarment "Los ojos más lindos de este mundo".

En 1945 adapta la pareja, para el mismo director, la obra clásica de Calderón de la Barca "La dama duende". La elaboración de este guión para esta película, confirmó una vez más que esas importantes variaciones a un texto, en un enfoque más actualizado, revelaría un avance creativo muy apreciado por los mismos cineastas.​

Ya en solitario en 1946 escribe el guión para la película El gran amor de Bécquer, de Alberto de Zavalía. Teresa interpreta aquí un pequeño papel de una de las viudas.

 

Sus breves relatos, los cuentos.

Mujer innovadora, escritora de gran relieve sitúa estos microrelatos en una especie de parrilla de emociones, que inciden en la lucha por rescatar a la obrera hacia su independencia tanto económica como ideológica. En su segunda antología de cuentos "La bella del mal amor" aborda varios ejes de lucha social, los impedimentos fruto del matrimonio, la carga de trabajo excesivo del hogar, la nula independencia económica del marido. 

Por ejemplo, en el relato “Malfredo y Malvina”, expone un matrimonio fracasado, perdida las ilusiones iniciales de Malvina, una molinera cuyo enlace le ha supuesto una seguridad económica, pero a la vez apartada de cualquier actividad propia, quedando a expensas de las exigencias del esposo, como una figura decorativa impuesta para las interacciones sociales. Malvina se rebela, abandona la casa conyugal y con fuerte voluntad une su vida con el pastor del que siempre, desde joven, estuvo enamorada.​

María Teresa va introduciendo con los años en sus escritos, un avance ideológico claro en defensa de los derechos sociales que aspiraban las trabajadoras, de plena igualdad con los trabajadores. Sus deseos de independencia, libertad, reconocimiento social a sus capacidades, quebrando los estrechos márgenes del hogar. Y estas posiciones tan avanzadas frente a las conservadoras mentes tanto de mujeres como sobre todo de los hombres, a través de una arcaica educación, marginan sus libros hasta hoy.

En algunos de sus relatos se habla de la militancia femenina en la revolución proletaria, en su participación en partidos políticos, en asociaciones culturales y sobre todo en las labores sociales. Como ejemplo en su artículo "Liberación de Octubre", dentro de la colección Cuentos de la España actual. En este texto, el personaje de Rosa es el prototipo de la evolución de las mujeres que rompen con los corsés del pasado.​

De 1936 a 1939, escribe decenas de ensayos y artículos donde Teresa brega por dar voz a la liberación socialista de las trabajadoras. 

Aquellos tres años fueron “los mejores años de nuestra vida”.Los días más luminosos de la vida fueron aquellos tres años de ojos brillantes, cuando la palabra camarada sustituyó al señor y la vida generosamente dada sustituyó a la mezquina…”  

Sus escritos de denuncia de las masacres de los militares sobre el pueblo madrileño, son ampliamente distribuidos entre la población. Hoy son un tesoro, de como era Madrid antes de que la Dictadura fascista borrara "su barrio".
 
"MI BARRIO EN RUINAS".
(Fuente: "AYUDA. Semanario de la Solidaridad". Año I - Núm. 35. Página 3. Madrid, 26 de diciembre de 1936).
 
"Vivíamos hacia la sierra. Nunca recuerdo haber conocido íntimamente otras calles. Como no era hija de ciudad pequeña o de pueblo donde los vecinos y las casas se hacen familiares, me sentía muy a gusto, pensando en que un barrio, por lo menos, era mi barrio. Mi barrio se paraba antes en unos desmontes que abarcaban las calles desde el Bulevar hasta Vallehermoso. Por otro lado, se detenía en la cárcel. La cuesta de Moret comenzaba a poblarse en arbolillos. Despeñándose por cuestas y desniveles, se cuajaba, verde, el Parque. Había pinos recientes de la altura de los niños, y niños por las veredas que bajaban a las cascadas, de rocas agresivas. En mi barrio se organizaban los mejores juegos. Hacia la cuesta del Príncipe Pío, en los desmontes descendían de la Moncloa por la barriada de Rosales, relucían latas, botes viejos, raspaduras de vidrio, cristales azules, redondos, como ojos. Era el lugar de las pedreas. La "Tinaja" se nos aparecía como el sitio donde no se podría volver nunca, si alguna vez consiguiésemos llegar, pero no llegábamos. Chiquillos proletarios provistos de cascotes, con puntería de honderos antiguos, nos aguardaban vigilantes sobre las escombreras. Era escoria reluciente de mugre soleada, como el desmonte brillante donde se erguían. Nos retaban con un pico de la camisa fuera, sin participación del mundo de las calles, y de los tranvías, y de los serenos, y de los "autos", en discordia con todo lo que no fueran solares, derrumbaderos, vallas, terrones perdidos, cascos de botellas y viejos zapatos de suelas absurdas. Todo eso era el barrio cordial, con mujeres sentadas en sus sillas de enea a las puertas de las casas, tomando el fresco. Algunas veces, como en un pueblo recogido, íntimo, la tabernera nos sacaba vasos de agua con gotas de anís. Con la cara arrebolada de jugar, el anís nos hacía toser.
 
Después el barrio aumentó su importancia. Los comerciantes fueron desapareciendo, barridos por la competencia. El barrio se avergonzó de verse coronar de torres de cemento. Retrocedieron las sucias barrancadas, donde los chicos pobres de mi barrio apostaban entre sí nuestra desaparición y muerte. Se fueron más allá de la vía del tren. No supe nunca adónde. Se marcharon cansados de robar carbón en la estación y de tirarnos piedras. Huyeron con sus perros lanudos de ojeras hambrientas. A cambio suyo, fueron las praderas verdes cayendo suaves hasta los pasos a nivel. 
 
El Parque del Oeste abría por primavera escuela de amor, y en el invierno los hombres guardianes, con su banderola y su trompetilla dorada, impedían, coléricos, el paso crujiente de los amantes sobre el otoño. Todo era así, de este modo burgués español, con sus desigualdades de terreno y de clase. Mi barrio sufría, como el resto de la Península, el cambio de cara que trajo la guerra. Cada año cambiaban de lugar las barracas verbeneras. La casa de Dios, San Antonio, Santiago, emigraban. Cuando las acacias se nevaban sobre las aceras, las muchachas de entonces aún usábamos abanico y trenzas. Había cuernos de algarrobos sobre los encintados de la calle Quintana, pero ya no nos atrevíamos a comerlas, porque habíamos crecido mucho.
 
En aquel barrio mío se veían crecer y engordar a los negociantes de la muerte. Se presentía en los vecinos de tranvía a los compradores de marcos, con sus caras de haber acertado el "gordo". En aquel barrio mío se oyeron las balas disparadas en el año 17. Cuando había formación en Palacio, soldaditos a quienes se llamaba compasivamente "Juan Soldado", vestidos de azul y rojo, desfilaban hacia la plaza de Oriente. 
 
Me di cuenta de que un barrio no es un pueblo, donde se nace atados a las raíces de los antepasados, cuando vi con qué facilidad los carros de mudanza trasladan por muebles hacia otras viviendas. Porque los vecinos de las casas de un barrio burgués se desconocen, no quieren emparentar, no saludan, son estériles, híbridos, con las entrañas secas. Los anteriores habitantes, aquellos que prohijaban los niños huérfanos y lloraban a gritos las desgracias ajenas, se habían alejado al llegar el cemento venciendo a los desmontes. Las pedreas, los cristales, los montones de estiércol, aquellos arbolillos jóvenes y pinos colegiales, se hicieron barbudos abetos y oscuros ciruelos silvestres. Entre sombras se murió el recreo del Patinar. Parisina, el Instituto Rubio, vio crecer sus eucaliptos de hojas cambiantes. No sé quién nos arrancó la blanca figura neoclásica de Daoiz y Velarde. Abrieron las puertas del campo. La Fuente de las Damas, el Caño Gordo, Asilo de María Cristinas y Tiro Nacional quedaron al alcance del tranvía. Las bicicletas con que íbamos al puente de San Fernando nos parecieron chicas. La infancia se había terminado. Mi madre, con su perfume de heliotropo, se esforzaba por hacer desaparecer los restos de mi libre educación. El palacio del Obispo, la Clínica de Urgencia, el palacio de Liria, los cuarteles, mujeres con altramuces y torrados, organillos, la castañera quemándose las sayas, el barquillero, las revolanderas y el hombre del tren de cacahuetes, ¿huían de mí, o yo huía de ellos al crecer? Mi barrio me dejó atrás, sin atrevernos a decir a nadie lo que le había querido, porque era un barrio sin nombre castizo, madrileño garbosos, un barrio sin historia. Pero ayer...
 
Ayer. Quiero ser yo quien llores la elegía de tus casas, barrio de Argüelles en ruinas. Has entrado en la Historia por la puerta grande del dolor. Me duelen tus astillas y tus vidrios en polvo; tus hierros retorcidos, empinados, convulsos, y tus cables. Ya no eres tú, sino tu ruina. 
 
Se ha ennoblecido tu arquitectura. Los obuses han abierto ventanas a tu vientre. ¿Qué fue de la muchacha que cosía a la máquinas y no tuvo tiempo de coger su chal? No lo conozco, pero quisiera preguntar a los de mi barrio si están vivos o se ha quedado en esas simas enormes que abrieron las bombas y luego cubrió el agua de las cañerías levantadas. La calle Altamirano quemó durante cinco días. El palacio de Liria se consumió hasta los cimientos. Calle a calle se paseó la muerte. Vino por el aire ciega, y sin ver atropelló a niños y mujeres. Los raíles del tranvía y las puertas, de los almacenes, con las hojas del paseo, que vuelan al viento de la Sierra. El agua encharca mi barrio, lo ensucia, huele a pólvora, a polvo, a alquitrán, a barrio molido. Golpean las piedras que las cuadrillas amontonan para contener las balas que el Manzanares no puede detener, sino llorar. 
 
Llora todo mi barrio, con sus ventanas golpeando por las noches, noches de bosque obscuro con tormenta de granadas. Mi barrio está desierto. Los perros han perdido sus amos. Como siguen los aviones destruyendo las ruinas, cuando su sombra aparece hasta los perros buscan cubrirse de las bombas en los portales que no tienen puertas. Descorridos los muros, se ve la vida doméstica parada en el instante del terror. Montones de escombros, balcones descuajados, aleros perdidos, todo esto ha sido hecho en nombre de la patria, de Dios, de la civilización. Mi barrio en ruinas ha cambiado la fisonomía de su paisaje, tan fino, tan gris, con una banda de plata del tren, que cruza de humo el puente de los Franceses y raya El Pardo.
 
Enfrente, el enemigo, con sus vivacs de moros, tratando de recuperar la Almudena, reviviendo la historia de invasión. Enfrente, los egoístas manejadores de oro, los que para ganar el juego sacaron cuatro espadas sobre el tapiz de la Península. Enfrente, los generales apasionados por los mandos en África, hombres de rapiñas oscuras y poco caballerescos en las administraciones de las Colonias. Allí enfrente está los que tironearon la chaqueta del rey y luego quisieron dominar la República. Aquellos que jugaron en falso ser fieles, los que se santiguan diariamente y hoy ofrecen mezquitas. Allí entre el paisaje adonde asoman los ojos de mi barrio están los que se rebelaron contra los pies descalzos, los que hacían trabajar por seis reales al campesino de sol a sol y luego les embarcan en las aventuras de África. Cruces laureadas, caballeros del Toisón de Oro, cristinas y méritos militares, chatarra enmohecida sobre pechos traidores. Enfrente tenemos a los jefes tenebrosos de los asuntos de Larache, de la Inspección de Colonias, de las compras de armas en el extranjero. Sé bien cómo se odian entre sí estos ambiciosos militares y falangistas. Conozco su mezquina vida. 
 
Hemos estado demasiado largo tiempo entre sus manos para no conocerlos. ¿Qué habéis hecho por España? ¿Qué batallas ganasteis? ¿Es que podéis, sin enrojecer, contar como batallas ganadas, por la muerte de nuestros niños, el bombardeo de Madrid indefenso, la destrucción de mi barrio? Batallas que os deben remorder el sueño, éstas que os ganan los aviadores extranjeros. ¿Os dais cuenta de que el pueblo de Madrid es invencible? Bajo la ruina de mi barrio la vida de heroísmo ciudadano sigue callada y firme. No podéis contra ella. ¿Por qué os atrevéis a decir que sois el ejército liberador?
 
Bien es verdad, que la inquisición liberaba a los herejes de sí mismo quemándolos, que liberasteis a los mineros asturianos torturándolos, que la vieja y repetida historia de concordia, convivencia, fraternidad, quiere decir jornales de hambre, paralización del pensamiento, acatamiento hipócrita a vuestro dinero
 
Pero nosotros somos la voluntad popular, esa que cazabais por las calles desde el 16 de febrero. Estoy cansada de ir a enterrar camaradas asesinados. Estoy cansada de saber cómo opinan mis tías, y de conocer el poco respeto que tienen a la vida del proletariado. Sé muy bien de dónde vengo y en dónde estoy. Mi barrio lo sabe también. Y mi barrio lo sabe muy bien. Y mi barrio y yo tenemos que vengarnos. Él, con sus casas derrumbadas sobre las vidas que le habían confiado, yo con la pérdida de mi infancia rota hoy entre el agua encharcada, olor a pólvora, a polvo, a alquitrán, a humo, a barrio molido.
 

Y así son sus artículos denunciadores, y elogiadores, como su espléndido escrito “A las mujeres españolas”, retoma los cantares de gesta, alentando a que dieran un paso adelante para integrarse en el esfuerzo bélico por derrotar al fascismo:

La doncella guerrera se marcha a ese definitivo lugar de la guerra y se vuelve a marchar en toda ocasión que se presenta, y se nos ha ido ahora, en este 1936, en esta defensa de Madrid, apretando sus pechos contra el corazón […] La mujer popular se ha levantado sobre nuestros campos rotos con el prestigio de su derecho a intervenir en la Historia de España […] ella está de pie a pie firme bajo el vuelo de los aviones, resistiendo sola con su ira y su fe la metralla del enemigo.

En el exilio, aborda otras situaciones de las mujeres, otras metas, otras culturas.

En el cuento “Soledad, ¿por quién preguntas?”, dentro de Fábulas del tiempo amargo, describe como la capacidad de la protagonista cede a las imposiciones tribales, perdiendo la vida siguiendo al guerrero de otra civilización.

En su biografía novelada Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes, ofrece diversas reflexiones sobre la soledad y el exilio, cercano a sus vivencias. Aboga en el escrito ideas que no son de la época de Jimena, con su rebeldía ante su marido el Cid, por esas incesantes ausencias, para matar y destruir en batallas. Así después de muerto su marido, expone un sólido ensayo sobre su situación social tras la pérdida:

Confundida, la gran señora retrocede. 

Nadie le contestará, nadie dialogará con su corazón. 

No puede hacer ya más que mirarle. "Llévate mi vida entera, Rodrigo, toma mi imagen, que perdure en tu sueño. Ahora me toca a mí sufrir al arrancarme de ti, “más que la uña de la carne”, mientras tú vas a morder ante Dios la yerba de los campos celestes. Hasta aquí fui como tú, ¿cómo voy a saber desde ahora ser yo?"

Sonríe China, es una obra que podríamos catalogar de viaje, pues inserta sus recuerdos, anécdotas con dibujos y poemas, en un recorrido por la República Popular de China que hizo en el año 1957, junto a su compañero y su hija Aitana. María Teresa expone las crueldades sociales que se imponían a las niñas y mujeres asiáticas:

Son las descendientes de otras mujeres que fueron muy poco apreciadas en la vida china, por las que se vestía luto el día de su nacimiento, a las que se podía maltratar, abandonar, cancelar con ellas todos los compromisos. Millares de mujeres […] no recibieron nunca educación; se podían vender como ganado que produce poco; no tenían derecho a elegir su marido; debían aceptar compartir con las concubinas el lecho, la casa, el amor […] El signo chino que dice mujer repite tres veces el que significa mal o malo. El signo mujer dentro del signo casa significa paz.

Calidad de sus cuentos

Imagen de León, María Teresa

 

Observo que la búsqueda del mejoramiento de su forma de escribir, es paulatina. Cada cuento es sembrado de la suficiente entereza para que sean, no solamente comprendidos fácilmente, sino divulgados. Así los Cuentos para soñar, desarrolla su capacidad para explorar nuevos espacios que escasamente han sido hollados, con una sencilla forma de trasladar su imaginación al papel. 

Posteriormente podemos compararlos con Cuentos de la España actual, que es ya una antología muy profunda de la sociedad burguesa, criticando como esta sociedad anula a las mujeres, y como ellas en esa búsqueda para romper las cadenas conservadoras, toman conciencia revolucionaria.​

En cuanto a su teatro, destaca sobre todo su primera obra Huelga en el puerto, publicada en la revista Octubre. Trata el argumento el desarrollo que acontece en dos huelgas que hubo en Sevilla entre los años 31 y 32. Se nota en esta obra, un elaborado conocimiento del teatro político educativo, que se estaba realizando por otros escritores. Este teatro llamado de "llama proletaria" (muy parecido a José Herrera Petere en su "Carpio de Tajo"), pues muestra en unos deliciosos pasajes de socarrona sorna laboral gaditana, que apoya sus luchas revolucionarias. Así rezuma todo el escrito, de una innegable posición por la clase obrera revolucionaria, que destaca sobremanera de otras escritoras que por entonces despuntaban.

Durante esos años, realiza una cantidad muy importante de artículos y ensayos, sobre diversos aspectos de la lucha por la liberación socialista de la mujer, la educación de los niños, la alimentación, las cooperativas y los ataques terroristas de los pistoleros falangistas y de la CEDA.

Ya después, prosiguió con sus artículos durante la Guerra Nacional Revolucionaria ante el golpe de estado militar, publicados en La Gaceta literaria, Octubre y El mono azul.


Su producción durante el exilio

Ya fue en Argentina, donde Teresa se multiplica, escribiendo una gran obra literaria, cultivando cuentos, novelas, ensayos y otra obra de teatro.

Realiza su obra de teatro​, La libertad en el tejado. Hasta 1989 no se conoció, así no se sabe si fue compuesta en Argentina o Roma. Habla de lo que conoce de la situación del pueblo español de posguerra, creando personajes típicos de la tradición picaresca, (Maricastaña, Madame Pimentón y Sabelotodo) o elegantes figuras alegóricas (la Chica, la Sonámbula, la Razón, etc.).

Entre sus novelas destacan Contra viento y marea, y Juego limpio, con temas de la guerra social que tuvo lugar en España. Son novelas poco conocidas. Siguiendo su sencilla imaginación, mezcla en el argumento trozos de ficción con vivencias propias.

Reivindican una parte importante de su labor cultural en el año 36, la defensa del Patrimonio Artístico (en aquellos tiempos de guerra, ella estuvo con un cuerpo de escritores y artistas, cuya labor fue esencial para salvar el legado artístico histórico y cultural, como fue la preservación de las pinturas del Museo del Prado), desarrollando intensos debates sobre que significa cultura para el pueblo. 

Vuelta a España en el año 1977

Retrato de María Teresa León

Se publica una novela de esa forma de generar un apacible trayecto de vivencias, uniendo notas autobiografías, y datos inventados con otros históricos entrelazados, llamándola Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar.

Pero cuando se instala en Madrid ya traía desde Roma la enfermedad del Alzheimer, que le imposibilitó a recordar y sobre todo.... escribir.​

Memoria de la melancolía.

Sin lugar a dudas, este libro escrito en su exilio romano, es su principal obra. Recoge de una forma grácil y emocionada sus recuerdos autobiográficos junto con la memoria de los hechos para que no se perdiesen. Expone sus sentimientos personales, desfilando personas de todo tipo y condición, aúna lo que vio y le aportaron. Su lectura es ágil, profunda e íntima.​ 

Empieza esta obra maestra con un dialogo con ella misma, "presintiendo que nunca llegará a residir en España". Si, su "España Republicana", la que labró sus sueños de modernización sin precedentes, "que puso la cultura en el centro de las acciones de sus gobiernos". Recorre "la conjura siniestra de los sublevados: la Guerra Civil, las actividades de la Alianza de Intelectuales Antifascistas o la evacuación de algunos de los cuadros míticos del Museo del Prado". 

"Memoria de la melancolía" no es solamente una autobiografía al uso, como ella misma consigna "datos escritos en una libreta vieja y rota...mientras va envejeciendo... emblanqueciendo"."¡Pobre libro mío desarreglado como memoria de vieja!", como escribe en la página 307. 

Sus recuerdos son un alarde literario de gran amplitud y voluntad de contar lo olvidado. Su pensamiento volcado en la "Memoria ..." reflexiona sobre sus coetaneos, los que lucharon y no se rindieron, aún bajo las penalidades de la dictadura "¡Qué leales fueron consigo mismos!" (pagina 375-376), mediante una alocución estilísticamente muy bella, luminosa, envolvente, que hipnotiza al lector, en una prosa poética avanzada. Es un testimonio de primera mano, de sus propias experiencias, pero con un grado de reflexión y aporte filosófico muy alejado de las escritoras de su tiempo:

P. 63: … Aún hay una historia de la guerra española viva por el mundo. Luego… luego se eclipsará, vivirán un momento más los recuerdos de la tradición oral y luego los libros… ¿Contarán las pequeñas historias? ¿Las del amor, por ejemplo?…

P. 65-66: Es difícil ser vieja. Se necesita un aprendizaje, que es el drama de nuestra vida. Por la calle se da una cuenta de que las viejas son todas del mismo modelo. Lo difícil es diferenciarse. A mí me da miedo que llegue un día en el que nadie me vea. Sería un purgatorio eso de andar por la calle sin que ninguna mirada se cruzase con la mía…

P. 69-70: Muchas veces he tenido que subir a hablar a una tribuna, a un balcón o a una silla o a cualquier sitio… Muchas veces había tenido delante aquellos rostros profundamente serios y aquellos ojos oscuros de siglos que van heredando los hombres y mujeres de los campos de España. Íbamos a pueblecitos hablándoles de lo que podía ser su esperanza. Me preocupaba encontrar las palabras justas, pero pronto comprendí que lo que necesitaban era el amor, el contacto de la comprensión de su problema, hablarles de sus derechos a la tierra, a la vida, a la palabra…

P. 74: La memoria puede tener los ojos indulgentes. Ya no llegan a nosotros los ruidos vivos sino los muertos. Memoria del olvido, escribió Emilio Prados, memoria melancólica, a medio apagar, memoria de la melancolía. Vivir no es tan importante como recordar…

P. 78: Sin ventura, sí. ¿Sin ventura? ¿Por qué? ¿Sin ventura este país en armas, este pueblo capaz de revolverse contra las decisiones del fascismo como otros no lo hicieron? No, no. Venturoso un pueblo que saca fuerza de su flaqueza y se tira a la calle apretados los puños y los dientes para avisar en todas las encrucijadas del mundo: 

¡Atención, lo que a mí me ocurre hoy, os ocurrirá a vosotros!"

P. 89: Nos traemos adentro una carga inquietante de gustos y de gestos ajenos que se nos van quedando enganchados… Somos lo que nos han hecho, lentamente, al correr, tantos años. Cuando estamos definitivamente seguros de ser nosotros, nos morimos. ¡Qué lección de humildad!.

P. 153-156: Si tú supieras, madre, cuándo he comenzado a quererte; no fue ese día que me precipité en tus brazos: tenía miedo; ni siquiera en aquella ocasión cuando me subí a tus rodillas: tenía hambre. Mi vida era tan pequeñita entre tus brazos. Yo no te conocía. Venimos de demasiado lejos. En ese lugar donde se distribuyen las vidas nuevas a los seres humanos, me dieron a ti y tú te sorprendiste de tener que querer a una niña con los ojos cerrados.

!Si tú supieras, madre! Esta mañana al abrir un cajón, entre guantes descabalados y recuerdos marchitos, encontré un retrato tuyo. Hasta hoy no he sabido mirarlo. No, no había mirado nunca el paso de la vida sobre ti, tus vacilaciones, tus trabajos, tus angustias, tus inquietudes… Hay un leve polvo sobre tu cara, el que levanta la existencia al vivirla, suavemente gris. ¡Cuánto te quise de pronto! Eras mía, únicamente mi madre. No te parecías a ninguna, pertenecías a ese claro milagro de la existencia del hombre: Yo era tu carne.

Y sentí como si me llamases para transmitirme tus poderes. La voz tuya, tan admirable, que anunciaba que yo iba a ser como tú, nada más que como tú. Besé tu imagen y me senté a quererte.

P. 233: Nos aficionamos a gente que se debe morir y a cosas que se van a quedar. Yo no quedaré, pero cuando yo no recuerde, recordad vosotros las veces que me levanté de la silla, el café que os hice, la indulgencia que tuve al veros devorar mi trabajo sin decirme nada…

Recordad que mi mano derecha se abrió siempre… Cuando penséis en mis pecados, tenéis que sentir la misma piedad que yo por los vuestros…

P. 307: [Sobre Corpus Barga] … ¿Escribes tus memorias? Sí. Y no se olvida de nada, sus recuerdos son precisos -qué envidia le tengo-, da nombres, señas, referencias…

Ante esto siento una gran vergüenza. Jamás hubiera Corpus Barga escrito sobre sus recuerdos: Memoria de la melancolía. ¡Pobre libro mío desarreglado como memoria de vieja! ¡Qué desasosiego!

P. 375-376: … Era como si todos anduviésemos de rodillas, pero, de pronto, nos levantábamos. ¿Quién habla de derrota? Y se fueron con el general Leclerc a seguir combatiendo y desembarcaron con los ingleses en Narvik y enseñaron a los patriotas franceses lo que era la guerrilla y murieron en Auschwitz, en Dachau… ¡Qué leales fueron consigo mismos!…

P. 390: Hay que acudir al cuidado de los recuerdos. ¿Qué sería de la vida si los abandonásemos? Recuerdo que Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid…

P. 419: Zenobia acaba de recibir el premio Nobel. Me diréis: No, estás confundida, el premio Nobel fue para Juan Ramón. Pero yo contestaré: ¿Y sin Zenobia, hubiera habido premio? Y abriría una interrogación grande como sus vidas… Dentro de mi juventud se han quedado algunos nombres de mujer: María de Maeztu, María Goyri, María Martínez Sierra, María Baeza, Zenobia Camprubí… y hasta una delgadísima pavesa inteligente, sentada en su salón: Doña Blanca de los Ríos. Y otra veterana de la novelística: Concha Espina. Y más a lo lejos, casi fundida en los primeros recuerdos, el ancho rostro de vivaces ojillos arrugados de la condesa de Pardo Bazán… ¡Mujeres de España!…

Su obra es aclamada por las generaciones actuales:

«María Teresa León ha sido siempre la autora exiliada de referencia. "Su Memoria de la melancolía" es uno de los más hermosos libros del destierro». Eva Díaz Pérez, en El País 

«Un ejemplo de mujer republicana, libre, valiente, consciente, madura, fervorosa, culta… Una mujer que escribió, militó, trabajó, y triunfó en un mundo de hombres». Almudena Grandes  

«María Teresa León fue una mujer adelantada a su tiempo, innovadora, luchadora y escritora incansable. Una vez se conozca su obra estamos salvados». José Luis Ferris  

«Una insuperable crónica del recuerdo es su libro "Memoria de la melancolía", que todos debiéramos conocer». Antonina Rodrigo  

"Una de las mejores memorias de la literatura española". Luis García Montero. 

 

Un cuento de María Teresa León Goyri, publicado en el "Mono Azul".

«De muerte a muerte» (1937)

Iba a incorporarse. Un hombre cuando se decide a quedar bien en la vida, sin saber por qué, hace el gesto masculino de apretarse el cinturón para sujetarse los pantalones. El «Guinda» se subió los pantalones de pana y se marchó a incorporar. «¡Hijo, es la guerra!»; «Da noticias»; «¡Me moriré!». Todo lo que en aquella ocasión decisiva sonó en sus oídos fueron coplas de mujeres. A los pocos días, en la carretera por donde él se marchó, la hermanilla pequeña, esa que gasta trenzas despeinadas y limpia, quitando, como una mujer, los mocos al pequeño que lleva en las ancas igual que un botijo, decía a los caminantes: «Nuestro hombre está en la guerra».

«¿Cuántos hombres tenéis en la casa?»; «Pues ese»; «¿Quién queda para el campo?»; «Pues, nosotras». La hermanilla sabía bien que si más hubiese habido, más hombres hubiera dado su casa. «La patria llama a los mozos», medio se oía decir a un viejo sentado en una piedra del camino. «¡Jesús! ¡Los moros nos van a derrumbar España!», era la opinión de una vieja. El castillo cerraba el pueblo con sus agudos colmillos al aire. En los balcones del lugar se lucían rótulos y banderas. Las organizaciones colocaban más letreros, sobre todo en ésos que parecen palacios con portales grandes para que entren coches de señoritos o en aquellos que lucen su jardín con rejas pintadas de verde, donde aún se cree ver asomar la señorita que seguía por el «El Hogar y la Moda» las elegantes maneras del vestir ciudadano. En todos estos sitios la mano vengadora del oprimido puso su huella: «¡Eh! ¿Quién sabe escribir con buena letra Comité de Pastores pertenecientes a la U.G.T?» Trajeron al secretario del Ayuntamiento. Temblaba. Todo temblaba aquellos días en el pueblo, menos Judas sacado de la iglesia y plantado en el control con una banderita roja y Cristo, cambiada su corona de espinas por una alegre corona de hojas tiernas de fresno (1). 

Se barría el lugar con las iras ocultas bajo los trajes masculinos, esos trajes de pantalón de pana color de miseria parduzca que resisten el agua y los soles para, al final de su vida, endurecerse como panderos antes de ser heredados por los hijos, a quienes se les asientan en las nalgas las costuras mal hilvanadas por la madre. La ira del pueblo hacía levantarse las blusas negras que caen enlutando los cuerpos, como si estos ya tuvieran su destino a la mortaja y al llanto. Estas blusas no se achican para que las hereden los muchachos, porque es costumbre que se vaya de color sufrido, como es el gris hospiciano o el azul que aguanta la lejía. También la ira del pueblo agitaba las faldas y los cabellos oscuros, que parecieron rojos cuando subió el incendio purificando el sitio donde estuvo la cárcel. Tardó en despintarse el rótulo de aquella casa. Cuando se vieron los huesos de las piedras, los vecinos se retiraron a descansar con el corazón ancho abierto a Castilla, que volvía a ser suya por conquista, militarmente, como sus antepasados la poseyeron, palmo a palmo, metro a metro, entre dolores mortales de crecimiento.

Por la carretera se fueron después los voluntarios. El padre de Zoilo, presidente de los cabreros y pastores, se quedó con la cayada temblándole de ansias: «Yo también fui soldado». Durante una sesión explicó a los del Ayuntamiento cómo se hace la guerra en la Manigua,(2) y por qué la Dehesa Ventera debía ser toda del pueblo y no repartirla con el otro pueblo que quedaba costero. Aquel día se levantó también a hablar un hombre flaco, azulado de barba, los ojos chamuscados de sol. Era uno que también conocía la guerra (había estado en el Tercio), cantaba fandanguillos y picaba tabaco con una navaja de esas que los viajeros compran en la estación de Albacete a los albaceteños de ancha faja negra clavada de reflejos mortales. Discutieron. En los pueblos se discute lentamente, porque lenta pasa la vida. Unos serán de opinión de arreglar primero el pueblo; otros, de arreglar la patria. Allí no se escuchaban más razones que las de los bien barbados; los jóvenes estaban excluidos de la reunión. La loca juventud sacaba los santos de su aislamiento y los ponía en pie de igualdad humana, apeados al fin de los altares o de las alturas, pobremente pálidos de vísperas y sermones de varios siglos. «Guinda» fue quien decidió el asunto. Levantó los ojos, muy abiertos, se descubrió la cabeza con esa cortesía de los hombres acostumbrados a estar entre iguales, y sentenció: «Primero ganar la borrega que repartirse la pelleja». Todos comprendieron. La borrega era la ancha y hermosa tierra de España con sus hombres montañosos y sus venas de agua arañándole la carne hasta dar en el mar. La patria, como decían los más viejos, aquellos que volvían con traje de rayadillo de las colonias y un canuto con la licencia absoluta.(3) Los viejos desgraciados que sirvieron al rey y nunca a su patria, los que limitaban la patria a votar con el candidato que ofrecía y no daba, a marchitarse esperando la breve fortuna de una cosecha, los que morían sobre la tierra aguardando sentados la propia. Tierra de relente para los que la vigilan y la parten y la fecundan. Tierra de cementerio, vendida a palmos y no a hectáreas ni a fanegas. Tierras de pan morir y no de pan ganar, tierras de otros. La patria comienza hoy. La patria empieza el 18 de julio.

«Guinda» se sacudió los dedos de los pies, la planta, los tobillos, metió el todo en un lebrillo, donde la hermanilla puso hierbabuena, y el agua se coloreó de llanura. El jabón, veteado de azul, fue refrotado por las piernas peludas de pastor de cabras, piernas terminadas en esa pezuña callosa del que solo conoce los montes, con polainas de pelo como líquenes de peña subidos hasta la ingle. La hermanilla cambió dos veces el agua del lebrillo muy seria, asistiendo al lavado precursor de la vela de armas, hosca entrada en vida fruncido el ceño, como había comprendido que es necesario hacerlo los días de duelo, de amor o de marcha. «El Guinda» sería el primer mozo que marchase a conquistar la borrega, que fuese a la guerra para evitar mayores males, daños como esos de los que daban cuenta los periódicos. Los periódicos que traía la hermanilla y que eran tirados por las portezuelas de los coches ligeros que arrancaban de raíz las casas del pueblo a llevar órdenes, noticias, milicianos. Todas las vecinas se reunieron en la cocina de la madre mientras «Guinda» acababa de dominar aquellos pies callosos. «Criar hijos ya se sabe que es penar». «No se aflija; algunos soldados vuelven». «La Asociación, ¿le dio permiso?». La madre, al comienzo de la visita, aguantó con esa gentileza campesina que se acentúa los días de pésame; al final, dio un respingo: «Que vuelven, que vuelven… Si fuesen todos los que tienen que ir, volverían antes». «Si lo dice por mí, aún los tengo pequeños». «Sí, pero tu marido en la taberna, el día y la noche. ¿Crees que no sabemos que la mañana que nos dieron la iglesia se bebió las vinajeras?».

«Guinda» estaba listo. Salió y el corro se fue dispersando por el pueblo. Su tía lo llamó aparte: «Hijo, aunque ya sé que eres incrédulo, préndete esta medallina contra las balas y la metralla… La llevó tu tío cuando libraron la de Montejurra (4) y le preservó». «Guinda» tuvo como un vuelco en el interior de su pecho. ¿La rechazaría? ¿Y si le traía la mala el hacerlo? La tía lo besó entre las cejas, luego en el pelo, después en las dos sienes. «Guinda» la dejó hacer. Notó que le hacía la cruz y no la detuvo. ¿Y si esto le acarreaba la suerte? Después, la tía humedeció la punta de sus dedos, y con las yemas aldeanas, rasposas de ir al escardeo, ungió levemente los párpados del mozo. «Para que no veas venir la muerte». Después le santiguó la boca. «Para que nunca vendas a tu patria ni con la acción ni con la palabra». «Guinda» vio un rayo cruzarle las entretelas de los ojos. No había pensado en la muerte. Pero un voluntario debe pensar en la muerte. «Tía, ¿usted vio al tío-abuelo muerto?». «Oye hijo, te meto la camisa del padre y seis pañuelos de hierba. Te ponemos medio chorizo que trajo la Carmen». La madre hablaba de la vida; la tía, de la muerte. El pueblo, flexible de banderas, seguía rotulando las casonas con enormes letras rojas o negras. «Guinda», cuando echó a andar, se alzó los pantalones y se apretó el cinturón como cuando los hombres se deciden a quedar bien en la vida. Pensó con desprecio en los que se repartían en la Asociación y en el Ayuntamiento la piel de la borrega antes de ganarla y se fue a pelear por la patria, como deben hacerlo los hombres.

Así habló en el 5.º Regimiento,(5) cuando le interrogaron. Su voz sonó a llanura feudal. La cabeza despejada miró la cúpula de la torre de los Salesianos; después el patio. A esas horas estarían los mozos con los brazos doblados bajo la nuca contando las nubes; la hermanilla, preparando las sopas al más chico; la madre, aguardando su vuelta sentada en el banco de madera que él compró en San Clemente, banco de madera de pino, con tina colchoneta de flores, y delante una mesa que hizo el padre, y donde grababan a punta de cuchillo las fechas de los nacimientos. Tuvo miedo de no entenderse con aquellos hombres cuerpo a tierra manejando un fusil imaginario, con aquellos otros que se agrupaban a escuchar palabras que no oyó nunca.

Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero…
(6)

Hasta la noche vagó por el patio. A esa hora encontró un amigo. Partió su pan con un perro de esos que dejan la casa porque los atrae, como a las mujeres ventaneras, las bandas de los regimientos. Acercó a sí al perro cuartelero de lanas rizadas canelas y blancas. A aquella hora de la noche sólo funcionaría en su pueblo el control, con las escopetas de caza dispuestas y la linterna del empleado de arbitrios para leer los papeles. A aquella hora primera, cuando la novia sale al zaguán o deja la trampilla de la cuadra alzada para que él entre y confunda para siempre el olor del amor y el del estiércol. Hora cuando poco a poco todo se vacía, se esconden, se evaden los campos y cruza el cárabo con un lamentar de pastor sobre los techos de las tenadas.

El perro se arrebató a ladrar. «No tengas miedo, no muerde». Pero mordió. El miliciano herido sacó la pistola y lo tendió a los pies del «Guinda», despanzurrado, como una vejiga desinflándose, con los pelillos canela y blanco inservibles de sangre.

«Te he quitado un amigo. Aquí tienes otro».(7) Y le tendió una mano ancha, de dedos macizos, amplios de base, comidos de uñas, como los suelen tener los forjadores.

«Guinda» durmió aquella noche soñando con perros muertos, con salivilla de tías ancianas, arropado por fusiles, inquieto con lo que habría de hablar al día siguiente para contestar que no sabía leer, y que para nada de utilidad podría serle aquel papel de instrucciones que había recibido.

Con la mañana, el perro apareció en medio del patio, con la panza rosada llena de sol y las cuatro patitas al cielo; pero también apareció su amigo. El amigo que lo acompañaría en el largo tiempo de un año.

* * *

«Guinda» volvió a sentir una bocanada de sangre en la boca. Ya no era el pueblo, ni la hermanilla esperándole en los caminos que vuelven de la guerra. Sólo quedaba, casi sensible a las palmas de sus manos resecas de fiebre, el amigo. ¡Cabrón! Él tuvo la culpa de que lo expulsasen del partido. Sobre la frente goteada de ese sudor pegajoso que da la extrema vida de los agonizantes, caía el sol recortado en hojas de chopo, ligeras al viento como corazones. Había un ruido de fuente que hacían los trigos. Eso le aumentaba la sed. Pasaron unas mujeres que se inclinaron como si fuesen a recoger una moneda para llenar sus ojos atónitos del color de la sangre viril. Seguía con la vida en un hilo, trepándole como una araña. ¡Cuántas veces sujetó con gesto masculino sus pantalones y se lanzó al ataque! ¡Cuántas veces durmió con un solo ojo preocupado por las letras de la cartilla! Bailaban las letras de todos los colores entre sus párpados. El amigo se había empeñado en que aprendiese a leer. Lo había zarandeado hasta que le hizo comprender con claridad toda la turbia guerra que le llenaba de fango los tobillos. Su fusil tuvo un cerebro. «El Guinda» combatió despreciando más que nunca a los que en su pueblo se repartían la borrega antes de ganarla. «¿Dónde está mi fusil?». No se pudo mover. «Algún cochino italiano he matado. ¿Por qué me han excluido del partido? La medalla de la tía tiene la culpa». Le roía un animal extraño el tórax y le resbalaba luego por el cuerpo. La infinita soledad comenzaba a cubrirle los párpados. No era dolor físico, sino moral. 

«¿Por qué me han echado? Bebo, bebo; claro que sí que bebo. Pegué un tiro en la taberna. Me han dejado solo. ¡Agua!». No estaba solo. Varios heridos aguardaban la llegada de la ambulancia. Pasaban camiones cargados de soldados hacia el frente. El combate se sentía crujir por las entrañas de la tierra. Los soldados apretaban los dientes sin cantar. Tenían miedo de no tener bastante ira para disparar sobre los enemigos. Algunos hacían ejercicios de memoria recordando las prisiones, el hambre, los desprecios. Era una guerra de clases y estaban frente a frente, los pies descalzos y los generales cubiertos de medallas. «Hay que conquistar la borrega», gritaba delirando el «Guinda» a las ruedas de los camiones. Se había olvidado de lo que aprendió en doce meses y se unía a la tierra, a los trigos, complacido del año de bienes que tendrían las trojes. «Hay que salvar la patria, muchachos», deliraba. Había olvidado el lenguaje del amigo con su precisión política para que los problemas tuvieran su justa medida. «Morimos por los pobres del mundo», quiso decir; pero se llenó de lágrimas su cara como pan quemado, comprendiendo que moría por su pueblo, por sus campos, por aquellas casas raquíticas de adobes que un día se pusieron flexibles de banderas; que moría por el pozo de su casa, y por las palomas del palomar, y por el carro que compraron en Cuenca, y por la silla donde su madre se sentaba, y por el hermanillo que nació cuando la Concepción. Comprendió, como si un río se precipitase en la poca ánima que quedaba en su pecho, que era un campesino atado a la tierra española de ancha y hermosa frente. Y comprendió que no vería más, nunca más, las yuntas del pueblo, ni la iglesia ennegrecida, ni el Judas con banderín rojo en la carretera, ni el Cristo coronado de tiernas hojas de fresno, ni la madre. No se quiso morir, y con la misma voluntad del roble que busca el viento, se incorporó en la camilla. Pasaba el amigo.

Por la carretera pasaba el amigo dando órdenes a un grupo de fusileros. Cuando vio al «Guinda» se detuvo. La mano del «Guinda» agarró la ancha mano de forjador, con sus dedos macizos, anchos por la base. «¿Verdad que no me han expulsado del partido?». La muerte comenzaba a recorrerle los pies. «Mira; estoy ya como si me hubiesen plantado en la tierra. Echaré pronto hojas». El amigo dudó, quiso irse. Era un mal ejemplo el que daba quedándose allí con un expulsado del partido que había herido a un compañero en riña, que no comprendía los deberes políticos de un buen militante. «Oye; yo herí a aquel; tú mataste mi perro. Es la guerra, es la revolución, es la vida. Dime que me puedo morir». El amigo sintió volcársele en el pecho toda su ternura, vaciarse de amor a un semejante y deseó aquella ingenua muerte. Deseó ser aquel hombre volado por las moscas, resquebrajado ya en el último quicio de la vida, a punto de hundirse con la más hermosa de las muertes. Muerto de fe. El amigo, el hombre de la pistola en la cintura y el trabajo ilegal y la burla constante y el quiebro de rodillas al policía envidió la serena paz del combatiente por la tierra y estuvo a punto de quejarse porque él no había conseguido tener nunca tierra, ni pueblo, ni casa, ni descanso. 

Arrodillado junto a la camilla del «Guinda», se dijeron aún cosas infinitas: «Yo muero por los pobres del mundo. ¿Es así como te gusta oírme hablar? Camarada comisario: ¡cuánto me has hecho quebrar la cabeza para capacitarme!… Dame mi carnet. Devuélveme mi carnet». El amigo sacó de la cartera militar su propio carnet rojo, su vieja ejecutoria revolucionaria, y lo colocó entre los dedos del «Guinda». El «Guinda» abrió las pupilas otra vez a la luz de la patria. Debió de pensar en su madre o en la definitiva presión de la tierra. El amigo seguía inventando suavemente, como si estuviese delante de una cuna relatando la historia del héroe que poco a poco entraría en los romances y en las guitarras. Poco a poco se le acabó la voz. No era necesario arrullar a la muerte. El «Guinda», campesino español, no volvería a hacer el gesto masculino de apretarse los pantalones antes de entrar en la batalla.

 

Notas al texto:

1.- Era habitual robar estatuas de santos o de cristos para quemarlas. Otros sacaban de sus lugares estas figuras como patrimonio artístico, para protegerlo.

2.- Se sobreentiende que es Cuba. «La manigua» hace alusión a un terreno pantanoso cubierto de maleza. Es una voz latina que alude a un «terreno, generalmente improductivo, lleno de maleza», según el DRAE.

3.- Se alude a soldados repatriados de las guerras coloniales como la de Cuba o Filipinas, que recibían una licencia de cartulina en una especie de canuto de lata. Así, la expresión «dar el canuto» equivalía a tener licencia como soldado.

4.- Zona montañosa navarra donde se sucedieron dos importantes batallas durante la primera y la tercera guerra carlista.

5.-  Cuerpo militar formado por milicias populares y organizado por el Partido Comunista; tenía como órgano de difusión El Mono Azul, revista en la que sería publicado este cuento de María Teresa León.

6.- Es el inicio de una canción popular en la zona republicana durante la guerra. 

7.- Según Gregorio Torres Nebrera, investigador de la obra de María Teresa León, aquí tenemos una referencia a Niebla, una perra que aparecía en anécdotas de León y Alberti. El poeta le dedica un par de poemas. Una estrofa de «A Niebla, mi perro» (1938), dice así: «”Niebla”, mi camarada, / aunque tú no lo sabes, nos queda todavía, / en medio de esta heroica pena bombardeada, / la fe, que es alegría, alegría, alegría».

 

Obras

Colección de cuentos

  • Cuentos para soñar (Burgos, 1928)
  • La bella del mal amor (Burgos, 1930)
  • Rosa-fría, patinadora de la luna (Madrid, 1934)
  • Cuentos de la España actual (México, 1935)
  • Morirás lejos (Buenos Aires, 1942)
  • Las peregrinaciones de Teresa (Buenos Aires, 1950)
  • Fábulas del tiempo amargo (México, 1962)

Novela

  • Contra viento y marea (Buenos Aires, 1941)
  • Juego limpio (Buenos Aires, 1959)
  • Menesteos, marinero de abril (México, 1965)

Biografías

  • El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer (Buenos Aires, 1946)
  • El Cid Campeador (Buenos Aires, 1954)
  • Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes (Buenos Aires, 1960)
  • Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar (Madrid, 1978)

Autobiografía

  • Memoria de la melancolía (Buenos Aires, 1970)

Teatro

  • Huelga en el puerto (Madrid, revista Octubre, 1933)
  • La libertad en el tejado (Segovia, revista Encuentros, 1989)
  • La historia de mi corazón (2008, edición facsímil del original mecanografiado a cargo de Gabriele Morelli)

Reportajes ensayístico-literarios

  • Crónica General de la Guerra Civil (Madrid, 1937)
  • La historia tiene la palabra (Buenos Aires, 1944)
  • Sonríe China (Buenos Aires, 1958)

Colaboración con radio

  • Nuestro hogar de cada día (Buenos Aires, 1958)
  • Sueño y verdad de Francisco de Goya (2003, guion dramático-radiofónico)

Guiones cinematográficos

* Los ojos más bellos del mundo (1943)

* La dama duende (1945)

* El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer (1946)

 

Traducción

  • Campos roturados, de Mijaíl Shólojov, en colaboración con J. Ledesma (Ediciones Europa-América, 1936)
  • Obra poética, de Tudor Arghezi (Losada, 1962)
  • Obra poética, de Mihai Eminescu (Losada, 1962)
  • Doinas y baladas populares rumanas (Losada, 1963)
  • El bosque de los ahorcados, de Liviu Rebreanu (Losada, 1967)
  • Las cuatro niñitas, de Pablo Picasso (Aguilar, 1973)
  • Fábulas y leyendas, de Leonardo da Vinci (Nauta, 1973)
  • Cándido o el optimista, de Voltaire (Muchnik, 1978)


Enlaces consultados:

> "Memorias de la melancolía" Maria Teresa León Goyri. Editorial Renacimiento. 2020.

> "María Teresa León Goyri". Real Academia de la Historia.

> "María Teresa León". Departamento de Bibliotecas y Documentación del Instituto Cervantes.  www.cervantes.es.

> http://escritoras.com/escritoras/Maria-Teresa-Leon 

> «La dimensión femenina en los textos de María Teresa León», Martínez García, A. (2014) Analecta Malacitana (AnMal Electrónica), nº 37, pp. 135-152.

> "María Teresa León". Andaluces.es. Alcaraz, Felipe (28 de noviembre de 2013). 

> https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Teresa_Le%C3%B3n#cite_note-31 

> https://paralavoz.com/cuento-de-muerte-a-muerte-maria-teresa-leon-y-estudio/ 

21 de noviembre de 2023

CREACIÓN DE LOS INSTITUTOS OBREROS POR LA REPÚBLICA ESPAÑOLA.

 

Por Esteban Zúñiga. 

"LA ENSEÑANZA Y EL SABER HAN DEJADO DE CONSTITUIR UN PRIVILEGIO DE CLASE."
"¿QUIERES ESTUDIAR y tienes capacidad para ello?
LA REPÚBLICA te costeará la carrera.
LA CULTURA ha dejado de ser privilegio de una minoría.
EL GOBIERNO del Frente Popular ha creado miles de
BECAS para costear los estudios de todos los hijos del
PUEBLO que acrediten su talento."
(Cartel anunciador del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes del Gobierno de la República).
 
En plena guerra de 1936-1939, y cuatro meses después de iniciada, y por iniciativa del entonces Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el comunista Jesús Hernández Tomás, se crearían los Institutos Obreros.
 
Eran una institución educativa, para que la cultura y los estudios superiores dejaran de ser un privilegio de clase, y dirigida a los mejores estudiantes, y la vanguardia de la clase obrera antifascista, para tras cursar un bachillerato que constaba de cuatro semestres, fluyera un nueva élite de personas bien formadas, y que fueran útiles para la reconstrucción de la España democrática.
 
El primer Instituto Obrero, a modo de ensayo, se fundaría en Valencia -siendo su primer director Enrique Rioja-, para posteriormente crearse en Sabadell, Barcelona y Madrid, extendiéndose después a Alcoy, Gijón...
 
A continuación, compartimos el Decreto ministerial publicado, el 23 de noviembre de 1936, en la "Gazeta de la República", en el que se exponen los motivos y las directrices principales.
 
"GAZETA DE LA REPÚBLICA".
MINISTERIO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA Y BELLAS ARTES.
 
DECRETO.
 
"Es preocupación del Gobierno de la República, en consonancia con las nuevas orientación de la enseñanza, el recoger y encauzar las mejores inteligencias del pueblo a fin de que su acceso a los estudios superiores sea, en lo posible independiente de toda consideración de orden económico. Con este propósito fiel a los postulados de la cultura popular, el Gobierno quiere hacer un ensayo encaminado a que puedan alcanzar rápidamente los beneficios de la enseñanza superior las mejores capacidades que, habiendo sobrepasado la edad escolar para los estudios secundarios, ofrezcan la garantía de su absoluta lealtad a los principios que el pueblo español defiende con las armas. Este ensayo, cuando haya sido contrastado por la práctica, será desarrollado sistemáticamente en la medida en que las circunstancias lo consientan.
 
Por todo ello, de acuerdo con el Consejo de Ministros y a propuesta del de Instrucción Pública y Bellas Artes, vengo a decretar:
 
Artículo primero: Se crea un Bachillerato abreviado para los trabajadores cuya edad está comprendida entre los quince y los treinta y cinco años. Estos estudios se irán poniendo en práctica progresivamente en aquellos lugares del territorio leal a la República designado por el Gobierno.
 
Artículo segundo: Los alumnos para este Bachillerato serán reclutados, previa la selección señalada en el artículo siguiente, entre los candidatos propuestos por las organizaciones sindicales y juveniles que luchan contra el fascismo.
 
Artículo tercero: Antes de iniciarse los cursos, propiamente dichos, los aspirantes sufrirán una prueba eliminatoria de aptitud y de cultura general que ponga de manifiesto los conocimientos que posea el alumno y su preparación para estos estudios.

Durante el primer semestre del primer curso, los profesores, en virtud de las distintas de capacitación que hayan ido dando los alumnos en sus estudios y en la misma convivencia diaria con ellos, harán una nueva selección, determinando quiénes se hallan en condiciones de continuar los estudios y quiénes deberán acogerse a lo que preceptúa el artículo siguiente.
 
Artículo cuarto: Los aspirantes de positivo talento, pero con insuficiente formación primaria, serán sometidos a un cursillo especial de intensificación que les ponga en condiciones de ingresar en el Bachillerato con el nivel cultural imprescindible.
 
Artículo quinto: La edad mínima para poder acogerse a los beneficios de este Decreto, es la de quince años cumplidos al someterse a las pruebas de ingreso.
 
Artículo sexto: La enseñanza durante dos años, divididos cada uno de ellos en dos cursos semestrales.
Tantos estos cursos como las materias que los integran no son obligatoriamente para todo los alumnos por igual, sino que las Juntas de profesores, a la vista de la preparación individual de cada uno de ellos, podrán dispensarles de algún curso o de determinadas asignaturas.
 
Artículo séptimo: Las materias objeto de estudio, serán las siguientes: lengua y literatura españolas, francés, inglés, geografía, historia, economía, ciencias naturales, matemáticas, ciencias físico-químicas y dibujo.
La enseñanza de estas materias se distribuirá en diversos cursos, con arreglo al plan de estudios que se fijará oportunamente.
 
Artículo octavo: El Ministerio destinará a estas enseñanzas los locales adecuados.
 
Artículo noveno: Los profesores para estas enseñanzas, serán designados libremente por el Ministerio.
 
Artículo décimo: Los alumnos tendrán representación con los organismos rectores de los centros en que se curse este Bachillerato, con el fin de poder intervenir directamente en su marcha.
 
Artículo onceavo: Al final de los estudios, los alumnos considerados aptos, obtendrán gratuitamente el título de Bachillerato, con plena validez académica.
 
Artículo doceavo: La matrícula en estos centros de enseñanza será gratuita y el Estado facilitará a los alumnos todos los libros y material de enseñanza necesarios. El Estado proveerá a los gastos de manutención de los alumnos y abonará una indemnización adecuada a los que, para cursar estos estudios, se vean obligados a abandonar un trabajo productivo con el que sostuviesen a su familia.
 
Artículo transitorio: Mientras dure la guerra que el pueblo viene sosteniendo contra el fascismo, sólo podrán inscribirse para estos estudios las personas cuya edad esté comprendida entre los quince y los diez y ocho años.
 
Dado en Barcelona, a 21 de Noviembre de 1936, MANUEL AZAÑA.
El Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, JESÚS HERNÁNDEZ TOMÁS."
 

 
Una iniciativa de un ministro comunista que venía a significar una decidida apuesta, en plena guerra, para la instauración de un plan y un ideario revolucionario pedagógico, y que sería inaugurado el domingo 21 de enero de 1937, en el paraninfo del Instituto Obrero de Valencia. Inauguración que contaría con la presencia del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el militante comunista Jesús Hernández Tomás, el cual se dirigiría a los allí asistentes con un importante y extenso discurso, del que queremos destacar su referencia a que "Dentro de una sociedad dividida en clases, la cultura está subordinada a la influencia de la clase dominante".
 
"... Era la sinrazón y la injusticia de una sociedad que tanto maltrataba a una clase de productores y que condenaba de esa forma a la más completa ignorancia a los hijos de los proletarios. La otra, el afán, invencido todavía, de saber y aprender. Pero el saber y el aprender tiene en todas las etapas de la historia un significado propio y una característica bien definida. Podrá pensarse que la cultura es una cosa inmortal, una cosa continuada, una cosa que está por encima del bien y del mal. La cultura, compañero, como todas las cosas dentro de una sociedad que está dividida en clases, es un aspecto de la influencia que ejercen sobre el pueblo, sobre las personas, sobre las mentalidades, la moral y la voluntad de las clases dominantes. 
 
Hay una razón esencial que da siempre la tónica de todo lo que se puede llamar subestructura de la sociedad y del fundamento económico en que descansa esa misma sociedad; de las relaciones sociales en que viven, dentro de la misma, los hombres. La cultura, en definitiva, en todos sus aspectos, no es más que un reflejo del sistema económico en que está asentada una sociedad concreta.
 
Tomemos, por ejemplo, cualquier período de la época pasada. Podrá pensarse que el profesor continuaba ejerciendo su misión independientemente del régimen que existía. No es verdad. Había una clase, había unos dueños que imponían una orientación determinada a la enseñanza, que imponían una orientación determinada en la literatura, en la pintura, en las artes y hasta en las ciencias. La imponían a través de su sistema económico, porque si había un profesor que por su liberalismo o por su independencia mental constituía para esa sociedad un peligro, desde el momento en que podía comenzar a interpretar esa sociedad desde un punto de vista que no fuese prudente o conveniente para aquella clase dominante, ésta inmediatamente le ponía coto y procuraba alejarle. Si había un literato o literatos dispuestos a enfrentarse con esa sociedad odiosa, existía también una especie de sabotaje que imposibilitaba aquella labor y la expansión de aquellas ideas. ¿Por qué? Pues porque les sujetaba económicamente. Y los poetas, los literatos, los profesores, en fin, en todas las ramas del sabor, tenían que fundamentar sus enseñanzas o sus predicciones sobre la base de la justificación de aquel régimen en el que un puñado de parásitos vivían del esfuerzo de los demás (...)".
 
Para más tarde reafirmar que los Institutos Obreros suponían una respuesta, aunque no fuera total, a la falta en la instrucción de las grandes transformaciones revolucionarias de clase:
 
"(...) Yo sé que surgen también voces diciendo que se echan de menos en el Ministerio de Instrucción Pública esas transformaciones revolucionarias de clase. Sí, camaradas, se echan de menos, porque la situación histórica de nuestro país no nos permite hoy inmediatamente a esas transformaciones.
Porque si se quiere una revolución socialista triunfante, y mientras no tengamos la revolución socialista triunfante, nadie eche de menos en el Ministerio de Instrucción Pública las hondas transformaciones de tipo exclusivista. Hoy tenemos una misión, y yo, como ministro y como hombre del Partido declaro que nuestra lucha está orientada y dirigida a arrojar de nuestro país a los que con privilegios, con la aristocracia y con el señoritismo, y dar a nuestro pueblo la posibilidad de regir sus destinos con arreglo a su voluntad, a la voluntad que ha sido expresada.
 
Esas profundas transformaciones de clase, esa cultura de tipo proletario, es nuestra ambición del mañana, es nuestra meta del porvenir próximo, pero hoy nuestra obligación es hacer una cultura de tipo popular, educar a nuestro pueblo, educar a nuestros hombres del saber, a nuestros ingenieros, a nuestros poetas, a nuestros médicos; educarles dentro de esta aspiración de nuestro pueblo, educarles dentro del antifascismo. 
 
Por consiguiente, toda la obra de nuestro ministerio, desde la que realice el ministro hasta la del último colaborador, ha de llevar el sello característico del Frente Popular, porque si actualmente el esfuerzo y el sacrificio para salvar a nuestra patria, a nuestra España, está siendo realizado desde los republicanos hasta los anarquistas, pasando por toda la gama de hombres honrados y decentes que hay en nuestro país y que no están adscritos a una ideología determinada, si este esfuerzo es común y nadie mide la cantidad de sacrificio que se le exige, ¿con qué derecho nosotros, en nombre de una clase, nos íbamos a levantar para decirles: ¡Ah!, señores, ustedes serán buenos para estar derramando su sangre y estar pasando privaciones y sufrimientos pero no son buenos para recibir la cultura propia de la República?
 
¿Con qué derecho nosotros podríamos negar a esta clase, que sin ser eminentemente proletarios tiene tantos derechos como nosotros en esta hora histórica en que vivimos, cómo podríamos negarle la posibilidad de poner a su alcance y al alcance de sus hijos, la cultura que nosotros tenemos la obligación de dar a todos? No tendríamos ninguna razón para proceder de esta manera, y si lo miramos desde el punto de vista exclusivamente proletario, genuinamente revolucionario, tampoco tenemos derecho a ello, porque la clase trabajadora, los obreros, en su anhelo de emancipación, no solamente quieren emanciparse ellos como clase, sino como parte integrante del pueblo trabajador, quieren liberar y emancipar a todas las clases que sufren dentro de un régimen de explotación capitalista.(...)".
 
(Fuente: "Frente Rojo". Órgano del Partido Comunista (SEIC). Edición especial para Cataluña y Levante. Año Iº - Núm. 10 - Página 3. Valencia, lunes 1 de febrero de 1937).
 
Enlaces relevantes:
https://www.uv.es/cultura/c/docs/expeducarenguerracast.htm
https://mundoobrero.es/2023/08/13/la-ciencia-para-el-pueblo-los-institutos-para-obreros-de-la-segunda-republica/
https://www.memoriahistoricaregiondemurcia.com/los-grandes-proyectos-sociales-de-la-ii-republica-espanola/