Cuando parte de nuestro equipo de redacción llegó a Cojìmar, la
primera impresión fue casi de asombro. Habían pasado 9 días exactos
desde que Irma nos hizo testigos de su fuerza destructiva y las calles
de esta tierra de viejos pescadores se mostraban con una tranquilidad
inusual e impecablemente organizadas.
Al frente nos quedaba un paisaje casi infinito de escombros y a
nuestra izquierda el horizonte renovado que nos propuso un mar tranquilo
y bondadoso. Pareciera poner cara de niño travieso intentando pedir
disculpas ante el desastre que causó.
Caminamos y una vez allí dejamos de buscar noticias, comenzamos a
buscar esencias y esperanza. Afortunadamente encontramos ambas cosas.
Libros, como el de La Edad de Oro de nuestro Martí, muebles que hasta
antes de Irma fueron testigos de muchas conversaciones y postes de
electricidad se aventaron a la lente de nuestra cámara. Vigas, tejas,
cemento y puertas arrancadas otro tanto. Blanco, azul, gris y el ocre
de la hierba ahogada por el salitre, fueron los colores que la luz
matutina resaltó a primera vista. Estábamos en el malecón de Cojimar, o
mejor dicho- en la calle del desastre- según sus moradores.
En nuestro recorrido descubrimos un pueblito que forma parte de un
hermoso proceso revolucionario en toda la extensión de la palabra. Su
gente, a pesar del duro golpe no ha perdido la fuerza para sobreponerse a
estas terribles circunstancias. Varias veces respiramos profundo
adueñándonos del aire de mar y la promesa de vida.
Llegamos hasta el Torreón de Cojìmar y allí Irma echó un pulso con la
historia. No tuvo reparos para dejar huellas en la pequeña fortaleza. A
pocos metros, el monumento de Ernest Hemingway permanecía intacto, como
si se hubiera ganado el derecho a ser un observador intocable por todo
el amor que emanó para sus aguas. ¿Quién sabe? Queda el camino abierto
para que cada cual explaye sus subjetividades.
Pero en la casita humilde de Onelia Oquendo sí que no hay espacio
para subjetividades. Irma azotó sin piedad y marcó para siempre la vida
de mucha gente. Dejó tristes y malos recuerdos en la misma medida que
dejó conciencia, solidaridad y empeño. Esta es la nueva vista que tiene
Onelia desde su portal.
Devastador…fue el primero que vino a mi mente cuando reparé en el
panorama, pero esta mujer cubanísima convirtió mi pesar en orgullo.
“Mija esto fue lo más grande. Mira se llevó todo el muro de la
entrada. El mar nunca, nunca, había llegado hasta aquí. Nosotros nos
autoevacuamos en casa de la familia de Alamar y cuando llegué, mi sala
estaba llena de escombros y de arena y el televisor hecho pedazos. Por
suerte mi hijo subió el refrigerador encima de la mesa, pero tenemos los
colchones que pa que te cuento. El agua subió a la altura de las camas.
Hemos tenido que votar una cantidad de ropa…porque el agua se metió
también en los escaparates. Bueno tu ves que esta puerta es de rejas
¡Mira como me la dejó! La desprendió y partió los cristales, Acabó. Pero
así están muchos vecinos, sin puertas igual que yo”.
Luego nos hizo pasar a su casita y nos mostró las marcas que el mar
dejó en sus paredes. Todo con una sencillez tremenda. Segundos después
pasó de lo básico a lo sublime.
“Todo el mundo aquí ha perdido mucho, algunos hasta la cocina. Bueno
otros lo han perdido todo, pero lo más importante es la vida y la salud.
Eso lo tenemos gracias a la Revolución. Ese sábado por la mañana
comenzaron a evacuar. Vinieron cantidad de camiones y guaguas que la
Defensa Civil trajo para sacarnos de aquí. ¿Puedes creer que varias
personas inconscientes se quedaron escondidos dentro de las casas?
Entonces por la madrugada tuvieron que venir los policías, los bomberos
y rescatistas a sacarlos porque estaban pidiendo auxilio. Oye Mija que
la gente no aprende. Fíjate, es verdad que nunca en la vida había pasado
algo como esto pero la Defensa Civil llegó y nos dijeron que nos
teníamos que ir porque no se sabía a ciencia cierta la magnitud del
ciclón".
Onelia continua con su relato:
“Lo mas importante es la vida y esa la tenemos, todo lo demás con
salud y con el apoyo de nuestro gobierno va a venir otra vez. Porque eso
si, nos han cuidado como si fuéramos vaya…se le llenan los ojos de
lágrimas y se le hace un nudo en la garganta que le impide terminar la
frase. Cómo he pensado en Fidel. ¡Ay Dios mío ! él que siempre estaba por
donde pasara un ciclón. Cuando murió yo me decía –si pudiera darle mi
vida para que el siga ayudado a la gente- Tu no sabes como yo todavía
sufro por eso. Por suerte el nos enseñó a confiar y todos los del
gobierno han estado con nosotros todo el tiempo atentos y preocupados.
¿Recuerdas que te dije lo de las casas sin puertas? Bueno, hay policías
haciendo guardia todas las noches para que los vecinos podamos dormir
tranquilos en lo que arreglamos este desastre y todos los días viene la
doctora con la enfermera del consultorio de la familia a ver como
estamos. Imagínate, con todo esto mucha gente se siente mal y se
estresa. Además nos traen cloro para las cisternas y veneno para los
ratones. La verdad es que aquí todo el tema de la higiene está bien
controlado. Ya te digo, hemos sentido en todo momento que le importamos
al gobierno, a Raúl y a la Revolución”.
“Por suerte ya tenemos luz, gas y agua, pero de todas formas hay un
puestecito al doblar donde venden comida cocinada y por si fuera poco ya
pasaron por las casas para ver las afectaciones de los equipos
eléctricos para ayudarnos a reponerlos y nos van a ayudar también con lo
materiales. Ahora dime ¿En qué otro lugar se ve eso? Porque nosotros
somos revolucionarios pero humildes. Si no es por la ayuda que nos dan
no sé como íbamos a levantarnos”.
Terminamos abrazándonos y con dificultad para irnos nos despedimos,
la fuerza del deber llamaba y habíamos encontrado lo que buscábamos,
lecciones de vida.
Avanzamos por la angosta callecita mirando todo una y otra vez,
mientras que Onelia veía desde su puerta un horizonte calmado detrás de
tantos escombros. Echamos mochila al hombro y continuamos nuestro camino
porque en esta Cuba hermosa, llena de revoluciones -por suerte- la vida
continúa.
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