Para ser revolucionario hay que ser un hombre de su tiempo y como los tiempos cambian, hay que cambiar con ellos. No se trata de ser una veleta, ni de dejarse dominar por el tiempo, sino de desafiar siempre el presente en función de lograr el mejor futuro. Revolucionario es aquel que mira siempre hacia delante y toma en cuenta la experiencia histórica para superarla. Pues solo sabemos a dónde vamos si sabemos de dónde venimos.
Pero no se puede vivir en el pasado, hay que tener los pies siempre en el presente y avanzando hacia el futuro. En eso nos diferenciamos los revolucionarios de los que no lo son. Estos últimos, creyendo a veces que son revolucionarios, tienden a regodearse en las glorias pasadas y miran a los que se mueven hacia el futuro, como si quisieran disputarle los meritos y el espacio. Es que como decía Martí, “el revolucionario no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber” y el deber más grande que tiene un revolucionario es garantizar el mejor futuro para su pueblo. Aunque para ello tenga que sacrificar su presente.
En los momentos en que vivimos en nuestro país, ello se sintetiza en que si se quiere continuar siendo revolucionario “debemos tener nuestra propia guerra, librar nuestras propias batallas y correr los riesgos que nos vengan encima”.
Pues aun no hemos logrado que la revolución sea de todos, dado que todavía hay muchos que la sienten solo como suya y por demás pretenden imponer las formas en que debemos defenderla. Cuando en realidad, después de más de 50 años de haber triunfado la Revolución Cubana, la responsabilidad de preservarla, continuarla y transformarla es más de los que la hemos defendido durante estos años, que de los que la hicieron al principio.
¿Cuantos han quedado en el camino por traicionar a la Revolución, cuantos se han cansado, cuantos han abandonado valores? Entonces la Revolución es de los que la seguimos defendiendo, de los que no la hemos abandonado, de los que seguimos creyendo en ella, de los que luchamos por mantener y renovar continuamente sus valores. Fidel y Raúl han demostrado que ser revolucionario no es cuestión de una etapa, o de un momento, que el verdadero revolucionario lo empieza a ser un día y no deja de serlo hasta el final de la vida.
Quienes se regodean en las glorias pasadas, terminan viviendo a su costa. Son sectarios, dogmáticos prepotentes, algunos se corrompen, no pocos pretenden tener siempre la última palabra, negar la opinión de los demás. Ser revolucionario es entonces también oponerse a todo eso, aunque en ello nos vaya la vida.
Luego hacer Revolución en estos momentos, es desplegar el espíritu crítico que la mejora y enriquece continuamente. Es oponerse a los que la quieren convertir en un pedestal desde el cual ordenar como quiere que sean las cosas, es declararle la guerra a lo mal hecho.
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