16 de octubre de 2018

La tragedia democrática en América Latina

Por Harold Cárdenas Lema, en La Joven Cuba.

Para EB White la democracia era la sospecha recurrente de que más de la mitad de las personas están en lo correcto, más de la mitad de las veces. El triunfo cercano de un candidato presidencial fascista y autoritario en Brasil, pone a prueba las palabras de White. Comparto aquí unos apuntes de madrugada sobre la construcción de los estados nacionales y la democracia en América Latina, acompañado de mi valoración sobre Brasil.
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Los orígenes de la crisis democrática en este continente quizás comenzaron desde 1808 con el colapso de la monarquía española. Robert Holden señala en Beyond mere war varios problemas vinculados a la legitimidad y autoridad en la formación de los estados latinoamericanos y su cariz. Explica cómo en nuestro continente, las expresiones de poder no están atadas a las instituciones y el estado sino a fuertes individuos y sus organizaciones. Donde gobiernos de rapiña debilitan las instituciones y el estado en general resulta incompetente.
Holden acierta en su descripción, pero falla al omitir la condición desventajosa en que dejó el colonialismo español a nuestras tierras, y las características particulares de la burocracia y rapiña española, en comparación con otras potencias de la época. Pero hay otro factor que podría ayudarnos a entender el estado institucional y democrático en la región.
La guerra es una variable en la formación de los estados nacionales que Charles Tilly hizo famosa. Su aforismo “la guerra hizo el Estado y el Estado hizo la guerra” describe el papel que jugaron ciertos conflictos bélicos en Europa para solidificar fronteras e instituciones. Si bien los estados de nuestro continente ya tienen varios siglos de violencia interna, esta ha sido más causa de desestabilización que mecanismo para alcanzar su solidez.
Miguel Centeno ofrece una explicación de qué hace a América Latina distinta. El poder estatal en el continente siempre fue superficial y muy disputado, esto hizo que los estados raramente se involucraran en grandes conflictos bélicos internacionales y terminaran así: débiles, subdesarrollados y generalmente incompetentes. La ausencia de instituciones políticas sofisticadas capaces de participar en las guerras internacionales, terminó siendo un problema mayor. Sin guerras no hubo construcción estatal eficaz.
Esta teoría fue disputada por Jorge Domínguez, quien argumenta que no es que nuestras naciones evitaran guerras internacionales desde su independencia, sino que la “paz” solo llegó a nuestros países a finales del siglo XIX. Como sea, no cabe dudas de que la formación de los estados y su desempeño ha sido trascendental en nuestras instituciones y nuestra relación con la democracia.
Que en menos de un siglo (1898-1994) Estados Unidos haya intervenido para cambiar exitosamente 41 gobiernos en América Latina (como refiere John Coatsworth), sin importar que fueran democráticamente electos o no, a razón de un gobierno intervenido cada 28 meses, no ayudó. Nuestras instituciones se hicieron aún más débiles, primó el escaso respeto a la ley y una limitada efectividad burocrática.
Las deficiencias en la formación de los estados latinoamericanos (junto a otras que no menciono para no alargar el texto) explican parte del pasado siglo y el presente de nuestras naciones. Entonces tenemos a Brasil, donde la mayoría de los votantes prefiere a un autócrata y no al representante del partido político que sacó a 28 millones de ciudadanos de la pobreza en solo una década. Los escándalos de corrupción del PT y el fantasma de Venezuela, han traído millones de votos de castigo. Votos suicidas.
Jair Bolsonaro es el único candidato con tendencias autoritarias en las elecciones de Brasil, y va ganando por mucho. Acostumbrados a políticos de derecha como Macri y Temer, muchos no perciben la diferencia radical en este militar de reserva. Los casos de corrupción y la exclusión de Lula en el proceso electoral no amenazan la frágil y manipulada democracia brasileña como hace Bolsonaro. La debilidad institucional que describimos anteriormente, sumada a un personaje que parece más dictador que político, en el país más grande de América del Sur, es la receta al desastre.
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El militar ha declarado abiertamente su respaldo a dictaduras militares y el potencial cierre del Congreso brasileño. Apoya el uso de la tortura y asesinatos extrajudiciales, sin reconocer un resultado electoral que no sea el de su victoria. Dice que la dictadura en su país debió haber asesinado a 30 000 personas, incluyendo al expresidente Fernando Henrique Cardoso, a quien llama corrupto junto a Lula. Anuncia que tratará el Movimiento sin Tierra como una organización terrorista. Y gana la mayoría de los votos.
Bolsonaro no respeta las reglas de una democracia que de por sí ya estaba en crisis, incita a la violencia y niega la legitimidad de sus rivales políticos. Tampoco parece respetar las libertades civiles de sus oponentes. Fallaría cualquier examen de democracia liberal y tendría menos en una democracia socialista. La intelectualidad occidental está nerviosa por lo que significa un Brasil autocrático en sus manos, pero las élites económicas celebran. Al día siguiente de la primera ronda electoral en su país, la bolsa de valores brasileña subió significativamente y el WSJ lo elogió como un populista conservador que “drenará el pantano” en Brasil.
Cuando las oligarquías tienen que elegir entre sus objetivos políticos y económicos a corto plazo, y la defensa de la democracia nacional a mediano y largo plazo, gana la primera opción
La percepción de que un presidente propenso al autoritarismo es bueno para la economía y preferible a una opción más progresista, tampoco es nueva. El mismo error ocurrió en la Italia de los años 20, la Alemania de los años 30 y en Estados Unidos hace dos años. Que la falta de visión política y compromiso nacional siga siendo un rasgo característico de las oligarquías, no debería sorprendernos, es su naturaleza. Pero que más de la mitad de las personas en un país vecino opten por el autoritarismo en lugar del civismo, es la tragedia democrática actual en América Latina.

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