Por Gabriela Ávila Gómez, publicado en Granma.
Este domingo,todos los revolucionarios del mundo recordarán uno de los
días más tristes de la historia, al conmemorarse 43 años de la muerte de
Allende.
"El diálogo de América", Histórico diálogo entre Fidel Castro y Salvador Allende.
“Cubanos y chilenos no luchamos solo por Cuba y por Chile… Luchamos por lo que Martí llamaba nuestra América”, expresaba Fidel poco después de la muerte de Salvador Allende, presidente de esa nación sudamericana entre 1970 y 1973.
Este domingo, la América del Apóstol y todos los revolucionarios del
mundo recordarán uno de los días más tristes de la historia, al
conmemorarse 43 años de la muerte de Allende, ocurrida en el contexto
del golpe de Estado en Chile liderado por el general Augusto Pinochet.
Hasta el momento de su muerte, Salvador Allende fue un gran amigo de
Cuba y compartía los ideales de apoyar a los pueblos que buscaban su
liberación para terminar con el colonialismo y el neocolonialismo.
Años antes de ocupar la presidencia, Allende ya era reconocido
internacionalmente, y la Isla tuvo la dicha de recibirlo en 1959, año en
que se entrevistó con Fidel y con el Che.
Más tarde regresó a la Mayor de las Antillas para participar en la Primera Conferencia Tricontinental (1966).
Durante su intervención, expresó: “será el propio pueblo de Chile y
las condiciones de nuestro país, los que determinen que hagamos uso de
tal o cual métodos, para derrotar al enemigo imperialista y sus
aliados”, aunque él personalmente creía en un proceso libertario a
través de la vía pacífica.
Para 1971, era Fidel quien recorría el Chile de Allende,
convirtiéndose esa en la primera visita oficial de un mandatario cubano a
la nación andina.
En el contexto de la invitación, el presidente chileno expresó
que “Cuba es una nación vinculada a la historia de América Latina, Fidel
Castro representa a una auténtica revolución y queremos intensificar los
tradicionales lazos amistosos que siempre han existido entre nuestros
países”.
Durante casi un mes, el Comandante en Jefe pudo conocer el proceso
chileno y reunirse con representantes del movimiento estudiantil, y
otros sectores sociales.
De su estancia también trascendió que en Chile se tramaba un plan
para asesinar a Fidel, colocando —de manera oculta— pistolas tras
cámaras de televisión.
Sin embargo, los encargados de llevar a cabo el golpe, dos agentes de la CIA, se acobardaron.
Un año después, Allende pisó suelo cubano nuevamente, esta vez como
presidente, y en La Habana, frente a una multitud reunida en la Plaza de
la Revolución se le otorgó la Orden José Martí.
El 11 de septiembre de 1973 marcó para Chile el inicio de una
dictadura impulsada por Augusto Pinochet y los demás protagonistas del
golpe de Estado: Fuerzas Armadas chilenas en conjunto con la policía y
con el apoyo de Washington. El objetivo que perseguían era derrocar el
gobierno izquierdista de la nación, presidido por Allende.
Sus últimas palabras al pueblo, en esa misma jornada, no fueron de cobardía, sino de esperanza y de agradecimiento.
“El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente
(…) Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la
traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo, que mucho más
temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde
pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”, expresó el
mandatario.
Solemne ceremonia en Santiago recuerda a Allende
Integrantes del Comité Central del Partido Comunista de Chile,
el Colegio de Profesores y otras entidades depositaron ofrendas
florales, a la vez que de forma respetuosa, enarbolaron consignas por
el Nunca Más
Por Prensa Latina
Una mañana fría y gris marcó hoy la solemnidad en la conmemoración del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, con una ceremonia en el mismo escenario donde fue derrocado el presidente Salvador Allende.
El Palacio de La Moneda, al igual que otras muchas instalaciones en
esta capital y en el país, amaneció con vallas y custodiado con
estrictas medidas de seguridad, en razón de que la fecha desata fuertes
pasiones dentro de la población.
Como es habitual, luego de una ceremonia interconfesional, la
presidenta de la República, Michelle Bachelet, hizo un recorrido junto a
la senadora Isabel Allende y Carmen Paz Allende, hijas del mandatario
depuesto por la asonada golpista.
También al lado de nietos y biznietos de Salvador Allende, la
gobernante y sus acompañantes depositaron flores en lugares emblemáticos
de La Moneda donde estuvo el dignatario, para terminar en el Salón
Blanco, su despacho de trabajo.
Allí se conserva precisamente una foto de Salvador Allende con sus
tres hijas (Beatriz falleció en 1977). Rostros apesadumbrados y lágrimas
contenidas podían percibirse en el emotivo trayecto que terminó con
una cerrada ovación.
Bachelet, que perdió a su padre a manos de agentes del dictador
Augusto Pinochet, se dirigió acto seguido a familiares de víctimas y de
detenidos desaparecidos, personalidades políticas, ministros y
embajadores.
La jefa de Estado destacó los avances en políticas de derechos
humanos y aseguró que se ampliarán los espacios destinados a mantener la
memoria, para que no se repitan nunca más las atrocidades cometidas
por el régimen pinochetista.
Anunció el nombramiento de Lorena Fries como subsecretaria de
Derechos Humanos, un nuevo cargo creado por su administración para dar
respuesta a las demandas de organizaciones que reclaman verdad y
justicia.
"Hoy Chile conmemora lo ocurrido 43 años atrás, aquello que nunca más
volverá a ocurrir porque tenemos una certeza irrenunciable: mientras
la luz de la memoria siga viva, nadie estará vencido y nadie estará
olvidado", remarcó.
En las inmediaciones del Palacio Presidencial, en Morandé 80, la
puerta de la fachada este por donde salieron los restos mortales de
Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, tenían lugar sentidos
homenajes.
Integrantes del Comité Central del Partido Comunista de Chile, el
Colegio de Profesores y otras entidades depositaron ofrendas florales, a
la vez que de forma respetuosa, enarbolaron consignas por el Nunca
Más.
Estadísticas oficiales indican que durante la dictadura de Pinochet
(1973-1990) fueron asesinadas tres mil 200 personas, todavía no se sabe
del paradero de mil 250 detenidos desaparecidos, y más de 33 mil
ciudadanos fueron torturados.
La heroica lección de Allende
Por Punto Final.
Han transcurrido 43 años desde la muerte del presidente Salvador Allende
en La Moneda bombardeada y en llamas. Tiempo más que suficiente para
apreciar en toda su magnitud la tragedia que desató en Chile la traición
de las fuerzas armadas en cumplimiento de su tradicional papel de
escuderos de la oligarquía. El recuerdo de ese hecho histórico se hace
especialmente necesario en la crisis que hoy vive el país y cuyo
principal ingrediente es precisamente el factor ético. Inspirarse en la
lección de Allende de lealtad a los principios en esa hora suprema,
ayudará a la futura Izquierda chilena a recomponer el ideario que
permite las grandes hazañas de los pueblos.
La lección de Allende -rubricada por el heroísmo de enfrentar el
golpe militar con un puñado de valerosos combatientes- ha sido relegada
al olvido por muchos que se proclamaban sus “seguidores” y “herederos”.
La Izquierda institucionalizada desempolva cada tanto el recuerdo de
Allende para cumplir un rito que se hace cada vez más formal. Se
sacraliza su nombre, convertido en ícono inofensivo despojado de todo
filo revolucionario. En la conducta de esa falsa Izquierda no se
rescatan los valores éticos y políticos por los que combatió Allende. El
ejemplo más bochornoso lo constituye su propio partido, que hace
tiempo abandonó la ideología y los principios originales del PS para
hacer suyas las banderas del neoliberalismo.
A través de sus representantes en el gobierno y Parlamento, ese tipo
de políticos han gobernado y legislado en beneficio de la billetera de
los que derrocaron al presidente Allende y que aplicaron al pueblo un
despiadado terrorismo de Estado. Los cinco gobiernos de la Concertación
(hoy reencarnada en Nueva Mayoría) han sido el revés de la medalla del
gobierno de Allende y la Unidad Popular. Sería muy injusto, desde
luego, reprochar esa actitud a la Democracia Cristiana que no tiene
parentesco ideológico ni político con la Izquierda. La DC nació en
Europa, acunada por la Iglesia Católica para contener los avances del
comunismo. En Chile, la DC asociada a la derecha participó en la
conspiración golpista alimentada por fondos de la CIA. Sería absurdo,
por tanto, pedir que los dos gobiernos post dictadura encabezados por
la DC reivindicaran la lección del presidente Allende. Pero los
gobiernos de los “socialistas” Lagos y Bachelet, que en nada se
diferencian de los de Aylwin y Frei (ni tampoco de Piñera), desnudaron
la vergonzosa conversión de antiguos marxistas en diligentes
administradores del capitalismo más extremo que existe en el mundo.
Costará mucho esfuerzo -y una titánica batalla de ideas- revertir el
daño que ha causado la traición a los principios igualitarios y
democráticos cometida por el maridaje de política y negocios. Será la
pesada herencia que dejarán estos gobiernos. Barrer con la corrupción
necesitará de algo más contundente que la escoba que agitó Carlos Ibáñez
en los años 50 para limpiar la corrupción de los gobiernos radicales.
La indiferencia política y la abstención electoral -que ya alcanza al
60%- constituyen formas pasivas de castigo que los ciudadanos aplican
al sistema y a sus instituciones. Pero son armas inocuas en la lucha
por los cambios políticos y sociales. La abstención, fenómeno en
crecimiento -que seguramente se repetirá en las elecciones municipales
del próximo 23 de octubre- solo desprestigia aún más al sistema, pero no
lo modifica. Los partidos de manos sucias se distribuirán las
piltrafas de crédito público que aún restan. Pero las instituciones
desprestigiadas seguirán funcionando en medio del páramo social en que
ya se encuentran. En las elecciones presidenciales y parlamentarias del
19 de noviembre de 2017 sólo se producirá un cambio de turno en el
gobierno. Lo más probable es que la Nueva Mayoría sea reemplazada -otra
vez- por Sebastián Piñera y su equipo empresarial. Los partidos se
redistribuirán amistosamente los 35 nuevos cupos de diputados y los 12
de senadores que les permite la nueva ley electoral. Los malabaristas de
la política ya se preparan para celebrar esas importantes “victorias”
parlamentarias. Y así continuará girando el carrusel de la política, si
el pueblo permanece con los brazos cruzados y no toma en sus manos la
iniciativa de producir el gran cambio que sólo puede provenir de una
Asamblea Constituyente.
El 11 de septiembre de 1973 fue un tajo brutal que interrumpió el
desarrollo democrático alcanzado hasta entonces por el país.
Las
consecuencias de ese impacto se mantienen hasta hoy. Este fenómeno tiene
diversas expresiones en las relaciones sociales y en la vida cotidiana
de los chilenos. La principal es el miedo, un miedo no confesado pero
latente en la conducta conservadora -cuando no hipócrita- de vastos
sectores. Es el temor a que la imprudencia pueda despertar otra vez la
locura homicida de la oligarquía y sus fuerzas armadas. La historia del
país está jalonada de masacres, guerras civiles, golpes de Estado,
revoluciones, motines, conspiraciones y dictaduras. Sobre todo el
espanto que produjo el terrorismo de Estado de los años 70 y 80. Esto
hace que el temor tenga un fundamento objetivo. La casta política lo ha
utilizado para mantener casi intacto el modelo que implantó la
dictadura. Su lema ha sido ceder a las demandas populares con una
condición: los cambios pueden hacerse solo “en la medida de lo posible”.
Sin embargo, lo que el país necesita es cerrar una brecha histórica y
retomar el camino democrático y de justicia social que trazaran el
presidente Allende y los partidos populares de los años 70. Esto se ve
dificultado por el temor al cambio que impide -por ahora- reconvertir el
desprecio a la corrupción en alternativa de democracia participativa.
Para que una amplia mayoría ciudadana apoye la alternativa es
indispensable generar condiciones para defender al futuro gobierno
popular de las maniobras desestabilizadoras y amenazas golpistas que se
reactivarán, como siempre sucede. La insistencia del imperio en
bloquear los procesos democráticos en América Latina sigue vigente. Lo
evidencia la difícil situación que vive Venezuela -objetivo de un plan
golpista similar al que sufrió Chile-, y los golpes “blandos” en
Brasil, Paraguay y Honduras.
El pueblo organizado y consciente de sus derechos necesitará también
construir una alianza con las fuerzas armadas para alcanzar triunfos
con fortaleza suficiente para garantizar su existencia. En Chile, país
que ha sufrido la traumática experiencia de la dictadura, forjar la
alianza pueblo-fuerzas armadas suena a utopía inalcanzable. Las
contradicciones son muy fuertes.
Pero no se trata de hacer tabla rasa
del abismo que abrieron 17 años de tiranía. Ese periodo no solo fue
responsabilidad de las fuerzas armadas sino también de la elite civil
que las incitaron a martirizar al pueblo. Si pretendemos reemprender
-con las diferencias que imponen las condiciones del mundo de hoy- el
camino que inició el presidente Allende, hay que volcarse a construir
la fuerza social, política y armada que abra paso al futuro. Esto, en
los hechos, lo han iniciado los movimientos sociales. La unidad del
pueblo explotado se da en la lucha. Lo están demostrando las protestas
por el estado miserable de la salud pública y por el robo de las AFP.
Movimientos de prolongada resistencia como la lucha ejemplar del pueblo
mapuche son inspiradores de la protesta que fermenta en el seno de la
sociedad.
Lo mismo sucede con el movimiento estudiantil que desde 2006
no ceja en su exigencia de educación gratuita y de calidad. La
irrupción masiva a nivel nacional de la Coordinadora de Trabajadores
No+AFP abre un espacio favorable al movimiento popular para plantearse
metas superiores. Si los movimientos sociales logran confluir en un
programa que demande también la convocatoria de la Asamblea
Constituyente, se daría un paso fundamental para honrar la lección del
presidente Allende. Una Constitución Política democrática en su origen y
contenido no resolverá por sí sola la crisis. Pero el proceso de
discusión en la base social que iniciará el llamado a Asamblea
Constituyente y las decisiones plebiscitarias que trae aparejada la
aprobación de la Carta Fundamental y la nueva institucionalidad,
permitirán el vuelco democrático que hará posible retomar el camino de
la independencia nacional, la soberanía popular y la justicia social
que interrumpió la violencia golpista en 1973.
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