15 de febrero de 2016

La derrota


Por René Fidel González García, en La Joven Cuba.


Hay que creer lo que se piensa, y  sostener lo que se cree.
cualesquiera que sean nuestras fuerzas, está prohibido abdicar.
Romain Rolland
Muchos de mis coterráneos, incluso algunos que estaban en Venezuela durante la auténtica paliza electoral recibida por el gobierno venezolano y su estructura partidista, reaccionaron estupefactos y sorprendidos, desorientados y fundamentalmente pesimistas, sobre el destino de la Revolución que iniciara Hugo Chávez Frías en la década de los 90 del siglo pasado.
 Marcha de jóvenes estudiantes por el Fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina _Foto Calixto.N. Llanes Vila 1

No me detendré en un análisis de las causas de ese resultado electoral. Entender que las revoluciones pueden ser derrotadas es siempre un dato crucial. Ello es pertinente, incluso, a aquellas victoriosas y que han logrado mantenerse en el poder durante mucho tiempo. La derrota de una experiencia revolucionaria no es nunca, aunque dolorosa y terrible, absoluta. La suma de sus errores, de las adversidades y desafíos que enfrente, y la capacidad de sus enemigos para aplastarlas o destruirlas taimada o violentamente – la mayor parte de las veces de la segunda forma – puede explicar, de muchas maneras, su derrota pero no su fracaso.
Que los protagonistas de una Revolución en el poder no conciban la derrota como una posibilidad y que no se preparen para resistir y continuar la lucha en esa circunstancia, puede deberse a varias razones: a la ingenuidad de los individuos dentro de ella; al oportunismo político que prolifera en los nichos de la lealtad exigida y obsecuente; o de que, finalmente, han dejado de ser ellos mismos revolucionarios.
Alguna vez un antiguo militante de la izquierda española, advirtiéndome de las complejidades de la crítica dentro de una Revolución, me diría que las revoluciones necesitaban a los revolucionarios hasta el día antes del triunfo. Lo que luego siguió fue una conversación realmente amarga. Recuerdo haberle espetado, de una forma que ahora entiendo fue muy poca generosa, que él no había vivido nunca en una Revolución.
Yo era muy joven en aquella época, y él era un hombre que entraba ya en la apacible madurez de un catedrático exitoso y serio. Pocos días más tarde me confesaría que se había sentido muy mal después de aquella conversación, para inmediatamente decirme, de una manera perturbadora por su intensidad y aspereza, que siguiera mí camino en la Revolución. Lo hice. Y desde hace mucho sé – junto a otros tantos – que ese andar maratónico del que hablara Pablo de la Torriente Brau, no ha sido nunca, no es, ni será, apacible para nadie, por el contrario.
Quizás por eso, hace unos días, explicando a una amiga muy preocupada por encontrar en una coyuntura la relación existente entre los propósitos y los desafíos, cité casi textualmente a Gilles Deleuze: la única oportunidad de los hombres está en el devenir revolucionario, es lo único que puede exorcizar la vergüenza o responder a lo intolerable.
De inmediato, casi sin venir al caso, recordé una novela histórica de Howard Fast.  En ella, el galo Crixus, le dice a Espartaco: ¨Yo una vez fui libre¨, para que éste, nacido esclavo de acuerdo a algunas versiones, le preguntase con asombro: ¨ ¿libre?¨. Le comenté a mi interlocutora que la búsqueda, siempre angustiosa, del significado de aquella palabra, había sido en los siguientes años el hilo conductor de la rebelión anti esclavista más importante que enfrentase Roma en toda su historia, y que era posible que Espartaco, que sobreviviera a Crixus por un tiempo, comprendiera, viendo a la rebelión sucumbir en una última y desesperada batalla, que el auténtico legado de aquella gesta se resumía en la frase pronunciada por el galo.
Fue entonces que entendí, en sus últimas consecuencias, el drama íntimo de aquel amigo cuando me pidió que siguiera el camino. No sé cuáles serán los próximos acontecimientos en Venezuela, los rumbos, victorias y los reveses que aún la esperan a su Revolución.  Lo que sí sé es que allá o aquí, en cualquier parte, los que sigan exorcizando la vergüenza respondiendo con sus actos a lo intolerable de la injusticia, venga de donde venga, no importa cuántas veces sean derrotados, seguirán siendo libres. Dejarlo de ser, dentro una Revolución, es la única manera en que ésta fracase.

1 comentario:

Unknown dijo...

Despues de tanto predicar el antimperialismo, ahora tienen que rogarle a los americanos que inviertan en Cuba. Y todavia le llaman victoria.