Por Xulio Ríos
La aprobación del Plan Quinquenal 2011-2015 (en realidad, con la mirada puesta en 2020), recoge con nitidez el objetivo de construir, en una década, una sociedad del bienestar que ponga fin a décadas de elevado crecimiento con un alto precio en materia ambiental o social.
El contenido de los debates y de las decisiones adoptadas durante las dos sesiones parlamentarias celebradas en China en las dos últimas semanas equivale a la toma en consideración de un nuevo rumbo. La aprobación del Plan Quinquenal 2011-2015 (en realidad, con la mirada puesta en 2020), recoge con nitidez el objetivo de construir, en una década, una sociedad del bienestar que ponga fin a décadas de elevado crecimiento con un alto precio en materia ambiental o social.
En el último lustro, China pasó de la quinta a la segunda posición en el ranking de las economías mundiales, sobrepasando a Japón. Lo ha logrado sin dejar de ser un país en vías de desarrollo en buena parte de su geografía y con un índice de desarrollo humano que le sitúa en la posición 89, según datos del PNUD. En 2020, China podría superar a EEUU en términos absolutos, pero ha de hacerlo mejorando sustancialmente dicho índice. De lo contrario, el riesgo de la inestabilidad, hoy potencial, podría transformarse en una amenaza real.
La moderación del objetivo de crecimiento (7%) entraña dos significados. Primero, prestar atención prioritaria a su calidad, pasando de una fase de desarrollo extensivo a otra intensiva, con mayor atención a los parámetros energéticos y ambientales, así como tecnológicos. Por otra parte, la vinculación entre ritmo de crecimiento de la economía y de los ingresos de la población, formulada por primera vez en las más tres décadas de reforma, equivale a un reconocimiento de la importancia de aumentar los ingresos de los ciudadanos, sin lo cual no sería posible reducir la dependencia exterior y promover ese mercado de consumo interno que debe sustentar su nueva fase de desarrollo.
La preponderancia del factor social y el empuje a un nuevo modelo de crecimiento formalizan un nuevo pacto con la sociedad, cuyo malestar con la evolución de los últimos años ha cristalizado en una sensación generalizada de bloqueo de las expectativas. El presidente Hu Jintao logra así un importante éxito político al convertir su “armonía”, hasta ahora formulada en términos vagos, en un imperativo cuantificado en numerosos ámbitos que posibilitarían la reducción de las desigualdades y los desequilibrios. Las experimentaciones introducidas en la municipalidad de Chongqing, declarada en 2010 la ciudad más feliz del país, apuntan a un rumbo de intenso contenido social, pero también ideológico, reivindicando valores, principios y actitudes alejadas del ultraliberalismo que ha condicionado la evolución china de las últimas décadas. Ello contextualiza las tradicionales invocaciones del liderazgo chino a reivindicar un proceso alejado de los patrones occidentales y le aporta un sentido práctico que pudiera tener consecuencias políticas.
Como hemos podido apreciar durante la crisis financiera, el gobierno chino dispone de las palancas necesarias para condicionar el rumbo del país. Con estas decisiones, no solo aumentará su influencia internacional, sino también su estabilidad y prestigio, quizás reencontrándose con aquellos sectores de la izquierda que han seguido con escepticismo un rumbo “socialista” hasta ahora aquejado de tantos males propios del más rancio capitalismo.
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