Escudo de la RSS de Estonia
Bandera de la RSS de Estonia
¿Quién traicionó a la primera República de Estonia?
El 26 de octubre de 1917, al día siguiente del triunfo de la revolución de Petrogrado, el Poder soviético fue instaurado en Tallinn y pronto en toda la parte continental de Estonia. Precedieron este acontecimiento muchas acciones unitarias del proletariado ruso y estonio, la primera de las cuales fue la huelga en la Manufactura de Kreenhlm que tuvo una gran resonancia (1872). El movimiento obrero estonio recibió una inmensa ayuda del Partido Socialdemócrata Ruso con Lenin al frente. El periódico Kiir (El rayo) editado en Narva de 1912 a 1914 publicó artículos de Lenin traducidos al estonio. Lenin tenía en gran estima el aporte que los obreros de Estonia hacían a la causa común del proletariado de Rusia. Señaló que “los socialdemócratas estonios… son parte de nuestro Partido”.
Los revolucionarios estonios Jaan Anvelt, Viktor Kingissep, Hans Pögelman, Nikolai Janson y otros contribuyeron a que las organizaciones marxistas extendiesen su influencia en Estonia.
Viktor Kingissep
En Estonia, igual que por doquier en el país, el poder pasó después de la revolución a la clase obrera, a la cual se le unió el campesinado trabajador. El Comité Ejecutivo de los Soviets del territorio de Estlandia se convirtió provisionalmente en órgano máximo de poder. Fue la primera forma de Estado nacional en la historia estonia.
El pueblo trabajador de Estonia comprendía que no tendría garantizado su desarrollo nacional libre si se separaba de Rusia, sino estrechando su alianza estatal, económica y militar con los trabajadores de todos los pueblos que la integraban. En el proyecto de la primera Constitución del Estado soviético estonio –Comuna de Trabajadores de Estlandia- hecho público en enero de 1918 se decía que esta última era una “parte autónoma de la República Soviética de Rusia” y se consignaba que “las relaciones mutuas con la República de Rusia y los asuntos exteriores de la Comuna de Estlandia se determinarían mediante el acuerdo con el poder central de la República Soviética de Rusia”. Luego se señalaba que “la Comuna de Trabajadores de Estlandia es completamente autónoma en todos los asuntos locales y tiene derecho incondicional de separarse de Rusia y bien asociarse con cualquiera de los otros Estados o bien proclamarse independiente en cualquier momento y sin requerir el consentimiento de otros pueblos o Gobiernos”.
El 7 de diciembre de 1918 el Gobierno de la Rusia soviética dictó un decreto especial, firmado por Lenin, reconociendo la independencia de la República Soviética de Estonia y de su Gobierno.
La Revolución de Octubre creó las premisas políticas necesarias para realizar transformaciones económicas y culturales en todo el país. En las fábricas de Estonia fue implantado el control obrero sobre la producción, el gasto de materias primas, la venta de la producción y las finanzas, y establecida la jornada laboral de 8 horas (había sido de 10 a 14 horas). Los bancos se nacionalizaron. Para dirigir la economía se formó el Consejo de Economía Nacional.
Por primera vez los trabajos de oficina empezaron a traducirse al estonio. La enseñanza escolar comenzó a impartirse en el idioma vernáculo también.
El problema agrario se resolvió de una manera especial. En vista de que los jornaleros rurales carecían de animales de tiro y de aperos de labranza, se decidió entregarles en usufructo colectivo las haciendas confiscadas a los barones, porque repartirlas sería dejar a aquellos sin medios para subsistir.
Los trabajadores de Estonia construían la vida nueva virtualmente encañonados por fusiles enemigos: en las islas se hallaban las tropas alemanas, cuya protección estaban buscando los barones y la gran burguesía del país que habían quedado en la república. El 18 de febrero de 1918, aprovechando las complicaciones surgidas al concertarse entre Rusia y Alemania el Tratado de Paz de Brest-Litovsk, las tropas germanas intervinieron y, rompiendo la resistencia tenaz que les oponían los destacamentos obreros recién formados y mal armados, ocuparon Estonia en febrero y marzo. Les ayudó la traidora burguesía estonia: les fue abierto un frente a cien kilómetros de Tallinn y se pasó a su lado una unidad militar al mando de oficiales nacionalistas.
Bajo la ocupación, a la población de Estonia se le impuso un racionamiento de hambre. En junio de 1918 la ración diaria de pan fue reducida a 50 gramos por persona. Los precios de harina y de patatas subieron en 35 veces.
El idioma y la cultura estonios se menospreciaban por todos los medios. El alemán fue proclamado el idioma oficial y en él se impartió la enseñanza secundaria y superior. El jefe del Estado Mayor del ejército del Káiser, un tal Ludendorf, escribió abiertamente: “Yo aspiro a unir a los estonios y los letones educados en el espíritu de la cultura alemana, en un solo Estado gobernado por los alemanes”.
Pero estos planes quedaron frustrados. El 9 de noviembre de 1918 estalló la revolución en la propia Alemania. Los líderes de los Estados de la Entente, temerosos de que en la zona del Báltico se restableciese el Poder soviético, acordaron con el mando de las tropas intervencionistas germanas que entregaría oficialmente el poder a un Gobierno provisional formado por la burguesía estonia. “La burguesía estonia nos traicionó a los opresores extranjeros –se decía en un llamamiento que el Soviet de Diputados Obreros de Tallinn dirigió a la Rusia soviética-. La burguesía estonia se puso en estrecho contacto con los imperialistas de Inglaterra y Norteamérica. Pero el pueblo trabajador de Estonia tiende su mano hermana al pueblo trabajador de Rusia para luchar contra un enemigo común por la República Soviética de Estonia”.
Los regimientos de tiradores rojos estonios, formados de los obreros militantes de la Guardia Roja, emprendieron la ofensiva contra las tropas ocupacionistas alemanas. En unión con ellos actuaron unidades del Ejército Rojo, enviadas de la Rusia soviética por petición del Soviet de Tallinn. Con ayuda eficaz de los obreros nativos fue liberada Narva, donde el 29 de noviembre de 1918 se proclamó la República Soviética de Estonia en calidad de un Estado soberano denominado Comuna Trabajadora de Estlandia.
Esta última no duró mucho (en la mayor parte del territorio de Estonia, solo un mes y medio, y en total, seis meses y siete días), pero dejó una huella profunda en la historia del pueblo estonio.
El Soviet de la Comuna –Gobierno de la república- presidido por Jaan Anvelt partía de que, dado el cerco imperialista, todo Estado socialista, si deseaba garantizar su existencia y avanzar rumbo al comunismo, debía colaborar estrechamente con los demás Estados socialistas en todos los ámbitos: económico, militar, político e ideológico, lo cual no limitaba su soberanía nacional, pero permitía, en caso de necesidad, organizar la resistencia a las fuerzas contrarrevolucionarias.
En la economía y la cultura continuaron tomándose las medidas interrumpidas por la ocupación alemana. Es de señalar que la Comuna Trabajadora de Estlandia recibía ayuda de la Rusia soviética, pese a que esta última pasaba por enormes dificultades. Así, en diciembre de 1918 el Consejo de Comisarios del Pueblo de la Federación Rusa concedió un crédito por 60 millones de rublos a Estonia, a cuya industria fueron facilitadas materias primas y materiales, y a los ferrocarriles, material rodante. Pero pronto la situación cambió bruscamente.
El 12 de diciembre de 1918 en la rada de Tallinn ancló una flota militar británica al mando del almirante Sinclair. Esta escuadra se sumó de inmediato a las operaciones militares contra los tiradores estonios. A fines de diciembre, a Tallinn fueron transportados de Finlandia los primeros grupos de guardias blancos.
Al obtener el apoyo extranjero, la burguesía estonia se apresuró a formar sus propios destacamentos de choque desatando de esta manera una guerra civil. A los embates de dichas fuerzas unificadas, los tiradores rojos se vieron obligados a retroceder, y para el verano de 1919 la Comuna dejó de existir.
Más tarde la burguesía estonia llamó “liberadora” aquella guerra, afirmando que correspondía a los intereses nacionales. Pero el bolchevique estonio Viktor Kingissep calificó así los móviles verdaderos que tenían los burgueses nativos: “¡Ellos no querían la independencia! Sin embargo, cuando la revolución de los trabajadores retiró el veto a la independencia y acabó a la vez con la opresión nacional, entonces ellos, para liberarse del yugo de los trabajadores, ansiaron la independencia”.
Bajo el yugo de la “independencia”
Una vez en el poder, la burguesía estonia restableció los viejos órdenes capitalistas y reimplantó muchas leyes zaristas. En su política exterior, Estonia se orientó fundamentalmente a Gran Bretaña y rompió los vínculos con Rusia consagrados por la historia.
Esta ruptura tuvo malas consecuencias. La cuestión radicaba en que, si bien el capital extranjero tenía fuertes posiciones en la economía estonia, ésta se había basado, por lo principal, en los mercados y las fuentes de materias primas de Rusia. La zona del Báltico estaba industrializada, con una concentración bastante alta de la producción. Pero el capital occidental no mostraba interés por impulsar la industria estonia. Al contrario, quería él mismo, a su vez explotar los recursos naturales de Estonia y sacarle el jugo vendiéndole a ésta sus productos a altos precios monopólicos. La burguesía estonia se vio obligada a acceder a la desindustrialización, a la reducción de la gran industria nacional.
Así, durante dos decenios del Gobierno burgués el labrado de metales disminuyó en unas 10 veces; la fabricación de tejidos de algodón, en unas 4 veces; la producción de cemento en 1937 no pudo alcanzar el nivel registrado en 1917.
Al decrecer la producción, fue disminuyendo el número de obreros. En 1916 en las grandes empresas de Estonia trabajaban 50 mil personas; en 1924 eran 24,5 mil; en 1932, solo 21,6 mil. A comienzos de los años 30, durante una aguda crisis económica, en la bolsa de trabajo de Estonia estaban registrados 16 mil desempleados; otros 10 mil ciudadanos estaban ocupados en las “obras públicas” temporales, cobrando míseros jornales. Muchos desempleados simplemente no estaban registrados. Los cálculos más aproximados hacen deducir que en 1932 en las ciudades de Estonia había de 47 a 50 mil parados, cantidad que superaba en más de dos veces la de los ocupados en la industria.
Haciendo alarde de su “independencia”, la Estonia burguesa no podía, de hecho, aplicar una política económica autónoma. En última instancia, la determinaban los grandes países occidentales. Así, la producción más compleja en la república fue el montaje de receptores de radio marca “Philips”, de las piezas suministradas por esta firma. La extracción y la transformación de los recursos naturales nacionales –esquistos, principalmente- las acapararon casi por entero los empresarios extranjeros.
Los rubros más sustanciales de la exportación eran materias primas, productos semiacabados y agrícolas. Pese a lo reducidos que eran los recursos forestales del territorio y a las necesidades que presentaba la industria celulósico-papelera propia, se vendían a occidente grandes cantidades de madera. Por ejemplo, en 1934 Estonia exportó madera aserrada por 10 millones de coronas, mientras que máquinas, solo por 349 mil coronas. Por precios monopólicamente bajos se vendía al extranjero más del 80 por ciento de la mantequilla que se producía y la mayor parte del bacón y los huevos. “Exportamos madera y tocino e importamos sedalina y bastones”, se ironizaba con amargura en uno de los periódicos de aquel tiempo. En 1939 la deuda exterior de Estonia casi equivalía en su total al valor de los fondos básicos de su industria.
La lucha contra la política del gobierno no cesaba. La dirigían los comunistas, pese a que este Partido, además de rigurosamente prohibido –la militancia en él se castigaba con trabajos forzados o la pena de muerte-, había sido anunciado enemigo número uno del pueblo estonio. La policía política, toda una legión de agentes secretos y el servicio de contraespionaje: todo el aparato represivo tenía como tarea destruir el Partido Comunista.
Un proceso judicial seguía a otro. Según datos incompletos, de 1920 a 1925 se reunieron más de cien tribunales políticos. Asesinar a los líderes comunistas era un fenómeno corriente. Esto se hacía abiertamente, en medio de la calle y en las cárceles. Jaan Kreuks, miembro del Comité Central del Partido Comunista y candidato obrero al Parlamento, cayó de un tiro recibido en la nuca. En 1922 fue fusilado Viktor Kingissep. Varios cientos de obreros fueron asesinados después de sofocada la insurrección del proletariado de Tallinn de diciembre de 1924.
El país estaba deslizándose al fascismo. En 1934 fue disuelto el Parlamento; en 1935, prohibidos todos los partidos políticos, creándose uno solo, el fascista “Isamaaliit” (El frente patrio). Sin embargo, al cabo de un año en el país empezaron a darse los indicios de un nuevo auge revolucionario.
¿Avasallamiento o liberación?
Estonia no podía mantenerse al margen de los agudos choques políticos que estremecieron a Europa a finales de la década del 30. Hitler anexó Austria, desmembró y ocupó Checoslovaquia, y se preparaba a agredir a Polonia.
Los mandatarios de los Estados bálticos asumieron en esa situación una actitud ambigua: por una parte, firmaron con la Unión Soviética pactos de ayuda mutua y le facilitaron en su territorio bases militares y navales; por otra, sostuvieron negociaciones con la Alemania de Hitler dándole a entender que apoyarían su agresión a la URSS.
Los trabajadores de Estonia estaban ante la disyuntiva de seguir soportando el yugo de la burguesía con el riesgo de verse involucrados en una guerra antisoviética o de acabar con el fascismo y, por medio de una alianza en pie de igualdad con la URSS, fortalecer la seguridad nacional. El Gobierno soviético no se entrometía en los acontecimientos, pero la posición que asumía sirvió, naturalmente, de apoyo moral a quienes estaban al lado de las fuerzas democráticas.
En la mañana del 21 de junio de 1940 en Tallinn resonaron sirenas fabriles. Era una señal para una huelga general y una manifestación. En una plaza del centro urbano se reunieron de 30 a 40 mil ciudadanos. Tuvo lugar un mitin en el cual se adoptó una resolución exigiendo formar un nuevo Gobierno democrático. Esta reivindicación fue entregada al Presidente, que se negó a cumplir la voluntad del pueblo. Entonces los trabajadores ocuparon la sede del Gobierno y empezaron a poner en libertad a los presos políticos. Se formaron destacamentos de defensa popular.
El mismo día mítines y manifestaciones se efectuaron en otras ciudades. Al empuje de las masas revolucionarias, el presidente se vio obligado a dar el visto bueno a un nuevo Gobierno encabezado por Johannes Vares, famoso escritor antifascista. Formaron parte del mismo personalidades del frente único de la clase obrera y representantes de la intelectualidad democrática.
Johannes Vares
Al día siguiente el nuevo Gobierno hizo público su programa. En la política exterior creía su primera tarea respetar el pacto de asistencia mutua concertado con la URSS, con la cual establecería y desarrollaría relaciones de buena vecindad a base de una estrecha alianza. En la política interior se proponía garantizar el poder del pueblo, mejorar la situación material de éste y tomar medidas para desarrollar la cultura nacional.
El Gobierno de J. Vares anunció las elecciones libres a una nueva Duma de Estado. Por iniciativa del Partido Comunista que se hizo legal, todas las organizaciones estonias de izquierda –los sindicatos, la Unión de Trabajadores del Campo, la Unión de Juventudes Comunistas, la Unión de Cajas de Hospital, la Liga Deportiva Obrera y otras- formaron un bloque electoral único de trabajadores: la Unión del Pueblo Trabajador. Acudieron a las urnas más del 88 por ciento de los electores: semejante actividad no se registró jamás en las elecciones habidas en la Estonia burguesa. Todos los candidatos presentados por el bloque de los trabajadores fueron elegidos diputados a la Duma de Estado: recibieron 548.631 votos (los del 92,8 por ciento de los electores que participaron en el sufragio).
La Duma de Estado reunida a su primera sesión el 21 de julio de 1940 proclamó Estonia una República Socialista Soviética. Al día siguiente aprobó una declaración sobre el particular. “La Duma de Estado –se decía en este documento- está segura que el ingreso de Estonia en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas garantiza una verdadera soberanía a nuestro Estado, un desarrollo nacional libre a nuestro pueblo, el auge a nuestra industria y agricultura y la cultura nacional, un poderoso ascenso del nivel de vida y de cultura del pueblo estonio y la prosperidad a nuestra amada Patria”.
El 6 de agosto de 1940 el Soviet Supremo de la URSS satisfizo la petición de la Duma de Estado y admitió en la URSS a la República Socialista Soviética de Estonia.
La Duma de Estado proclamó la tierra patrimonio de todo el pueblo y exoneró de todas las deudas, atrasos y multas a los campesinos. Aprobó una declaración sobre la nacionalización de los bancos, la gran industria, las minas y el transporte.
En Estonia comenzó a construirse el socialismo. Ya en el primer año del Poder soviético el nivel de la producción industrial se elevó en más del 60 por ciento. Se acabó con el desempleo. Casi 50 mil antiguos jornaleros recibieron en usufructo cerca de 400 mil hectáreas de tierra. La enseñanza se hizo gratuita en todos los centros docentes, la escuela superior inclusive. Fueron asignadas becas estudiantiles, lo cual dio acceso a la escuela superior a los hijos de obreros y campesinos.
La construcción del socialismo en Estonia se vio interrumpida en 1941 por la agresión y la ocupación de la Alemania de Hitler, y continuó cuando, a fines de 1944, Estonia fue liberada por el Ejército Soviético.
Tales son los hechos, contrariamente a los cuales, en occidente se han divulgado con bastante amplitud las tesis sobre el avasallamiento de Estonia, Letonia y Lituania por el más poderoso Estado soviético. De hecho, los destinos de estas repúblicas los decidieron sus propios pueblos. En la zona del Báltico existieron, realmente, fuerzas enemigas del Poder soviético. También no pocos ciudadanos carecían de claros criterios políticos y subestimaban toda la complejidad del ambiente internacional y la agudeza de la lucha de clases. Pero el papel decisivo en la elección de la vía de desarrollo, lo jugó el proletariado que manifestó abiertamente sus simpatías y luchó por una vida nueva. Los acontecimientos acaecidos en la zona del Báltico en 1940 fueron la continuación, en rigor, de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.
La ocupación hitleriana causó un inmenso daño material a la economía de Estonia: 16 mil 200 millones de rublos, o unos 15 mil rublos per capita. Estaban en ruinas el 45 por ciento de las empresas industriales, las ciudades de Narva (por completo), Tallinn y Tartu. El número de cabezas de ganado se redujo a la mitad.
Pero ya en 1946 el nivel de la producción registrado en preguerra fue superado. ¿Habría podido hacerlo Estonia sin la ayuda de otras repúblicas, ante todo de la Federación Rusa? Según datos incompletos, de 1945 a 1948 fueron suministrados a Estonia bienes de equipo, materias primas y materiales para la industria, así como artículos de amplio consumo por más de 2 mil 600 millones de rublos. En 1945 le fueron asignados complementariamente al presupuesto federal más de 300 millones de rublos (la mitad de su propio presupuesto). Todo esto se hizo cuando la URSS entera estaba empeñada en los indecibles esfuerzos de restañar las heridas causadas por la guerra.
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