Nota de la Asociación de Amistad Hispano-Soviética: en esta segunda entrega de la serie "Rusia rompió con el silencio para comprender su historia", seguimos sin compatir muchas de las afirmaciones del autor, aunque consideramos que su punto de vista merece ser expuesto, porque pese a su concepción pequeño-burguesa de la historia, deja claro que el papel del camarada Stalin en la Gran Guerra Patriótica fue fundamental para derrotar al nazi-fascismo, al a vez que desde el patriotismo rechaza las acusaciones que se vierten sobre Stalin responsabilizándole del desencadenamiento de la II Guerra Mundial.
Leonid Radzikhovski
Uno de los hechos históricos que más fastidia a las antiguas potencias coloniales europeas, a EEUU y otras fuerzas capitalistas, fue la victoria soviética y socialista sobre la Alemania nazi. Es reconocer al mismo tiempo la fuerza de otros modelos, la potencia rusa, su antiguo enemigo ideológico. Por ello la Unión Europea no pierde una oportunidad para culpabilizar a Rusia de estos hechos, denigrando, falsificando o manipulando la historia de esa época a la opinión pública. Conmemorando los 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial presentamos el pertinente punto de vista de un especialista ruso.
Hace tiempo que nosotros buscamos poner los puntos sobre la íes de la Historia, de esta Historia y sobre todo con respecto a nuestros vecinos occidentales [europeos y estadounidenses]. Después de una breve luna de miel a comienzos de los años 1990 (caída del comunismo, pero esto no influenció sin embargo nuestras relaciones con los países bálticos), nos encontramos aquí con esta «guerra de historia» que dura ya quince años y que no ha parado hasta hoy día.
Peor, incluso estos últimos años, esta disputa se ha puesto muy agria.
Hace poco, una conmemoración fue celebrada: el 1 de septiembre 2009, se cumplieron 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Fue en efecto, el 1 de septiembre de 1939 que Hitler atacaba Polonia.
Para la mayoría de nuestros conciudadanos [soviéticos de la época], los años 1939 a 1941 son aquellos de una «guerra desconocida» y, de este hecho, sin interés directo. Nosotros conocemos en cambio otra guerra, nuestra guerra, la guerra nuestra, la Gran Guerra Patriótica, entamada el 22 de junio de 1941, y poco nos importaba saber lo que les ocurría a los polacos, franceses o bálticos. Claro está, los europeos del Oeste ven las cosas de otra manera.
Aún peor, los miembros de la Unión Europea (Polonia, países Bálticos) y Ucrania, que no para de soñar con juntarse a ellos, tienen un interés, desde un punto de vista histórico, en situarse en adversarios de Rusia en vez de serlo en contra de Alemania, país que guarda en cambio una postura discreta y humilde en este asunto y con razón… Y si estos países [Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, Ucrania] quieren además que la ricachona Alemania abra su billetera y meta la mano al bolsillo –gesto bienvenido en estos tiempos de crisis-, más vale no estar dando cachetas ni importunando al sujeto [Alemania], en todo caso no más de lo necesario con temas históricos del pasado.
Con Rusia, las cosas son diferentes. Ni un centavo a esperar que les llegue de este lado. Además, contrariamente a Alemania, estamos frente a un país [Rusia] que nunca ha pensado en arrepentirse. Y, finalmente, acusando a Rusia, es decir, poniendo sobre sus espaldas una parte de la responsabilidad de la Segunda Guerra Mundial, aligeramos, se quiera o no, el peso de la culpabilidad de los alemanes.
Un negocio histórico rentable a todo punto de vista. Yo no pretendo que todos los historiadores sean así de cínicos. En realidad, esto es ante todo un asunto de políticos, y los recientes acontecimientos constituyen claramente una lección de política aplicada.
El 23 de agosto [1941], día de la firma del pacto Germano-Soviético (tratado de no agresión entre la Alemania nazi y la URSS), que precedió el inicio de la guerra [Segunda Guerra Mundial], esta fecha se ha convertido, a iniciativa del Parlamento Europeo, en el día conmemorativo europeo de las víctimas del estalinismo y del nazismo (¡ojo! ¡Fíjese en el orden de las palabras!). Tal es pues el desafío que la Unión Europea lanza a Rusia [que ha adoptado a su vez, en mayo de este año, el decreto 549, cuyo objetivo es oponerse a las tentativas de falsificación de la Historia susceptibles de perjudicar los intereses de Rusia].
En teoría, varias reacciones o comportamientos son posibles: nosotros rusos podemos intentar adoptar la actitud alemana, versión «light» claro está, tipo: «Nosotros no somos los herederos de Stalin, nosotros somos sus víctimas, víctimas del régimen soviético, ¡aún mucho peor de lo que fueron [las víctimas] de Polonia o de los países Bálticos!»
Y si nos fijamos o tenemos en cuenta el número de personas afectadas [por la represión estalinista] esto es la pura verdad histórica. Nosotros rusos hemos tenido más víctimas de Stalin que los alemanes han tenido de Hitler.
Sin embargo, este enfoque va en contra de nuestro orgullo nacional de gran potencia y no cuadra con el mito, mito recientemente actualizado a la sazón popular del día, de «verdugo manager eficaz» [Stalin ha sido efectivamente calificado en Rusia de «manager eficaz».] Pero las cosas son sumamente más graves y complejas.
Los alemanes se sacan de encima a Hitler y de «su» guerra a grandes gritos (a pesar que siguen pagando como si fuera oro en polvo las pensiones de sus antiguos combatientes nazis): les podemos comprender.
Pero si nosotros [rusos], si quisiéramos imitarles tendríamos que hacer un verdadero show de equilibrista: ¡repudiar al «malvado Stalin» conservando al mismo tiempo el orgullo de la guerra!
Se podría pretender haber ganado «a pesar de él», pero esto no funcionaría. El instinto elemental del pueblo, de la mayoría de la gente, le suena en la oreja que es muy difícil disociar Stalin de la guerra. Y si lo hiciéramos, la imagen de la guerra perdería de su brillo imperial.
La capitalización política de la victoria se hundiría, porque, ¿no fueron a sus pies que se arrojaron los estandartes [nazis] tomados al enemigo? [durante el gran Desfile de la Victoria del 24 de junio de 1945 en la Plaza Roja de Moscú, las tropas soviéticas tiraron y amontonaron una pila de emblemas nazis delante de Stalin].
La sociedad y el estado ruso se niegan a repudiar a Stalin, en todo caso no lo harán delante de la «angélica Europa». Peor, nosotros [los rusos] no podemos hacerlo sin consultar los principios de base. Inclinar nuestra augusta cabeza de gran potencia delante de otros países… La gente, el pueblo vería la espoliación de su victoria, y ¿qué nos quedaría después de todo esto?
Esto es cierto. Pero por otro lado, ¿es necesario «beber [brindar] por la Patria, por Stalin y servirnos otro vaso más» como nos lo sugiere incansablemente el camarada Ziuganov [líder del Partido Comunista de Rusia hoy en día]?
No poder disociar la guerra de su comandante en jefe es una cosa y no quererlo hacer es otra cosa; otra cosa es designar un verdugo [tirano] indiscutible, reconocido con tal por todo el mundo, en tanto que personalidad histórica de Rusia [recientemente durante un show TV de animación, los rusos le dieron a Stalin el tercer lugar de una larga lista de los más grandes héroes nacionales], ¡y otra cosa es arrodillarse, cabeza inclinada para defenderlo, defender toda su política, incluso aquella de los años 1939 a 1941!
¡No gracias! ¡Sin mí! Pero sobre todo, cuando se pretende o se afirma que el actual Estado [repúblicas] que es la Federación de Rusia sale confeccionado del abrigo de Stalin [alusión a la expresión «toda la literatura rusa ha salido del abrigo de Gogol »] esto constituye una mutilación política absoluta. Henos aquí frente a una bella «falsificación susceptible de perjudicar».
Para la Rusia actual, Stalin es como una maleta histórica sin agarradera (y con un tal contenido a su interior que más vale no abrir esto)… Pero tampoco se le puede abandonar y olvidar, arrastrar esta maleta tampoco es un trabajo fácil...
¿Entonces, que tipo de defensa se debe adoptar?
Esto es sin ninguna duda lo que deberán decidir los veinte y ocho «historiadores héroes» [que componen la comisión –y en donde los historiadores son minoritarios– a los que el decreto n° 549 ha encomendado perseguir y combatir las «falsificaciones» históricas].
Declarar que Hitler y Stalin, la Alemania [nazi] y la URSS, tienen una responsabilidad igual –o casi la misma– en el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, esto es lo que debe ser considerado como una falsificación.
Este tipo de declaración no es rara, es verdad (ver por ejemplo el «Día Europeo del Recuerdo»). Cosas que se escucharon sin duda alguna el 23 de agosto pasado [aniversario de los 70 años de la firma del pacto Molotov-Ribbentropp].
Las acusaciones contra Alemania no van a ser pasionalmente duras (a causa de los cálculos políticos citado anteriormente pero también porque, esta responsabilidad nunca ha sido negada por Alemania, nadie tiene que molestarse para demostrar esto); en cambio, las críticas contra la URSS serán más duras.
Alemania será acusada de pecados más grandes, pero con menos vigor que lo será la URSS [o su heredera actual, Rusia], que será a su vez acusada de menores pecados, pero con mucho más fuerza.
Esto es efectivamente una falsificación.
Claro está, cada uno es libre de interpretar los hechos siguiendo su mala fe. También es cierto que la verdad absoluta en historia no existe, si es que haya una en alguna parte. Pero, si se acepta el no escribir ficciones y que se consideren los simples hechos, está claro que acusar la URSS de haber causado la guerra es por lo menos faltar de objetividad.
Churchill, Roosevelt y Stalin en Yalta en 1945
Si el Pacto Germano-Soviético no hubiera sido firmado, la guerra habría tenido lugar de todos modos. La Alemania nazi no podía pararse. El dedo de Hitler ya estaba apretando el gatillo. Este pacto, es cierto, fue para él la última señal que esperaba para tirar, y todo esto estaba precedido de largos años de una «política de pacificación» que sólo sirvió para darle más coraje y valor al agresor [nazi].
La culpa no recae únicamente a los dirigentes de Gran Bretaña y Francia, sino también, por ejemplo, a los dirigentes polacos, que habían buscado la amistad de Hitler y se habían desenvuelto para ello, desde 1938 (¡sí, sí!) para recuperar un pedazo de territorio de Checoslovaquia desmembrada y sacrificada [por los nazis].
Naturalmente, esto no exonera Stalin, quien fue el único en concluir un pacto secreto con Hitler y esto no solamente «no calmóo al agresor» en perjuicio de otros países, como lo hicieron el inglés Chamberlain o el francés Daladier [con Checoslovaquia], sino que se apoderó [anexionó] descaradamente territorios: los Países Bálticos, las partes orientales de Polonia, La Carelia finlandesa y la Besarabia rumana).
En fin, a pesar de todo su cinismo malévolo, la política estalinista no ha constituido una excepción. Ella se inserta en la lógica de la política global de Europa, solamente más brutal, más «gánsteril».
El verdugo-tirano de Europa y del mundo, Hitler, fue fabricado con el consentimiento de todos los políticos de Europa, como si hubieran perdido la razón. El proceso fue lanzado por los políticos occidentales, mucho antes que Stalin elabore a su vez los mismos «cálculos maquiavélicos suicidarios».
¿Había otra alternativa a los acuerdos de Munich de 1938 ? ¿Había otra alternativa al pacto de Moscú de 1939? ¿Había otra alternativa a la Guerra Mundial? Podríamos discutir de estas cuestiones y asuntos hasta el infinito.
Y esto sería sin duda un debate especial. Si en el transcurso de este debate, se llegaría al menos a no ignorar los hechos evidentes, la falacia quedaría confinada a límites decentes. Pero cuando uno se deshace de los hechos como si éstos fuesen superfluos, esto se convierte en una desinformación absurda, de la novlengua, como en la novela de George Orwell 1984.
Sea como sea, el punto de vista histórico oficial ruso se apoya por supuesto sobre un conjunto de hechos innegables y que presentados de manera bastante convincente demuestra que la URSS no se puede encontrar a la cabeza en la lista de países causantes o promotores de guerra.
Pero tener una reacción más airada frente a los historiadores occidentales, bajo el lema de: «¡Al ataque! ¡Por la Patria, por Stalin!» sería a mi punto de vista no solamente un acto poco heroico, sino extremadamente estúpido.
Nadie puede estar orgulloso de la política de los años 1938-1939. Si la reflexión europea y rusa respecto de estos acontecimientos logra reconocerlo, entonces esto no será seguramente «perjudicar los intereses de Rusia» ni tampoco su «seguridad histórica». Tampoco pienso que esto opondrá Rusia a Occidente.
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