Por Jorge Saura, extraído de Público
En estos días se cumple el 75 aniversario de unos acontecimientos que
cambiaron el curso de la Historia y condicionaron la política, los
movimientos sociales, las relaciones internacionales, los modelos
económicos e incluso el arte y la cultura en todo el mundo.
El 30 de abril de 1945 Adolf Hitler se suicidó en el búnker
de la Cancillería de Berlín. El 2 de mayo lo que quedaba del ejército
nazi capituló ante el Ejército Rojo. Pero los combates de soldados
soviéticos contra grupos aislados de fanáticos alemanes continuaron en
algunos barrios hasta que el 9 de mayo se firmó la rendición
incondicional. Finalizaba así el más importante conflicto armado del
siglo XX, tras el cual el mundo ya no sería igual.
Casi inmediatamente después comenzó una operación de reescritura de
la Historia, que ha conseguido mantenerse con éxito en muchos países
hasta hace muy poco tiempo. Según esta reescritura la derrota de la
Alemania nazi fue posible gracias a las tropas aliadas de EEUU, Gran
Bretaña, Australia y la Francia ocupada. Según este falseamiento de los
acontecimientos la derrota del eje Roma-Berlín-Tokio se inició con el
desembarco en Normandía y la expulsión de las tropas japonesas de
Filipinas.
En realidad cuando se produjeron estos acontecimientos el ejército
nazi ya estaba muy debilitado y se batía en retirada por tierras polacas
tras abandonar casi por completo el territorio soviético. La batalla
por la conquista de Stalingrado –una ciudad con escasa importancia
estratégica, pero cuyo ocupación respondía a una obsesión personal de
Hitler por el nombre que ostentaba– había acabado con once divisiones
alemanas, víctimas no solo de los combates, sino también del hambre, el
frío y la escasa experiencia en el combate casa por casa. Tras abandonar
las ruinas de Stalingrado las tropas nazis, en lugar de retirarse y
reorganizarse, se enfrentaron al Ejército Rojo en la batalla de Kursk,
donde perdieron tres cuartas partes de los tanques y más de un tercio de
los aviones. Tras esta batalla los alemanes nunca recuperaron la
iniciativa en el frente oriental y emprendieron una lenta pero
inexorable retirada que, casi dos años más tarde, terminaría en la
entrega de Berlín a las tropas soviéticas.
La soberbia de los gobernantes de estados capitalistas no podía
soportar que las Fuerzas Armadas de un estado socialista hubiesen
llevado la iniciativa, obligando a retroceder a un ejército que parecía
invencible, que había ocupado en pocos meses más de media Europa y casi
todo el norte de África sin encontrar apenas resistencia. Así que
rápidamente pusieron a trabajar a historiadores, periodistas, escritores
y directores de cine en la fabricación de una gran mentira que
acabarían creyendo durante lustros millones de ciudadanos desinformados.
Afortunadamente desde hace algunos años la verdad histórica va abriéndose paso.
Pero se preguntará el lector ¿qué tiene que ver el movimiento
feminista con el final de la II Guerra Mundial? ¿Cuál es el motivo de
que se difunda esta conmemoración en un medio del Partido Feminista?
La relación es evidente si nos formulamos la siguiente pregunta:
¿Cómo sería la condición de la mujer en todo el mundo si la guerra
hubiese sido ganada por los ejércitos de Alemania, Italia y Japón? La
respuesta causa estremecimiento, un estremecimiento que se agranda
cuanto más se conoce el papel que desempeñaban las mujeres en la
Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial previo a la
contienda. Un papel que no iba más allá de convertirse en criaturas
reproductoras, que debían dar al régimen tanto varones soldados y
obreros como hembras madres y educadoras, que a su vez proporcionarían
nuevos soldados y nuevas madres. En la Alemania nazi y la Italia
fascista sólo un escaso número de mujeres de probada fidelidad al
partido único podía aspirar a ascender en el ejército, la administración
del Estado o la medicina; y siempre llegarían a un nivel que no podían
superar precisamente por ser mujeres. Una mujer nunca podría tener mando
de tropa, ni hacer operaciones quirúrgicas ni dirigir un ministerio A
las mujeres de países ocupados les esperaba un destino todavía peor: el
de esclavas sexuales del ejército ocupante, tal y como demuestran
numerosos documentos relativos a la ocupación de Noruega y Dinamarca por
las tropas alemanas o de las Islas Filipinas y Manchuria por el
ejército japonés.
Las conquistas sociales alcanzadas por las sufragistas británicas,
las revolucionarias soviéticas o las republicanas españolas habrían
desaparecido en caso de que las tropas del eje hubiesen ganado la
guerra.
Si alguien tiene dudas al respecto, no tiene más que recordar las
limitaciones que sufrían las españolas hasta hace pocos años, durante el
franquismo, que fue un régimen muy cercano al nazismo y al fascismo.
Hasta 1978 el adulterio fue un delito tipificado en el Código Penal,
pero solo para las mujeres; el marido tenía el "derecho" de matar a la
adúltera (afortunadamente no se generalizó el uso de ese derecho), no
existía el divorcio y el único matrimonio legal era el eclesiástico. La
mayoría de edad estaba establecida en los 25 años y antes de esa edad
una mujer no podía abandonar el domicilio paterno más que para casarse o
para entrar en un convento. Iglesia y justicia civil consideraban que
la única finalidad de las relaciones sexuales era la reproducción, y por
ello estaba castigado el uso de cualquier método anticonceptivo,
incluido el preservativo. Con especial rigor se perseguía el aborto,
enfrentándose a duras penas de cárcel tanto los médicos que lo
practicasen como las mujeres que se sometiesen a él. La homosexualidad y
el lesbianismo también fueron delitos hasta años después de muerto
Franco. Una mujer no podía fundar una empresa, abrir una cuenta
corriente, solicitar un pasaporte o viajar sola si no era con permiso de
su marido. Hasta 1961 estuvo cerrado el acceso de las mujeres a muchas
profesiones liberales, entre otras a la abogacía del Estado, al Registro
de la Propiedad, al servicio de Aduanas, a la Inspección Técnica de
Trabajo, a la marina mercante, a la judicatura y a la fiscalía. Tampoco
se permitía el uso de armas a las mujeres, por lo que tenían cerrado el
acceso a los cuerpos de Policía, Guardia Civil y Ejército; solo a
principios de los años 70 se permitió la entrada de un reducido grupo de
mujeres a la Policía Municipal de algunas capitales para regular el
tráfico o hacer trabajo de oficina. La única profesión liberal a la que
tenían acceso relativamente fácil las mujeres era la peor pagada: el
magisterio. Y los prejuicios hacia las mujeres casadas que se empeñaban
en continuar trabajando tras la boda eran tan grandes, que muchas
optaban por abandonar el trabajo en cuanto contraían matrimonio.
Por eso la derrota infligida al nazismo hace setenta y cinco años
representó la eliminación de un obstáculo para el avance de todos los
movimientos sociales progresistas y, en especial, para el movimiento
feminista. Durante setenta y cinco años el feminismo y otros movimientos
sociales han ido avanzando con aciertos y con errores, con pasos hacia
adelante y hacia atrás, pero al hacer balance vemos que las mejoras
alcanzadas son indiscutibles. Precisamente ahora, cuando grupos neonazis
y neofascistas empiezan a levantar con fuerza la cabeza tras permanecer
años en silencio, es cuando debemos recordar que el ejército que venció
a los intolerantes en 1945 no lo hizo solo con tanques y aviones, sino
también con las ideas de igualdad y justicia que formaban parte de su
armamento.
Enlace original:
https://blogs.publico.es/otrasmiradas/32640/la-caida-del-nazismo-y-el-movimiento-feminista/
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https://www.pceml.info/actual/index.php/actualidad/articulos/491-la-mujer-y-stalin
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