11º) El debate sobre si era posible edificar el socialismo en la URSS
En sus Enseñanzas de la Revolución de Octubre, Trotski
presentaba a ésta como el resultado de la victoria del ala izquierda
contra el ala derecha del partido bolchevique. Por supuesto que se
reivindicaba a sí mismo como una de las figuras representativas de la
izquierda, junto a Lenin, y mencionaba a Zinóviev y Kámenev como
miembros de la derecha. Tal vez fuera esta acusación la que llevó a
éstos a hacer causa común con la mayoría de la dirección del Partido
frente a las pretensiones de Trotski (cuya expulsión de las filas del PC
(b) de Rusia llegaron a pedir, aunque sin éxito por la oposición del
resto de los dirigentes). Zinóviev, presidente entonces de la
Internacional Comunista, escribió un artículo[1] titulado El leninismo que,
en parte, iba dirigido contra la revisión trotskista de la historia de
la revolución y contra la desconfianza trotskista hacia el campesinado.
Sin embargo, en él también se sostenía que era imposible construir el
socialismo en un país atrasado como la URSS de aquellos años.
Por consiguiente, los trotskistas y zinovievistas discrepaban sobre
cuestiones del pasado pero coincidían en la principal cuestión de
futuro. Quizás esas discrepancias fueron suficientes como para que
Trotski se mantuviera inicialmente al margen de este debate, que era el
fundamental aunque sólo emergiera a partir del año 1925. O quizás le
desconcertó que fuera la dirección del Partido la que tomara la
iniciativa de plantearlo. O quizás se apartara tácticamente para no
perjudicar a los zinovievistas, ya que la mayoría del partido lo
consideraba un enemigo del leninismo. Es difícil saberlo y tampoco
afecta a los hechos. El caso es que Kámenev y Zinóviev no tuvieron el
apoyo de los trotskistas durante el primer año de la discusión. Junto a
otros pocos dirigentes, formaron una “nueva oposición” a la línea
política de la mayoría del Comité Central.
La dirección bolchevique consideraba que el restablecimiento de la
economía nacional casi completado no era suficiente para desbaratar una
futura agresión de las potencias imperialistas y que la tregua pacífica
conquistada permitía avanzar hacia la edificación del socialismo. El XIV
Congreso del PC (b) de Rusia de diciembre de 1925 tenía en el orden del
día el diseño de una política de industrialización que ponía el acento
en la creación de la industria pesada, en el desarrollo de los medios de
producción, en la creación de una industria de maquinaria, para superar
el atraso y la dependencia de la URSS.
La “nueva oposición” criticó esta política de industrialización por
centrarse en la industria pesada y en la independencia nacional, así
como la política de alianza con los campesinos medios que interpretaban
como conciliación los kulaks. Tomaron como blanco de sus críticas la
manera conservadora y derechista en que Bujarin interpretaba la política
campesina del Partido (su consigna “¡enriqueceos!” destinada a integrar
pacíficamente a los kulaks en el socialismo y su concepción de la NEP
que se transforma en socialismo “a paso de tortuga”). Y rechazaron la
perspectiva de completar la edificación del socialismo en una URSS
cercada por las potencias capitalistas, como una manifestación de
estrechez nacional pequeñoburguesa. Para apoyar su posición, rebuscaron
en la sociedad soviética y en citas de Marx, Engels y Lenin toda clase
de inconvenientes a la construcción del socialismo en el país soviético.
Algunos de ellos eran reales, pero el error de los zinovievistas era
considerarlos superiores al potencial socialista de los obreros y
campesinos trabajadores, equivocar el peligro principal que era el
derrotismo “izquierdista” de Trotski y compartir con él su concepción
invertida, idealista, del internacionalismo proletario.
Uno de sus argumentos está entre los favoritos de todos los que
critican “por la izquierda” al bolchevismo: las empresas estatales de la
URSS (y, por extensión, de cualquier país dirigido por la clase obrera)
no serían socialismo sino “capitalismo de Estado”.
Ciertamente, puede
ocurrir que el Estado proletario recurra al capitalismo de Estado, es
decir, a acuerdos con los capitalistas nacionales o extranjeros para la
explotación de determinadas empresas. Pero eso no tiene nada que ver con
las empresas que dicho Estado administra en exclusiva. Estas son
empresas socialistas que forman el sector socialista de la economía
nacional. Los críticos “de izquierda” cuestionan su carácter socialista
porque, en ellas, se pueden utilizar métodos inventados por los
capitalistas, como el taylorismo, el fordismo, etc.; porque, en ellas,
hay una división más o menos permanente del trabajo, una “clase” de
dirigentes y una “clase” de dirigidos; porque la retribución de los
empleados sigue teniendo el nombre de “salario” y todavía lo es
parcialmente; etc.
Sin embargo, estos críticos pasan por alto que estas
empresas tienen como fin directo la producción de valores de uso con
arreglo a un plan nacional y no la producción de plusvalía para sus
propietarios; que ese plan es discutido y aprobado colectivamente por
los obreros de esas empresas que participan también en la dirección de
su ejecución; que la retribución de todos, desde el peón hasta el
directivo, se calcula según la cantidad y calidad del trabajo y no según
el “capital” aportado (que es enteramente propiedad del Estado).
A fin
de cuentas, lo que les sucede a estos críticos es que confunden el
socialismo con el comunismo pleno, cuando ya no haya división de la
sociedad en clases, cuando la producción ya no sea mercantil-monetaria,
cuando la vieja división social del trabajo y el propio Estado se hayan
extinguido. No comprender la necesidad del período de transición llamado
socialismo no es marxismo sino anarquismo: impaciencia propia del
pequeñoburgués arrollado por el desarrollo de las fuerzas productivas
sociales y, por lo mismo, incapacitado para resolver la contradicción
entre capitalismo y socialismo.
Los errores teóricos de los trotskistas y
zinovievistas tenían relevancia porque, aun contra la voluntad de
ellos, servían dentro del partido comunista a los intereses de la parte
de la pequeña burguesía que combatía al capitalismo sin asumir la
posición de la clase obrera; en definitiva, que combatía tanto a los
capitalistas como a los proletarios que actuaban consecuentemente con
sus intereses de clase al organizar la edificación de la sociedad
socialista.
Stalin respondió teóricamente a ésta y a las demás objeciones durante
las sesiones del Congreso[2] y en su obra de 1926 titulada “Cuestiones
del leninismo”[3]. En particular, destacó el significado
internacionalista de la edificación del socialismo en la URSS:
“¿Qué hace falta para que los proletarios venzan en el Occidente?
Ante todo, fe en las propias fuerzas, la conciencia de que la clase
obrera puede valerse sin la burguesía, de que la clase obrera no sólo es
capaz de destruir lo viejo, sino también de construir lo nuevo, de
edificar el socialismo. Toda la labor de la socialdemocracia consiste en
inculcar a los obreros el escepticismo y la falta de fe en sus fuerzas,
la falta de fe en la posibilidad de lograr por la fuerza la victoria
sobre la burguesía. El sentido de todo nuestro trabajo, de toda nuestra
edificación, consiste en que este trabajo y esta edificación convencen a
la clase obrera de los países capitalistas de que la clase obrera puede
valerse sin la burguesía y edificar con sus propias fuerzas la nueva
sociedad. (…) Y cuando los obreros de los países capitalistas se
contagien de la fe en sus propias fuerzas, podéis estar seguros de que
eso será el principio del fin del capitalismo y el más fiel indicio de
la victoria de la revolución proletaria. Por eso creo que no trabajamos
en vano al edificar el socialismo. Por eso creo que en ese trabajo hemos
de vencer en escala internacional”.[4]
Y, más allá, a la vuelta de diez años, la Unión Soviética fue la
prueba viviente de que un solo país puede edificar una base económica
socialista, es decir, donde la gran mayoría de los medios de producción
son propiedad social (estatal o cooperativa) y han sido liquidadas las
clases explotadoras, perviviendo únicamente unos residuos de las mismas
que, en unión con el capital internacional, continúan luchando contra el
proletariado.
Al comprobar Zinóviev la debilidad de su posición en el Congreso,
propuso al final del mismo incorporar al CC a representantes de todos
los grupos de oposición derrotados anteriormente, en lo que fue el
primer paso visible del ensamblaje que llegaría a ser la “oposición de
izquierda unificada” formalizada en el verano de 1926.
12º) El error común del trotskismo y de la socialdemocracia
En el fondo, la oposición de 1923, la de 1925 y la unificada de
1926-27 partían de la misma concepción fundamental que Kautsky ya había
expresado en la temprana fecha de 1918, de la manera siguiente:
“La revolución bolchevique se basaba en la hipótesis de que sería el
punto de partida de una revolución europea general… Según esta teoría,
la revolución europea que trajera el socialismo a Europa permitiría
también eliminar los obstáculos al desarrollo del socialismo en Rusia,
obstáculos creados por el atraso económico de este país. Todo esto
estaba muy lógicamente y bastante bien fundamentado, a condición de que
la hipótesis de base se realizara, a saber, que la revolución rusa debía
abrir inevitablemente la vía a la revolución europea. Pero, ¿qué hacer
si esta hipótesis no se realiza? Nuestros camaradas bolcheviques han
apostado todo a la carta de la revolución europea general. Como esta
carta no ha aparecido, se han visto forzados a emprender una vía que los
ha conducido a enfrentar problemas imposibles de resolver.”[5]
A quienes critica aquí Kautsky no es realmente a los bolcheviques,
sino a los semi-bolcheviques: es decir a quienes, a diferencia de él,
todavía aceptaban la revolución; pero, lo hacían sólo hasta cierto
punto, de manera inconsecuente, porque parten, como él, de la misma
concepción vulgarmente evolucionista, mecanicista, según la cual el
imperialismo es sólo un desarrollo cuantitativo del capitalismo y no su
negación como resultado de un salto cualitativo en dicho desarrollo. Los
derechistas de la socialdemocracia (incluidos Bujarin y Jruschov) y los
“izquierdistas” como Trotski, Zinóviev y otros coinciden en la misma
premisa falsa. Unos y otros comparten que el socialismo debe esperar a
que el capitalismo madure más de lo que lo había hecho ya a principios del
siglo XX.
En esta idea, hay algo cierto, pero es secundario y, si se toma
aisladamente, si no se tiene en cuenta otro aspecto opuesto que es
principal, se acaba basculando en el campo de la burguesía, contra el
proletariado. En abstracto, a escala histórica, es cierto que, cuanto
más desarrolle el capitalismo el carácter social de sus fuerzas
productivas, mejores condiciones brindará al proletariado para construir
el socialismo una vez conquiste éste el poder político. Pero, al mismo
tiempo, estas nuevas fuerzas productivas más desarrolladas están en
poder de los capitalistas y les proporcionan una mayor capacidad para
prevenir y descomponer la revolución proletaria[6].
Ya en el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels
observaban que, a lo largo de la historia, la lucha de clases entre
explotadores y explotados “conduce en cada etapa a la transformación
revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases
beligerantes”. En el futuro, tampoco podemos considerarnos a salvo de
este desenlace regresivo de la lucha entre la burguesía y el
proletariado (tal vez por el uso de las armas nucleares y otras de
destrucción masiva, por el impacto del desarrollo capitalista de la
sociedad sobre la naturaleza, etc.). El materialismo consecuente no se
conforma con observar las grandes tendencias abstractas, sino que
investiga cuáles son las acciones revolucionarias que pueden inclinar la
balanza a favor de las tendencias progresivas y las pone en práctica.
Esto es lo que distingue al marxismo genuino de Lenin, cuando se
enfrenta al fenómeno del imperialismo, del socialismo semi-marxista de
derecha (Kautsky) y de “izquierda” (Trotski), de ese “hay que ser
socialistas antes que marxistas” que pronunció Felipe González para ser
aceptado por la burguesía como su jefe de gobierno.
El leninismo comprende que el fruto del socialismo ya está maduro en
el árbol del capitalismo imperialista y este árbol amenaza con
descomponerlo. Por esta razón, los destacamentos nacionales de la clase
obrera, una vez cumplidas las tareas democrático-burguesas básicas,
deben emprender la construcción del socialismo, aprendiendo con su
propia experiencia a extirpar lo viejo y a multiplicar los frutos
socialistas sobre las nuevas bases de la dictadura del proletariado y de
la propiedad social sobre los principales medios de producción. Así es
como han de mostrar con su ejemplo práctico que los explotados pueden
organizar la producción de una manera más satisfactoria para sus
intereses que la manera capitalista de hacerlo y así es como han de
adquirir un poderío material con el que ayudar a sus hermanos de clase
del resto del mundo.
El miope determinismo económico de los oposicionistas, que concebía
mecánicamente la primacía de las fuerzas productivas sobre las
relaciones sociales, necesariamente conducía a negar la posibilidad de
construir el socialismo en un país más atrasado si no se conseguía antes
en los más adelantados. Es más, Trotski llegaría a empujar este
razonamiento viciado hasta sus consecuencias más extremas y
contrarrevolucionarias, pero no adelantemos acontecimientos.
En consecuencia, los trotskistas y zinovievistas consideraban que la
revolución rusa no debía pretender construir el socialismo en su propio
país, sino extender la revolución a los países más desarrollados. Había
pues que rechazar y combatir toda idea y toda medida que fuera dirigida a
avanzar hacia el socialismo en la URSS. Había que tomar unilateralmente
y exagerar todo rasgo atrasado, todo lo que dificultara ese avance y
negar o menospreciar todo progreso.
Para sostener su posición contraria a la perspectiva de edificar el
socialismo en la URSS, Zinóviev llegó a invocar el texto escrito por
Engels en 1847, con anterioridad al Manifiesto del Partido Comunista,
en el que decía que la revolución comunista se produciría y
desarrollaría más o menos simultáneamente en todas las naciones
civilizadas[7]. Además de que Engels se refiere a la revolución
comunista completa y contempla diferentes ritmos nacionales en su
realización, la base de sus afirmaciones es el capitalismo progresivo
que se extiende por el mundo destruyendo los viejos modos de producción,
y no el imperialismo que se basa en la explotación de los países
dominados. Lo que sí resulta evidente de este texto y de toda la labor
teórica y práctica de Marx y Engels, es que ellos empujaban la
revolución proletaria todo lo lejos que ésta pudiera llegar en cada
lugar, a pesar de que el capitalismo todavía se hallaba en su etapa
juvenil: nada que ver con el espíritu derrotista de los oportunistas
como Kautsky con sus “problemas imposibles de resolver” o como los
oposicionistas rusos con su “imposibilidad de edificar el socialismo en
la URSS”.
Ciertamente, no es posible alcanzar el comunismo pleno en un solo
país, porque el cerco capitalista al que está sometido le obliga a
mantener una fuerte organización estatal dirigida a responder
eficazmente a las agresiones bélicas y a la influencia corruptora
foránea. A su vez, esta organización estatal equivale a conservar en
parte la vieja división social del trabajo que ancla a cierto número de
individuos a unas mismas funciones y a una posición particular con
respecto a los demás. Y esta vieja división del trabajo es una base
embrionaria para el surgimiento continuo de nuevos elementos de
burguesía, contra el cual es necesario mantener y ejercer la dictadura
del proletariado.
Pero, entre la conquista del poder político por la clase obrera y la
completa transformación comunista de la sociedad, hay mucho que hacer en
cada país -como lo han demostrado los progresos de la URSS y de otros
países socialistas-, a condición de que se quiera, a condición de que no
se impongan los agoreros trotskistas y zinovievistas vaticinando la
imposibilidad de edificar el socialismo en un solo país. Y esta era la
encrucijada en la que se encontraba la Unión Soviética en los años
veinte.
Para sostener su punto de vista insostenible, los oposicionistas
tenían que mentir y ocultar que Lenin ya había resuelto lo fundamental
de esta polémica en sus obras El imperialismo, fase superior del capitalismo, Sobre la consigna de los Estados Unidos de Europa, El programa militar de la revolución proletaria y
en las posteriores a Octubre de 1917. Esto es lo que hacía Trotski
cuando preguntaba en la XV Conferencia del PC (b) de la URSS: “¿Por qué
se exige el reconocimiento teórico de la construcción del socialismo en
un solo país? ¿De dónde se ha sacado esta perspectiva? ¿Por qué hasta
1925 nadie planteó esta cuestión?”[8]. Zinóviev, por su parte,
interpretaba como negativa a construir el socialismo en la URSS la idea
de Lenin de que a los rusos les sería más difícil continuar la
revolución proletaria que a los comunistas de Occidente. En cuanto a
Kámenev, sostenía que Lenin no se refería a Rusia cuando hablaba sobre
la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país.
La mayoría partidaria de la línea bolchevique-leninista no negaba ni
menospreciaba las dificultades en el camino de la edificación del
socialismo, pero no se rendía ante ellas, como hacían los oposicionistas
que rebuscaban en lo dicho por Lenin algún resquicio (o lo
tergiversaban) para “justificar” su claudicación ante las fuerzas del
capitalismo. Tampoco la mayoría se desentendía de la revolución
socialista en otros países, sino que la consideraba la garantía para la
victoria definitiva del socialismo, es decir, para evitar que éste fuera
destruido desde el exterior. Además, consideraba la solidaridad del
proletariado de los países capitalistas con la URSS como una de las
palancas que hacía posible la edificación del socialismo en este país y a
éste como una base y un ejemplo práctico para potenciar el movimiento
obrero revolucionario en aquéllos. En cambio, los oposicionistas
menospreciaban el valor de esta solidaridad mientras el proletariado del
mundo capitalista no conquistara el poder del Estado. Para ellos, la
revolución rusa no podría dar más de sí y debía dedicar sus fuerzas a
espolear la revolución en Occidente donde sí sería posible edificar el
socialismo (o tampoco, como veremos enseguida).
La mayoría bolchevique perseguía hacer “el máximo de lo realizable en un solo país para desarrollar, apoyar y despertar la revolución en todos los países“[9];
consideraba que el proletariado de cada país debe actuar ante todo
sobre el terreno nacional, pero, al hacerlo, resuelve tareas de
significación internacional que dimanan de la naturaleza de la clase
obrera y de su situación en la sociedad. Así es como, diez años después,
la Unión Soviética se convirtió en una gran potencia industrial, la
segunda del mundo, con plena independencia económica de los países
capitalistas. Gracias a ello, fue capaz de derrotar al desafío fascista
del imperialismo, ayudar a extender el campo socialista a un tercio de
la humanidad y animar un pujante movimiento obrero en Occidente que
arrancó concesiones sin precedentes a los capitalistas.
Profundizando en su concepción equivocada del desarrollo de las
fuerzas productivas sociales y de la revolución internacional, Trotski
teorizó sobre la “continuidad histórica” de la economía de la URSS como
parte de la economía capitalista mundial y su subordinación a ella, como
si la revolución no hubiera destruido esa dependencia. El posterior
desarrollo de una industria soviética independiente refutó estas
especulaciones. Esa supuesta subordinación de las economías nacionales
respecto del mercado mundial llevaría a Trotski a negar la posibilidad
de edificar el socialismo incluso en los países más desarrollados
mientras no triunfara la revolución a escala internacional:
“No sólo la China atrasada, sino, en general, ninguno de los países
del mundo podría edificar el socialismo en su marco nacional: el elevado
desarrollo de las fuerzas productivas, que sobrepasan las fronteras
nacionales, se opone a ello, así como el insuficiente desarrollo de la
nacionalización. La dictadura del proletariado en Inglaterra, por
ejemplo, chocaría con contradicciones y dificultades de otro carácter,
pero acaso no menores de las que se plantearían a la dictadura del
proletariado en China. En ambos casos, las contradicciones pueden ser
superadas únicamente en el terreno de la revolución mundial”.[10]
Notas:
[1] Hay una selección del mismo en https://lacalderaop.files.wordpress.com/2014/09/zinoviev-leninismo-seleccion.pdf
[2] https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2007-15.pdf, págs. 96 en adelante.
[3] https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe1/Stalin%20-%20Obras%20escogidas.pdf, págs. 121 a 149.
[5] Kautsky, La dictadura del proletariado.
[6] En uno de sus últimos artículo, Lenin advertía de que tenemos “el
inconveniente de que los imperialistas han logrado dividir al mundo en
dos campos” (Más vale poco y bueno). En su polémica con
Trotski, Bujarin observaba con razón que la mayor parte de la población
de Francia está en África y que la mayor parte de la población de Gran
Bretaña está en Asia. Y esto proporciona a los capitalistas de las
potencias imperialistas una riqueza colosal con la que pueden someter
por mucho tiempo a sus propios obreros, dependiendo, claro está, de
cuánto se desarrolle la lucha de liberación nacional de los pueblos
oprimidos y la solidaridad con ella por parte de aquellos obreros.
[7] Principios del comunismo, Engels. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/47-princi.htm
[8] Actas taquigráficas, pág. 533; citado en La lucha del partido bolchevique contra el trotskismo, t. 2, pág. 186.
[9] Acerca del infantilismo “izquierdista” y del espíritu pequeñoburgués, Lenin.
[10] La revolución permanente, Trotski, http://www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/trotsky_revolucion_permanente.pdf, pág. 129.
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