En este artículo encara los problemas a los que se enfrentan las sociedades que buscan alternativas sociales al imperialismo, desde las experiencias como Cuba o el proceso venezolano. La defensa del Socialismo creemos que también pasa, porque la clase que seguirá siendo la que llevará la llama de la Revolución Social será la clase obrera.
El Socialismo no solamente tiene que defender las conquistas sociales conseguidas, sino abordar también opciones culturales y de emancipación social, además de proponer alternativas económicas ante la actual ofensiva conservadora mercantilista.
La colectivización y cooperación en todos los campos. En las ideas y en los hechos. La batalla por su extensión en los medios de comunicación. La formación específica de los colectivos que luchan contra el imperialismo, para la educación gradual de los trabajadores, porque ellos serán en cada país los artífices de esas alternativas, para retomar los principios y retos, en el Siglo XXI, de la Revolución de Octubre.
Por Fernando Martínez Heredia
Foto: Luis Jorge Gallegos
El primer homenaje que recibió Fidel al morir fue una consigna de
hoy, una invención de jóvenes que hizo suya todo el pueblo de Cuba: “yo
soy Fidel”. Así se demostró que Fidel es del siglo XXI, y que cuando el
pueblo entero se moviliza con conciencia revolucionaria es invencible.
En esos días del duelo Fidel libró su primera batalla póstuma, y volvió a
mostrarle a todos, como en 1953, el camino verdadero.
Hoy, cuando vamos a compartir acerca de los caminos de las luchas
–porque lo verdadero son las luchas–, es natural comenzar con la ayuda
de Fidel, y emular con sus ideas y sus actos para sacarles provecho, no
imitándolos, sino traduciéndolos a nuestras necesidades, situaciones y
acciones.
Para sacarle provecho a Fidel, tenemos que evitar repetir una y otra
vez lugares comunes y consignas. Conocer más las creaciones y las
razones que lo condujeron a sus victorias, las dificultades y los
reveses que Fidel enfrentó, lo que pensó sobre los problemas, sus
acciones concretas, puede aportarnos mucho, y de esa manera será más
grande su legado.
En el tiempo de su vida pueden distinguirse tres aspectos: Fidel,
joven revolucionario; el líder de la Revolución cubana y el líder
latinoamericano, del Tercer Mundo y mundial.
Fidel brinda un gran número de enseñanzas.
Tanto para el individuo
como para las luchas políticas y sociales. Quisiera enumerar muy
brevemente algunas de las características de su legado que me parecen
importantes para nuestros objetivos:
1- Partir de lo imposible y de lo impensable, para convertirlos en
posibilidades mediante la práctica consciente y organizada y el
pensamiento crítico, conducir esas posibilidades actuantes hacia la
victoria al mismo tiempo que se forman y educan factores humanos y
sociales para poder enfrentar situaciones futuras, y mediante las
luchas, los triunfos y las consolidaciones convertir las posibilidades
en nuevas realidades.
2- No aceptar jamás la derrota. Fidel nunca se quedó conviviendo con
la derrota, sino que peleó sin cesar contra ella. Me detengo en cinco
casos importantes en su vida en que esto sucedió: 1953, 1956, 1970, el
proceso de rectificación y la batalla de ideas. En 1953 respondió a la
derrota del Moncada con un análisis acertado de la situación para guiar
la acción. Cuando todos creían que era un iluso, se reveló como un
verdadero visionario. En 1956, cuando el desastre del Granma, respondió
con una formidable determinación personal y una fe inextinguible en
mantener siempre la lucha elegida, por saber que era la acertada.
En 1970, comprobó que lograr el despegue económico del país era
extremadamente difícil, pero entonces apeló a los protagonistas,
mediante una consigna revolucionaria: “el poder del pueblo, ese sí es
poder”. En1985, fue prácticamente el primero que se dio cuenta de lo que
iba a hacer la URSS, que le traería a Cuba soledad, desastre económico y
más grave peligro de ser víctima del imperialismo, pero su respuesta
fue ratificar que el socialismo es la única solución para los pueblos,
la única vía eficaz y la única bandera popular, que lo necesario es
asumirlo bien y profundizarlo. Entonces movilizó al pueblo y acendró su
conciencia, y sostuvo firmemente el poder revolucionario. En el 2000,
ante la ofensiva mundial capitalista y los retrocesos internos de la
Revolución cubana en la lucha para sobrevivir, lanzó y protagonizó la
batalla de ideas, con sus acciones en defensa de la justicia social, su
movilización popular permanente y su exaltación del papel de la
conciencia.
No me va a dar tiempo a exponer cada punto, aunque fuera brevemente,
así es que me limitaré a mencionarlos, con la intención de estimular el
interés en el estudio de Fidel.
3- La determinación de luchar en todas las situaciones. Sería muy
conveniente considerar como concepto a la determinación personal, en el
estudio de los que se lanzan a lograr transformaciones sociales. La
praxis es decisiva.
4- Organizar, fue una constante, una fiebre de Fidel. Ojalá que este sea uno de los temas principales de este taller.
5- La comunicación siempre, con cada ser humano y con las masas, en
lo cotidiano y en lo trascendente, es una de las dimensiones
fundamentales de su grandeza y es uno de los requisitos básicos del
liderazgo.
6- Utilizar tácticas muy creativas, y estrategias impensables, y sin embargo factibles.
7- Luchar por el poder y conquistarlo. Mantener, defender y expandir
el poder. Se puede discutir casi eternamente acerca el poder en términos
abstractos, pero solo las prácticas revolucionarias logran convertir al
poder en un problema que pueda resolverse.
8- Crear los instrumentos y los protagonistas. Tomar las
instituciones para ponerlas a nuestro servicio, no para ponernos al
servicio de ellas.
9- Ser más decidido, más consciente y organizado, y más agresivo que los enemigos.
10- Enseñar y aprender al mismo tiempo con los sectores del pueblo
que participan o que simpatizan, y después con todo el pueblo. Avanzar
hacia formas de poder popular.
11- El gran logro cubano, unir la liberación nacional a la revolución socialista.
12- Ser siempre un educador. Hacer educación a escala del pueblo. Que
el pueblo se levante espiritualmente y moralmente, para que se vuelva
participante consciente y capaz de todo, complejice sus ideas y sus
sentimientos y enriquezca sus vidas.
13- Que la concienciación esté en el centro del trabajo político, no
solo para avanzar y ser mejores, sino para que la política llegue a
convertirse en una propiedad de todos.
Siento que la mayor lección que le brinda Fidel a los luchadores de
América Latina actual es lo que pensó y lo que hizo entre 1953 y 1962.
Puede ser muy valioso ponernos de acuerdo para estudiar, discutir y
socializar ese período.
Desde hace un año estamos oyendo decir que la situación en nuestro
continente se ha vuelto cada vez más difícil, por que acontecen hechos
adversos a los pueblos, y por la ofensiva del imperialismo y sus
cómplices de clases que son a la vez dominadas por él y dominantes en
sus países. Aunque parezca que empiezo por el final, quisiera comenzar
con un comentario.
Acerca de las relaciones que existen entre
dificultades y revolución.
Para los revolucionarios, y durante los procesos de revolución, hay
momentos felices y procesos felices, pero en las revoluciones verdaderas
no hay coyunturas fáciles. Cuando puedan parecernos fáciles es
solamente porque no nos hemos dado cuenta de sus dificultades. Y es así
porque estas revoluciones, a las que amamos y por las que estamos
dispuestos a todo, son las iniciativas más audaces y arriesgadas de los
seres humanos, que emprenden transformaciones prodigiosas liberadoras de
las personas y de las relaciones sociales, a tal grado que nunca más
quieran, ni puedan, volver a vivir en vidas y sociedades de dominación y
de violencias y daños de unos contra otros, de individualismo y afán de
lucro. Son revoluciones que pretenden ir creando personas cada vez más
plenas y capaces, y realidades que contengan cada vez más libertad y
justicia, donde entre todos se logre cambiar el mundo y la vida. Es
decir, crear personas y realidades nuevas.
Si lo que acabo de decir le parece imposible al mundo existente y las
creencias vigentes en la prehistoria de la humanidad, al sentido común y
al consenso con lo esencial que mantiene a las sociedades sujetas al
capitalismo, ¿cómo no va a ser sumamente difícil todo lo que hagamos y
proyectemos?
Si jamás las clases dominantes estarán dispuestas a admitir
que se levante el pueblo y adquiera dignidad, orgullo de sí mismo y
dominio de la situación, conciencia y organizaciones suyas, a su
servicio y eficaces, que esté en el poder y que lo convierta en un poder
popular, entonces hay que convenir en que en esas épocas todo se vuelve
muy difícil para la causa del pueblo. El joven Carlos Marx avizoraba
bien cuando escribió que solamente mediante la revolución podrán los
dominados salir del fango en que viven metidos toda su vida, porque los
cambios y la creación de nuevas sociedades exigen también liberaciones
colosales de los enemigos íntimos que todos albergamos dentro. ¿Cómo no
van ser tan difíciles las revoluciones de liberación?
Pero, si miramos bien y no nos dejamos desanimar, constataremos que
el campo popular ya tiene mucho a su favor. Entremos con esas armas en
un problema inmediato, que no es pequeño. La coyuntura actual expresa de
manera escandalosa una carencia del campo popular que se ha ido
acumulando en las últimas décadas, al mismo tiempo que esa carencia
dejaba de ser percibida como una grave debilidad: la de un pensamiento
verdaderamente propio, capaz de fundamentar su identidad en relación con
su conflicto irremediable con la dominación del capitalismo, y capaz de
servir para comprender las cuestiones esenciales de la época, las
coyunturas, los campos sociales implicados y las fuerzas en pugna. Un
pensamiento, por consiguiente, fuerte, convincente y atractivo, al mismo
tiempo que útil como instrumento movilizador y unificante de lo
diverso, y como herramienta eficaz para guiar análisis y políticas
acertadas que contribuyan a la actuación y a la formulación de
proyectos.
Esa ausencia del desarrollo de un pensamiento poderoso del campo
popular, crítico y creador, puede constatarse ante el estupor y la falta
de explicaciones válidas que han abundado frente a los acontecimientos
en curso en varios países latinoamericanos, que han registrado
diferentes quebrantos, derrotas o retrocesos de procesos que han sido
favorables a sus poblaciones y a su autonomía frente al imperialismo en
lo que va de este siglo. En lugar de análisis coherentes, profundos y
orientadores hemos escuchado o leído más de una vez comentarios
superficiales revestidos con palabras que quisieran ser conceptos, o
dogmas que quisieran cumplir funciones de interpretación.
Nada se avanza cuando se tilda de malagradecidos a sectores pobres o
paupérrimos que mejoraron su alimentación y sus ingresos, y tuvieron más
oportunidades de ascender uno o dos peldaños desde el fondo del
terrible orden social, porque no han sido activos en defender a
gobiernos que los han favorecido, o hasta les han vuelto la espalda en
determinados eventos que les aportan triunfos a los reaccionarios. Y
hasta se intenta explicar esos sucesos con retazos de una supuesta
teoría de las clases sociales, como cuando se repite la proposición
absurda de que “se convirtieron en clase media, y ahora actúan como
tales”. Es preferible comenzar por ser precisos ante los hechos y partir
siempre de ellos, como cuando el dirigente del Movimiento de los Sin
Tierra de Brasil, Joao Pedro Stedile, dice: “Tenemos muchos retos de
corto plazo para poder enfrentar a los golpistas. La clase trabajadora
sigue en casa, no se movilizó. Se movilizaron los militantes, los
sectores más organizados. Pero el 85 por ciento de la clase sigue viendo
novelas en la televisión”.
Tampoco se va lejos cuando se elaboran y discuten explicaciones de
los eventos y las situaciones políticas e ideológicas candentes de la
coyuntura a base de menciones acerca del fin de ciclos de altos precios
de las materias primas, ni siquiera cuando economistas capaces ofrecen
datos serios y añaden el descenso de la dinámica de la economía mundial y
otros factores y procesos adversos.
Simplificando un poco más, habríamos tenido unos quince años de
victorias electorales, gobiernos llamados progresistas y notables logros
por medidas sociales, una fuerte autonomización de gran parte del
continente respecto a los dictados de Estados Unidos y avances en las
relaciones bilaterales y las coordinaciones de los países de la región
hacia una futura integración, solamente porque tuvimos un largo ciclo de
altos precios de exportación de las materias primas, algo que es
explicable por los avatares de la economía mundial. Y como ahora esta se
mueve en otro sentido y bajan los precios, debe terminar el ciclo
político y social, y “la derecha” debe avanzar y recuperar sin remedio
la posición dominante que había perdido.
Una persona con buena memoria y escasa credulidad se preguntaría
enseguida cómo fue posible que a inicios de los años setenta del siglo
pasado no sucediera en la región lo mismo que a inicios de este siglo,
en cuanto a elecciones victoriosas, buenas políticas sociales y más
autonomía de los Estados y horizontes integracionistas. Porque en
aquella coyuntura subieron mucho los precios de las materias primas y,
además, en buena parte de la región se vivían aumentos más o menos
grandes del sector industrial, con ayuda de aquellos redesplazamientos
jubilosos del gran capital en busca de maximización de ganancias que hoy
tanto disgustan a Donald Trump.
Lo que sucedió entonces fue totalmente diferente: dictaduras,
represiones que llegaron hasta el genocidio, conservatización de las
sociedades y otros males, que no deben ser olvidados. Por consiguiente,
hay que concluir, no es verdad que a determinada situación económica le
“correspondan” necesariamente ciertos hechos políticos y sociales, y no
otros.
En este caso estamos ante una de las deformaciones y reduccionismos
principales que ha sufrido el pensamiento revolucionario, quizás la más
extendida y persistente de todas: la de atribuir una supuesta causa
“económica” a todos los procesos sociales.
Detrás de su aparente lógica
está la cosificación de la vida espiritual y de las ideas sociales que
produjo el triunfo del capitalismo, que es aceptada por aquellos que
pretenden oponerse al sistema sin lograr salir de la prisión de su
cultura, y la consiguiente incapacidad de comprender que son los seres
humanos los protagonistas de todos los hechos sociales.
Tres procesos sucedidos dentro las últimas cuatro décadas han tenido
un gran impacto y muy duraderas consecuencias para nuestro continente.
El estrepitoso final del sistema que llamaban del socialismo real y sus
constelaciones políticas en el mundo, con consecuencias tan negativas en
numerosos terrenos. El de la imposibilidad para la mayoría de los
países del planeta de lograr el desarrollo económico autónomo de un país
sin que necesariamente saliera del sistema del capitalismo. La terrible
realidad fue la continuación de regímenes de explotación, opresiones y
neocolonialismo, sin que fuera posible desplegar economías nacionales
autónomas y capaces de crecer en beneficio del pleno empleo, más
producción y productividad, servicios sociales suficientes para todos y
una riqueza propia que repartir. El tercer proceso fue el de la
consumación del dominio de Estados Unidos sobre casi todo nuestro
continente. El capitalismo en América Latina transitó un largo camino de
evoluciones neocolonializadas, sobredeterminadas por el poder de
Estados Unidos, que lo dejó mucho más débil y subalterno.
Las lecciones que nos brindan esos tres procesos están claras y son
sumamente valiosas.
Una, todos los avances de las sociedades son
reversibles, aun los que se proclamaban eternos; es imprescindible
conocer qué es realmente socialismo y qué no lo es. Hay que comprender y
organizar la lucha por el socialismo desde las complejidades,
dificultades e insuficiencias reales, sin hacer concesiones, como
procesos de liberaciones y de creaciones culturales que se vayan
unificando.
Dos, el capitalismo es un sistema mundial, actualmente
hipercentralizado, financiarizado, parasitario y depredador, que solo
puede vivir si sigue siéndolo, por lo que no va a cambiar. Las clases
dominantes de la mayoría de los países necesitan subordinarse y ser
cómplices de los centros imperialistas, porque no existe espacio ni
tienen suficiente poder para pretender ser autónomos. La actividad
consciente y organizada del pueblo, conducida por proyectos liberadores,
es la única fuerza suficiente y eficaz para cambiar la situación. Para
la mayoría de los países del planeta, serán los poderes y los procesos
socialistas la condición necesaria para plantearse el desarrollo, y no
el desarrollo la condición para plantearse el socialismo, como dijo
Fidel en 1969.
Tres, Estados Unidos hace víctima a este continente tanto de su
poderío como de sus debilidades, como una sobredeterminación en contra
de la autonomía de los Estados, el crecimiento sano de las economías
nacionales y los intentos de liberación de los pueblos. La explotación y
el dominio sobre América Latina es un aspecto necesario de su sistema
imperialista, y siempre actúa para impedir que esa situación cambie. Por
tanto, es imprescindible que el antimperialismo forme parte inalienable
de todas las políticas del campo popular y de todos los procesos
sociales de cambio.
Como era de esperar, el capitalismo pasó a una ofensiva general para
sacarle todo el provecho posible a aquellos eventos y procesos, y
establecer el predominio planetario e incontrastado de su régimen y su
cultura. El objetivo era, más allá de las represiones y las políticas
antisubversivas, consolidar una nueva hegemonía que desmontara las
enormes conquistas del siglo XX, manipulara las disidencias y protestas
inevitables, y las identidades, impusiera el olvido de la historia de
resistencias y rebeldías, y lograra generalizar el consumo de sus
productos culturales y el consenso con su sistema de dominación.
Esa ofensiva no terminó, sino que se consolidó como una actividad
sistematica, que sigue siéndolo hasta hoy. Es dentro de ese marco
general que en cierto número de países de América Latina y el Caribe,
que es la región del mundo con mayor potencial de contradicciones que
pueden convertirse en acciones contra el sistema, movimientos populares
combativos y victorias electorales produjeron cambios muy importantes de
la situación general, a favor de sectores muy amplios de la población y
de la capacidad de actuación independiente de una parte de los Estados.
La institucionalidad y las reglas políticas del juego cívico no
fueron violadas para acceder y mantenerse en el gobierno, pero dentro de
ese orden se han logrado reales avances, que sintetizo en seis
aspectos: políticas sociales que benefician a amplios sectores
necesitados; ejercicios de la ciudadanía mucho más amplios y mejores;
cambios muy positivos en la institucionalidad en algunos de esos países;
un rango apreciable de autonomía en el accionar internacional; más
relaciones bilaterales latinoamericanas; y adelantos en las relaciones y
coordinaciones de los países de la región, bajo la advocación de la
necesidad de una integración continental.
No me detengo en esas nuevas realidades, que han alentado muchas
motivaciones y esperanzas de avanzar hacia cambios más profundos.
Han
recuperado la noción del socialismo como el horizonte a conquistar.
Pocos años después de aquel colapso europeo que el capitalismo pretendió
que fuera definitivo a escala mundial. Pero si quiero enfatizar dos
cuestiones que el militante social y político debe analizar, conocer y
manejar en sus prácticas. Primera, cada país tiene características,
dificultades, acumulaciones históricas y condicionamientos que son
específicos de él y resultan decisivos, al mismo tiempo que existen
rasgos y necesidades comunes a la región que pueden ser fuente de
aumento de la fuerza y el potencial de cada país, si somos capaces de
desarrollar la cooperación y el internacionalismo. Segunda, los poderes
establecidos en estos países confrontan enormes limitaciones, porque
tienen muy poco control de la actividad económica, y padecen la
hostilidad de una parte de los propios poderes del Estado y de los
medios de comunicación.
Al hacer un balance de 2016, podemos constatar lo específico de cada
país. La gran victoria electoral legislativa de la reacción venezolana
no consiguió deponer a Maduro, y ahora se encuentra sin fuerza, unidad
ni líderes suficientes para intentarlo. Pero en Brasil una pandilla de
delincuentes logró todo lo que quiso, sin que haya fuerzas populares
organizadas para resistir con alguna eficacia. Los procesos de Bolivia y
Ecuador se mantienen fuertes y estables ante sus situaciones
específicas, y en Nicaragua el FSLN acaba de ganar otra vez las
elecciones muy holgadamente. En México no es probable un triunfo de
partidos opositores en 2.018, aunque el prestigio del equipo gobernante
está muy deteriorado y existen manifestaciones de protesta y resistencia
no articuladas.
Estas especificidades, y muchos otras de tamaño y sentido diferentes,
podrían irse enumerando, pero seguiría en pie un problema de gran
envergadura: Estados Unidos continúa su ofensiva general dirigida a
recuperar todo el control neocolonial sobre América Latina –incluida una
“ofensiva de paz” contra Cuba–, y el bloque que forma con los sectores
reaccionarios y entreguistas de cada país continúa tratando de cancelar o
ir debilitando los procesos de los últimos quince años de la región.
¿Será suficiente el voto, la voluntad popular expresada en las urnas,
al menos para defender con éxito las políticas sociales, los
funcionarios electos y la legalidad existente, y que ellos no sean
burlados, quebrantados o eliminados por la reacción? ¿Podrán seguir
existiendo los procesos basados en una institucionalidad sin cambios en
el suelo social y político para lograr transformaciones que beneficien a
la población y abran paso a sociedades más justas y mejor gobernadas?
¿O, en unos casos, esa vía solo franqueará una forma intermedia de
reconstitución a mediano plazo del poder del capitalismo en la región,
en apariencia más avanzada que las formas previas, pero que en realidad
habría sido solamente su puesta al día, sin afectar a lo esencial del
sistema de dominación? Mientras que en otros países del continente se ha
permanecido bajo el control del sistema y de camarillas que detentan o
administran el poder.
Nada está decidido, ni nuestros enemigos ni nosotros tenemos la
victoria al alcance de la mano. Pero albergo la certeza de que las
batallas ideológicas y políticas serán las que determinarán la decisión
en el enfrentamiento general.
Destaco tres direcciones principales para
el trabajo de análisis:
a) buscar con rigor y sin omisiones todos los
datos y todas las percepciones y formulaciones ideológicas que tengan
alguna importancia –porque tanto unos como las otras constituyen las
realidades que existen–, analizarlas por partes e integralmente,
encontrar y formular lo esencial y describir al menos lo secundario.
b)
examinar y valorar los condicionamientos que sean relevantes para
nuestra actuación, institucionales, económicos, ideológicos, políticos o
de otro tipo.
c) analizar y conocer las identidades, motivaciones,
demandas, capacidad movilizativa y grado de organización con que
contamos, y lo que está a favor de nuestros adversarios en esos mismos
campos, es decir, la correlación de fuerzas. E insisto en que son las
actuaciones de los seres humanos la materia principal de los eventos que
mañana serán históricos.
La reacción no está proponiendo ideas, está produciendo acciones
No
maneja fundamentaciones acerca de la centralidad que debe tener el
mercado, la reducción de las funciones del Estado, la apología de la
empresa privada y la conveniencia de subordinarse a Estados Unidos. No
es a través del debate de ideas que pretende fortalecer y generalizar su
dominio ideológico y cultural. El anticomunismo y la defensa de los
viejos valores tradicionales ya no son sus caballos de batalla, ni los
viejos organismos políticos son sus instrumentos principales.
Desde hace veinte años vengo planteando que el esfuerzo principal del capitalismo actual está puesto en la guerra cultural por el dominio de la vida cotidiana,
lograr que todos acepten que la única cultura posible en esa vida
cotidiana es la del capitalismo, y que el sistema controle una vida
cívica despojada de trascendencia y organicidad. Lamento decir que
todavía no hemos logrado derrotar esa guerra cultural.
Obvio aquí la mayor parte de lo que he expuesto acerca de sus rasgos,
los factores a su favor y en contra suya, y sus condicionamientos, y
comento solo lo más cercano a nuestro tema. El consumo amplio y
sofisticado, que está presente en todas las áreas urbanas del mundo,
pero al alcance solamente de minorías, es complementado por un complejo
espiritual “democratizado” que es consumido por amplísimos sectores de
población. Se tiende así a unificar en su identidad a un número de
personas muy superior al de las que consumen materialmente, y lograr que
acepten la hegemonía capitalista. La mayoría de los “incorporados” al
modo de vida mercantil capitalista son más virtuales que reales. Pero,
¿formarán ellos parte de la base social del bloque de la
contrarrevolución preventiva actual? El capitalismo alcanzaría ese
objetivo si consigue que la línea divisoria principal en las sociedades
se tienda entre los incorporados y los excluidos. Los primeros – los
reales y los potenciales, los dueños y los servidores, los vividores y
los ilusos– se alejarían de los segundos y los despreciarían, y harían
causa común contra ellos cada vez que fuera necesario.
La reproducción cultural universal de su dominio le es básica al
capitalismo para suplir los grados crecientes –y contradictorios– en que
se ha desentendido de la reproducción de la vida de miles de millones
de personas a escala mundial, y se apodera de los recursos naturales y
los valores creados, a esa misma escala. Para ganar su guerra cultural,
le es preciso eliminar la rebeldía y prevenir las rebeliones,
homogeneizar los sentimientos y las ideas, igualar los sueños. Si las
mayorías del mundo, oprimidas, explotadas o supeditadas a su dominación,
no elaboran su alternativa diferente y opuesta a él, llegaremos a un
consenso suicida, porque el capitalismo no dispone de un lugar futuro
para nosotros.
Les he aclarado a compañeros que aprecio mucho que el capitalismo no
intenta imponer un pensamiento único, como ellos afirman, sino inducir
que no haya ningún pensamiento.
Está en marcha un colosal proceso de
desarmar los instrumentos de pensar y la costumbre humana de hacerlo, de
ir erradicando las inferencias mediatas, hasta alcanzar una especie de
idiotización de masas.
La situación está exigiendo revisar y analizar con profundidad y con
espíritu autocrítico todos los aspectos relevantes de los procesos en
curso, todas las políticas y todas las opciones. Esa actitud y las
actuaciones consecuentes con ella son factibles, porque el campo popular
latinoamericano posee ideales, convicciones, fuerzas reales organizadas
y una cultura acumulada. Una enseñanza está muy clara: distribuir mejor
la renta, aumentar la calidad de la vida de las mayorías, repartir
servicios y prestaciones a los inermes es indispensable, pero no es
suficiente. Alcanzar victorias electorales populares dentro del sistema
capitalista, administrar mejor que sus pandillas de gobernantes, e
incluso gobernar a favor del pueblo a contracorriente de su orden
explotador y despiadado, es un gran avance, pero es insuficiente. Vuelve
a demostrar su acierto una proposición fundamental de Carlos Marx: la
centralidad de una nueva política en la actividad del movimiento de los
oprimidos, para lograr vencer y para consolidar la victoria.
Estamos abocándonos a una nueva etapa de acontecimientos que pueden
ser decisivos, de grandes retos y enfrentamientos, y de posibilidades de
cambios sociales radicales. Es decir, una etapa en la que predominarán
la praxis y el movimiento histórico, en la que los actores podrían
imponerse a las circunstancias y modificarlas a fondo, una etapa en la
que habrá victorias o derrotas.
Comprender las deficiencias de cada proceso es realmente importante.
Pero más aún lo es actuar. Concientizar, organizar, movilizar, utilizar
las fuerzas con que se cuenta, son las palabras de orden. No se pueden
aceptar expresiones de aceptación resignada o de protesta timorata: hay
que revisar las vías, y los medios utilizados y su alcance, sus límites y
sus condicionamientos. Y hacer todo lo que sea preciso para que no sea
derrotado el campo popular. La eficiencia para garantizar los derechos
del pueblo y defender y guiar su camino de liberaciones debe ser la
única legitimidad que se les exija a las vías y a los instrumentos. Las
instituciones y las actuaciones tendrán su razón de ser en servir a las
necesidades y los intereses supremos de los pueblos, a la obligación de
defender lo logrado y la confianza y la esperanza de tantos millones de
personas. Esa debe ser la brújula de los pueblos y de sus activistas,
representantes y conductores.
En la época que comienza se está levantando una concurrencia de
fuerzas muy diferentes e incluso divergentes, a quienes unirán
necesidades, enemigos comunes y factores estratégicos que van más allá
de sus identidades, sus demandas y sus proyectos. Y solamente tendrá
probabilidades de triunfar una praxis intencionada, organizada, capaz de
manejar los datos fundamentales, las valoraciones, las opciones, la
pluralidad de situaciones, posiciones y objetivos, las condicionantes y
las políticas que están en juego.
La radicalización de los procesos deberá ser la tendencia
imprescindible para su propia sobrevivencia. Serían suicidas los
retrocesos y las concesiones desarmantes frente a un enemigo que sabe
ser implacable, pero lo principal es que –dado el nivel que han
alcanzado la cultura política de los pueblos y las esperanzas de
libertad, justicia social y bienestar para todos– los movimientos, los
poderes y los líderes prestigiosos y audaces solo podrán multiplicar las
fuerzas populares y tener opción de vencer si ponen la liberación
efectiva de los yugos del capitalismo en la balanza de sus convocatorias
a luchar.
La política revolucionaria no puede conformarse con ser alternativa.
La naturaleza del sistema lo ha situado en un callejón sin salida en
general, pero su poder y sus recursos actuales le permiten un amplio
arco de respuestas contra los procesos en curso, y también puede dejarle
un nicho de tolerancia a algunas alternativas mientras combina la
inducción y la espera hasta que se desgasten. En la medida en que
vayamos obteniendo triunfos y cambios de nosotros mismos, convertiremos
las alternativas en procesos de emancipación humana y social.
Mientras exista la opresión, la explotación y la dominación
capitalista, no habrá soluciones ni regímenes políticos y sociales
satisfactorios para las mayorías, ni serán duraderos. La liberación de
los seres humanos y las sociedades es lo que abrirá las puertas a la
creación de un mundo nuevo.
¿Parece demasiada ambición? Sí,
naturalmente. Pero es lo único factible.
Fuente:
Resumen Latinoamericano.
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