Los nuevos descubrimientos científicos que en diversos campos del saber se están realizando, hayan evidencias muy concretas sobre la importancia de la cooperación humana. Especialmente en la paleontología donde el comunismo primitivo desarrolló las sociedades mediante el colectivismo. Es tiempo que el mundo científico defienda la vía socialista en la organización social actual de cara al futuro.
Por Paco Puche *
Cuando
hablamos de pensamiento convencional nos estamos refiriendo al pensar
propio del neoliberalismo. Es ésta una manera de ver el mundo que hoy
impregna a grandes grupos sociales en muchos países. Una visión
pesimista de la naturaleza humana y del mundo de la vida, un mundo de
dientes y garras ensangrentadas.
Y
las tres mujeres revolucionarias, sencillamente siendo honestas con sus
descubrimientos desembarazados del pensar común, son Lyn Margulis, una
microbióloga, Marija
Gimbutas, una arqueóloga y Elinor Ostrom, una economista
Entre
las tres destruyen los mitos del egoísmo dominante en la especie humana
y en el conjunto de los seres vivos, el mito de la tragedia inexorable
en que deviene
el uso y gobierno de los bienes comunes y el mito de la guerra
universal de la especie humana y del mundo de la vida.
Lyn Margulis
(1938-2011), por ejemplo, nos sitúa en un mundo simbiótico dominante,
desde el que se construye Gaia, ese superorganismo que recrea las
condiciones de su existencia.
P or eso nos dice que la versión darwiniana, que ha asumido el
neoliberalismo económico, de la “supervivencia de los mejor dotados, se
desvanece con la nueva imagen de cooperación continua, estrecha
interacción y mutua dependencia entre formas de vida (...)
pues la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a
la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más
complejas asociándose a otras no matándolas”. Y lo demuestra en su
especialidad con una evidencia, ya ampliamente aceptada
a pesar de su rechazo inicial, que está en el corazón de uno de los
mayores cambios operados en el mundo de la vida hace unos 2.000 millones
de años: el paso de las células procariotas a las células eucariotas.
En los escarceos iniciales unas bacterias (procariotas,
células sin núcleo) trataban de alimentarse de otras y terminaron
integrándose de forma colaborativa (eucariota, células con núcleo).
Gracias a esa trascendental bifurcación de hace tantos años existimos
los seres humanos. ¡Aleluya!
Si
el mundo general de la vida es sustancialmente un mundo cooperativo
(naturalmente con excepciones en los momentos de grandes
desequilibrios), no podría ser normal
esa ideahobbesiana de la lucha generalizada de
todos contra todos.
Marija Gimbutas (1921-1994) descubre en sus
quehaceres profesionales como arqueóloga, que se pueden encontrar
grandes periodos en los que no hay señales de guerra: ni restos
de armas, ni de enterramientos de guerreros, ni de murallas defensivas;
y sí se encuentran muchos restos de imágenes escultóricas de la diosa
Madre que son dominantes en las épocas por ella estudiadas, señal bonoba de
amor
y cuidados. La época que excavó y estudio fue en el neolítico, en la
zona del sureste europeo (la Vieja Europa, así llamada por ella) y sus
resultados apuntan a más de mil años de evidencias de paz. Sus
descubrimientos fueron comparados con el desciframiento
de la piedra Rosetta.
Sus
hallazgos en una época y lugar determinados se pueden generalizar con
los meta análisis que han realizado arqueólogos actuales. Los trabajos
de varios profesores
de la Universidad Complutense de Madrid, coordinados por Víctor
Fernández, muestran que en el registro arqueológico universal, al día de
hoy, las muestras de guerras entre grupos humanos (no de violencias
individuales varias) aparecen solo desde hace unos
12.000 años antes del presente. Se ubican en la necrópolis sudanesa de
Jebel Sahaba, en donde aparece “el ejemplo más antiguo conocido de
muerte violenta colectiva, resultado tal vez un conflicto por los
recursos en un momento de gran sequía” (Diccionario
de Prehistoria, 2011).
El
carácter tan colaborativo y simbiótico de la especie humana tendría que
reflejarse en muchas de sus prácticas. Lo hace en la familia, en la
tribu, en el barrio,
pero el manejo de la propiedad o el uso comunitario de los bienes
comunes, está marcado en el pensamiento neoliberal con el sambenito de
la tragedia: los bienes comunes son inviables, dice el prejuicio
extendido, porque el egoísmo irrestricto, los aprovechados
y los tramposos destruirán los bienes que manejan. Solo la propiedad
privada (y en su caso la pública) pueden hacer duradero en el tiempo
estos imprescindibles bienes de la comunidad - agua, pastos, bosques,
pesquerías, territorios, biodiversidad, etc.
Elinor Ostrom (1933-2012),
economista galardonada en 2009 con el Premio Nobel. En una entrevista
que se publicaba con motivo
del Nobel contestaba a la pregunta : ¿Estaríamos en lo
cierto si afirmáramos que, dicho en términos generales, usted ha
descubierto que la posesión común puede ser más eficaz que lo que la
gente pensó que podría serlo?, ella afirmó: “¡Así
es! No es que sea una panacea, pero es mucho más eficaz que lo que
nuestros razonamientos comunes nos dan a entender. Hemos estudiado
varios cientos de sistemas de irrigación en el Nepal. Y sabemos que los
sistemas de irrigación gestionados por los campesinos
son más eficaces en términos de aprovisionamiento de agua y presentan
una mayor productividad que los fabulosos sistemas de irrigación
construidos con la ayuda del Banco Mundial y la Agencia Norteamericana
de Ayuda al desarrollo (USAID), etc. Así, sabemos
que muchos grupos locales son muy eficaces”.
Y
no es una panacea porque para que existan instituciones comunitarias
que llegan cientos de años funcionando bien es necesario que se cumplan
condiciones de autogobierno,
autogestión, de medios para hacer cumplir las reglas acordadas y para
disuadir a los tramposos.
Por
todo esto, Ostrom concluye que “aún no se ha encontrado un ejemplo de
un bien común que haya sufrido un deterioro ecológico cuando todavía era
común”.
Dejamos
la conclusión final a este trabajo a un primatólogo muy interesante,
Frans de Waal, cuyo pensamiento, sin explicitarlo, resume las enseñanzas
de estas tres
mujeres revolucionarias. Él afirma que “Los estudiosos del derecho, la
economía y la política carecen de herramientas para contemplar sus
sociedad con objetividad. Raramente consultan el amplio conocimiento del
comportamiento humano acumulado por la antropología,
la psicología, la biología o la neurología. Somos animales altamente
cooperativos, sensibles a la injusticia, a veces beligerantes y
principalmente amantes de la paz”.
Lyn
Margulis, Marija Gimbutas y Elinor Ostrom han dejado un legado
extraordinario a la humanidad que nos permitirá avanzar en el
conocimiento de nosotros mismos, cumpliendo
el mandato que estaba inscrito en el templo de Apolo de Delfos.
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